Turistificación 

El turismo de masas y a menudo de borrachera, los abrevaderos multitudinarios, las construcciones a pie de playa, se convirtieron en el otro poderoso motor de nuestro crecimiento económico.

Por Francisco Javier López Martín

Todo el mundo se afana por encontrar el camino que conduce al futuro. Un futuro incierto, inestable, amenazador, pero futuro al fin. En todos los rincones del mundo, pensamos que el atractivo turístico es la clave que nos permitirá poner en marcha el motor que nos ha de llevar a un futuro de empleo, desarrollo económico y bienestar de las personas y sus familias.

En España el turismo va camino de generar más de un 12 por ciento del PIB nacional, superando los 160.000 millones de euros de actividad y creando cerca de 3 millones de empleos. La llegada del COVID supuso un duro golpe para el sector, pero la salida de la pandemia ha producido una acelerada recuperación que ha aportado el 61 por ciento del conjunto del crecimiento económico español en el último año.  

La historia del turismo es larga en nuestro país. Fuimos desde siempre un país exótico y atractivo para escritores, pintores y músicos de toda Europa. Una historia que se acelera desde que el franquismo optó por enviar españoles fuera de la patria para traer dinero fresco, divisas, moneda extranjera que equilibrase nuestra deficitaria balanza de pagos.

Una operación política y económica del desarrollismo que se vio acompañada de la conversión de nuestras playas en balnearios baratos para extranjeros, especialmente para los alemanes, nórdicos, e ingleses, que no pueden contar en sus países con el sol, el agua caliente y la diversión garantizada que aquí podemos ofrecerles. 

El turismo de masas y a menudo de borrachera, los abrevaderos multitudinarios, las construcciones a pie de playa, se convirtieron en el otro poderoso motor de nuestro crecimiento económico. De allí salieron los dineros para pagar un desarrollo económico desequilibrado y descompensado, a falta de un desarrollo de los derechos civiles.

Más tarde los nativos de interior también quisimos tener casita en la playa. Era aquello todo un símbolo, una demostración palpable, de la buena salud financiera de cada familia. Desde entonces y salvo momentos excepcionales como la pandemia, el negocio turístico no ha hecho sino crecer.

Si en 1960 nos visitaban algo más de 6 millones de turistas extranjeros, en el 1970 se habían multiplicado por 4 y en 1990 eran ya más de 50 millones y casi 75 millones en el 2000. Justo antes de la pandemia ya nos visitaban más de 83 millones de visitantes al año. Cifras a las que volvemos a acercamos paulatinamente en los dos últimos años.

Tal vez debimos tomar nota de las consecuencias que tendría un crecimiento tan brutal del turismo. Tal vez deberíamos haber tomado en cuenta los riesgos que comportaba poner todos los huevos en la misma cesta, la de la especulación y la borrachera del dinero circulando por las autovías costeras.

Hemos superado crisis como la provocada por el sistema financiero en 2008. Hemos salido de la crisis que trajo la pandemia y nos empeñamos en volver a repetir la fiesta y el desparramo, como si el cambio climático no existiera y como si fuera normal el hecho de que la mitad de la humanidad (más de 4000 millones de personas) tome un avión cada año.

Acabo de escuchar en la radio que los científicos de la NASA nos advierten de que nuestro país superará pronto el record de los 50 grados centígrados. La explicación es que los gases de efecto invernadero provocan este calentamiento y, puesto que seguimos emitiendo gases a la atmósfera, no hay razón para pensar que las temperaturas no van a seguir subiendo.

La consecuencia será que las olas de calor serán más frecuentes, lo cual no impedirá que las nevadas puedan ser a la vez más intensas, al tiempo que las playas se nos irán quedando sin arena y las urbanizaciones cercanas a la costa sufrirán frecuentes inundaciones.

De nada parecen servir las cada día más frecuentes movilizaciones de una ciudadanía que ve venir el desastre, que ve sus barrios y sus pueblos convertidos en lugares inhabitables, a golpe de gentrificación, gentificación y turistificación.

Conceptos que podríamos resumir en mantener y empecinarse en un modelo incompatible con el desarrollo humano, insostenible, depredador y que conduce al colapso previo a la extinción. Lo del nuevo modelo productivo, nos queda muy lejos por el momento, pero nadie quiere verlo, porque los humanos no vemos lo que tenemos ante nuestros ojos, sino lo que queremos ver

No querremos verlo, pero es lo que hay. Vivimos en el filo de una navaja como si nada.

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