El oscuro universo de Pizzolatto

“Galveston” es la historia de un viaje hacia ninguna parte, partiendo de ningún sitio, una historia de desesperanza, pero también de redención, con el estilo descarnado de Cormac McCarthy y de James Lee Burke.

Por Angelo Nero | 26/12/2023

En 2014 Nic Pizzolatto me voló, literalmente, la cabeza, hasta entonces cerrada a la invasión de las series a las que, tengo que confesar, me he rendido hace ya mucho tiempo, pues hay historias, y “True Detective” es una de ellas, que no aguantan el corsé de un largometraje, y necesitan varios capítulos para desarrollarse. Aunque es cierto que la serie creada por Pizzolatto traspasa las fronteras del género negro, del que siempre he sido seguidor, tanto en la literatura como en el cine, especialmente de los clásicos como Dashiell Hammett, James M. Cain, Chester Himes y Raymond Chandler, hay muchos ingredientes del noir en los detectives Rust Cohle y Marty Hart, espléndidamente interpretados por el tándem McConaughey & Harrelson, actores que, hasta aquel momento, no había tomado demasiado en serio. “True Detective” está plagado de referencias filosóficas y literarias, desde el terror de Robert W. Chambers y H.P. Lovecraft, a los maestros del género weird como Thomas Ligotti y Laird Barror, sin olvidar el guiño a Hammett, y las citas a Schopenhauer y Nietzche, y la relación entre la serie y la literatura no es meramente un homenaje de Pizzolatto a sus autores de cabecera: bebe de sus fuentes y nos invita a descubrir también sus universos.

Después de ver dos veces la primera temporada y de dejar que me volviese a sorprender con las dos temporadas siguientes (aunque, he de reconocer, que era difícil que mantuvieran la tensión y la genialidad de la primera), en la que contaba una historia diferente, con nuevos personajes y escenarios, aunque con algunas conexiones subterráneas, me encontré –o tal vez ella me encontrara a mí- con la primera novela de Nic Pizzolatto, escrita en 2010, y publicada en nuestro país por Salamandra en 2014. Esta editorial también publicó, en 2015, su primer libro de relatos de Pizzolato, “La profundidad del mar amarillo”. Son muchas las novedades editoriales que me llaman, unas susurrando y otras a gritos, para que me adentre en sus páginas, e inicie un nuevo camino, y a veces se me pasan inadvertidas novelas tan sabrosas como “Galveston”, que ya desde sus primeras líneas parecía estar escrita como me gustan a mí, con cuchillo carnicero, sin importar a quien le hiciera daño, hurgando en el lado más oscuro del corazón: “me pregunté a partir de qué momento empezaría a hacer las cosas por última vez. Cada rayo de sol que golpeaba el parabrisas tras colarse entre los árboles que iba dejando atrás pedía a gritos que disfrutase de él, pero no puedo decir que lo hiciese. Intenté concebir la idea de dejar de existir, pero no tenía suficiente imaginación para lograrlo.”

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“Galveston” es la historia de un viaje hacia ninguna parte, partiendo de ningún sitio, una historia de desesperanza, pero también de redención, con el estilo descarnado de Cormac McCarthy y de James Lee Burke, en la que seguimos el peculiar camino del calvario de Roy Cady, un matón de poca monta que recibe una terrible noticia en las dos primeras líneas de la novela: “Un médico me fotografió los pulmones. Estaban repletos de copos de nieve”. Sobreviviendo a la mala suerte que le reservan las siguientes páginas, seguimos a Cady en su desesperada huida, en compañía de la joven Rocky, a través de los paisajes desoladores de Luisiana y Texas, para procurar un refugio ocasional en la costa de este estado, en la ciudad de menos de cincuenta mil almas, que le da título a la novela. Un lugar donde “Los vagabundos se acuclillaban a la sombra de las palmeras y de los postes de teléfono. Las palmeras estaban muy peladas y parecían costillas mordisqueadas y clavadas en el suelo.”

Los protagonistas de “Galveston”, un matón con aires de vaquero que se dedica a cobrar deudas, y Rocky, una jovencísima prostituta con mala suerte, son náufragos a la deriva, sobreviviendo un día más –mañana ya se verá- a una tormenta contra la que no pueden luchar, esperando un golpe de suerte que les lleve a la seguridad de una playa, quizás por esto las escenas que se desarrollan en este escenario sean en las que tienen, al menos, un espejismo de felicidad. Como en “True Detective”, Pizzolatto también sitúa la acción de la novela en dos épocas diferentes, en 1987, cuando Cady emprende su huida desesperada, después de haber sido enviado a una encerrona por su jefe Stan Ptitko, llevándose a la joven Rocky con él, y veinte años después, poco antes de que un huracán toque la costa tejana. Y de fondo una marejada de sentimientos que los golpean una y otra vez en un callejón sin salida, la traición y la venganza, la nostalgia y la esperanza, todo ello enmarcado en una sociedad que no ofrece muchas oportunidades para un happy end.

Galveston | Netflix

Para completar el círculo, después de vapulearme con la serie y la novela, Nic Pizzolatto ha vuelto a atraparme con la adaptación cinematográfica de “Galveston”, en la que firma, no entenderíamos que fuera de otro modo, su guión (aunque bajo el seudónimo de Jim Hammett). La película, estrenada en 2018, está dirigida por la francesa Mélanie Laurent, conocida sobretodo por su carrera de actriz, trabajando a las órdenes de Quentin Tarantino o Denis Villeneuve, y que anteriormente había dirigido el documental Demain. Fiel al espíritu del libro, la directora francesa nos ofrece una suerte de road movie, que nos lleva a la América profunda, con sus terribles bolsas de marginalidad, y gentes sobreviviendo entre la delincuencia y el abandono.

Ben Foster es el actor que le da vida al personaje de Roy Cady, un antihéroe que emana violencia, orgullo y desesperación en su genial interpretación de un hombre traicionado por todos, sin más horizonte que la huida, y Elle Fanning se mete en la piel de Rocky, la joven prostituta, frágil e inconsciente, que escapa no solo de los matones de Stan Ptitko (interpretado por Beau Bridges), sino también de un traumático pasado. No hay espacio para una historia de amor entre ellos, ni tan siquiera para el deseo, cada uno arrastra sus propios fantasmas, y la amenaza que pende sobre ellos es demasiada inminente como para relajarse, pero sí que surge una cierta camaradería, como en la de los náufragos que se ayudan a mantenerse a flote.

Mélanie Laurent trabaja muy bien las atmósferas del film, eses paisajes sureños plagados de bares de carretera con vaqueros jugando al billar, y de moteles con familias destructuradas, donde se masca la tragedia, y también mide con gran habilidad los tiempos, inyectando adrenalina en los momentos más dramáticos, y ralentizando las treguas en las que los protagonistas parecen disfrutar de unos momentos de algo parecido a la felicidad.

Este oscuro universo de Pizzolatto, que hasta ahora nos ha traído una serie policiaca sobresaliente, una novela negra notable, y una película, entre el road-movie y el thriller, que sorprende gratamente a los que, como yo, habían leído el libro previamente, nos hace presagiar que todavía tiene mucho por ofrecernos, para aquellos que gustan de meterse en oscuros callejones sin salidas, buscando el brillo de un cuchillo o de una moneda…

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