Foudre, o como acercarse a Dios a través de la sexualidad

En la mirada pura de Elisabeth, rodeada de un paisaje abrumadoramente bello, captado en todo su esplendor por la directora de fotografía Marine Atlan, la búsqueda de Dios es muy distinta a la que tiene su cerrada comunidad

Por Angelo Nero

Suiza, en el inicio del siglo XX, todavía era un país mayoritariamente rural, con comunidades muy aisladas por su orografía montañosa, y donde la religión, que había provocado varias guerras a lo largo de su historia, entre los cantones católicos y los protestantes -la última, la guerra de Sonderbund de 1847- marcaba profundamente a la sociedad. En esta Suiza rural y religiosa habita la protagonista de Foudre, Elisabeth, interpretada por la joven Lilit Grasmug, una adolescente que se ve obligada a abandonar el convento donde su familia la ingresó cuando tenía doce años, ya que su hermana mayor ha muerto, y es necesaria para ayudar en las tareas del campo. La joven deja la seguridad del convento, contra su voluntad, para enfrentarse a un mundo que no conoce, el de la remota aldea donde vive su familia, que también le es extraña. Poco a poco ira desenredado los silencios que rodean a la muerte de Innocente, su hermana, a la que los pueblerinos, e incluso sus padres, señalan como un engendro del diablo.

En la mirada pura de Elisabeth, rodeada de un paisaje abrumadoramente bello, captado en todo su esplendor por la directora de fotografía Marine Atlan, la búsqueda de Dios es muy distinta a la que tiene su cerrada comunidad, y no tarda en descubrir su propio camino, a través de las confesiones que su hermana dejó plasmadas en un diario. Todos dicen que Innocente se desvió de la luz, pero, como también hace Elisabeth, no hizo sino buscar a su Dios particular, su propia luz en definitiva, a través de su sexualidad, en un tortuoso pero también particularmente bello sendero de liberación, en el que le acompañaran tres jovenes: Joseph (Mermoz Melchior), Noah Watzlawick (Pierrot) y Benjamin Python (Emile).

La directora de Foudre, Carmen Jaquier, hablaba así de su ópera prima, en una entrevista para Cineuropa: “Mientras escribía el personaje de Elisabeth, sentí la necesidad de reescribir la historia, de crear un ancestro poderoso capaz de inspirarme hoy en día. La historia oficial, como la que está escrita en los libros, es siempre una cuestión de perspectiva. Durante mi investigación, me enfrenté al agujero negro que había quedado en lo que se refiere a ciertas vidas que no fueron de interés para nadie. No obstante, todos los seres humanos son parte de la historia. Espero que la búsqueda de Elisabeth nos recuerde que la comunicación benevolente y una mejor comprensión de nosotros mismos y de las estructuras opresivas nos ayudan a construir un mundo más justo y menos binario. Las conversaciones y secretos que comparten implícitamente Elisabeth y sus amigos revelan su necesidad de afecto y conexión, tanto con los demás como con ellos mismos.”

Los protagonistas de esta sobresaliente película tienen doble mérito, ya que casi en su totalidad no son actores profesionales, y para la mayoría era su primera experiencia delante de una cámara, aunque le dan tal frescura y credibilidad a su interpretación, que se antoja difícil pensar que no vuelvan a repetir en el futuro más próximo. Lilit Grasmug, la protagonista principal, si que tenía, a pesar de su juventud, alguna experiencia previa en el cine, en la inquietante “Sophia Antipolis” (2018) de Virgil Vernier y en la comedia negra “Oranges sanguines” (2021) de Jean-Christophe Meurisse. Aunque, sin duda, uno de los principales atractivos del film, además de los jóvenes protagonistas, son los prados interminables y las enormes montañas que albergan esta historia, en los que Marine Atlan nos muestra un escenario onírico, casi como un paraíso perdido, donde la exuberancia del paisaje, y la pulsión adolescente, invita a desafiar a Dios, o a buscarlo a través de la piel. Mientras los ojos del pueblo solo miran pecado, siempre con la mujer como objeto de tentación, esto es, de instrumento del diablo, la mirada de Elisabeth es pura, natural, y más cercana a esa divinidad que aprendió a amar en el convento.

La directora explicaba así sus fuentes de inspiración: “El evangelio según San Mateo fue una de las bases de nuestro trabajo con la directora de fotografía Marine Atlan. Nos sumergimos en esta película para que pudiera filtrarse y orientar nuestra investigación sobre la ambientación y la forma en la que se moverían los cuerpos y la cámara. Segantini es otra referencia importante, y hay un detalle específico de su obra Naturaleza en el prólogo de Foudre. Me inspiró la inmensa soledad que transmiten estos personajes, que suelen ser muy jóvenes. Otra pintora, Marguerite Burnat-Provins, también fue crucial durante la fase de escritura, cuando imaginamos la oscura vida interior de Innocente, la hermana de Elisabeth. Hubo muchas referencias, tanto visibles como secretas, que me acompañaron a lo largo de este proceso: Sarah Kane, Marie Métrailler, Carlos Reygadas, S. Corinna Bille, Sally Mann, Ana Mendieta, Kurt Cobain…”

 

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