Por Juan Carlos Senent Sansegundo
Hola Samuel:
Estoy roto por dentro, esa es la verdad. Han terminado las fiestas del Orgullo 2021, las cuales he disfrutado todo lo que he podido, pero me quedo con un sabor amargo tras este Orgullo LGBT. Me he manifestado dos veces en Madrid, por el Orgullo Crítico y en la manifestación estatal. Me he concentrado en el Orgullo de Getafe y me he concentrado, por ti, Samuel.
¿Sabes? Cortamos la calle Gran Vía, la calle San Bernardo, hasta que la policía nos aporreó por protestar contra la homofobia que has sufrido, la que te ha matado. También he salido de fiesta, sí. Lo digo porque como decía el otro día un buen amigo mío, también tenemos derecho a hacerlo, a divertirnos, sin miedo, sin peligro, en un espacio seguro, libre de discriminación y violencia, y este Orgullo 2021 me temo que no ha sido así.
Cuando alguna política habla sobre que ella no se mete en la cama de nadie, refiriéndose a que no discrimina o tiene odio hacía las personas LGBT, me acuerdo de eso, de nuestro derecho a poder caminar por la calle de manera segura, de volver de fiesta de manera segura, me acuerdo del grito feminista “sola y borracha quiero llegar a casa”.
Me acuerdo de nuestro derecho a compartir el espacio público con las personas cisheterosexuales, de poder agarrar a nuestra pareja de la mano, de poder besarla, de poder llevar nuestros símbolos de libertad e igualdad. Porque aunque algunos se empeñen en recluirnos al ámbito privado, a la casa, a lo que hagamos en la cama, ser LGBT no es solo eso, es poder ser, poder vivir como los demás, sin que se ponga en riesgo nuestra integridad como personas y, por tanto, es también ser parte del espacio público y no solo del espacio privado.
Estoy pensando mucho en ti, Samuel. En lo que te ha pasado y la empatía solo me permite emocionarme, empoderarme como persona LGBT para seguir luchando, para que no nos maten por ser, porque a ti ya te han matado.
Pero también siento miedo. Ser un chico bisexual me permite ponerme en tu piel, Samuel. Yo solo soy una persona más, pero estos días del Orgullo viví una situación que, tras conocer lo que te han hecho a ti, matarte, me ha hecho reflexionar.
Iba con una mochila con la bandera arco iris, a la que todavía no entiendo porque algunas personas tienen tanto odio, si es un símbolo de libertad e igualdad, de defensa de los derechos humanos. El caso es que unos chicos menores que yo me hablaron mientras esperaba el autobús nocturno y al verme la mochila uno de ellos me dijo: “Vaya mierda de mochila llevas, con la bandera gay” y lo seguía repitiendo mientras se iba. Ante esas palabras, no sé si bien o mal, decidí moverme de sitio y esperar el autobús más lejos, sentado en unas escaleras en las que había más gente a mí lado, porque el chico que me había dicho ese comentario y sus amigos seguían por allí y estaban esperando también el autobús.
Todo se quedó en eso, pero podría no haber sido así, un puñetazo, patadas, una paliza… Una paliza hasta la muerte, como te ha pasado a ti, Samuel. Por eso, yo hoy me siento tú y creo que ese mismo sentimiento lo tienen todas las personas LGBT. Hoy todos, todas y todes somos tú, Samuel.
Esto está siendo insoportable, Samuel. Te mataron al grito de maricón de mierda, pero resulta que dicen que aquello no fue homofobia. ¿Qué más quieren? Y es que yo también soy un “maricón de mierda”. Eso gritábamos el otro día en la manifestación reclamando justicia para ti, Samuel. Lo soy, porque aunque soy un chico bisexual, también he sufrido homofobia, desde el colegio. No me hizo falta que viniera un inmigrante africano, ni ningún practicante de la religión musulmana para sufrirla. Eran chicos y chicas de familias pudientes, españoles, en un colegio privado. Luego, me siguió pasando en el instituto. Quizás yo no era consciente, entonces, de que aquello era homofobia, pero lo era.
Maricón era una palabra que me había acostumbrado a escuchar. No me gustaba el fútbol, no era un chico con actitudes masculinas e iba siempre con chicas. Te puedes imaginar, Samuel. Es la historia de muchos. Tras los años y las experiencias, me descubrí como persona bisexual y entonces entendí muchas cosas. Entendí que ellos, los que esparcían su homofobia contra mí, se habían dado cuenta antes que yo de que no era heterosexual, pero a mí me costó entenderlo. Posiblemente, aquel rechazo continuo a ser “maricón” no me ayudó mucho. Luego he seguido sufriendo homofobia, bifobia y otras discriminaciones, por la pluma, por el rol sexual. Nada que tú no supieras, estoy seguro, Samuel.
Por suerte a mí nunca me han pegado por mi orientación sexual. Pero tú, Samuel, no has tenido esa suerte. Justo lo estaba pensando hoy, creo que eres el primer caso que vivo de una víctima mortal por homofobia en España. Por eso, tú nombre no se me va a borrar de la memoria, ni a mí, ni a ninguna persona LGBT.
Obviamente, no soy el único que ha sentido miedo. Las madres, las madres que han tenido que hacer un esfuerzo, un cambio de mentalidad en muchos casos, para entendernos, comprendernos y seguir amándonos como hijos suyos, ahora sienten miedo. No te visibilices, no te cojas de la mano de tu novio por la calle.
Y nosotros mismos estamos buscando como defendernos, estamos más cerca unos de otros, para ayudarnos, para sentirnos seguros, a salvo. Pero el miedo no nos puede paralizar, vamos a luchar, porque no podemos más. Y sí, politizaremos tu asesinato, porque ser LGBT es política. Ellos, los que nos odian, nos pegan, nos matan, politizaron nuestras vidas, nuestra existencia. Así que sí, seguiremos hablando en femenino, pintándonos las uñas, haciendo drag, llevando falda, maquillándonos, hasta que comprendáis que lo único que pedimos es nuestro derecho a existir.
No debemos tolerar un insulto, ni un desprecio, ni un puñetazo. No debemos tolerar que por ser homosexuales, bisexuales, trans, se nos mate. No podemos tolerar que esto ocurra en España, un país pionero en el reconocimiento de los derechos de las personas LGBT, por lo que hay que estar muy orgullosos. Nos merecemos una sociedad que nos respete, que nos comprenda, que simplemente nos deje existir. No venimos a homosexualizar a tus hijos, no venimos a destruir la familia, no somos parte de un plan satánico, ni masónico, para dominar el mundo. No somos tampoco ningún lobby o grupo de presión, solo somos gente, gente normal, como tú, que solo queremos vivir en paz, a ser posible sin que se nos mate. ¿Pedimos demasiado?
Para ti Samuel ya es tarde, un grupo de cobardes te propinaron una paliza hasta dejarte sin vida, pero los que nos quedamos aquí creo que tenemos la obligación de exigir una sociedad donde podamos existir, en libertad, con igualdad real y efectiva, con nuestros prójimos cisheterosexuales, con los mismos derechos y, también, los mismos deberes. En eso se basan las sociedades democráticas, en la igualdad de todas las personas.
Samuel, espero que tu muerte no caiga en el olvido. Yo desde luego no la voy a olvidar. Una sociedad que no pone remedio a los suicidios de las personas LGBT, a las agresiones lgbtifóbicas, a la violencia institucional, a los discursos de odio que tenemos que aguantar, ahora también, desde nuestras instituciones democráticas y desde diferentes ámbitos del espectro político, porque esto no va de derechas, ni de izquierdas, es una sociedad que está podrida. Y me gustaría preguntarles a los otros, a nuestros prójimos cisheterosexuales: ¿En qué sociedad queréis vivir? Porque esto no solo depende de nosotras, las personas LGBT, también tenéis mucho que ver, porque compartimos espacio. ¿Queréis una sociedad donde se mate a un joven hasta la muerte al grito de maricón?
Os pido que nos escuchéis, que nos apoyéis, que apreciéis nuestras vidas, por favor. Os necesitamos también, para no sentirnos inseguros por nuestras calles, cuando volvamos a casa de fiesta o del trabajo, en el metro, de comprar o para cuando estemos hablando por videollamada con una amiga en la calle, como te paso a ti, Samuel. Que sepas que la sangre que has derramado no va a ser en vano, porque de las gotas de tu sangre brota rabia, brota fuerza, tras el llanto, para luchar porque no haya otro Samuel en nuestra tierra. ¡Que la tierra te sea leve! Y aunque no te conocía, hoy, te llamaré amigo.
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