Donde acaba la memoria (comienza la historia)

«En este viaje a esa memoria que se acaba, Ian Gibson recuperó y documentó minuciosamente las biografías de Buñuel, de Dalí, de Machado y de Lorca».

Por Angelo Nero

 “Ese lugar en el que trabaja Ian Gibson, es un lugar un poco difuso, en el que entran en contacto las historias subjetivas, con h minúscula, que la gente, gente mayor normalmente, de las últimas generaciones que recuerdan lo que pasó en aquella época, cuando te hablan de la Guerra Civil. La historia comienza en ese lugar donde acaba la memoria de esas generaciones, y alguien tiene que tomar todo eso, y convertirlo en una Historia, con h mayúscula, una historia rigurosa y objetiva.”

Esta es la declaración de intenciones del autor de un proyecto, titulado “Donde acaba la memoria”, en el que invirtió ocho años de su vida, gravitando en torno a otro rodaje, el de Luís Buñuel, ochenta años atrás, en La Alberca, un pueblo cacereño anclado en el subdesarrollo, y que daría lugar a un mítico documental: “Las Hurdes, tierra sin pan”. En el rodaje de su película, Pablo Romero-Fresco, siguió los pasos de Buñuel por aquella tierra extremeña, acompañado del hispanista irlandés Ian Gibson, uno de los que mejor conocen la figura y la obra del genial director aragonés, y pronto cambió el foco hacia el propio Ian, creando uno de los documentales más interesantes de los últimos tiempos sobre nuestra Memoria.

El rodaje de “Donde acaba la memoria”, del que resultaron más de cincuenta horas de metraje, se alargó durante casi una década, mientras Inglaterra abandonaba la Unión Europea, Donald Trump llegaba a la Casa Blanca, y la ultraderecha avanzaba posiciones en toda Europa, también en España, donde se convertía en la tercera fuerza parlamentaria, y hasta se declaraba una pandemia mundial. En ese espacio de tiempo, con un escenario político y social tan cambiante, Pablo Romero-Fresco, con la paciencia de un artesano, recorría los escenarios donde Buñuel rodó su documental, se adentraba en la Residencia de Estudiantes, donde se conocieron Dalí, Buñuel y Lorca, para terminar en Granada, donde tuvo su trágico final el poeta y dramaturgo universal. Y tejía complicidades con historiadores como Román Gubern, cineastas como Carlos Saura, escritores como Paul Hammond, y documentalistas como Mike Dibb, para completar el relato alrededor de esa suerte de “detective literario” que es Ian Gibson, uno de los hispanistas, junto a Raymond Carr y Hugh Thomas, más importantes en el estudio de nuestra historia contemporánea.

Romero-Fresco tuvo que enfrentarse al reto de volver a montar todo el documental, después de que le robaran su ordenador, -“esa fue la primera de las muchas muertes de Donde acaba la memoria”, declaró-  en su oficina en la universidad de Roehampton, donde ya tenía el corte final, que se había reducido a una hora de película, tal vez contagiado con esa tenacidad que Ian Gibson ha demostrado durante toda su vida para que la memoria se transforme en Historia.

En este viaje a esa memoria que se acaba, durante medio siglo, toda una muestra de amor hacia el país que lo acogió, Ian Gibson recuperó y documentó minuciosamente las biografías de Luís Buñuel, de Salvador Dalí, Antonio Machado y Federico García Lorca, aunque también escribió libros sobre Jose Antonio Primo de Rivera, Calvo Sotelo o Queipo de Llano. Sin embargo, la obsesión por la figura de García Lorca, por aclarar el misterio de su asesinato y por encontrar sus restos mortales, es a lo que el hispanista irlandés ha dedicado más esfuerzo, incluso en contra de la opinión de la familia del poeta, como su sobrina Laura, que declaró: “»Nadie tiene derecho a buscarlo”. Cómo Gibson, soy de la opinión de que la Memoria tiene que ser colectiva, y todos tenemos derecho a la Verdad, a recuperar a esos muertos que todavía están en las cunetas, porque son los muertos de todos. “Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra acción, nuestro sentimiento, sin ella no somos nada”.

En una reciente entrevista para este medio, el director Pablo Romero-Fresco declaraba: “no podemos tener todos esos muertos enterrados en las cunetas, no puede hacer eso un país que se llama democrático, un país avanzado, eso no puede ser, es una anomalía, por no poner una palabra más dura, que espero que, dentro de unos años, se recuerde como un escándalo.”

La película de Pablo Romero-Fresco es un viaje en el tiempo, a aquella España oscura de Las Hurdes, que la República intentó llenar de luz con las Misiones Pedagógicas, y la Institución Libre de Enseñanza, con los sindicatos obreros, con la reforma agraria, con el sufragio universal… pero también a aquella suerte de confluencia de astros, en la literatura, en el arte, y también en la ciencia, que fue la Residencia de Estudiantes de la Generación del 27, ese “paraíso cultural europeo”, tal y como lo definió Gibson.

La calurosa acogida que ha tenido la película, especialmente en aquellos lugares en los que ha contado con la presencia del hispanista irlandés, hace pensar que nuestra Memoria sigue viva, que no se acaba, y que jóvenes como Pablo Romero-Fresco están tomando el testigo, para que no nos cubra el olvido, y sean otros los que escriban nuestra historia.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.