No corren la misma suerte que los ucranianos los muertos de la República Democrática del Congo (RDC), que en un número infinitamente mayor y sin ninguna culpa, son asesinados de manera cotidiana desde hace décadas en las profundidades de sus selvas, trágicamente ricas.
Los ataques y atentados en Afganistán, con la muerte de civiles, particularmente de las minorías chií, hazara y sufí, como principal objetivo, se siguen produciendo con absoluta cotidianidad.
Cuando se reanudaron las hostilidades en la década de 2010, Occidente descuidó, en gran medida, las olas internas de represión y las incursiones recurrentes de Turquía en Siria e Irak, donde los kurdos han buscado refugio durante mucho tiempo.
En el verano de 2010, por pura casualidad y en un escenario banal, una pareja de vacaciones y una furgoneta, se da el punto de partida de uno de los mayores escándalos de espionaje político-policial de nuestros tiempos.
La violencia cruza a la política colombiana. Y, en muchos casos, esa violencia apunta a los y a las representantes de opciones de izquierda y progresistas. Por eso, las recientes amenazas lanzadas contra Petro no sorprenden.
Vale la pena recordar que, de acuerdo a la organización Reporteros sin Fronteras, 35 periodistas fueron asesinados trabajando en Israel y los territorios palestinos desde 2000.