12 de Octubre, ¡Nosotros somos así!

“Los catalanes, los gallegos y los vascos serían anti-españoles si quisieran imponer su modo de hablar a la gente de Castilla; pero son patriotas cuando aman su lengua y no se avienen a cambiarla por otra. Nosotros comprendemos que a un gallego, a un vasco o a un catalán que no quiera ser español se le llame separatista; pero yo pregunto cómo debe llamársele a un gallego que no quiera ser gallego, a un vasco que no quiera ser vasco, a un catalán que no quiera ser catalán. Estoy seguro de que en Castilla, a estos compatriotas les llaman «buenos españoles», «modelo de patriotas», cuando en realidad son traidores a sí mismos y a la tierra que les dio el ser. ¡Estos sí que son separatistas!”.

Alfonso Daniel Rodríguez Castelao

«Son españoles… los que no pueden ser otra cosa»

Antonio Cánovas del Castillo

«Este maldito país es una gran pocilga
Ministros, gobernadores, presidentes que se tocan los cojones
Este maldito país es una gran pocilga»

Maldito País – Eskorbuto

A las puertas del 12 de Octubre, Fiesta Nacional de España, que no ya Día de la Hispanidad, uno no puede evitar echar la vista atrás para hacer un breve repaso de los acontecimientos políticos surgidos en los últimos años en esta pequeña parte de la península Ibérica, que es ya todo lo que queda de ese glorioso recuerdo del imperio español. No hace falta ser muy avispado, ni tampoco tener la piel demasiado sensible, para llegar a percatarse que tras el desafío que supuso el proceso independentista –iniciado ya el pasado año por los partidos catalanes– las huestes centralistas –comandados inexorablemente, pese al paso de los siglos, por su monarca– han reavivado una vez más el uso de la hispanidad o el patriotismo castellano como arma arrojadiza contra todo aquello que cuestione la unidad sacramental del Estado español. La concepción de la Hispanidad como algo excluyente y clasista, ha servido a lo largo del tiempo a nuestros dirigentes para menospreciar, o al menos intentarlo, a figuras políticas y sociales de toda clase y condición, sin importar en absoluto la justicia de sus reinvindicaciones. Bien fuese un disoluto y pendenciero monarca mandando callar al presidente electo de una nación liberada de su corona siglos atrás o un pequeño y sanguinario dictador «limpiando» a golpe de sangrientos paseos y bombardeos el estado español de rojos y separatistas, la rojigualda y con ella el peso de toda la nación a la que represente, ha sido a lo largo de los siglos símbolo de sometimiento. Un sentimiento impuesto al «otro», al pueblo conquistado, al subyugado.

Se da –y se ha dado siempre– la curiosa y delirante paradoja de que el nacionalismo español ignora su propia existencia, desconoce profundamente la cruda realidad de su reflejo en la respuesta nacional y patriótica de los pueblos que –con mayor o menor comodidad– integran a día de hoy la realidad política interna del estado español, y por tanto, no considera, ni considerará jamás, equiparable las repercusiones de la imposición de su lengua, su modelo estructural o sus símbolos, a la defensa que otras realidades nacionales –integradas a día de hoy en el estado español– hacen de su propia cultura, sus intereses políticos, sociales o económicos. Para quienes dentro de España no viven inmersos en las dinámicas de lo que supone formar parte de una colonia interior, la presencia de la Estreleira, la Estelada o la Ikurriña en un parlamento político puede llegar a suponer una verdadera amenaza a la estabilidad de la nación, mientras que con total seguridad, esas mismas personas, no dudarán en ver con buenos ojos que Inés Arrimadas empuñe la bandera española en un debate del Parlament de Catalunya.  La sociedad española, en gran parte por responsabilidad de la izquierda tras décadas de abandono de un posible proyecto común –podremos hablar en otra ocasión del sentido del internacioalismo– ha llegado a ver en la rojigualda el único símbolo posible de aglutinamiento social y político, mientras que todo aquello que se aleje de esos colores nacionales bien definidos, pasará sin compasión alguna a suponer un enemigo de la casa común, un ataque no solo al estado, sino a las propias personas que lo componen. Nada se habla del antipatriotismo de quienes roban de las arcas públicas, quienes supeditan los intereses comerciales y geoestratégicos de la nación a nuevos imperios o de quienes protegidos por su corona y su parlamento, utilizan un cargo público para sus aventuras sexuales o el correcto desarrollo de sus ilícitos negocios. En España, el traidor, el enemigo, es únicamente aquel que cuestiona su único baluarte de unión como pueblo: la bandera. Por supuesto, sobra decir que ningún espacio queda en el discurso político Hispano para la clase social o la crítica al sistema económico imperante.

Siento decirles queridos lectores, que tras el renacer como foco político de ese nacionalismo excluyente que supone el nacionalismo español, uno no podrá más que volver a sentir repudio y vergüenza el próximo 12 de octubre. Que como gallego, sentirá empatía por todos aquellos que celebran el día de la resistencia indígena y que como ciudadano del estado español –aunque únicamente sea por orden y gracia de nuestro DNI– intentaré reflexionar en la medida de lo posible sobre los políticos catalanes presos únicamente por pretender consultar la voluntad de su pueblo, acerca de la realidad social de un conflicto estancado en Euskadi por la incompetencia de un estado que buscaba vencer, pero no convencer, y sin duda reflexionaré sobre el estado vital de una nación gallega en donde decenas de jóvenes son represaliados económicamente por intentar acceder a sus estadios de fútbol con la bandera que los representa, mientras otros muchos emigran o gastan su muy escaso sueldo en tortuosos viajes por autopistas de capital extranjero o trenes de corta distancia, pero alto precio. Muchos pensaremos en un estado que habla de pluralidad nacional, pero no duda en dar vía libre en sus calles al fascismo cuando un pueblo pide que esta sea legalmente efectiva. El 12 de octubre, en la ya a todas luces fallida democracia española, muchos no tenemos nada que celebrar, excepto nuestra resistencia. Feliz día de la resistencia indígena, feliz día de la resistencia de aquellos pueblos que no se resignan a someterse a una bandera, sino que buscan construir un proyecto político común.

«Morreu aquel que eu quería
e para min non hai consolo:
so hai para min, Castilla,
a mala lei que che teño.

Permita Deus, casteláns,
casteláns que aborrezo,
que antes os galegos morran
que ir a pedirvos sustento.»

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«Egia bat esateagatik,
alabak
hil behar bazaizkit,
andrea
bortxatu behar badidate,
etxea
lurrarekin
berdindu behar bazait;
Egia bat esateagatik,
ebaki behar badidate
nik eskribitzen
dudan
eskua,
nik kantatzen
dudan
mihina;
Egia bat esateagatik,
nire izena
kenduko badute
euskal literaturaren
urrezko
orrietatik,
inoiz,
inola,
inun
eznaiz
isilduko.»

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