Daniel Anguiano y el carácter revolucionario de los socialistas (1910)

Anguiano quería demostrar en su artículo que los socialistas eran revolucionarios, aunque reconocía que lo decían poco, pero eso ocurría porque satisfacía más serlo que decirlo. 

Por Eduardo Montagut

En 1910, Daniel Anguiano Mangado (1882-1963) todavía no era el protagonista que llegó a ser en el PSOE. Había ingresado en la UGT en 1907 y en la Agrupación Socialista al año siguiente. Su primer hecho importante en el seno del socialismo tendría lugar en octubre de 1910 cuando participó en un mitin en el madrileño Teatro Barbieri contra la guerra que le costó tres meses de cárcel. En el campo sindical habría que destacar en esa época su participación en la fundación en 1909 de la Unión Ferroviaria.

En esta pieza rescatamos un artículo suyo donde defendía el carácter revolucionario del PSOE, y que publicó en mayo de 1910 en Vida Socialista con el título de “Revolucionarios”.

Anguiano quería demostrar en su artículo que los socialistas eran revolucionarios, aunque reconocía que lo decían poco, pero eso ocurría porque satisfacía más serlo que decirlo. El autor planteaba, por lo tanto, una interpretación de la revolución y del sentimiento revolucionario, basado en un razonamiento, y caracterizado por la tenacidad.

Los socialistas eran revolucionarios “razonablemente y reflexivamente”, como señas de identidad. El sentimiento revolucionario salía del cerebro (¿de la razón, nos preguntaríamos nosotros?), se hallaba perfectamente determinado, sin dejarse arrebatar por el mismo. No se estaría, por tanto, hablando de un sentimiento irreflexivo o impulsivo.

La revolución sería una necesidad para conseguir el triunfo de la justicia, y por eso los socialistas iban a ella, pero fríamente, con la serenidad de quien la había comprendido porque era la única manera de conseguir el triunfo, y con la conciencia tranquila, la que tenía el que sabía que no hacía otra cosa que cumplir con su deber.

Los socialistas se agrupaban, se organizaban y se instruían, procurando, primero el mejoramiento económico y político después, y hasta de forma simultánea, con la rapidez que les permitía sus solas fuerzas y con la tenacidad de convicciones arraigadas. Y se marchaba en evolución hacia la gran revolución, en evidente alusión a la clásica estrategia socialista: las mejoras inmediatas para la clase obrera con la vista puesta en el cambio revolucionario final.

Pero el Partido Socialista no se quedaba en proclamar con orgullo su carácter revolucionario. Se era así por necesidad, por la constatación del egoísmo que todo lo envolvía. Curiosamente, en este razonamiento, Anguiano no abogaba por la “lenta y tranquila evolución”; seguramente, el socialista riojano quería expresar que no valía la lentitud ni la tranquilidad, imprimiendo a la evolución un evidente ritmo. Se era revolucionario por amor a la Humanidad, con el ardor de quien deseaba que se hiciese buena para dejar de ser desgraciada. En Anguiano habría, en consecuencia, una clara conexión entre Revolución y amor. Se amaba a los hombres. Por eso al verse los socialistas en un mundo de envidias, odios y miserias, pensaban en la necesidad de transformar ese medio para hacer posible una vida sin esas envidias, odios y miserias.

Anguiano insistía mucho en que se era revolucionario por la realidad existente. Los socialistas eran conducidos a la revolución “por los sostenedores de un medio social” en el que todo era posible menos la fraternidad, necesaria para alcanzar la felicidad. En este punto el autor criticaba a quienes cegados por su comodidad y bienestar paralizaban el progreso, fomentando la ignorancia y el espíritu de servidumbre, los pilares sobre los que se sustentaban, precisamente la comodidad y el bienestar de unos pocos.

Esa situación, por lo tanto, llevaba a los socialistas a la revolución, “y á ella vamos; esto es todo”.

Al final, aparecía la violencia en el razonamiento de Anguiano, algo frecuente siempre en los razonamientos sobre la revolución. Las conquistas habían de ser alcanzadas violentamente, “porque violentamente están defendidas”. No tendría que usarse la fuerza si lo que la razón y la justicia pedían fuera concedido “de grado”. Pero como eso parecía imposible, se recurría al empleo de la fuerza. Todavía quedaban unos años para ver a Anguiano defender las condiciones de la Tercera Internacional.

Hemos consultado el número 22 de 25 de mayo de 1910 de Vida Socialista. 

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