No todos están de fiesta en EEUU: la precariedad alimentaria es mucho mayor que antes del Covid

En Washington, los principales bancos de alimentos registraron un aumento en la asistencia de más del 60% con respecto a 2019.

Sasha Abramsky – A l’encontre – Traducción de Ruben Navarro

Cuando la pandemia de Covid-19 sacudió la economía en la primavera y el verano de 2020, decenas de millones de estadounidenses perdieron su trabajo y quedaron más expuestos al hambre. Como resultado de esa situación, el recurso a la red de bancos de alimentos del país aumentó repentinamente.

Antes de la pandemia y al comienzo de la misma, los bancos de alimentos distribuyeron 1.100 millones de libras [1 libra = 0,453 kg] de alimentos en el primer trimestre de 2020. En el otoño [del hemisferio norte] del mismo año, repartieron 1.700 millones de libras de alimentos.

Desde entonces, este aumento impresionante se estabilizó e incluso ha disminuido un poco en muchos lugares, pero esto no significa que el país ya no sufra una epidemia de inseguridad alimentaria. Al contrario: los principales bancos de alimentos del país informan regularmente sobre los niveles de necesidad -y de distribución de alimentos para tratar de satisfacer esa necesidad- mucho más elevados que antes del Covid.

En Washington, por ejemplo, los principales bancos de alimentos registraron un aumento en la frecuentación de más del 60% con respecto a 2019. En otros términos, mientras se acerca Thanksgiving [Día de acción de gracias], millones de estadounidenses luchan diariamente para alimentar a sus familias y cuentan para ello con lo mínimo. Si logran preparar una buena comida, es casi exclusivamente gracias a las organizaciones caritativas de alimentos, a los voluntarios que trabajan en ellas y a los donantes.

Al mismo tiempo, la inscripción en el Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP) aumentó en 7 millones desde hace dos años. Más de 42 millones de estadounidenses reciben actualmente bonos de alimentos. De ellos, más de 4 de cada 10 son miembros de familias en las que al menos una persona trabaja.

En una gran parte del Sur, más del 15% de la población recibe el SNAP. En Nuevo México, el estado con el mayor uso de cupones de alimentos del país, más de uno de cada cinco habitantes está inscrito en el SNAP. Para responder al aumento del recurso al SNAP, la administración Biden implementó el mayor aumento permanente del valor de los cupones a principios de 2021. Con ese aumento, una familia de cuatro miembros puede recibir hasta 835 dólares al mes de SNAP.

En alguna medida, estas cifras y la resistencia del SNAP ante la arraigada hostilidad de los conservadores hacia el programa son un éxito: decenas de millones de estadounidenses carecen de la suficiente seguridad económica para alimentarse fácilmente a sí mismos y a sus familias. Y, afortunadamente, el país no sufre una epidemia de hambre. Al contrario, las redes de beneficencia funcionan a pleno, con mecanismos de distribución de alimentos para combatir el hambre de la gran mayoría de los beneficiarios. Al mismo tiempo, el SNAP se ha convertido en el éxito de facto de una red de seguridad social que, por otra parte, está en declive.

Pero, desde otra perspectiva, estas cifras son una acusación devastadora del actual modelo económico de Estados Unidos: en el país más rico del mundo, con más multimillonarios que en cualquier otro lugar del planeta, un gran porcentaje de la población no tiene la capacidad de dedicar los recursos financieros necesarios para alimentarse y alimentar a sus hijos sin problemas. En vez de eso, se ven obligados a recurrir a la caridad o a las ayudas gubernamentales. Muchas personas que dependen de la ayuda alimentaria tienen trabajo, pero no un trabajo que les permita comprar los alimentos que sus familias necesitan.

En el Sur, en particular, donde en pocos lugares el salario mínimo local supera el mínimo federal de 7,25 dólares por hora (menos de la mitad que en ciudades y estados que han apostado por el «salario digno» de 15 dólares en los últimos años), el escándalo de la inseguridad alimentaria de los trabajadores pobres sigue estando omnipresente.

Se trata de una crisis -ampliada, pero en ningún caso creada, por la pandemia- que no se debe a fallos en la producción de alimentos, sino al aumento de las desigualdades. Está claro que no hay escasez de alimentos en Estados Unidos, pero sí hay escasez de ingresos disponibles para un porcentaje creciente de personas que se encuentran en la parte más baja de la escala económica. En nuestra sociedad, nos hemos acostumbrado a la terrible realidad de las familias que sufren la escasez de alimentos en un contexto de superabundancia de alimentos básicos.

Mientras el país se prepara para celebrar, este 25 de noviembre la fiesta de Thanksgiving que para muchos supone un gran festín con la familia y los amigos, esta crisis se ve agravada por meses de alta inflación, sobre todo en sectores clave de la economía, como los carburantes y los alimentos. El precio de algunos tipos de carne ha subido casi un 10% en el último año. Lo más preocupante es que este verano, en varias categorías de alimentos, como los huevos, los precios empezaron a subir un ritmo de 3% por mes.

Si la situación se prolonga, tendrá un enorme impacto en el poder adquisitivo de los estadounidenses pobres, que ya gastan una parte desproporcionada de sus limitados ingresos en alimentos. Mientras que la cantidad media del ingreso personal disponible que los estadounidenses gastan en comida (para prepararla en sus casas) se redujo del 13,7% en 1960 al 5,7% en 2000, a medida que los ingresos aumentaban y el costo de los alimentos disminuía, para los estadounidenses pobres nunca fue así. Según las estimaciones (de hace cinco años) del departamento de agricultura [USDA] , la quinta parte más pobre de los estadounidenses seguía gastando entre el 28% y el 42% de sus ingresos brutos en alimentos.

Dado que los estadounidenses de bajos ingresos también se ven especialmente afectados por el aumento de los precios de la vivienda, del combustible y de una serie de bienes de consumo como los coches usados, las presiones inflacionistas dentro de la industria alimentaria amenazan con hacer aún más peligrosa la cuerda floja económica en la que se encuentran.

Por ello, aunque la tasa de desempleo general haya vuelto a situarse a niveles cercanos a los de antes de la pandemia -los últimos datos del Bureau of Labor Statistics [Oficina de estadísticas laborales] muestran una tasa de desempleo del 4,6%-, aunque los índices de pobreza general hayan caído a niveles históricamente bajos gracias a la intervención masiva del gobierno en la economía, la inseguridad alimentaria sigue siendo un fenómeno generalizado en Estados Unidos. (Publicado en Truthout, 25-11-2021, con el título Not Everyone Is Feasting. Food Insecurity Is Much Higher Than Before COVID.

* Sasha Abramsky es profesora de la Universidad de California y periodista independiente.

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