La negra sombra del plástico

La fragilidad corredores marítimos como el de Fisterra y el egoísmo y desprecio por nuestra tierra de armadores únicamente embutidos en la dinámica cainita, fruto del sistema capitalista en el que todo se puede comprar y todo tiene un precio, vuelven a arrojar sobre nuestras costas el fruto maldito de una modernidad obtusamente mal aplicada.

Por Dani Seixo | 9/01/2024

Galicia só merecerá respecto cando abandonemos a nosa mansedume.

Alfonso Daniel Rodríguez Castelao

Organizados a través de improvisados grupos de WhatsApp, mediante un rudimentario colador rescatado de algún armario perdido en alguna casa obrera o simplemente con las manos cubiertas por un guante, fruto de la laboriosa cadena de producción en la que en condiciones normales terminaría el maldito material que hoy intentan erradicar de nuestras playas. Sin una noción clara acerca de los posibles efectos adversos sobre el cuerpo humano o sobre el mejor modo de evitar posibles daños colaterales sobre el entorno en el que numerosos voluntarios ejercen una desesperada acción ante la negligencia y la desfachatez de las instituciones gallegas y españolas. Con voluntad, una cierta dosis de inconsciencia y seguramente víctimas de un profundo desencanto tras comprobar que han pasado los años, pero que realmente pocas cosas han cambiado cuando los vertidos de este sistema amenazan nuestra tierra. Nuestra salud, nuestro hogar.

Al menos desde el pasado 13 de diciembre, parte del litoral gallego se ha visto teñido de blanco tras la aparición de grandes cantidades de pellets de plástico en nuestras playas. Aparentemente procedentes de un accidente en el que un barco bajo bandera de conveniencia de Liberia, perdía seis contenedores, uno de ellos cargado con millones de estos microplásticos. Veintidós años después del naufragio del «Prestige» frente a nuestras costas, contaminando extensas áreas del litoral y causando graves daños a los ecosistemas marinos, en el considerado mayor desastre medioambiental de nuestra historia. Tras el «Mar Egeo» (1992), el «Casón» (1987) y el «Urquiola» (1976), nada parece haber cambiado.

La fragilidad corredores marítimos como el de Fisterra y el egoísmo y desprecio por nuestra tierra de armadores únicamente embutidos en la dinámica cainita, fruto del sistema capitalista en el que todo se puede comprar y todo tiene un precio, vuelven a arrojar sobre nuestras costas el fruto maldito de una modernidad obtusamente mal aplicada y una industria desarrollada de espaldas al ser humano, únicamente enfocada al mayor sacrificio en el altar del máximo beneficio económico.

Hoy, como ayer, las respuestas políticas llegan mal y tarde. Los silencios intentan ocultar las evidentes responsabilidades y los cruces de acusaciones entre meras marionetas de este modelo económico, responden exclusivamente al interés de los titiriteros. Mientras tanto, el veneno se expande por cada vez en más puntos de nuestro litoral, ocupando territorios, espacios y cuerpos de los que ya difícilmente podrá ser jamás extraído.

Los sacos de 25 quilos, aparentemente propiedad de la empresa polaca Bedeko Europe, muestran en nuestros arenales la clara hipocresía de quienes te insisten para que utilices pajitas de maíz para consumir tus bebidas, adquieras bolsas reutilizables para realizar tu compra u optes por bastoncillos para los oídos de bambú. Pero hoy, guardan un muy oportuno silencio ante un nuevo desastre medioambiental. Las mismas voces, los mismos rostros, esos que hoy hacen cálculos electorales para intentar adivinar como podrá afectarles esto de cara a lograr mantener su cada vez más exigua cuota poder y descuelgan el teléfono únicamente para intentar tranquilizar a los dueños de esas rutas comerciales en las que se han convertido nuestras cosas. Nada cambiará, todo seguirá igual de rentable para ellos, igual de arriesgado, igual de nefasto para nuestras vidas.

Mediante un rudimentario colador, simplemente con las manos cubiertas por un guante de plástico y sin una noción clara acerca de los posibles efectos adversos. Así combatimos las consecuencias de un nuevo desastre, ajenos a la necesidad de cambiarlo todo. Ajenos a la urgente necesidad de echarlos de nuestras instituciones, nuestras playas, nuestras vidas. La urgente necesidad de dejar atrás este sistema económico. En el fondo de nuestro ser somos conscientes de que solo así podremos evitar un nuevo diciembre en el que recibir veneno en nuestras costas. Solo así podremos evitar la cruel depredación de nuestro hogar bajo la tutela española o el expolio de una bandera de conveniencia izada en una chatarrería flotante entre tantas otras que surcan nuestras costas.

Mientras tanto, solo nos queda acumular miseria tras miseria, cribarlo sobre algún colador casero y escogerlo con una gota de bilis en nuestras entrañas, después esperar a que desde el gobierno central o el ministerio de colonias se decidan a recogerlo y vuelta a empezar, seguir igual, esperar al próximo desastre medioambiental, indignarse, actuar, protestar en redes, movilizar a la gente, lanzándonos con anhelo en pos del día en que todo pueda cambiar. Pero no sucederá porque no importa cuánto daño hagan o cuanto parezcan arrepentirse, nunca tienen suficiente, no importa la frecuencia con la que se produzcan estos desastres y lo mucho que jodan la vida de la gente, siempre tienen que reducir las medidas de seguridad, aumentar los beneficios y volverlo a hacer todo otra vez. Ese es el sistema en el que vivimos, ese es tu verdadero enemigo.

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