Marc Crehuet: “En El Rey Tuerto quería abordar las preguntas que me generaba el uso de la fuerza por parte de la policía, la aplicación de una violencia legal”

Entrevistamos al guionista y director de cine y teatro, Marc Crehuet, creador de «El Rey Tuerto», y autor también de series de TV como «Pop Ràpid», películas como «Espejo, espejo», y obras de teatro como «Conexiones» y «La morta».

Por Angelo Nero

Aquellos que hemos estado más de una vez en una manifestación en la que han cargado los antidisturbios, nos hemos preguntado en algún momento, ¿cómo será esta ente cuando se quita el uniforme y se va a su casa, a cenar con su familia, después de repartir porrazos a mansalva, y de disparar pelotas de goma y botes de humo a discreción?, ¿comentará con su mujer, como lo hace el operario de una fábrica, su jornada laboral? Puede que estas preguntas también se las haya hecho Marc Crehuet, a la hora de crear “El Rey Tuerto”. Con el conversamos sobre una obra que, pese a tener ya unos años, no deja de tratar un tema que siempre está de actualidad (o más bien uno de los temas, porque la película tiene muchos más matices): la legitimidad de la violencia. Aunque en esta comedia negra todo se cuestiona, hasta la visión que, inicialmente, podamos tener de dos personas tan antagonistas como un policía antidisturbios y un activista al que el primero ha dejado con graves secuelas.

Comencemos por el origen, una obra de teatro creada y dirigida por Marc, que se estrena, si no me equivoco, en 2013. ¿Cómo surgió este proyecto y en que momento decides tomar un hecho dramático, como es la perdida de un ojo de un activista en una manifestación, en una carga de los antidisturbios, para convertirlo en una comedia?

Este 2023 se cumplen diez años del estreno de la obra de teatro El rey tuerto en una pequeña sala de Barcelona, la Flyhard. En realidad, todo empieza como un encargo. Yo estaba acabando de rodar la segunda temporada de una serie sobre el mundo de la música y los modernos, Pop ràpid, para la televisión autonómica catalana, cuando me llama Jordi Casanovas (entonces director de la Flyhard), para proponerme escribir un texto libre para su sala.

Esto debía ser a principios de 2012. El año anterior había presenciado el brutal desalojo de Plaza Catalunya en Barcelona por las protestas del 15M. Era un tema que tenía grabado, por el impacto que me causó en ese momento la brutalidad policial, que consideré desproporcionada. Quería abordar esa preocupación y las preguntas que me generaba el uso de la fuerza por parte de la policía, la aplicación de una violencia “legal”. Recuerdo una comida familiar en la que salió el tema y se generó bastante tensión. No esperaba la reacción de algunos familiares ante la cuestión, pensaba que todos iban a apoyar la idea de la desproporción de la actuación policial y no fue así.

Le daba vueltas al tema y aproveché el encargo teatral para intentar esclarecer el asunto, responder a las preguntas que me hacía yo mismo. Se me ocurrió que la mejor manera de poner de relieve esas cuestiones era enfrentando personajes que representasen roles opuestos: el del manifestante y el del antidisturbios. El hecho de convertirlo en una comedia ya estaba ahí (es el género en el que me siento más cómodo), pero la primera versión era mucho más dramática y discursiva, casi panfletaria. Utilicé el humor para reírme un poco de mis propios discursos, ponerlos en duda.

Una de las cuestiones sobre las que gira la historia, como señalamos al principio, es como actúa alguien con un trabajo como el de un antidisturbios, que viene de un entorno de violencia, cuando regresa a su casa. La otra es como reaccionaría si se encontrase cara a cara con un chico al que le ha reventado un ojo en una de sus actuaciones. Estas son las preguntas iniciales, pero a lo largo del film van saliendo más, como si se abriese la caja de Pandora, ¿no es cierto?

Sí, es cierto. Ése es el punto de partida, el What If que me planteé y que fue el motor de toda la historia. Esa pregunta me dio alas y, de hecho, escribí la primera secuencia del tirón, que es precisamente la cena del antidisturbios con su mujer al llegar a casa. La escribí antes de saber hacia dónde seguiría la historia.

Pero tenía otras ideas en mente. Una de las que estaba ahí desde el principio era la de escribir sobre un personaje cuyos esquemas mentales y creencias se desmontan de tal manera, que acaba completamente perdido, sin saber quién es. Una espiral hacia la locura al desmontarse su rol, su papel en la sociedad, que le lleva a acabar siendo de alguna manera consciente de su condición de personaje de ficción, siendo capaz de intuir que hay un público contemplándole…

Esas fueron las ideas con las que empecé a escribir, más la del encuentro entre antidisturbios y manifestante. Pero a medida que iba dialogando, iban surgiendo nuevas preguntas ante las cuales cada vez me era más difícil adoptar una posición con total convencimiento. Digamos que mis convicciones también entraron en crisis durante el proceso, como las de los personajes.

Creo que uno nunca escribe teniendo una planificación total sobre lo que va a hacer. Escribir siempre tiene algo de búsqueda, de abrir, como dices, la caja de pandora o de los truenos. Hay un tema que pienso que está también en el texto y que surgió durante la escritura, que es la dificultad de comunicación entre las personas. La dificultad de trascender los roles impuestos (o autoimpuestos), de salir de uno mismo para comprender al otro.

Dos años y medio después del estreno de la obra, que estuvo girando con un éxito notable de crítica y público, te planteas llevarlo a la gran pantalla, ¿Qué retos tuviste que afrontar para la adaptación del lenguaje teatral al cinematográfico?

Al principio estuve trabajando el guion con una productora que estaba interesada en hacer la película. Escribí una versión mucho más “abierta”: había exteriores, nuevos personajes, imágenes de cargas policiales… Las notas de los productores iban en esa línea. Querían que la historia “respirase”. Pero me di cuenta de que se estaba perdiendo algo esencial con esa apertura. Pensé que, en realidad, yo no quería que respirase, sino todo lo contrario. Quería mantener a los personajes encerrados en un solo espacio, ya que están aprisionados por sus roles y sus convicciones. Así que abandoné la colaboración con esa productora para poder hacer la película a mi manera. No teníamos dinero para una gran producción y opté por un planteamiento de producción mínimo, lo más cercano a la obra de teatro posible. En la película hay una cierta teatralidad intencionada.

La película comparte los mismos actores protagonistas de la obra de teatro, con lo que una parte importante del trabajo ya estaba hecho, ¿cuánto tardasteis en rodar “El Rey Tuerto”?

Sí, mantuve el reparto original, porque en ese momento éramos como una compañía. Los actores llevaban dos años y medio de gira con la obra y conocían a los personajes mejor que yo. Además, no sólo hicieron de actores, sino que también son productores de la cinta, como lo son Xavi Giménez, el director de fotografía y Sylvia Steinbrecht, directora de arte. Sin su colaboración no hubiésemos podido levantar la película. Se podría decir que fue una producción cooperativista. Pero había limitaciones presupuestarias, claro y esto se traduce en falta de tiempo. La rodamos en diecisiete días. Las dos versiones: en catalán y en castellano. Y eso sólo fue posible porque los actores eran los mismos y conocían el texto al dedillo.

Alain Hernández y Miki Esparbé encabezan ese estupendo reparto, con un duelo actoral notable, sin desdeñar a las magnificas Betsy Túrnez y Ruth Llopis, con la mayoría ya habías trabajado en series como “Pop Ràpid” o “Green Power” ¿Hubo alguna duda a la hora de elegir a los actores que tenían que dar vida a los personajes centrales de la obra de teatro, y posteriormente, del film?

Ninguna. Cuando rodamos la peli llevábamos ya años trabajando juntos, como dices y éramos amigos. No podía imaginar la historia con otros actores. Como la película la rodamos nosotros solos desde Moiré Films (la productora que tenemos mi mujer Alejandra Guimerà y yo), no tuvimos ninguna imposición de reparto por parte de nadie. La hicimos con total libertad, dentro de las limitaciones presupuestarias, claro.

Tanto el policía como el activista parecen tener una convicciones muy arraigadas, sin embargo estas comienzan a resquebrajarse, más notablemente en el caso del antidisturbios, a medida que avanza la historia. ¿También buscaste cuestionar la mirada del espectador, ofreciendo las distintas capas que tiene cada personaje?

En primer lugar, supongo que buscaba cuestionar mi propia mirada. La historia nace de un diálogo conmigo mismo para tratar de responder a una serie de preguntas que me inquietaban (y me siguen inquietando). Los personajes, con sus visiones opuestas del mundo, son también un reflejo de mi propio diálogo interior. Son personajes que cuyas convicciones se van resquebrajando, como dices, al ponerse en contacto entre ellos y verse obligados a tratar cuestiones que les separan.

Hoy, diez años después, parecería que vivimos en un mundo todavía más polarizado, pero pienso que la única manera de construir, de llegar a consensos necesarios para el progreso social, es intentar salir de nuestra burbuja, al menos momentáneamente, para acercarnos al otro y tratar de comprender, si no su discurso, quizá sí sus razones. Esto es muy difícil, claro, porque vivimos instalados en nuestras creencias y en nuestras emociones, pero creo que sí es posible reconocernos en el otro, por más distinto que sea. Porque las emociones, que creo que están en la base de las creencias, son las mismas para todos.

La película estuvo en la sección oficial del Festival de Málaga, tuvo varias nominaciones a los premios Feroz, a los Gaudí, en los Goya también estuviste nominado como mejor director novel. Para una producción de bajo presupuesto como esta, el resultado ha sido realmente notable, ¿no?

¡Sí, lo fue! La verdad es que no me lo esperaba. Es cierto que la obra de teatro ya despuntó en su momento, pero no esperaba que me nominasen a los Goya, porque yo era un total desconocido en el mundo del cine español. Supongo que puede explicarse por el hecho de tratarse una adaptación de una obra de teatro con un cierto hype.

También incluso llevasteis la película a festivales extranjeros como el de Miami o el de Shangai. ¿La historia de “El Rey Tuerto” se entiende igual aquí que en China o EEUU?

Pues creo que sí. Pienso que es suficientemente universal. En estos diez años que han pasado desde que la escribí, no han dejado de pedirme los derechos del texto teatral para representarla en distintos países. La última representación fue en Póznan (Polonia), en diciembre y en marzo me voy a Lisboa, porque me han encargado dirigirla en portugués para un teatro allí. Normalmente me piden sólo los derechos para la representación, pero es curioso que este año, que es el décimo aniversario del texto, me hayan pedido también que la dirija. Y que haya surgido esta entrevista, que me permite volver a pensar en la obra.

Una mención especial creo que merece el director de fotografía, Xavi Giménez, que creó esa atmósfera tan claustrofóbica y que gradúa la luz sutilmente en cada parte del film. También la directora de arte, Silvia Steinbrecht, que ha cuidado cada detalle para dar credibilidad al espacio donde se desarrolla, prácticamente, toda la historia. Háblanos un poco de su trabajo.

Fue un auténtico lujo poder trabajar con ellos. Se implicaron no sólo a nivel artístico sino, como mencionaba antes, también como productores, para ayudar a que el proyecto saliese adelante. El primer referente que les pasé fue Cabeza Borradora, de Lynch. Por suerte, Xavi me disuadió de rodarla en blanco y negro (estoy encantado con el color que le dio), pero sí trabajamos en la línea de crear un espacio algo claustrofóbico. Un espacio que simbolizase la mente del personaje de David y que, como ésta, se fuese descomponiendo, oscureciendo. Decidimos, como apuntas, ir jugando a oscurecer el espacio. Hablamos de Lynch, pero también del hotel de Barton Fink, de los Coen (ahí está el papel que se desprende de las paredes)… Xavi ha trabajado en muchas pelis de terror y El rey tuerto tiene un look más de ése género que de comedia. Estuvimos más de un mes reuniéndonos casi a diario para debatir y encontrar el tono. Pero al final el trabajo fue obra de él, igual que el de Sylvia. Tuvieron total libertad porque confiaba absolutamente en su criterio (¡cómo no hacerlo, con sus currículums!). Quedé impresionado con su creatividad y su gran generosidad, a todos los niveles.

Una de las curiosidades de la película es que fue rodada dos veces, en catalán y en castellano, ¿fue muy complicado este particular rodaje simultáneo? Por otra parte, ¿hubo alguna diferencia en el montaje final de ambas versiones?

Fue MUY particular. Y un bastante pesado. Había que rodar dos veces cada plano de diálogo (y diálogo no hay precisamente poco). Esto nos robaba mucho tiempo y había que saber decidir con rapidez qué planos eran prescindibles, hacer un ejercicio de síntesis. La ventaja es que tuve la suerte de contar con un equipo de profesionales como la copa de un pino y el rodaje, dentro de estas dificultades, se pudo sacar adelante. En cuanto a las diferencias, las hay, sí, unas cuantas. Es imposible que los planos queden idénticos. Hay un monólogo de Betsy, por ejemplo, en el que, en el plano en catalán, una mosca no dejaba de posársele en la cara. Para evitar ver la mosca, tuve que meter un plano de escucha de Alain que en la versión en castellano no está. También hay un tema de tono. Hay quién dice que el antidisturbios en catalán suena menos agresivo. No sé. Dependerá de las creencias de cada uno.

He leído en algún lado que algunas víctimas que, como el protagonista de “El Rey Tuerto”, sufrieron secuelas por una carga de los antidisturbios, se acercaron a ti para comentar la impresión que les había dejado la película. ¿Te dijeron si, en su caso, les hubiera gustado hablar, frente a frente, con su agresor?

Conocí a víctimas de las pelotas de goma ya cuando la obra de teatro se estaba representando. Nunca recibí comentarios negativos, al contrario, la obra les encantó, pero una de ellas me dijo que le impresionó mucho el personaje del antidisturbios, que le hizo revivir el trauma. Después, cuando escribía la adaptación cinematográfica, me puse en contacto con otra de las víctimas para charlar un poco y ver en qué podía mejorar la historia. Fue muy generoso y me contó que había podido encontrarse con el antidisturbios que le reventó el ojo en el juicio y que no pudo evitar acercarse y encararse a él. De esta anécdota salió la idea del momento en el que Ignacio muestra su ojo lesionado a David. Después le invité al estreno de la película y le encantó.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.