Israel y Palestina: comparar lo incomparable

A lo largo de las décadas se han producido varias guerras debido a la insostenibilidad del sistema de apartheid y, entre otras cosas, porque al gobierno israelí no le interesan la paz y la convivencia.

Por Tania Lezcano

Tras el atentado terrorista de Hamás el pasado 7 de octubre, los medios de comunicación y los gobiernos occidentales han llevado a cabo la que posiblemente sea la mayor estrategia de propaganda en mucho tiempo en lo que a Palestina se refiere. De repente, en los titulares Israel ya no se enfrentaba a Palestina, sino a Hamás. De esta manera, se ha reducido a la población indígena a uno de los tantos grupos que allí operan. Además, respecto a Hamás, como denuncian los diarios israelíes Haaretz o The Times of Israel, cabe recordar que durante años el Likud de Netanyahu decidió apoyar a Hamás en detrimento de la Autoridad Nacional Palestina, reconocida internacionalmente hasta el punto de que en 2012 la ONU concedió a Palestina la condición de «Estado observador no miembro».

Lo que está ocurriendo actualmente es incomprensible sin conocer el origen del Estado de Israel y su ideología basada en el expansionismo. Por eso, nunca se insiste demasiado en difundir la historia, por qué estamos donde estamos, a punto de presenciar en vivo y en directo un exterminio, si nadie hace nada por evitarlo. Parece lo más probable, dada la aterradora pasividad de la comunidad internacional, especialmente de países que se dicen democráticos, como los que conforman la Unión Europea, y que actuaron de forma muy diferente ante la guerra de Ucrania.

La Declaración Balfour y la limpieza étnica

Como ocurre en tantos otros conflictos, quienes pusieron la primera piedra fueron las potencias europeas. En el Acuerdo de Sykes-Picot, en 1916, Francia y Reino Unido decidieron la división de Oriente Próximo en caso de ganar la Primera Guerra Mundial. Entre otros territorios, Reino Unido sería el encargado de administrar Palestina. En 1917, a través de la Declaración Balfour, el gobierno británico apoyaba oficialmente una de las demandas del movimiento sionista: establecer un «hogar nacional» judío en Palestina, si bien en su segundo párrafo dejaba claro que no debían socavarse los derechos de las comunidades que ya vivían allí.

El sionismo como ideología surgió en el siglo XIX y es nacionalista, supremacista e imperialista. Hasta que apareció, las poblaciones judía y palestina habían convivido de forma pacífica en la zona. Tras la Declaración, oleadas de inmigrantes judíos que huían de los pogromos en Europa se refugiaron en la región, recibiendo tratos de favor y privilegios en la compra y gestión de tierras. Así comenzaron los conflictos.

La Declaración Balfour acepta el establecimiento de un «hogar judío» en Palestina.

En 1947, tras años de señales e indicios que nadie quiso ver, la torpeza y la inacción de la comunidad internacional permitió que el sionismo dividiera la tierra palestina y más tarde llevara a cabo una de las peores limpiezas étnicas de la Historia. La ONU propuso un plan de partición de la tierra que el sionismo aceptó en un primer momento porque cualquier concesión le beneficiaba, aunque sus aspiraciones iban mucho más lejos de cualquier manera. Por su parte, el pueblo palestino no estaba dispuesto a aceptar que su tierra fuera dividida e injustamente repartida: el 54 % de la tierra para la población judía, que no era más del 33 %. Por su parte, la palestina, que era el 64 %, recibía menos de la mitad. Por no hablar de que las zonas adjudicadas a los judíos eran las más fértiles. Por último, Reino Unido hizo oídos sordos y no intervino ante las masacres que estaban ocurriendo desde finales de 1947.

En 1948, de forma unilateral tras la retirada de los británicos, el primer ministro israelí, David Ben Gurión (cuyos diarios dan pavor por su supremacismo y racismo exacerbado) declaró la creación del Estado de Israel y se creó un plan específico, el Plan Dalet, explicado en detalle en La limpieza étnica de Palestina, del historiador israelí Ilan Pappé. Este plan contemplaba la expulsión del pueblo palestino. Convivir no era una opción, ya que, como dijo Ben Gurión, las tierras debían pertenecer al pueblo judío, lo que implicaba que querían el territorio sin el pueblo que lo ocupaba.

Desde entonces, Israel intensificó sus acciones de limpieza étnica y provocó que más de 700.000 palestinos y palestinas tuvieran que huir a países vecinos. Es lo que Palestina conoce como la Nakba, la «catástrofe». Esas personas expulsadas nunca han podido regresar. El derecho al retorno está reconocido por la ONU e Israel lo viola sistemáticamente. No solo expulsó a estas personas, sino que destruyó sus aldeas y en muchas ocasiones se plantaron árboles para que cayeran en el olvido. Además, muchas de sus incursiones, acciones de terror y ejecuciones en masa eran propias de oficiales nazis, y bastantes aparecen relatadas en el mencionado libro de Ilan Pappé.

Infografía que muestra cómo los territorios israelíes han ido creciendo desde la partición hasta ahora.

A lo largo de los años, Israel se ha apoderado de más territorio palestino ante la inacción de la comunidad internacional y ha establecido un auténtico sistema de apartheiddenominado así por la ONU— contra la población palestina, tanto en Gaza como en Cisjordania, violando derechos y libertades fundamentales, como la libertad de movimiento, y cometiendo flagrantes delitos, como detenciones arbitrarias y redadas nocturnas, donde trasladan a los detenidos con las manos atadas y los ojos vendados. También el encarcelamiento de entre 500 y 1.000 niños y adolescentes cada año, a quienes se procesa automáticamente y aplica la ley militar, y muchos de los cuales sufren violencia física y verbal, según Save the Children. A esto se añade el robo sistemático de tierras, extorsión, hostigamiento, torturas, etc. Estos últimos delitos los realizan tanto las fuerzas de seguridad como los colonos, que merecen un artículo aparte, ya que lo hacen con el beneplácito del ejército y del gobierno. Ya son más de 700.000 colonos en 300 asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Oriental, considerados ilegales por la comunidad internacional.

Volviendo a la cronología, en junio de 1967 se produjo otro punto culminante, la Guerra de los Seis Días. En esta ocasión, Israel se enfrentó también a Egipto, Siria, Jordania e Irak, ya que pretendió ocupar la Franja de Gaza y la Península del Sinaí, ambas de Egipto; Cisjordania, incluyendo Jerusalén, que pertenecía a Jordania; y los Altos del Golán, de Siria. De hecho, consiguió ocuparlo todo.

Obstáculos para la paz

A lo largo de las décadas se han producido varias guerras debido a la insostenibilidad del sistema de apartheid y, entre otras cosas, porque al gobierno israelí no le interesan la paz y la convivencia. Existen muchos partidos en Israel y algunos, de posturas más moderadas, critican la política de Netanyahu. Su partido, el Likud, es sionista de extrema derecha, y desea continuar con los planes originarios, conseguir el Gran Israel. Sin ir más lejos, el pasado mes de septiembre en la sede de la ONU Netanyahu mostró un mapa de Oriente Medio en el que aparecía el territorio como un único país, Israel, desafiando el derecho internacional, que no lo reconoce.

Por su parte, en el lado palestino existen diferentes facciones y partidos políticos, algunos negacionistas del Estado de Israel, como el islamista Hamás, pero no todos. De hecho, por ejemplo, Hamás ha estado históricamente enfrentado a Fatah, organización fundada en 1958 por Yasser Arafat, de corte secular y socialista, y defensora de la vía de los dos estados. Actualmente está presidida por Mahmud Abbas, presidente a su vez del Estado de Palestina.

Es de sobra conocido que los diferentes planes de paz han terminado en fracaso, pero lo cierto es que en 1967, con motivo de la Guerra de los Seis Días, la ONU estipulaba en su Resolución 242 —ampliamente aceptada— que Israel debía retirarse de las nuevas tierras ocupadas. Por lo tanto, toda la tierra anexionada tras esa fecha no está reconocida y la ONU propone como acuerdo las fronteras anteriores a 1967, algo que también defiende Palestina. Sin embargo, al sionismo israelí no le interesa llegar a un acuerdo de paz porque anhela ese Gran Israel, el mismo motivo por el que no desea establecer unas fronteras definidas. Y, como hemos visto, en la ideología misma del sionismo no se contempla la posibilidad de compartir la tierra, sino de que sea completamente suya, porque, a sus ojos, el pueblo judío es superior.

¿Por qué Hamás e Israel son incomparables?

Desde que este conflicto volvió a nuestras televisiones ha habido un esfuerzo por comparar el ataque de Hamás con la supuesta «autodefensa» de Israel, como si fueran dos fuerzas en igualdad de condiciones. Para quien se haya informado un poco, esto es del todo impreciso por varias razones.

En primer lugar, recordemos que la Franja de Gaza es una de las zonas más densamente pobladas del planeta. Tiene una superficie de 365 km2 en la que se hacinan más de dos millones de personas civiles bloqueadas por tierra, mar y aire desde 2009. Alrededor del 40 % de sus habitantes son menores de 14 años. La Franja no tiene un ejército regular, solo grupos armados de distintas ideologías, lo que hace incomparable la relación de fuerzas con un ejército organizado y uno de los más poderosos del mundo, como es el israelí, que moviliza toda su maquinaria como Estado y que es uno de los más militarizados del mundo. Por lo tanto, no se puede comparar un grupo terrorista con todo un Estado.

Precisamente por esta desigualdad de fuerzas, el daño que Hamás es capaz de generar es infinitamente menor al que puede provocar Israel, como ya estamos viendo. Estamos ante un Estado que viola sistemáticamente el derecho internacional, las resoluciones de la ONU y los tratados internacionales, tanto vinculantes como no.

La situación actual: crímenes de guerra

Tras el ataque de Hamás, Israel ha bombardeado día y noche la franja y ha cortado suministros básicos como agua y electricidad. Según datos de Middle East Monitor, Israel ha lanzado sobre Gaza 6.000 bombas en solo seis días, igualando casi las 7.423 que lanzó Estados Unidos sobre Afganistán en todo el año 2019. Ha movilizado a gran parte de su ejército y ha llamado a filas a 300.000 reservistas en lo que será una incursión terrestre y, parece ser, un nuevo desplazamiento forzoso de la población, una segunda Nakba, la continuación de la limpieza étnica de 1948.

Al escribir este artículo, ha terminado el plazo de 24 horas que Israel dio al millón de personas que viven en el norte de Gaza para huir hacia el sur, anunciando que «Gaza es un campo de batalla». Se les insta a dejar sus hogares y regresar solamente cuando el ejército israelí se lo diga. Aquí cabe mencionar que, 75 años después, las personas refugiadas de 1948 siguen esperando que las dejen regresar y muchas aún guardan las llaves de sus casas. Además, tras urgir la evacuación del hospital Al Quds de la ciudad de Gaza, la Sociedad de la Media Luna Roja Palestina emitió un comunicado expresando la imposibilidad de llevarla a cabo, al haber bebés en incubadoras y personas heridas en estado crítico, y ha llamado a la acción internacional.

Comunicado de la Sociedad de la Media Luna Roja Palestina.

Por si fuera poco, Israel está bombardeando algunos convoyes que huyen hacia el sur y, según confirma Human Rights Watch, ha utilizado fósforo blanco, un agente incendiario cuyo uso está prohibido en zonas pobladas. Entre otras cosas, provoca graves quemaduras de segundo y tercer grado y provoca una mayor mortalidad debido a la absorción del fósforo por parte de los órganos vitales. A ello se une la propaganda, que es una parte importante en toda guerra, y más con las redes sociales. Ya se han desmontado varias noticias falsas, como la de los 40 bebés supuestamente decapitados por Hamás, que fue incluso citada por el presidente estadounidense, Joe Biden, y que ha sido desmentida ante la falta de pruebas.

Otro aspecto que llama enormemente la atención son las declaraciones públicas de miembros del gobierno israelí, que han contribuido más si cabe al proceso de deshumanización. Desde el ministro de Defensa, Yoav Gallant , asegurando que se enfrentan a «animales humanos», pasando por la cónsul general israelí en Nueva York, May Golan, que dice que no le preocupa lo más mínimo la población civil, y llegando al ex primer ministro Naftalí Bennet, que reprendía a un periodista que le preguntaba por los bebés en incubadoras en hospitales de Gaza: «¿Aún me pregunta por civiles? Nos enfrentamos a nazis». Este tipo de declaraciones hace pensar que, si se atreven a decir este tipo de cosas en público como miembros del gobierno, ¿qué no pensarán en privado?

Diferentes reacciones

Resulta cómodo posicionarse en la neutralidad desde la ignorancia más absoluta. La realidad es que no se trata de una guerra, debido a la relación de fuerzas tremendamente desigual, como hemos visto. Y, si añadimos a Hamás el calificativo de «terrorista» —desde aquí no lo vamos a cuestionar—, lo justo es considerar a Israel un Estado terrorista precisamente porque, a pesar de la falsa apariencia de seguridad que se esfuerza por transmitir al exterior, la comisión de crímenes de guerra y violación de los derechos humanos del pueblo palestino es una constante cada día desde 1948.

Afortunadamente, dentro de Israel existen cada vez más voces críticas contra la ocupación, que abogan por la solución de los dos estados. Un ejemplo que vale pena recordar es Breaking the Silence, una organización de soldados veteranos de Israel que luchan por el fin de la ocupación, entre otras cosas, a través de la difusión de sus testimonios, en los que explican cómo es enfrentarse y controlar a una población civil diariamente.

Mientras tanto, las potencias occidentales parecen haber perdido el norte. Nada sorprende el apoyo incondicional de Estados Unidos a la limpieza étnica. También la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se empeña en respaldar ese supuesto «derecho a la autodefensa» e incluso ha visitado Israel. Esta actitud contrasta con la adoptada hace apenas un año, cuando denunciaba acciones de Rusia en Ucrania que incluían el corte de suministros básicos. Si bien es cierto que existen voces discrepantes dentro de la propia Unión, la ausencia de una estrategia común a favor de los derechos humanos pone de manifiesto la decadencia del poder europeo en el mapa mundial.

Solo el pueblo salva al pueblo

Otra prueba de esto es que, tras el comienzo de la escalada, países como Alemania, Francia o Reino Unido no tardaron en prohibir las manifestaciones a favor de Palestina, bajo el pretexto de que implicaban apoyo al terrorismo de Hamás o la posibilidad de causar desórdenes públicos. A pesar de eso, las calles de las grandes capitales europeas se han llenado de miles de personas desafiando la prohibición y enfrentándose a la policía, lo que deja patente la enorme brecha entre los pueblos europeos y sus dirigentes.

Además de estas manifestaciones en suelo europeo, es imprescindible destacar la respuesta de la sociedad en el resto el mundo, que a menudo no tenemos en cuenta desde la perspectiva europea. La unión de los pueblos en solidaridad debería ser el camino a seguir, ignorando y despreciando a todos esos líderes con intereses propios que son capaces de apoyar un genocidio y después aún tendrán la desfachatez de decir eso de: «Nunca más».

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