A ti que te quedaste en casa

Por Daniel Seijo

«Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no sirve de nada.»

José Luis Sampedro

Primero vinieron por los comunistas, y yo no dije nada,
porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los independentistas, y yo no dije nada,
porque yo no era independentista.
Luego vinieron por la la gente de izquierda, y yo no dije nada,
porque yo no era de izquierdas.
Luego vinieron por mi, y no quedó nadie para hablar por mí.

Al pronunciar las palabras que dan pie al poema que adapto al encabezamiento de este artículo, Martin Niemöller pretendía denunciar abiertamente un monstruo que al inicio de su actividad religiosa él mismo había ayudado a crear. Con gran parte de los órganos de poder de Alemania comenzando a vislumbrar las funestas consecuencias que el nazismo iba a traer para la democracia de su país como movimiento político de masas, aquella alternativa que se había estimulado rápidamente por el temor al socialismo, dejaba ahora de suponer una esperanza en manos de un Hitler mesiánico, para descubrirse «inesperadamente» como un nuevo estado basado en el odio y en la demencia. Un sistema social con claros indicios de cimentarse sobre una arbitrariedad en sus reglas de juego, que ya no solo afectaba a las minorías, sino que ahora el próximo enemigo para el imperio de las cruces gamadas, podía ser cualquiera.

El ser humano es un ser social por naturaleza, como el viejo Aristóteles aseguraba –creo que con razón– una persona en rara ocasión podría llegar a desarrollarse completamente como individuo aislada del conjunto social.  Algo así sucede con la democracia, cuando el poder y la libertad no llega a alcanzar plenamente a todo el conjunto social, cuando los intereses de unos cuantos individuos predominan sobre los del conjunto de la sociedad, raramente una democracia puede llegar a desarrollarse completamente, si es que algo así como una democracia incompleta puede ser llamada de otra forma que no sea dictadura. En Nueva Revolución levantamos la voz alto y claro cuando la tuitera Cassandra se enfrentó a un año de cárcel por hacer chistes sobre el tirano Carrero Blanco, nos solidarizamos con Pablo Hasel, La Insurgencia o los presos independentistas, que desde hace ya bastante tiempo llevan sufriendo en sus carnes los primeros coletazos de lo que hoy parece ser la norma para todos. También han ido a por nosotros, mi admiración y respeto para aquellos compañeros que en este mismo medio han seguido dedicando horas al periodismo pese a costarles dinero, pese a traerles problemas. En las grandes crisis el periodismo nacen entre las trincheras, a pie de calle.

En las grandes crisis el periodismo nacen entre las trincheras, a pie de calle

Un estado que llega a hacer uso de la fuerza y la coacción para retirar las urnas y camisetas con las que su pueblo pretendía lograr expresarse, es sin duda un estado destinado al fracaso. Pero lejos de mi intención hoy poner el foco en el Partido Popular o el gobierno de Mariano Rajoy; después de todo los parásitos encontraran otro cuerpo político en cuanto Génova finalmente colapse, en este artículo los destinatarios son otros. Aquellos que callaron cuando los perdedores de la guerra no pudieron desenterrar a sus muertos, los que justificaron el encarcelamiento de unos pocos por el mejor desarrollo de la democracia para todos, los trabajadores que no ayudaron a los despedidos, los que hoy normalizan la corrupción, los que se ocultan tras sus banderas o todos aquellos, cada día son más, que odian a todo aquello que deben odiar según los mass media. A los que no son conscientes de estar cada día un poco más ahogados, a los que no sienten el peso de las cadenas, los crédulos, los alienados, los que el pasado 1 de Mayo se han quedado en casa. A todos ellos les dedico estas breves palabras. Un pequeño grito intentando provocar el despertar.

 

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