El ataque a Kiwirok es muestra del peor colonialismo de Indonesia

Lluvia de fuego indonesio sobre el distrito de Kiwirok, en Papúa Occidental, muestra hasta qué punto la crueldad del colonizador no tiene límites

Por Julie Wark / Open Democracy

Un amigo de Papúa Occidental acaba de enviarme un nuevo documental (por favor, lector, véalo más abajo). Se llama Paradise Bombed y trata de lo que ocurrió cuando, hace casi 2 años, en octubre de 2021, una mortífera lluvia de metal incandescente cayó sobre Kiwirok, uno de los lugares más remotos de la tierra.

El primer contacto con algunas aldeas indígenas de este territorio se produjo en el año 2000 pero, sólo dos décadas después, la modernidad, en forma de drones chinos, morteros serbios y cohetes franceses, llegó para aniquilarlas. Los ataques militares indonesios a Kiwirok, a unos doce kilómetros de la frontera de la Papúa Occidental ocupada con la Papúa Nueva Guinea (PNG) independiente, en un área de densa selva tropical y altas montañas, son lo suficientemente aterradores como para hacer llorar a cualquiera que no tenga el corazón de piedra al ver este documental.

Pero peor es saber que estos bombardeos son sólo una pequeña pieza en un patrón de atrocidades llevadas a cabo por Indonesia con total impunidad, contando con el encubrimiento y asistencia de sus aliados en democracias respetables.

Hay mucha información disponible, pero las atrocidades siguen ocurriendo. Si se hacen las preguntas esenciales de ¿qué? (bombardeos, morteros, cohetes, fusiles automáticos M16 y ataques de francotiradores), ¿dónde? (Kiwirok), ¿cuándo? (octubre de 2021), ¿cómo? (armas modernas suministradas por los aliados occidentales de Indonesia), ¿por qué? (acaparamiento de tierras para minería, aceite de palma, etcétera), y ¿quién?, la última -¿quién? – es la más dura y realmente molesta.

En este tipo de crímenes, el ¿quién? suele referirse a las víctimas, pero rara vez a los responsablesporque tienen todo tipo de formas de encubrirse. Los filósofos alemanes Christoph Demmerling y Hilge Landweer (citados por Carolin Emcke en Contra el odioescriben que «las disposiciones colectivas de odio y desprecio […] no pueden subsistir sin las correspondientes ideologías que representan a las personas socialmente despreciadas u odiadas como un daño social, un peligro o una amenaza». Indonesia representa descaradamente a las personas odiadas de Papúa Occidental como un «daño social» que se interpone en el camino del «desarrollo», terroristas armados con arcos y flechas que amenazan el progreso (¿el progreso de quién?).

En 1981, la Operación Limpieza del ejército indonesio contra la resistencia de Papúa Occidental a su ocupación militar, bendecida por la ONU utilizó un eslogan que expresaba claramente su intención genocida: «Que las ratas corran a la selva para que las gallinas puedan criar en el gallinero». Las «ratas» eran papúes occidentales y las «gallinas» transmigrantes indonesios a los que se utiliza para crear zonas de distensión y ocupar la tierra de un modo favorable a los intereses indonesios.

No encuentro palabras para describir estas acciones, es exasperante. Pero sí puedo detallar algunas de las «disposiciones de odio y desprecio» colectivas de los responsables de esta terrible historia, es decir, todo lo que los gobiernos occidentales y las empresas transnacionales han estado favoreciendo, instigando y tolerando durante décadas, y lo que están permitiendo las «ideologías correspondientes» del neoliberalismo, la ignorancia generalizada, la indiferencia y la impotencia.

El primer relato es la experiencia personal de Benny Wenda, presidente interino del Movimiento Unido de Liberación de Papúa Occidental (ULMWP). En 1977-1978, en los ataques contra el valle de Baliem, en las Tierras Altas Centrales, 4.146 personas fueron asesinadas en bombardeos aéreos y ametrallamientos de aldeas desde aviones Bronco OV-10 suministrados por Estados Unidos, así como en fusilamientos masivos. En 1977, la aviación militar indonesia bombardeó muchas aldeas lani de las tierras altas, incluida la de Benny. Benny recuerda un ataque en el que quemaron sus chozas y cultivos y muchos miembros de su familia resultaron muertos o heridos. Entre 1977 y 1983, Benny y su familia, junto con otros miles de habitantes de las tierras altas, vivieron escondidos en la selva. La violencia de los militares seguía siendo una amenaza constante.

En Papúa Occidental, la violencia sexual y la tortura son formas privilegiadas de deshumanización. La Comisión Asiática de Derechos Humanos informa de que, en el mismo periodo, la gente fue «torturada con bayonetas calientes… Los líderes de las aldeas de Tiom fueron desfigurados con navajas, los civiles fueron golpeados con hachas y algunos otros fueron enterrados vivos…». Estos informes están disponibles desde hace años. Pero no se ha tomado ninguna medida contra los autores, ninguna medida contra los militares indonesios que los facilitaron, y que siguen facilitándolos porque a nadie parece importarle lo suficiente como para detenerlos.

Kiwirok, en la regencia de Pegunungan Bintang (Montañas de las Estrellas), un distrito más de la «provincia de Papúa» (y no, por supuesto, en lo que realmente es la Papúa Occidental ocupada), de 476,4 km2 tenía una población de 1942 personas en el censo de 2010. Si aún no han muerto, ahora están todos escondidos en las montañas.

Entonces, ¿quiénes son las víctimas? Los Ngalum Kupel, propietarios consuetudinarios de la tierra y hablantes de nek, que practican una economía de subsistencia basada en la tala y quema rotativa, huertos, cerdos, pollos, caza y recolección de alimentos silvestres y medicinas. Desde el punto de vista lingüístico, están estrechamente relacionados con los min, cerca de Tumolbil, en Papúa Nueva Guinea, pero el colonialismo los separó con su cruel frontera, que no respeta en absoluto a las personas ni al entorno natural.

Su cosmología es ética, en sintonía con el mantenimiento del equilibrio de la naturaleza en un universo con el dios Atangki como máximo creador. Para los Ngalum Kupel, sus costumbres y creencias tradicionales son esenciales en todos los aspectos de su vida, como construir una casa, casarse o reparar una construcción, todo ello siguiendo rituales consagrados. Este respeto y apego a su tierra y su cultura les convierte en enemigos de los militares que quieren desenterrarlo todo y envenenarlo en busca de oro, o devastarlo con plantaciones de palma aceitera. Al proteger esta tierra biodiversa y, por extensión, todo el planeta, los Ngalum Kupel se convierten en terroristas a los que hay que exterminar.

En septiembre de 2021 los medios de comunicación indonesios informaron de que miembros del llamado KKB kelompok kriminal bersenjata (Grupo Criminal Armado, en realidad, Movimiento Papúa Libre (OPM)) atacaron un centro de salud de Kiwirok, tras lo cual una enfermera huyó y cayó por un barranco. Según funcionarios citados por la agencia de noticias indonesia Antara, la trabajadora sanitaria «murió tras ser torturada por los terroristas».

No es de extrañar que las calificaciones terroristas de esta historia encuentren un cumplido eco en el extranjero, por ejemplo, en la Agencia de Noticias de la Nueva China, Xinhuanet, que afirma que «delincuentes armados quemaron una clínica de salud …».

A finales de abril, el gobierno indonesio declaró terroristas a grupos criminales armados de las provincias de Papúa y Papúa Occidental “por incitar a la violencia y ser separatistas de la soberanía del país».

Para no quedarse atrás en el compadreo con Indonesia, The West Australian informa: «Kiwirok fue escenario de incendios provocados por rebeldes … El Ejército de Liberación Nacional de Papúa Occidental reivindicó el ataque a las instalaciones públicas … El gobierno indonesio calificó de terroristas a los insurgentes separatistas».

Las noticias falsas inventadas por los militares indonesios y sus aliados forman parte de la misma historia de siempre. Una investigación de la Asamblea Popular de Papúa lo cuenta de otra manera y, dado el patrón habitual, yo diría que con precisión.

Un testigo sugiere que el primer ataque (provocación por parte de los perpetradores) y el segundo (represalia contra su propio crimen) en Kiwirok tenían como objetivo expulsar a los propietarios tradicionales de sus tierras, que están siendo utilizadas para la extracción de oro y cobre como una especie de extensión de la mina de Ok Tedi, al otro lado de la frontera, en Papúa Nueva Guinea.

Los defensores indonesios de los derechos humanos detallan los vínculos entre estas acciones de las fuerzas militares indonesias, la policía reservista y los militares (ahora ministros del gobierno) que intentan ampliar las operaciones mineras.

Uno de los yacimientos de exploración minera actualmente en el punto de mira es Gunung Antaros, situado entre Kiwirok y la frontera con Papúa Nueva Guinea, en la cuenca del río Sepik. Esto corrobora las conclusiones de Benny Wenda, y lo que cualquier observador a largo plazo de Indonesia ha visto ya antes, y es que «el gobierno indonesio está creando violencia y caos para alimentar a sus tropas». Como ordenó el jefe del Parlamento indonesio, Bambang Soesatyo, ‘destrúyanlos primero. Discutiremos las cuestiones de derechos humanos después'».

El documental comienza con el adoctrinamiento a soldados indonesios (una primera muestra de lo incierta que es la legitimidad del gobierno, cuando el adoctrinamiento señala más la represión interna que la protección de los ciudadanos frente a ataques extranjeros).

A continuación describe los atentados, casi un mes después del incidente del centro de salud. Hay imágenes de bombas sin explotar. Los testigos contaron 152 drones. La gente estaba ocupada con las tareas cotidianas. Oyeron los helicópteros y corrieron a esconderse en las montañas. Se dispararon cohetes desde cuatro o cinco helicópteros, morteros desde drones y había soldados con M16 y rifles de francotirador.

Atacaron casas, huertos, cerdos y gallinas con bombas y cohetes. Los helicópteros disparaban proyectiles contra los civiles. Los que no pudieron huir a las montañas para esconderse murieron por los proyectiles y morteros, unas trece personas, principalmente niños y ancianos.

Los que sobrevivieron al ataque intentan ahora mantenerse con vida en las condiciones extremas de las Montañas de la Estrella, uno de los lugares más lluviosos del planeta. Se sabe que al menos doscientos murieron de inanición, pero los desplazados están dispersos en lugares remotos, por lo que muchos más habrían muerto. No pueden regresar a sus aldeas porque están vigiladas por francotiradores indonesios, y las pistas tienen trampas explosivas. Las personas que intentaron regresar han sido asesinadas.

Tortura. Asesinatos. Hambre. Enfermedad. Francotirador. M16. Mortero. Proyectil. Trampa explosiva. Los intereses extranjeros han traído dolor, desplazamiento, sufrimiento y muerte a Kiwirok.

El documental muestra una entrevista con el vicepresidente de la empresa de defensa Thales Australia, Stephen Loosley, quien, al mostrársele los fragmentos de los proyectiles de Thales, frunce los labios con fastidio y afirma: «No estoy familiarizado con esto, así que está claro que no me corresponde a mí hacer comentarios».

De hecho, Loosley, ex senador laborista, está muy familiarizado con muchos secretos del establishment armamentístico australiano como, por ejemplo, presidió la inauguración de la Zona Prohibida de Woomera, el mayor campo de pruebas de armamento terrestre del mundo donde se probaron los vehículos blindados Bushmaster y Hawkei de Thales. En su gremio hay mucha gente tan mala, o incluso peor: gente dispuesta a matar a los ngalum kupel, o a ensayar armas nucleares, con todas las consecuencias, en tierra sagrada aborigen en Woomera, pero que se sienten ofendidos en su respetabilidad cuando un periodista, como el cineasta Kristo Langker, aporta pruebas.

En su presentación, Thales es «más verde» y está «construyendo un futuro en el que todos podemos confiar». El «futuro» que Thales está «construyendo» es en realidad el que se está destruyendo actualmente, como muestra la catástrofe climática causada en gran medida por la devastación de hábitats como la selva tropical de Kiwirok. La desvergonzada mentira oculta en la afirmación «más verde» de Thales es una medida de la ausencia de principios morales en la cultura occidental que representa, entre el confiado «nosotros», el «todos» que excluye a personas como los ngalum kupel.

Tal vez la mayor -o al menos la más perversa- mentira esté en cómo se llama a sí misma esta empresa. Lleva el nombre de uno de los siete sabios, Tales, figura fundacional de la Antigua Grecia a la que se atribuye la formulación del consejo «Conócete a ti mismo», inscrito en el templo de Delfos, dedicado a Apolo.

«Conócete a ti mismo», según el fabricante de armas, está encarnado por un personaje despreciativo que no sabe «nada» de los productos mortíferos que comercializa, con toda la respetabilidad de sabelotodo con camisa azul pálido, corbata estampada (que endereza cuidadosamente antes de que le enseñen fotos de los bombardeos, una «afirmación», dice), y sentado a una mesa impoluta en una oficina de negocios de una sociedad moribunda.

¿Con cuál «nosotros» estamos? En 1941, Hannah Arendt escribió: «Sólo puedes defenderte como la persona como la que te atacan». Se refería a la cuestión de un ejército judío, pero aquí hay mucha más sustancia que la preocupación aparentemente limitada de esta afirmación. Como ¿quiénes son los atacadoslos papúes occidentales? Según su experiencia, se están protegiendo como defensores de su identidad, su cosmología, sus formas de vida, sus selvas, montañas y ríos. Pero los responsables del ataque, que les llaman «ratas», «monos», nadies, son los soldados que empuñan las armas, los Loosleys trajeados, y todos, el supuesto «nosotros» al que Thales reclama confianza tras las «disposiciones colectivas de odio y desprecio» que permiten tratar a los papúes occidentales como alimañas.

Sin embargo, el remedio es sencillo. Un testigo-víctima anónimo de los atentados dice: «Al fabricante de esta bomba, le sugiero por favor que acabe con ello… Deje de fabricar la bomba».

Pero primero tenemos que hacer caso al Tales original, y a lo que Aristóteles llamó el principio de toda sabiduría: «Conócete a ti mismo» y saber quiénes somos como expresión de lo que toleramos, ya sea de cerca o ya sea de lejos.

Atacaron casas, huertos, cerdos y gallinas con bombas y cohetes. Los helicópteros disparaban proyectiles contra los civiles. Los que no pudieron huir a las montañas para esconderse murieron por los proyectiles y morteros, unas trece personas, principalmente niños y ancianos.

Los que sobrevivieron al ataque intentan ahora mantenerse con vida en las condiciones extremas de las Montañas de la Estrella, uno de los lugares más lluviosos del planeta. Se sabe que al menos doscientos murieron de inanición, pero los desplazados están dispersos en lugares remotos, por lo que muchos más habrían muerto. No pueden regresar a sus aldeas porque están vigiladas por francotiradores indonesios, y las pistas tienen trampas explosivas. Las personas que intentaron regresar han sido asesinadas.

Tortura. Asesinatos. Hambre. Enfermedad. Francotirador. M16. Mortero. Proyectil. Trampa explosiva. Los intereses extranjeros han traído dolor, desplazamiento, sufrimiento y muerte a Kiwirok.

El documental muestra una entrevista con el vicepresidente de la empresa de defensa Thales Australia, Stephen Loosley, quien, al mostrársele los fragmentos de los proyectiles de Thales, frunce los labios con fastidio y afirma: «No estoy familiarizado con esto, así que está claro que no me corresponde a mí hacer comentarios».

De hecho, Loosley, ex senador laborista, está muy familiarizado con muchos secretos del establishment armamentístico australiano como, por ejemplo, presidió la inauguración de la Zona Prohibida de Woomera, el mayor campo de pruebas de armamento terrestre del mundo donde se probaron los vehículos blindados Bushmaster y Hawkei de Thales. En su gremio hay mucha gente tan mala, o incluso peor: gente dispuesta a matar a los ngalum kupel, o a ensayar armas nucleares, con todas las consecuencias, en tierra sagrada aborigen en Woomera, pero que se sienten ofendidos en su respetabilidad cuando un periodista, como el cineasta Kristo Langker, aporta pruebas.

En su presentación, Thales es «más verde» y está «construyendo un futuro en el que todos podemos confiar». El «futuro» que Thales está «construyendo» es en realidad el que se está destruyendo actualmente, como muestra la catástrofe climática causada en gran medida por la devastación de hábitats como la selva tropical de Kiwirok. La desvergonzada mentira oculta en la afirmación «más verde» de Thales es una medida de la ausencia de principios morales en la cultura occidental que representa, entre el confiado «nosotros», el «todos» que excluye a personas como los ngalum kupel.

Tal vez la mayor -o al menos la más perversa- mentira esté en cómo se llama a sí misma esta empresa. Lleva el nombre de uno de los siete sabios, Tales, figura fundacional de la Antigua Grecia a la que se atribuye la formulación del consejo «Conócete a ti mismo», inscrito en el templo de Delfos, dedicado a Apolo.

«Conócete a ti mismo», según el fabricante de armas, está encarnado por un personaje despreciativo que no sabe «nada» de los productos mortíferos que comercializa, con toda la respetabilidad de sabelotodo con camisa azul pálido, corbata estampada (que endereza cuidadosamente antes de que le enseñen fotos de los bombardeos, una «afirmación», dice), y sentado a una mesa impoluta en una oficina de negocios de una sociedad moribunda.

¿Con cuál «nosotros» estamos? En 1941, Hannah Arendt escribió: «Sólo puedes defenderte como la persona como la que te atacan». Se refería a la cuestión de un ejército judío, pero aquí hay mucha más sustancia que la preocupación aparentemente limitada de esta afirmación. Como ¿quiénes son los atacadoslos papúes occidentales? Según su experiencia, se están protegiendo como defensores de su identidad, su cosmología, sus formas de vida, sus selvas, montañas y ríos. Pero los responsables del ataque, que les llaman «ratas», «monos», nadies, son los soldados que empuñan las armas, los Loosleys trajeados, y todos, el supuesto «nosotros» al que Thales reclama confianza tras las «disposiciones colectivas de odio y desprecio» que permiten tratar a los papúes occidentales como alimañas.

Sin embargo, el remedio es sencillo. Un testigo-víctima anónimo de los atentados dice: «Al fabricante de esta bomba, le sugiero por favor que acabe con ello… Deje de fabricar la bomba».

Pero primero tenemos que hacer caso al Tales original, y a lo que Aristóteles llamó el principio de toda sabiduría: «Conócete a ti mismo» y saber quiénes somos como expresión de lo que toleramos, ya sea de cerca o ya sea de lejos.

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