Hablando sobre deportados españoles a campos nazis (IX)

La vida, para los deportados que estaban destinados en la cantera, valía muy poco. Se calculaba que la esperanza de vida de los que allí estaban trabajando a diario era solamente de seis meses como mucho. 

Por Pepe Sedano

IX.- EN LAS CANTERAS DE MAUTHAUSEN Y DE GUSEN

En esta nueva ocasión nos vamos a meter en una de las dos canteras de las que vamos a “hablar” hoy para los lectores de NR, en la de Mauthausen. Pero antes vamos a ver para qué querían las autoridades de las SS tener en funcionamiento una cantera, o varias –como es el caso que nos ocupa-, puesto que en Gusen llegaron a funcionar hasta tres, en los tres kommandos que con ese mismo nombre se erigieron (Gusen I, II y III) para poner en valor esas canteras de granito que tanto era demandado. Se ha dicho en más de una ocasión que las SS de Heinrich Himmler -el Reichführer de las SS-, eran un Estado dentro del propio Estado alemán. Funcionaban en la mayoría de los casos aparte del resto aunque, eso sí, ligados orgánicamente a la estructura del Estado nazi. Tenían ejército propio, graduaciones diferentes a las de la Wehrmacht, uniforme distinto –por cierto, diseñado y confeccionado en los talleres alemanes de Hugo Boss-, y “caja” distinta. Incluso se dio más de un caso de malversación de caudales.

Para esa “guardia pretoriana” todo tenía un precio que había que pagar. Te iba la vida en ello. Tener una cantera en explotación con una mano de obra que no te costaba apenas nada –ya que lo que se invertía en comida era prácticamente nada-, y sin embargo todo lo que producías tenía un valor importante en RM, o lo que es lo mismo, Reichsmark (marcos del Reich). Y si tenías más de una… era impensable la cantidad de dinero que entraba en cada suministro de bloques de granito que iban camino de diferentes ciudades alemanas o austríacas para la construcción de enormes edificios que paliaran en ansia megalómana de Adolf Hitler. Las más importantes, desde luego fueron la cantera de Wienergraben junto al campo matriz de Mauthausen, y la cantera de Kastenhofen, junto al kommando Gusen I (en mayo de 1940 se había completado este kommando, que más tarde será un campo aunque dependiendo administrativamente del matriz, junto a esa cantera que hemos referido. Los primeros alojados en él llegaron en abril, mientras que los primeros deportados llegaron a Gusen en mayo de 1940, procedentes de los campos de Dachau y de Sachsenhausen. En 1941 y 1942 Gusen llegó a tener más deportados que el campo principal y en los inviernos de esos años también es verdad que los muertos diarios eran de varias decenas, bien por enfermedades, bien por el frío y por la falta de calorías en la comida, bien por el trabajo exhaustivo que realizaban, lo cierto es que la población de los mismos menguó considerablemente aunque para las SS no había problema alguno. Cada día llegaba más de un convoy que sustituía a los que habían fallecido.

Decíamos que en el campo principal existía, junto a él, la cantera de Wienergraben. Se accedía a ella –como dijimos en un capítulo anterior-, a través del “sendero de la sangre” que terminaba al principio de la “escalera de la muerte”, – de 186 peldaños irregulares esculpidos en el granito-, habiendo pasado antes, junto al “sendero de la sangre”, por la “pared de los paracaidistas”. Así se accedía a la cantera en sí. Dentro de la cantera parecía que existiera un gran hormiguero pero, en esta ocasión, las hormigas eran personas, eran deportados y cada uno de ellos tenía su ocupación dentro de la misma. Eso sí, vigilados desde distintos puntos de esa cantera por los guardias SS que, con gatillo fácil, no dudaban en utilizar sus armas si veían algo que se saliera de la norma; sin preguntar qué estaba haciendo ese que, al parecer, no hacía lo que le correspondía, sonaba un disparo y una víctima más.

Allí dentro estaban los martilleros perforando para, una vez dispuestas las perforaciones y completadas cada una de ellas con los cartuchos de dinamita, prendidas las mechas, explotaban y era la materia prima necesaria para que los talladores comenzaran, cincel y martillo, a darle forma de sillares con un peso aproximado entre los 20 y los 25 kilos. Una vez que se habían confeccionado suficientes sillares de ese granito, un número indeterminado de esos deportados, con un ángulo de madera a la espalda con dos correas para introducir los brazos, llevaban en ese aparato que decimos, un bloque de granito cada uno. Subían, en este caso la “escalera de la muerte” todos a la vez en formación de cuatro o cinco de frente, unos detrás de los otros, hasta culminar el último escalón de la misma para enfilar el “sendero de la sangre”. Eso era lo normal, el día a día. No obstante, se dieron casos en que uno de los soldados que estaba arriba de la escalera, cuando llegaba la primera fila, les empujaba para que -escaleras abajo- cayeran, los primeros arrastrando a los que venían detrás. Cuando paraban esos cuerpos de caer, al final lo que había era un amasijo de cuerpos lacerados por los propios bloques de granito y por las afiladas aristas de cada uno de los escalones de esa escalera mortífera. A eso lo bautizaron los soldados SS como el “juego de bolos”. Afortunadamente no era a diario pero a veces sucedió. La vida, para los deportados que estaban destinados en la cantera, valía muy poco. Se calculaba que la esperanza de vida de los que allí estaban trabajando a diario era solamente de seis meses como mucho. De hecho, muchos de los que tenían ese trabajo no superaron sus “demonios” y no esperaron llegar a esos seis meses. Se despeñaron desde lo alto de la pared donde estaba el tajo de la cantera, o sea, desde la “pared de los paracaidistas”. Era una liberación para quien optó por ese método. La cantera, en Mauthausen, era el peor destino que le podía tocar a un deportado.

A unos 5 kilómetros del campo matriz se encontraba otra cantera de granito que las autoridades SS quisieron explotar ya que la demanda era muy alta y la cantera del campo principal no daba abasto para suministrar tanto pedido como se le realizaba. Erigieron un kommando con el nombre del lugar: Gusen, y enviaron –y continuaron enviando deportados que accedían al campo principal-, a miles y miles de deportados, tanto es así que, al poco tiempo, erigieron los kommandos de Gusen II y Gusen III para poner en valor las canteras existentes en esos lugares y abastecer, de esta manera, los pedidos que no cesaban de llegar. Los responsables se frotaban las manos puesto que los marcos del Reich fluían y fluían como un torrente como tampoco se interrumpían esos convoyes repletos de deportados de los diferentes lugares de Centroeuropa y sobre todo de soldados del ejército ruso. Adolf Eichmann, el encargado de la Sección IV.B4 de las SS, o sea, la oficina que se encargaba de la distribución de los diferentes convoyes con deportados a los distintos campos de concentración nazis, era muy diligente y cumplía, a rajatabla, los encargos que sus jefes les hacía. Hizo hincapié -en el juicio de Jerusalén donde se le juzgó a principios de los años 60 del pasado siglo, ya que un comando del Mossad lo secuestró en Argentina y le llevaron a Israel a juzgarlo, le condenaron a muerte y lo ejecutaron-, que él cumplió a rajatabla con el encargo y las órdenes que se le había encomendado. El tema de la obediencia debida fue muy recurrente entre todos los máximos dirigentes nazis que fueron capturados con vida, juzgados y sentenciados aunque, desde luego, no fue eximente alguna el querer basar toda su defensa en ese premisa. Los sentenciados a muerte no se libraron de ella y los que fueron condenados a años de prisión, las cumplieron. Incluso las de cadena perpetua –como fue el caso de Rudolpf Hess-, hasta que no falleció no se le consintió, ni siquiera por la edad que tenía, a que saliese libre de la cárcel de Spandau, en Berlín, donde cumplió la condena-es verdad que una de las potencias, Rusia, no permitió que saliese-; solo lo hizo muerto.

El comandante del campo de Mauthausen era Franz Ziereis, desde agosto de 1939 hasta que fue liberado el campo el 5 de mayo de 1945. Huyó pero a los pocos días fue localizado y en su intento de fuga se le disparó por soldados americanos y murió a las pocas horas como consecuencia de las heridas. Apenas intervino en los castigos y muertes, para eso tenía a sus lugartenientes como Georg Bachmaier,entre otros. El comandante de Gusen fue –hasta el otoño de 1942-, Karl Chmielewski. Él fue quien dirigió el campo desde su apertura. Fue en el ejército donde tuvo la oportunidad de acercarse a los campos de concentración, incluso a gestionarlos. Su primera experiencia la tuvo en el campo de Sachsenhausen. Aquí fue donde adquirió la experiencia necesaria para otras empresas futuras. Fue, como se dice, el trampolín para ocupar otras jefaturas. Cuando llegó a Gusen puso en práctica un nuevo método de tortura que había inventado, rizando el rizo, era novedoso puesto que le llamó la todebadeaktionen o «acción del baño de la muerte» que se cobró la vida de miles de prisioneros, entre ellos numerosos españoles. Se perpetró, principalmente, en Gusen. Los SS obturaban los desagües de la sala de duchas para formar una pequeña piscina en la que ahogaban a los infortunados reclusos. Este comandante era, además de violento, alcohólico. Le gustaba participar en las torturas y en el asesinato de los prisioneros. Huyó al finalizar la guerra. No sería hasta finales de los años cincuenta del pasado siglo cuando fue localizado y detenido. Tras el juicio correspondiente fue condenado en 1961 a cadena perpetua.

El noventa por ciento de todas las muertes de españoles republicanos deportados a Mauthausen ocurrió por estar destinados en las canteras, en cualquiera de ellas, tanto en la del campo matriz, la Wienergraben, como en cualquiera de las tres que se explotaron en los diversos kommandos de Gusen –ya sabemos que fueron el I, el II y el III-, siendo la cantera del primero, o sea, la Kastenhofen, la que más víctimas anotó en sus libros de fallecidos. Curiosamente todos los fallecidos tenían eufemísticamente, como causa de la muerte, la enfermedad que le “tocaba”, según el orden de una serie de enfermedades anotadas en un listado; cuando se llegaba al final de esa lista se volvía a empezar, como causa de la muerte, la primera, la segunda y así sucesivamente. Sería muy raro, si es que alguna vez se dio el caso, que la causa de la muerte coincidiera con la que –según la lista-, le habían asignado a esa persona. El invierno de 1941 fue terrible, tanto es así que –como hemos visto en los primeros apartados de este artículo-, fueron decenas y decenas de españoles los que perdieron su vida a las condiciones tan inhumanas con las que tenían que convivir un día detrás de otro. El invierno se encargó de ir aclarando los barracones y las literas pero, para los mandos de los campos, eso no importaba puesto que, como hemos visto, los trenes no dejaban de llegar a la estación de Mauthausen y de ahí al campo principal y de éste al de Gusen. Ese era el circuito cerrado que te llevaba al otro mundo.

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