Por Francisco Tomás González Cabañas
“Por lo mismo que ninguna forma de gobierno es tan débil como la democracia, su estructura debe ser de la mayor solidez; y sus instituciones consultarse para la estabilidad. Si no es así, contemos con que se establece un ensayo de gobierno, y no un sistema permanente; contemos con una sociedad díscola, tumultuaria y anárquica y no con un establecimiento social donde tengan su imperio la felicidad, la paz y la justicia…. La libertad indefinida, la democracia absoluta, son los escollos adonde han ido a estrellarse todas las esperanzas republicanas” (Simón Bolívar. Discurso de Angostura. 1819).
No hace falta ser un experto en historia Hispanoamericana, o más puntualmente Argentina, para saber que el proyecto de Gobierno, de próceres de la Emancipación Americana, como Manuel Belgrano, José Francisco de San Martín y Martín Miguel de Güemes, se correspondía con lo que habían dado en llamar una “Monarquía temperada”. Un grupo de notables de Buenos Aires, representando desde aquel entonces, no solo sus intereses sectoriales, sino arrogándose la representatividad del resto de las provincias unidas del sud, a conveniencia de parte, forjó nuestro estado-nación, eminentemente unitario y centralista, como característica funcional primordial y profunda y profusamente injusto e inequitativo como característica central desde la perspectiva del tejido social. Desde aquel entonces no pudimos afianzar un sistema de gobierno que se correspondiera con nuestro entendimiento humano, que a todos nos corresponde la misma posibilidad, y sino propender a ella, de realización, sin que ello signifique que algunos deban ser desplazados de tal derecho, para que a otros se les facilite este anhelo a fuerza de tomarlo como un privilegio o prerrogativa. En nuevo período de crisis, inmersos dentro del categorial político-cultural y social de occidentales, en donde la democracia tendrá que redimensionarse, redefinirse o repensarse, como para no eclosionar en su sentido y significante, nosotros también nos debemos una revisión de nuestra organización institucional que tenga que ver tanto con lo que hemos sido como con lo que pretendemos ser.
No podemos dejar de señalar, hacer la salvedad, de que probablemente la empresa emprendida no se corresponda con un resultante determinado. Esperar esto, en el campo de las ciencias sociales, y más si se trata de una traducibilidad de lo teórico a lo práctico, sería poco más que un desquicio. De todas maneras, y a modo de ejemplos, tanto el proceso conocido como Revolución Francesa que se pensó y gesto como antimonárquico, genero unos pocos años después, el mejoramiento mismo de lo monárquico, cuando incorporaron la característica constitucional que aún hoy las definen como un sistema en pleno respetuoso de las garantías y los derechos humanos. Finalmente hubiera sido impensable, aún hoy lo sigue siendo, que un grupo de representantes de Buenos Aires, hayan birlado el proyecto integral monárquico que pretendieron Belgrano, San Martín y Güemes por haber escrito libelos, abotargados de escarnios y provocaciones burdas que, sumado a otros aspectos, socavaron la posibilidad institucional política que ahora pretendemos ponerla en la consideración pública.
Por supuesto que las justificaciones y argumentos, para el cometido, deben corresponderse en grado de tratado y por sobre todo, debe existir una cierta expectativa o predisposición social para esto mismo. Sin embargo, en forma previa, debe existir una carta de intención, un resumen, una síntesis, una debida y correspondiente antesala como introito o prolegómeno. Esto es lo que estamos presentando y de lo que se trata.
El lugar desde el que hablamos, es nuestra condición de argentinos. Nada que hagamos, o que dejemos de hacer podrá medrar en esta realidad que nos excede. Huelga aclarar que excede también nuestra ascendencia. No se trata aquí, de cuán descendiente somos de las diversas nacionalidades que poblaron, descubrieron o se encontraron con estas tierras. La síntesis (como todas, compuestas por lágrimas de tristeza como de felicidad) que resultamos nos exime de búsquedas o prorrateos antropológicos o etnológicos que solo pueden ser útiles para ámbitos específicos y determinados del mundo académico.
La condición social y política, como nuestra identidad, no variará por una semántica institucional o porque evaluemos otras formas de organizarnos.
Sin que sea óbice de nada, solo recordamos, que nuestros próceres más destacados, como concelebrados, propusieron que nos organicemos bajo la forma de una “Monarquía temperada” y que tras doscientos años de ello, y producto de las crisis recurrentes que astillan nuestras expectativas de desarrollo integral y ecuánime, es al menos, una obligación moral que nos plantemos nuevamente, y de acuerdo a nuestras circunstancias actuales, como cuadraría tal posibilidad.
Quizá, en nombre tanto de la economía del lenguaje, como de la economía política, esa que señala, que pide o solicita, propuestas que puedan llevar a soluciones expeditas, podamos proponer lo siguiente:
En defensa y al rescate de la visión política de nuestros próceres fundadores (Belgrano, San Martín, Güemes) dejar sin efecto la resolución que nos separó de la corona Española, volver provisoriamente a la misma y a partir de tal estatuto político, repensar en un nuevo congreso constituyente e instituyente, nuestra posibilidad monárquica. Esta posibilidad debería ser sometida a plebiscito en todas y cada una de los distritos hispanoamericanos que quieran y pretendan debatirse esta alternativa, social y política que se corresponde con nuestra historia y nuestra forma de dimensionar lo humano.
“El presidencialismo prevaleció en América Latina porque estaba mucho más cerca de los intereses oligárquicos que de los ideales democráticos” (Diniz, H. “A monarquia presidencial”. Río de Janeiro).
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