Por Pablo González / Eulixe
La ciudad de Stepanakert, capital de la autoproclamada república del Artsaj, es un ejemplo actual del cambio radical que supone para un gran núcleo urbano el inicio de un conflicto armado. Evacuación de personas, problemas con los servicios básicos y suministros, ataques de artillería y drones, todo ellos se entremezcla para crear el estado de guerra en la ciudad.
La ciudad despertó de golpe el 27 de septiembre por varias grandes explosiones. Drones azeríes habían atacado objetivos en Stepanakert, instalaciones militares en su mayoría como depósitos de municiones. Fue la primera señal y con ella llega un elemento destinado a volverse común, la sirena que avisa tanto de ataques a la ciudad como de la presencia de drones.
De momento hay luz, hay gas, hay agua, pero la sensación cambia y parte de los habitantes baja de manera acelerada a los sótanos de sus edificios. Empieza la vida en los refugios.
Los primeros ataques en la ciudad coinciden con el inicio de los combates en el frente. Hay mala cobertura de teléfono, si es que la hay. Por eso los civiles no pueden conectar con sus familiares en el ejército. Incertidumbre. Lo primero es evacuar a los niños, proceso que empieza prácticamente el mismo día 27 de septiembre. Se suspenden las clases y nadie va a estudiar el 28 ya. Pausa que sigue vigente hoy en día. De la noche a la mañana 25 mil niños se quedan sin clases, otros 7 mil jóvenes sin universidades e institutos varios. Las chicas podrán volver a estudiar unas semanas más tarde en Armenia, los chicos se van al frente.
Al comienzo la vida no es tan diferente. Todavía hay servicios básicos. Poco a poco y con el paso de los días eso cambia.
El primer cambio importante es el cierre de las tiendas. Si bien la mayoría de las tiendas de verduras y frutas simplemente dejan fuera su mercancía para que la gente la coja según sus necesidades, esos bienes se acaban rápido, o bien por el consumo, o bien por que se estropean con el paso de los días.
Otras tiendas, la mayoría, simplemente cierran. No hay manera de comprar detergente, papel higiénico, pilas, cerillas, etc. De la comida ni hablamos. Solo se puede comparar pan. Todo lo demás dependerá de las dispensas y de la ayuda humanitaria que empieza a llegar. Carne, pimientos, maíz, guisantes, etc, todo enlatado. Ayuda que los habitantes de esta parte del mundo hacen conservas propias en gran cantidad.
La vida ha bajado a los sótanos. Se han limpiado, se han puesto camas con gran cantidad de mantas, estufas incluso televisiones con un cable de antena tirado de manera acelerada. Con ello estos espacios fríos y húmedos se han convertido en nuevos hogares para miles de personas. Con el paso de los días y el aumento de los ataques, estos lugares serán el lugar de permanencia 23 de las 24 horas del día, intentando salir una hora al menos a asearse a casa y a respirar aire fresco.
La población disminuye. Al cabo de dos semanas de combates, más de la mitad de la gente se ha ido ya. De los 146 mil personas que viven en Artsaj de manera habitual, se han ido más de 75 mil. Los que quedan son en su mayoría gente mayor, que o bien no quieren marchar, o bien trabajan en servicios esenciales. La vida se vuelve más difícil. Tras varios ataques a infraestructuras, la luz se va por varios días. Vuelve, y se vuelve a marchar. Algo parecido pasa con el gas. Mejor se comporta el agua, el servicio casi nunca falla.
Internet, cuando hay electricidad para que funcionen los routers, es bastante lento y funciona con irregularidad aun así. Internet móvil no había casi ni antes del conflicto, ahora es una tecnología que no existe en esta parte del mundo. Las comunicaciones con los familiares por móvil. Los aparatos de botones se vuelven actuales de nuevo, no necesitan recargar casi cada día, lo cual en condiciones de problemas con la electricidad se vuelve fundamental.
Hay días mejores y hay días peores. Los días malos los proyectiles, cohetes enormes de 300mm empiezan a caer a las 6:30 de la mañana. Estás durmiendo y un gran estruendo te despierta. Si es cerca además sientes los temblores y la honda expansiva en los cristales.
Esta “llegada” de proyectiles puede durar todo el día. Los días de sol no son buenos por que los drones tienen más sencillo hacer su trabajo, pero los días de lluvia y niebla no mejoran el panorama, las explosiones sin visibilidad desorientan más y el aire húmedo transmite de otra manera el sonido. La cosa se vuelve aun más agobiante si cabe.
Los vecinos se han ido. Cada vez queda menos gente. Las tiendas cerradas. En la ciudad hay funcionando una o dos farmacias y sus existencias son irregulares. Salir sigue siendo peligroso. La alarma no funciona muchas veces. Los únicos que hay en la ciudad, corriendo o circulando muy deprisa en vehículos son hombres vestidos de camuflaje portando fusiles de asalto.
La ciudad está a oscuras por la noche. Se ven todas las estrellas. Incluso si hay electricidad, todo se apaga por dificultar un poco la actividad enemiga. Es extraño y perturbador. Una ciudad puede pasar muy rápido de la paz a la guerra, creando este día a día. Largas esperas bajo tierra. Servicios mínimos que no siempre funcionan. Inseguridad, incertidumbre, preocupación por los seres queridos con los que no siempre hay contacto. Una guerra en la que no ves al enemigo, pero sus acciones sí las sientes.
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