Gaza, mon amour, una mirada tierna a un mundo que desaparece

La película, dirigida por los hermanos Mohammed y Ahmad Abou Nasser, nos dibuja un interesante fresco de la sociedad palestina que habita en la Franja de Gaza, esos mismos pescadores o modistas que ahora mismo están siendo asesinados por los bombardeos indiscriminados de los aviones y tanques israelís.

Por Angelo Nero

A veces, las grandes historias transcurren en lugares pequeños, en aquellos que solo son noticias cuando caen las bombas o sufren un terremoto, en esos lugares donde mujeres y hombres sencillos, trabajan en lo que pueden, disfrutan de los amigos, educan a sus hijos, intentan sobrevivir a la locura cotidiana o, simplemente, se enloquecen y se enamoran. La historia que nos ocupa ocurre en uno de estos lugares pequeños, que, desgraciadamente, podemos muy bien situar en el mapa, ya que está a punto de desaparecer bajo la barbarie de las bombas, y ocurre, además, en un tiempo en el que, pese a esa retorcida forma de ocupación que es el bloqueo, pese a todo, la gente trabajaba, celebraba con los amigos, y se enamoraba.

En aquella Gaza que muy posiblemente no volvamos a ver, conocemos a un veterano pescador, Issa -interpretado por el actor árabe israelí Salim Daw-, que nos muestra también las limitaciones de su oficio -solo les está permitido alejarse de la costa 3 millas náuticas, con el riesgo de que su barco sea hundido por las patrulleras israelís- con una ironía poco habitual, que está enamorado en secreto de la modista Siham -a la que da vida la gran diva del cine palestino Hiam Abbass- y, cuando ha reunido el valor necesario para declararle su amor, Issa encuentra entre sus redes una estatua de Apolo, que se lleva a casa sin sospechar todos los problemas que se derivarán de su curiosa pesca.

Acompañamos a Issa en sus salidas nocturnas en su pequeño barco de pesca, en sus desplazamientos en motocarro hasta el mercado donde intenta vender su mercancía, y donde conversa con Samir -al que da vida el también árabe israelí George Iskandar- un joven cuyo máximo anhelo es emigrar a Europa. Entramos con él en su modesta casa, donde vive solo, a pesar de los intentos de su hermana Manni -la palestina Manal Awad, protagonista de “La traición de Huda”- por encontrarle esposa.

Aunque no es el tema principal de la película, la ocupación israelí -por mucho que abandonaran la Franja de Gaza en 2006, nunca terminaron de irse- siempre está presente, así como la burocracia de Hamas que acaba encarcelando a Issa, porque los burócratas se parecen en todos los lugares del mundo, tras descubrirse el hallazgo fortuito de la estatua de Apolo.

En “Gaza, mon amour”, se destila una ironía amarga, en la que no se oculta las dificultades económicas de una población como la gazatí, pero también las ganas de vivir, de burlar los cielos de tormenta y abrir grandes claros por donde se cuelan las sonrisas de los amigos, los encuentros inesperados, tal vez la posibilidad del amor.

La película, dirigida por los hermanos Mohammed y Ahmad Abou Nasser, nos dibuja un interesante fresco de la sociedad palestina que habita en la Franja de Gaza, esos mismos pescadores o modistas que ahora mismo están siendo asesinados por los bombardeos indiscriminados de los aviones y tanques israelís. Dicen que la monotonía mata más que las bombas, pero eso solo es verdad en aquellos lugares donde no hemos visto el efecto demoledor que dejan, y que hace añorar los cortes de luz, las trabas burocráticas, las dificultades para ganarse un jornal, porque las bombas, en Mekelle, en Kobane, Stepanakert o en Gaza, cercenan esa bendita monotonía, que nos deja hasta espacio para enamorarnos.

En este tiempo de dramas tan terribles, como el que está sucediendo en Palestina, es bueno volver a comedias -dramáticas, si, pero comedias, al fin y al cabo- que nos den una visión más cercana de esos hombres y mujeres que ahora se han convertido en víctimas de un genocidio al que asiste impávido un mundo que insiste en desertar del bando del amor, para pasarse al bando de la guerra.

 

 

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