Su comparecencia fue una obra maestra del cinismo político: culpó a los medios, al Gobierno, a la justicia, a todos menos a sí mismo. Ni para irse dijo la verdad.
Porque lo que hizo Mazón no fue un error: fue una traición deliberada. Porque mientras su pueblo moría, él elegía el vino sobre la vida. Porque hay una línea que separa la incompetencia de la crueldad, y él la cruzó hace tiempo.
Frente a quienes romantizan la neutralidad, conviene recordar una verdad sencilla: quien no combate al fascismo, lo tolera; y quien lo tolera, lo alimenta.
Lo que ha ocurrido este 12 de octubre en Gasteiz no es un “enfrentamiento entre dos bandos” como han querido vender algunas instituciones: ha sido una provocación fascista planificada y amparada por el Estado.
El problema no es solo el agresor. El problema es todo lo que le permite existir impunemente: el vecino que calla, el policía que no cree, el juez que archiva, el periodista que suaviza, el político que recorta. Cada silencio es una complicidad. Cada minimización es un permiso.