Julián Besteiro sobre el fascismo español en la primavera de 1923

Besteiro se hacía eco de las noticias sobre la creación del mencionado grupo en Cataluña y de su interés en buscar un “Mussolini” en España, dividiéndose entre los partidarios de don Jaime, los que pensaban en De La Cierva, y por fin, los que creían que podría ser Lerroux

Por Eduardo Montagut

En la primavera de 1923 nació en Barcelona el grupo fascista conocido como La Traza como una especie de fuerza de choque contra el movimiento obrero, y vinculado a ciertos sectores militares, como un paso más allá del Sindicato Libre y el Somatén. Se ofreció a Primo de Rivera, a la sazón capitán General de Cataluña, en un Manifiesto que publicó en el mes de julio de ese año, como una fuerza paramilitar en apoyo de una dictadura. La Traza participó en el recibimiento al rey Alfonso XIII y a Miguel Primo de Rivera cuando regresaron del viaje a la Italia fascista el 1 de diciembre de ese año, ya establecida la Dictadura desde el golpe de septiembre. En todo caso, muchos integrantes de La Traza terminarían por ingresar en la Unión Patriótica cuando el dictador optó por una solución menos fascista, y más próxima al Somatén y con la nueva formación política que creó. Algunos, en cambio, se negaron a participar en esta estrategia y crearon otros grupos.

Pues bien, al calor de la creación de La Traza y de una formación fascista en Madrid, Julián Besteiro hizo su particular lectura de la llegada del fascismo a España a primeros de abril de 1923 en El Imparcial, aunque luego El Socialista recogiera su artículo en sus páginas.

Besteiro se hacía eco de las noticias sobre la creación del mencionado grupo en Cataluña y de su interés en buscar un “Mussolini” en España, dividiéndose entre los partidarios de don Jaime (La Traza surgió en un momento de auge del “jaimismo”), los que pensaban en De La Cierva, y por fin, los que creían que podría ser Lerroux, tres personajes que, a juicio del socialista, eran distintos, pero con una “sola fantasmagoría verdadera”.

Todo esto hacía pensar a Besteiro que los primeros pasos del fascismo en España eran raros y hasta desconcertantes, algo que auguraba el fracaso. Recordaba, además, que después de las barbaridades que se padecían en España sobre la falta de respeto a la vida y libertades humanas por parte de todo tipo de grupos, matones y con el apoyo de altas autoridades, aludiendo, principalmente, a Martínez Anido, nada podía sorprender. Es más, había llegado a ser tan habitual el exceso de pasión y la escasez de ideas, así como el abuso de la violencia y el desenfreno de las ansias de dominio que se encubrían bajo el principio de autoridad, y el empleo del terror como arma secular de los tiranos, que ya nada asombraba.

Besteiro dedicó gran parte de su artículo a analizar el fascismo italiano y el concepto de dictadura, comenzando con Roma, pero la dictadura en su momento ya no tenía el carácter benéfico que podría haber tenido en la Antigüedad. Era consciente que existía el concepto de dictadura del proletariado como medio para realizar el socialismo, pero avisaba que para Marx la evolución de la sociedad conducía a suprimir la coacción y el Estado, además de recordar que todo gobierno, aún el más democrático, era una dictadura. Besteiro quería dejar claro que, a pesar de todas estas cuestiones, no se podía renunciar a las armas que daba la democracia y dejar en manos de redentores más o menos sinceros el porvenir de la sociedad. Había que estar alerta ante los peligros que entrañaba la interpretación reaccionaria del socialismo, como ya habían advertido Marx y Engels.

El socialismo se basaba en el ejercicio de la política porque era el arma que tenía el proletariado para realizar la transformación económica necesaria para su emancipación, pero nada de socialismo dictatorial, insistía, ni de minorías investidas de poderes discrecionales sin control de las masas. Las dictaduras eran despotismo, y los dictadores, aunque actuasen en nombre de los más altos ideales, habrían sido siempre verdugos del pueblo. Besteiro consideraba que nombres como Mussolini o el fascio pudieran despertar ilusiones en espíritus retardatarios, en personas codiciosas de mando y de poder o en quienes sentían nostalgia de la obediencia, pero creía que en España no tendrían resonancia, precisamente, por lo que había comentado al principio sobre la tradición que había padecido el país de autoritarismo y despotismo.

Además, el término del fascio podía evocar recuerdos históricos, pero los de La Traza en Barcelona, y el de Bloque Nacional de Regeneración Política Española, que era el nombre que había adoptado el partido fascista en Madrid, no significaban nada. Dicho Bloque se había anclado en un concepto de regeneracionismo ya caduco. Por todo ello, pensaba que el fascismo español estaba desorientado y hasta carecía de una denominación adecuada. Lo mejor era, y creemos que con altas dosis de ironía por parte del intelectual socialista, que se adaptara para España el término del fascio, que en italiano se pronunciaba como facho, por lo que en vez de La Traza, lo mejor sería La Facha, y así, los fachistas. Si adoptaban este cambio, Besteiro auguraba éxito a los fascistas en España.

El artículo se publicó en el número del 12 de abril de 1923 de El Socialista.

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