Areg Balayan: “El pueblo de Karabakh persiste y resiste, a pesar de las condiciones inhumanas”

photo by Hrayr Sargsyan

La fotografía tiene el poder de encender nuestras emociones más profundas, los pensamientos y los recuerdos que se encuentran dormidos en nosotros.

Por Angelo Nero

Traducción: María Seráns

Areg Balayan es una de las miradas más interesantes en el campo de la fotografía documental armenia, en el que comenzó a trabajar en 2005, simultaneando la fotografía comercial y periodismo. Su educación inicial la realizó en el Instituto de Arte Igityan, especializado en Artes Gráficas, formación que está muy presente en la sensibilidad pictórica de su trabajo. ¿Hasta qué punto está la huella de esta formación gráfica, de la composición y las texturas, en tu trabajo?

Sin duda, el Centro de Arte Igityan ha dejado su huella e influenciado mis ideas estéticas y mi habilidad para la percepción. Sin embargo, también me gustaría resaltar la influencia de mi madre como arquitecta restauradora de monumentos. Estar a su lado desde una edad muy temprana, acompañándola en varios viajes de trabajo y estimaciones, me dio la oportunidad de admirar monumentos de nuestra cultura y examinarlos con todo detalle. Participé activamente en las estimaciones y aprendí el lenguaje de los arquitectos, incluso usando un “calibrador”, no sólo como observador. Esta experiencia resultó ser una escuela maravillosa, aprendí de simetría, proporciones… y a percibir el mundo a mi alrededor. Me permitió sumergirme en las reglas de la belleza que ha pasado el examen del tiempo y permanecido intacta a lo largo de los siglos. Es probable que todo esto me haya formado inconscientemente, por una parte de forma independiente con respecto a mi propia voluntad, por otra llevado por el deseo de ver, apreciar, y compartir la belleza inherente, la que reside en nosotros genéticamente.

Ha trabajado para la agencia de noticias PAN Photo, a través de la cual sus trabajos han llegado a Reuters, Al Jazeera y Daily Mail, entre otros medios periodísticos, además de colaborar frecuentemente con organismo como el Fondo Armenia, la Fundación Shoah, YMCA, ONUDI y la ONU. En muchos casos ocupándote de conflictos sociales o militares. ¿Tienes que sentir en tu propia piel el peso del conflicto para que tu objetivo sea capaz de atrapar el alcance de esos momentos dramáticos?

Es evidente que nuestro país, junto con nuestra región, está plagado de guerras recurrentes. Como muchos otros, considero que la guerra es el más horrible de los desastres naturales (aunque sea, de hecho, creada por el hombre; pues por muy extraño que parezca, la humanidad es parte integral de la naturaleza y de sus seres vivos). Es de resaltar que yo no he tenido ocasión de documentar conflictos en otros países, pero recuerdo una anécdota en 2017, mientras participaba como finalista en la exposición “Direct Look”, dentro del concurso de fotografía documental de Moscú. Después de la exposición, se concertó una charla (de artista) para que yo presentase el proyecto completo, ya que la cantidad de fotografías que podían participar en el concurso era limitada. Durante esa charla, un periodista local hizo una sorprendente e interesante pregunta, algo que no me había sucedido nunca a pesar de mis numerosas entrevistas anteriores; la pregunta fue: “Si, hipotéticamente, estuvieses al otro lado de la frontera ¿qué fotografiarías?” Después de pensar durante unos segundos, respondí: la vida tal cual es, exactamente igual que he hecho en nuestro lado. Por lo tanto, creo que los recursos internos y la compasión no están delimitados por fronteras geográficas. En tiempos de guerra, uno se identifica con todas las formas de vida, sea una hoja de árbol o un individuo desorientado en el suelo. La vida misma se convierte en el único bien tangible e indispensable.

He leído que tu trabajo “intenta generar un espacio para la empatía y el dialogo, e ir más allá de los hechos superficiales”. ¿Puede ser la fotografía un puente para que podamos empatizar con los actores de un conflicto y así procurar las razones que subyacen para que estos se produzcan?

El rango de influencia que puede tener una fotografía es enorme, y creo firmemente que crear un portal a través del medio fotográfico es la misión del fotógrafo. Este portal debe conectar al espectador con la sensorial y enormemente subjetiva naturaleza de la realidad. A través de esta conexión, los individuos pueden verse a sí mismos, sentir lo que han experimentado o incluso revivir experiencias pasadas. Además, la fotografía tiene el poder de encender nuestras emociones más profundas, los pensamientos y los recuerdos que se encuentran dormidos en nosotros. Aunque una fotografía no pueda capturar por completo una experiencia, puede servir de catalizador, animándonos a imaginar y a formar una sólida comprensión de la compleja relación entre la humanidad y la guerra. Puede darnos la habilidad de desarrollar claras perspectivas internas sobre este asunto.

Se te ha situado en la tradición de la fotografía humanista de documentalistas como Robert Cappa y Cartier-Bresson. ¿Crees que la misión social del arte está reñida con una visión poética, que puede albergar belleza incluso en el escenario de un campo de batalla?

Creo que del mismo modo que la luz y la sombra son inseparables, también lo son la belleza y el terror. Igualmente, el cielo y el infierno son inseparables, especialmente cuando estos elementos en contraste existen dentro del mismo individuo. Es importante pensar sobre cómo la guerra impacta en cada persona, considerando el gran número de individuos involucrados, pertenecientes a rangos de edad, roles, responsabilidades y sistemas de valores diferentes. La guerra incluye un amplio rango de experiencias, desde las más odiosas y horribles, hasta las más iluminadoras y loables. Como fotógrafo que documenta la vida, no sería honesto por mi parte dejar de mostrar los bellos momentos que pueden aparecer en medio de la guerra. Estos momentos, como la oscuridad, son gráficos y reales. De hecho, capturar y transmitir la luz de la vida en medio de la guerra me ha ayudado a mantenerme mentalmente sano y a preservar mi habilidad para apreciar la belleza. En cuanto a las escenas perturbadoras, estoy comprometido con las reglas y cualidades de la composición y la luz. Me acerco a ellas con cierto sentimiento de responsabilidad, a pesar de la subjetividad y las desviaciones deliberadas, pues reconozco que la imagen final se convierte en una representación influenciada por mi ego. Para crear una comparación visual, podría hacer referencia a la canción “Avec les temps” de Léo Ferré, en la que el autor canta sobre una de las experiencias más devastadoras que una persona pueda soportar y, sin embargo, se trata de una de las canciones más delicadas y hermosas que he escuchado nunca. En general, la poesía suele sumergirse en el dolor, y ¿quién osaría eliminar la poesía de la fotografía? En mi opinión, la poesía sirve como documento del alma de un momento.

Provocadoras, compasivas y apasionadas”, así definió el prestigioso fotoperiodista John Stanmeyer, las imágenes presentadas en el primer concurso de la Aurora Humanitarian Initiative, de la que fue presidente del jurado, y que te otorgó el primer premio por la fotografía “Finalmente, un poco de descanso”, en la que se presentaron más de 100 fotos de 48 países. ¿Este reconocimiento, junto con otros los premios LensCulture, crees que servirá para despertar el interés por la fotografía armenia?

Sin duda mi objetivo primordial cuando participé en concursos fue expandir el alcance y visibilidad de estas historias. Creía que era crucial mostrar nuestra perspectiva – la perspectiva de los afectados por la guerra, los individuos que se han perdido en su caos y se encuentran ahora reconstruyendo sus vidas desde los cimientos. A través de estas historias, me propongo transmitir las emociones que ayudan a recuperar la conciencia y el alma propias, juntando fragmentos de la existencia. Haciendo esto, busco resaltar el absurdo de la necesidad de la guerra, la vulnerabilidad de la humanidad y, simultáneamente, la indómita fuerza de perseverar y transmitir vida.

En abril de 2016, fuiste reclutado como soldado en el ejército de defensa de Nagorno Karabakh, en la “Guerra de los cuatro días”, y fuiste al frente con la cámara en una mano y el arma en la otra, para reflejar el conflicto con una óptica poco común, casi diría que captando el alma no solo de los jóvenes que, como tú, se enfrentaban a la muerte, sino también de los animales, incluso la esencia de los objetos, algo que reflejaste en la serie “Mob, Military Mobilization”, que también fue premiada en el Direct Look. ¿Cómo fue ese viaje a la línea de la sombra, donde no sabías muy bien si regresarías, o de hacerlo, si cambiaría tu mirada del mundo que te rodea?

En parte ya lo contesto en la pregunta anterior. El viaje fue un reto tanto para mi cuerpo como para mi alma, pero pronto descubrí que las dificultades continuaban más allá de aquello. Comprender y organizar todo lo que iba fluyendo resultó ser una ardua tarea. Parecía casi imposible superar experiencias denigrantes y encontrar el lugar adecuado para los nuevos valores adquiridos. Una vez dije algo que me parece importante repetir: si sobrevives, la guerra puede ser tu mejor profesora. De alguna manera envejecí prematuramente, aunque también me volví más infantil, paso más tiempo en el “ahora”, observo lo que me rodea, y soy consciente del aire que respiro. Desafortunadamente, esta consciencia tiende a desvanecerse con el tiempo; sin embargo, los líderes políticos de nuestra región, una vez más, no nos permiten distanciarnos de la realidad, ya que han provocado una nueva guerra. En resumen, la guerra me despertó, revelando mi insignificancia y dándome la oportunidad de valorar la existencia desde ese punto en adelante.

Junto a Edik Boghosian, artista visual y a Hray Sargsyan, videógrafo, creas el proyecto “Consequence: Artefact”, en el que reflexionáis sobre las consecuencias de la guerra de Nagorno Karabakh, trabajando durante un año en las historias humanas y en los materiales relacionados con el conflicto. ¿Es esta una invitación a que el que vea este trabajo haga su propia reflexión sobre los efectos de la guerra, sobre las cicatrices que deja sobre las personas y sobre el territorio?

Desde el principio, el proyecto «Consequence: Artefact» tuvo como objetivo responder dos preguntas importantes : ¿Estamos preparados para otra guerra? ¿Hemos resuelto la anterior con éxito? Como muchos otros proyectos en los que nos embarcamos, independientemente de los objetivos iniciales, hacia el final o cuando está casi terminado, dejamos de ser las mismas personas que lo iniciaron. No fue hasta esta fase final llegué a un punto de consciencia, una que me pertenece únicamente a mi (quizás Edik y Hrayr también, a su manera). Me embarqué en esta tarea para entender mi propia relación con todo esto, para comprender cómo la sociedad percibe a aquellos que provocan las repercusiones de la guerra, y cómo los individuos se perciben a sí mismos, la guerra y el mundo. Mientras llevaba a cabo el proyecto, tenía grandes aspiraciones, esperaba influenciar significativamente en lo tocante a la percepción que nuestra sociedad tiene de la guerra. Sin embargo, la vida me ha enseñado que fui pretencioso e infantilmente tonto. Y «voilà».

El nuevo conflicto abierto con la invasión de Artsak, en noviembre de 2020, por parte del ejército azerí abrió profundas huellas no solo en el pueblo de Nagorno Karabakh que tuvo que encarar los bombardeos de sus pueblos y ciudades, el desplazamiento de población, y finalmente una capitulación que amputó gran parte de su territorio, sino también abrió un debate en toda la sociedad armenia, sobre su futuro como nación. ¿Cómo viviste esta nueva agresión por parte de Azerbaiyán, y cual ha sido la respuesta, no tanto de los gobiernos de Ereván y Stepanakert, sino de la sociedad a la que representan?

Como la guerra de 2016 me había provocado una serie de “globos”, tanto artificiales como naturales, de pensamientos y percepciones, me di de bruces con la cruda realidad y tuve que enfrentarme a una oleada de mentiras que fluían de todas las fuentes imaginables. Al principio parecía como si hubiese desarrollado anticuerpos contra las falsedades. Estaba en Yerevan cuando recibí la noticia de la guerra y, unas horas después, nuestro equipo de documentalistas profesionales salió para Stepanakert. En aquel momento, yo estaba trabajando en el Departamento de Información del gobierno armenio como fotógrafo-documentalista, con la esperanza de que mi experiencia y conocimientos pudieran ser útiles para la Armenia postrevolucionaria. Antes de partir y durante el viaje, sentí un profundo vacío dentro de mí – un vacío gris. Simplemente iba, me movía hacia delante porque era necesario, porque así es cómo se nos enseñó a enfrentarnos a la guerra. Los “cómos” y “porqués” se esclarecerían más adelante. Los medios enloquecieron, haciendo nuestro trabajo casi imposible. Nadie escuchaba de verdad, pero todo el mundo hablaba, mayormente soltando mentiras, intencionadamente o no. Los borrosos límites de la verdad se hicieron aún más oscuros entre el ruido, dejándonos con la simple tarea de existir, de mantenernos vivos, e intentar hacer algo. Había dos nociones básicas: saldremos victoriosos y el ejército Azerbaiyano avanza hacia Shushi. Creer esto último significaba aceptar nuestra derrota, un esfuerzo casi imposible a nivel moral, psicológico y físico. Lo sentía profundamente en mi propia piel. Hasta el último momento, hasta la publicación del documento “redentor” de Pashinyan, declarando oficialmente el fin de la guerra, mi mente simplemente se negaba a pensar en la posibilidad de la derrota. Y después… sólo ruido despojado de substancia, sin conexión, incomprensible.

Ante el bloqueo del paso de Lachin se presentan nuevas incertidumbres sobre el pueblo de Artsakh, al que Azerbaiyán esta sometiendo a un asedio, para forzar a su población a abandonar sus casas, ante la pasividad de las fuerzas de paz rusas y de la comunidad internacional. ¿Que escenarios se dibujan en el horizonte para la República de Artsakh y que papel crees que tiene en su resolución Rusia, Turquía y Europa?

Lo primero y más importante mis padres, hermanos, parientes y seres queridos están actualmente en Artsakh. Es extremadamente difícil y doloroso para mi contemplar posibles escenario futuros, particularmente debido al insaciable apetito de Azerbaiyan y el semi-neutral, semi-inefectivo enfoque y razonamiento del gobierno Armenio en respuesta a estos sucesos, o lo que es peor, que sea invisible para nosotros. Además el hecho de no estar allí, no poder estar a su lado, me causa impotencia en esta situación. Para ser claros, incluso el presente es incierto para nosotros, así que ya no digamos predecir el futuro o los posibles resultados. En medio de este caos, la única certeza que no resulta falsa es que el pueblo de Karabakh persiste y resiste, a pesar de las condiciones inhumanas. Creo que su presencia inamovible, firmemente enraizada en su tierra, es su única forma visible de resistencia.

Bloguernica, 2020 – El muro con mi street art en el camino de Stepanakert a Shushi

«Ergo Sum» Project 2021. En este lugar, recientemente antes de que hiciera arte callejero en esta pared, hubo un enfrentamiento militar entre las tropas armenias y azerbaiyanas donde murieron muchos soldados. Esta obra recibió el nombre de «Bloguernica» de mi amiga Alice Ter-Ghevondyan, quien es traductora de literatura en español. Al ver esta foto inmediatamente comentó «Bloguernica». Y me ha gustado esta descripción, que consta del nombre de mis personajes: «Blojiks»* y el lienzo de Picasso: Guernica. Blojiks significa «buggies» en armenio. Llamo a todas las criaturas que pinto «Blojiks».

Para acabar, nos gustaría saber cuales son tus proyectos más inmediatos, y donde podemos ver actualmente tus trabajos.

Actualmente, mi prioridad principal es cuidar de mi hija de nueve meses Léa. Esto implica asegurarse de que le cambio los pañales a tiempo, le doy de comer, la llevo a dar un paseo por la tarde, le enseño la primavera. Oh, y no puedo olvidarme de buscar setas para mi amada.

Con respecto a la fotografía, tengo un proyecto en mente que gira en torno al autodescubrimiento y la auto-aceptación. Se ha estado forjando en mi cabeza durante alrededor de seis o siete años, pasando por varias transformaciones durante ese espacio de tiempo. Sin embargo, prefiero no hablar del tema hasta que esté de verdad trabajando en ello. Por supuesto anunciaré su lanzamiento a través de mis redes sociales, y si todo va bien, el plan es publicarlo en forma de libro. El tiempo estimado para este proyecto también dependerá de Lea y su progreso en el desarrollo para poder viajar.

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