Hablando sobre deportados españoles a campos nazis (XIX)

Los soldados que fueron hechos prisioneros en el transcurso de la guerra y, por tal motivo, enviados a un campo de concentración, estaban “obligados” a intentar escapar de su prisión –allá donde estuviere- para de nuevo volver a su unidad y continuar combatiendo al enemigo, en este caso a los nazis.

Por Pepe Sedano

XIX.- J’ATTENDRAI LE JOIR ET LA NUIT… LAS FUGAS

Comenzamos un nuevo capítulo para esta serie que se está publicando en la revista on line NR, en la sección de “Voces NR”, al que tan amablemente fui invitado por los responsables de la misma. En esta ocasión escribimos sobre las fugas o el intento de fuga dentro de los campos de concentración nazis durante la II Guerra Mundial. Fugas e intentos los hubo, unos fructificaron –los menos-, otros, en cambio, fracasaron –los más-. Vamos a ver algunos de ellos.

El hombre, por naturaleza, es un ser vivo que necesita su espacio vital, como cualquier animal. El vivir en libertad y poder ir a donde tu mente te diga es, entre otras cosas, un privilegio que solamente goza de él la humanidad. Un animal solamente irá de un sitio para otro en busca de comida, bien pastos para los herbívoros, bien carne para los carnívoros, no por puro placer como pueden hacer los humanos.

El sentirte preso –desde la noche de los tiempos- y no poder gozar de esa libertad de la que hablamos para poder ir a donde te plazca, cuándo y cómo quieras, es lo más humillante que le puede pasar a cualquiera. A veces se está en esa situación porque se han hecho cosas punibles y la justicia te ha castigado a una pena que se ha de cumplir, en otras ha sido todo lo contrario. Le han quitado la vida porque, tras un juicio, se han aplicado las leyes del momento y su “pecado” estaba tipificado con la pérdida de la vida. Pero para aquel que la ha conservado, cada día que ha pasado dentro de un minúsculo receptáculo húmedo, oscuro, insano, un día tras otro, un año tras otro, es gratificante saber que estás vivo, que has aguantado un día más pero, no nos engañemos. Ir quitándole –de día en día- todos los días a los que ha sido condenado tiene que ser terrible. Este que escribe no quisiera estar en la piel de nadie que haya sido sentenciado –hablamos siempre de un juicio justo-, a un período de muchos años, que haya sido privado de esa libertad de la que hablábamos al principio.

A lo largo de la Historia y de la bibliografía, casos reales e imaginarios, los tenemos a cientos. Siempre que busques alguno de éstos los encontramos en bastantes ocasiones. Si nos remontamos al imperio romano siempre se nos vendrá a la cabeza la rebelión del gladiador Espartaco que, aunque no “preso”, tal y como lo entendemos hoy en día –él era esclavo y su “libertad” consistía en luchar en la arena donde también podía morir-, sin embargo, su conciencia lo entendía como tal. No fructificó su rebelión porque todos conocemos el final pero, mientras duró, él y sus compañeros de aventura sí disfrutaron de esa libertad que querían. Seguramente les mereció la pena vivir esos momentos. En el lado contrario, por ejemplo, nos encontramos con el caso de Edmundo Dantés, encerrado en la prisión de la isla de If, que con maña y sacrificio –poniendo su vida en peligro de muerte-, pudo conseguir esa libertad tan ansiada en cualquier prisión, de ayer, de hoy, tal y como hemos podido leer en ese magistral relato de “El conde de Montecristo”. Se me vienen a la cabeza lo que tendrían que pasar los condenados a mazmorras en un castillo, allá por la Alta Edad Media o en cualquier época de la Historia, donde recluían en esos lugares insalubres y malsanos, a veces solo, en otras épocas hacinados, siendo imposible incluso el respirar.

Los campos de concentración nazis no eran mazmorras, no eran cárceles –tal y como las conocemos-, no eran presidios donde estaban condenados a penar sus culpas porque la sociedad allí les había enviado a través de un juicio. Pero, en realidad, eran todas esas cosas en una sola cosa. Se daban todas las circunstancias de una mazmorra, de una cárcel, de un presidio donde estaban condenados a trabajos forzados y, lo que es más duro, que también podían morir en cualquier momento. La vida, en cualquiera de estos campos de los que estamos hablando, no valía nada. La podían arrebatar en el momento más insospechado, cada uno de los prisioneros que habían sido deportados a uno de estos campos era prescindible porque, cada día, llegaban a miles y podían ser sustituidos los que se iban, no por su cuenta (aunque a veces sí), por otro, por otros.

Los soldados que fueron hechos prisioneros en el transcurso de la guerra y, por tal motivo, enviados a un campo de concentración, estaban “obligados” a intentar escapar de su prisión –allá donde estuviere- para de nuevo volver a su unidad y continuar combatiendo al enemigo, en este caso a los nazis. Eso fue precisamente lo que trataron los fugados en aquella magnífica película que todos hemos visto en alguna ocasión, bajo el título de “La gran evasión”. Está basada en hechos reales ocurridos en el transcurso de la guerra en lo que fue el Lutfstalag-III o, como su nombre original era Krieggefangenen Lager der Luttwaffe, o lo que es lo mismo, campo de prisioneros de guerra de la Luttwaffe, es decir del ejército del aire. Igualmente todos conocemos qué pasó al final de esa cinta tan recordada; solo tres pudieron gozar de esa libertad tan ansiada y buscada y lo lograron tras recorrer aquel túnel que hicieron, como los topos, de 103 metros con salida próxima a un bosque, en Zagan, al suroeste de Polonia.

En un campo de concentración de categoría III, o sea, de exterminio, también se dieron esas circunstancias. Unos por ser militares allí destinados, otros por ser judíos, otros por ser contrarios al credo nazi, pero todos recluidos en estos centros de muerte, de dolor continuo y diario. Son más de uno los casos famosos donde se dieron las circunstancias para que tuvieran lugar evasiones en masa o levantamientos en contra de las condiciones de vida en las que estaban en esos centros de ignominia. Y fue precisamente en estos lugares, como decimos, clasificados –según el Protocolo de Wansee- de III categoría, es decir, los que iban a morir directamente una vez que el convoy llegara a cualquiera de esos campos así clasificados, con la excepción de Mauthausen que, aunque con la misma categoría, allí se mataba pero a través del durísimo trabajo diario, donde se produjeron las más sonadas. Los campos clasificados en III categoría eran: Auschwitz II-Birkenau, Treblinka, Sobibor, Chelmno, Majdanek, Belzec y Mauthausen.

2 de agosto de 1943. Tiene lugar el levantamiento del campo de Treblinka. Más de mil prisioneros huyen ese día y se dispersan por el territorio polaco próximo al lugar donde se había erigido este campo. Los mandos SS comenzaron una búsqueda de fugitivos y consiguieron detener a la mayoría de ellos. Solamente unos pocos consiguieron obtener la tan preciada libertad. Como consecuencia de ello, el campo fue desmantelado. 800.000 personas -que habían sido enterradas en varias fosas comunes-, fueron exhumadas y quemadas para no dejar rastro, sus huesos fueron arrojados al río Bug, afluente del río Vístula y éste los llevó hasta el mar Báltico. Los archivos fueron quemados para que no constase el paso de nadie por aquel campo maldito que tantas vidas se llevó.

14 de octubre de 1943. De alguna manera también llegaron hasta este campo las noticias de lo que había sucedido en el de Treblinka. Estoy hablando del campo de Sobibor, también instalado en territorio polaco. Hubo un gran levantamiento de prisioneros y fuga masiva de decenas de ellos. Como en el de Treblinka, las SS salieron en su busca y captura. Algunos fueron detenidos; solamente unos pocos consiguieron huir y obtener esa ansiada libertad.

7 de octubre de 1944. Levantamiento del Sonderkommando del campo de concentración de Auschwitz II-Birkenau. Los prisioneros en este kommando eran los encargados de sacar de las cámaras de gas a los detenidos muertos que habían sido gaseados, llevarlos a la sala contigua donde estaban los hornos crematorios y, uno tras otro, hacerlos desaparecer. La falta de Zyklon B retrasaba las cremaciones y los detenidos en este kommando pensaron que los próximos en morir iban a ser ellos. Se levantaron en armas, volaron el crematorio 4 pero todos ellos fueron ejecutados porque no triunfó la intentona. Incluso las mujeres que les habían suministrado la pólvora fueron ahorcadas a los pocos días.

17 de enero de 1945. Tal día tuvo lugar el levantamiento en el campo de Chelmno que, como los anteriores, también estaba ubicado en territorio polaco. El avance ruso era imparable y los responsables SS quisieron que no quedara resto alguno, como ya se había hecho anteriormente en Treblinka. “A partir de septiembre de 1944, un grupo de prisioneros judíos es forzado a exhumar y quemar los cuerpos de las fosas comunes de Chelmno como parte de Aktion 1005, el plan alemán de borrar toda la evidencia de los asesinatos en masa. La noche en que el ejército soviético se acerca al centro de exterminio de Chelmno, los alemanes deciden abandonar el campo. Antes de partir, los alemanes comienzan a matar el resto de los prisioneros judíos. Algunos de los prisioneros resisten y se fugan. Tres prisioneros sobreviven. Al menos 152.000 personas fueron asesinadas en Chelmno”.

En Mauthausen hubo varios intentos de fuga y, casi todos, volvieron al mismo lugar al ser detenidos. El primero que lo intentó, lo hizo el 30 de julio de 1.942. Su nombre era Hans Bonarewitz, que estaba destinado en la lavandería del campo y se decidió a poner en marcha un plan de fuga que, desde luego, no tenía pensado. Fue instantáneo, tal y como lo pensó, lo ejecutó sin tener en cuenta las posibilidades de éxito que podría o no tener. “Se camufló en uno de los cajones consiguiendo, a bordo del camión, cruzar la puerta, pero fue descubierto en la operación de vaciado y llevado de regreso al campo siendo condenado a la horca (estuvieron dos días buscándole). El domingo, hicieron formar a todos los presos en la Appellplatz (más de 10.000), para presenciar el espectáculo. Hicieron formar a la banda y el coro del campo, y montado sobre una plataforma de cuatro ruedas tirada por compañeros austriacos y el cajón utilizado para su intento de fuga en su espalda, la banda y el coro le iban tocando una canción de moda: J’attendrai” (esperaré. En realidad la canción comenzaba con las estrofas que siguen: J’attendrai le joir et la nuit, j’attendrai toujours ton retour, que traducido del francés dice: “esperaré el día y la noche, esperaré siempre tu regreso”, que todos hemos escuchado alguna vez).

Para la redacción de este artículo nos han servido de base los documentos en línea que siguen:

https://encyclopedia.ushmm.org/content/es/article/killing-center-revolts

http://holocaustoenespanol.blogspot.com/2009/11/fuga-del-campo-de-concentracion-1.html

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