El progresismo latinoamericano en el siglo XXI: Breve aproximación al alcance y límite de las transformaciones

A partir de la victoria inicial chavista en las urnas se sucedieron una serie de triunfos electorales, en diferentes naciones, lo cual, además del éxito en dichos países contribuyó a crear un clima propicio a la integración regional.

Por Hassan Pérez Casabona

I. Introducción

El gran ciclo abierto por la Revolución Cubana, en 1959, recibió un duro golpe a partir del envalentonamiento neoliberal en los finales de la centuria anterior. La llegada de Hugo Chávez a Miraflores en febrero de 1999, sin embargo, dio inicio a una nueva etapa en cuanto al arribo al gobierno de diferentes movimientos y figuras progresistas, que se desmarcaban de la oleada galopante de la derecha, la cual se había instaurado hasta entonces en la región.

A partir de la victoria inicial chavista en las urnas se sucedieron una serie de triunfos electorales, en diferentes naciones, lo cual, además del éxito en dichos países contribuyó a crear un clima propicio a la integración regional, a partir del diseño de nuevos esquemas y proyectos. Se incrementó también el enfrentamiento a las políticas neoliberales y, en otros casos, esa lucha se radicalizó adquiriendo un matiz antiimperialista. Es imposible, en breves líneas, analizar en detalle cada uno de esos procesos. Apenas llevaremos adelante un esbozo de alguno de los mismos, apuntando ideas que consideramos centrales.

Lo primero que no puede soslayarse es que en ninguna de esas naciones se obtuvo el triunfo electoral por arte de magia. La agudización de las contradicciones consustanciales a un largo período de dominación imperialista, con la puesta en práctica de políticas despiadadas en lo económico y social —con el consiguiente despertar de múltiples sectores que se oponían a esos desmanes, entre múltiples aspectos—, creó el sustrato para que pudiera llevarse adelante dicha eclosión, desde la izquierda, tomando como detonantes fáticos los más variados contextos.

Estaba presente además, en el imaginario colectivo, que el desmontaje del sector estatal de la economía por gobiernos que desarrollaron políticas en beneficio exclusivo de los sectores empresariales nacionales y extranjeros, en perjuicio de las amplias mayorías, propició un quebranto de las condiciones de vida de buena parte de la población a niveles insospechados.

Tal proceder neoliberal afianzó en todas las geografías continentales, más allá de las singularidades de cada nación, un panorama marcado por la reconcentración de la riqueza y el incremento de las cifras de marginados, en tanto hizo mucho más notoria la inoperancia estructural del sistema. No puede tampoco desconocerse que, durante décadas, la élite de gobierno propaló a los cuatro vientos promesas demagógicas, las cuales incumplió en la mayoría de los casos. Esa incoherencia, a la larga, fue un boomerang en su contra.

La corrupción administrativa, desbordada hacia cada dimensión e instancia del gobierno, y del estado en general, producto ella misma de dicho sistema de relaciones, fue una de las temáticas que contribuyó a generar hastío y a movilizar a muchos sectores en su denuncia. No es exagerado afirmar que, en no pocos sentidos, el espectáculo neoliberal puso al descubierto la incapacidad de dicho entramado político para conducir los destinos de esos países. Bajo dichos presupuestos, en otras palabras, se acentuó la ingobernabilidad en la región.

No es necesario atiborrarlos con estadísticas y datos de toda clase (provistos por instituciones especializadas como la CEPAL, el SELA, y diversos mecanismos del Sistema de Naciones Unidas) para aseverar que América Latina se había convertido, en el epílogo del siglo pasado, en la región más desigual y en la cual se había multiplicado, a un ritmo superior a otras áreas, el número de pobres, de habitantes en pobreza extrema y de indigentes. De igual manera, el peso específico de las aportaciones al PIB global también había caído estrepitosamente en los últimos decenios, frisando en 1999 alrededor de solo el 8 por ciento, menos de la mitad de lo que ocurrió tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ese era el contexto predominante para este lado del mundo, en el advenimiento del nuevo milenio.

II. Una mirada sintética a algunas experiencias emancipadoras (Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia y Ecuador)

  • Venezuela

Los antecedentes directos de la victoria de Chávez pueden encontrarse, a grandes rasgos, en dos acontecimientos cardinales: el “Caracazo”, de febrero de 1989, y el fallido alzamiento cívico militar del 4 de febrero de 1992. El primero fue un estallido producido bajo el gobierno del líder de Acción Democrática, Carlos Andrés Pérez (dicho partido se había alternado por décadas el gobierno junto a COPEI, en una expresión directa de los acuerdos de Puntos Fijo) quien aplicó una paquete draconiano de medidas neoliberales que hacían insostenible la vida cotidiana, para la mayor parte de la población.

El pueblo, si bien con prácticamente ningún nivel de organización, se levantó en innumerables barrios capitalinos. La represión salvaje del ejército hizo que murieran, aunque es imposible conocer las cifras exactas, más de tres mil personas. Una vez más quedaba demostrado que la fuerza del pueblo para la lucha es inagotable, pero que está condenada al fracaso sino este no cuenta con niveles de organización que lo conduzcan, y doten, de verdadero sentido en el combate, más allá de cualquier reivindicación coyuntural.

El 4 de febrero de 1992, por su parte, sirvió para demostrar que un sector de la joven oficialidad retomaba, desde nuevos paradigmas, las mejores tradiciones del nacionalismo militar latinoamericano, en tanto colocaba en el espectro social la figura de Hugo Rafael Chávez Frías, un teniente coronel que irrumpía con inusual fervor, y que estaría llamado a provocar un antes y un después para todo el continente. Su profética alocución de “por ahora” sentó las bases en la mente de millones de personas de que había surgido un líder totalmente diferente, que encarnaba de verdad, y por primera vez en ese país, el ideal bolivariano.

No es posible hablar de lo que sucedió mientras estuvo en prisión, de su salida de la cárcel en 1994, o de la histórica visita a Cuba, en diciembre de ese propio año. Fue la primera vez que se encontró con Fidel, quien lo recibió a la escalerilla del avión y le organizó un memorable acto en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.

Luego de su victoria en las urnas, en diciembre de 1998, y aún desde antes, se intensificaron los ataques de la oligarquía, particularmente los sectores más rancios, con el propósito de derribarlo. El golpe de abril del 2002, con el desempeño nefasto de FEDECAMARAS y otras agrupaciones, reveló la hondura de dicho enfrentamiento. El papel de las Fuerzas Armadas, y las personas más humildes en los barrios pobres de Caracas, fue decisivo en el retorno épico de Chávez, quien estuvo incluso a punto de perder la vida.

La revolución, si bien no a la velocidad necesaria en esa primera etapa posterior al golpe, se fue radicalizando y articuló más tarde, además de alrededor de la figura incomparable de Chávez, en torno al PSUV. De manera inobjetable, aplastante la mayor parte de las veces, se obtuvieron innumerables éxitos en las urnas.

La desaparición física de Chávez, el 5 de marzo de 2013, luego de menos de dos años de lucha contra una terrible y sospechosa enfermedad, abrió un nuevo capítulo para la Revolución Bolivariana, bajo la conducción del presidente Nicolás Maduro Moros. En estos años se multiplicaron los enfrentamientos hasta las cotas más elevadas, aplicándole a Venezuela los instrumentos de la Guerra de Cuarta Generación, Guerras Híbridas y No Convencionales, con el objetivo de derrocar al chavismo. Se llegó al paroxismo de autoproclamar a un presidente interino, rol canallesco asignado a Juan Guaidó.

El presidente Maduro, con firmeza, madurez y capacidad para revertir situaciones de enorme complejidad en múltiples campos, ha demostrado no solo una lealtad inquebrantable al legado de Chávez sino estar a la altura, como verdadero estadista, de las exigencias desafiantes del tiempo histórico concreto en el que le ha correspondido encabezar a la Revolución Bolivariana.

En las últimas semanas, en una muestra inequívoca de la fortaleza del ejecutivo, lo cual le permite actuar sin temor, y tender la mano para el diálogo con los adversarios (sin que ello entrañe un retroceso en los principios que dan cuerpo al proyecto político revolucionario) se ha producido una nueva ronda de conversaciones entre la oposición y el gobierno —paralizadas ahora por la extradición de Alex Saab a Estados Unidos— lo cual abre un amplio diapasón de escenarios.

  • Brasil

En el gigante sudamericano la llegada de Lula a Planalto, el 1ero de enero de 2003, echó a andar las esperanzas de millones de personas que se sentían identificadas con el líder sindical, y obrero metalúrgico, y las propuestas del Partido de los Trabajadores. Lula, quien no pudo imponerse en las urnas en tres oportunidades anteriores, finalmente se alzó con la victoria tras la debacle dejada por el segundo gobierno de Fernando Henrique Cardoso.

Con inteligencia, estableciendo alianzas (alguna de ellas nefastas en el largo plazo) y aprovechando el crecimiento económico, Lula colocó a Brasil como actor de peso en el escenario internacional, vieja aspiración de la élite de ese país y que por diversas razones fue imposible de consolidar en etapas anteriores. No sin desencuentros tácticos iniciales con otros líderes, como Chávez (superado sin mayores contratiempos y sentando las bases para lo que derivó en una relación de cooperación y compromiso) Lula configuró una política exterior que le ganó prestigio tanto en América Latina como en África y Asia. Su papel ulterior dentro de los BRICS hay que entenderlo como consecuencia, precisamente, de un despliegue integral encaminado a conformar los pilares de un mundo conformado por diversos polos.

En el plano interno sus programas de Hambre O y Bolsa Familiar le permitió paliar los efectos en que sumió el neoliberalismo a millones de brasileños. Ese tipo de acciones, al mismo tiempo, le granjeó polémicas y enfrentamientos con sectores empresariales privilegiados, si bien estos últimos, en estricto apego a la verdad histórica y tal como ocurriría en Argentina y Bolivia, por ejemplo, vieron multiplicadas sus ganancias durante estos gobiernos progresistas.

Aunque escisiones a lo interno de su gobierno, y también del PT, mermaron su ascendencia ello no impidió que su proyecto se prolongara a través de Dilma Roussef (primera mujer en desempeñar esa responsabilidad en la historia de Brasil) quien más tarde resultaría, como el propio Lula, víctima de la judicialización de la política desatada por la derecha, y el imperialismo, contra los líderes políticos de izquierda de la región. El tema de la corrupción de funcionarios, y figuras de esos gobiernos, se convirtió en la punta de lanza para apartarlos del escenario político.

  • Argentina

Carlos Saúl Menem hundió a Argentina, con su accionar a una escala mayúscula, en un marasmo neoliberal cuyas consecuencias se arrastran en la actualidad. Entre 1988 y 1999 ese país tocó fondo, como resultado de esas acciones, y ello se expresó, en numerosos sentidos, en las crisis que sobrevinieron.

Piqueteros”, “corralitos financieros”, y figuras efímeras como Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde, se sucedieron en dicho concierto de inestabilidad y caos. Fue la antesala de la llegada de Néstor y Cristina Kirchner, con una propuesta de reivindicación nacional y actuar soberano, principalmente ante las coyundas impuestas por instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Néstor llegó al gobierno en mayo del 2003, como parte del sector peronista vertebrado en torno al Frente para la Victoria. Fue una etapa compleja, e incierta, donde la mayoría también le auguraba un paso breve por la Casa Rosada.

Sin el carisma de otros líderes latinoamericanos, pero con constancia en su gestión, trabajó porque, de manera efectiva, disminuyeran los indicadores de pobreza que encontró. Para combatir el desempleo, con cifras alarmantes, diseñó acciones que generaran fuentes de trabajo, en la medida que se diversificaba el tejido económico, profundamente dañado. A ello sumó una redistribución de la riqueza que compensara las inequidades sociales, y estimuló que la industria argentina creciera, nuevamente, en la medida que aplicaba criterios de sustitución de importaciones.

En el plano internacional estrechó lazos con Venezuela, Brasil y otras naciones y contribuyó, de forma decisiva, en el combate contra el ALCA. Su papel fue vital para que este, como lo definió Chávez, se fuera “al carajo” durante las inolvidables sesiones de la Cumbre de los Pueblos en Mar del Plata, en el otoño del 2005, luego de las sesiones de la Cumbre de las Américas.

Una de las acciones que más respaldo popular le ganó fue que, a diferencia de lo que sucedió con quienes le antecedieron, condenó con energía las violaciones de los derechos humanos durante los regímenes militares. En esa dirección, algo verdaderamente trascendente, anuló las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, con la impunidad asociada a ellas, y los indultos que habían impedido sentar en los tribunales a quienes cometieron delitos de lesa humanidad, durante la última dictadura militar.

Cristina Fernández, su esposa, y quien era senadora nacional, dio continuidad, y profundizó en múltiples ámbitos, la labor emprendida por él. Fue electa primero para el período 2007-2011. La muerte repentina de Néstor, en octubre del 2010, generó una ola de duelo que contribuyó a que Cristina, que desplegaba además una incesante labor en diversos frentes, se reeligiera hasta el 2015.

  • Bolivia

En el 2006, a partir del 22 de enero, Evo Morales se convirtió en el primer presidente indígena de su país, y en el segundo de la región, tras Benito Juárez. Fue un hecho inédito su presencia en el Palacio Quemado, algo que la élite política boliviana, con la complicidad de la embajada de Estados Unidos, trató de impedir por todos los medios.

Morales, líder cocalero y que con anterioridad fue diputado y candidato presidencial en el 2002, llevó adelante, a nombre del Movimiento al Socialismo y el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP), un proceso encaminado a transformar una de las economías más atrasadas de la región. También enfrentó, desde la arrancada, todo tipo de embates: desde intentos secesionistas en Santa Cruz de la Sierra hasta la más feroz embestida mediática. Logró, sin embargo, y pese a los vaticinios de numerosos analistas, no solo derrotar esas acciones sino perfilar un modelo económico exitoso (en varias ocasiones fue reconocido como el país de más crecimiento en el área) y configurar una política exterior encauzada a la voluntad integracionista.

Hasta el golpe de Estado de noviembre de 2019, tras las elecciones de octubre de ese año que también ganó el MAS, los resultados obtenidos en su gestión fueron impresionantes e impactaron en todas las esferas de la vida de ese país. Impulsar lo mismo programas como el Juancito Pinto, mediante la entrega de bonos para evitar la deserción escolar; o las rebajas en los servicios básicos de electricidad, agua y arrendamiento de viviendas; la elevación del salario en la misma medida que se fortalecía la moneda nacional; e insertarse en las acciones regionales promovidas como parte de la integración, con esfuerzos gigantescos como la campaña educativa Yo sí puedo y la portentosa Operación Milagro (que con el aliento y soporte de Cuba y Venezuela le devolvió la visión a millones de latinoamericanos, una parte de ellos bolivianos), contribuyeron a que se afianzara el proyecto de cambio, en tanto demostraba hechos y realizaciones concretas que iban más allá de la retórica discursiva.

Desde el punto de vista de las grandes acciones económicas acometidas sobresalió el cumplimiento de lo que reiteró durante la contienda electoral, y a lo que tantas veces aludió, a manera de denuncia, en su labor previa como parlamentario, en cuanto a la nacionalización de los hidrocarburos, el 1ero de mayo de 2006. Ello permitió que por vez primera, en realidad, se tuviera un control estatal pleno de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), con el consiguiente peso de dichos aportes para sostener, y ampliar, el resto de las transformaciones que se emprendían.

Era común escuchar en Bolivia a partir de entonces, a nivel popular, que ahora si el gas era totalmente boliviano, no como antes cuando estaba en manos de intereses foráneos. En esa misma medida se puso en práctica un abarcador plan de desarrollo tecnológico, que garantizara la explotación de ese y otros recursos naturales con tecnología y profesionales del país. Lo contrario de lo sucedido durante décadas donde, el atraso educativo, tecnológico y de infraestructura obligó a que, para obtener pírricos dividendos, estaban condenados a poner la administración y gestión de esos recursos del patrimonio boliviano en manos depredadoras, a las que exclusivamente les interesaba el ensanchamiento de sus arcas.

La creación del Estado Plurinacional, como reivindicación de 36 nacionalidades que estuvieron invisibilizadas durante siglos, fue un acto de hondo calado y la expresión más elevada de dicho proyecto.

En el plano de los recursos estratégicos llevó adelante una política de soberanía, la cual propició el despegue económico y la utilización de los beneficios financieros obtenidos por ellos en diversos programas sociales. La disputa por el control de esos recursos es una de las causas reales que aparece en el trasfondo de lo que sucedió en el 2019. No se puede ignorar la actitud valiente de Morales cuando, una década atrás, expulsó al embajador yanqui en La Paz, el cual, como sus predecesores, se comportaba hasta ese momento a manera de virrey contemporáneo.

Es sabido el papel nefasto de la OEA, y de su Secretario General Luis Almagro, en el golpe de noviembre del 2019. También la actitud encomiable del gobierno de Andrés Manuel López Obrador para salvar la vida de Morales, y resguardar a otros funcionarios de su gobierno en la sede diplomática mexicana en La Paz.

En esa línea de fomentar análisis críticos hay que reconocer los errores cometidos por el gobierno, en varios ámbitos. Entre ellos, y probablemente el principal, no haber articulado una verdadera respuesta a nivel popular, dándole cabida a todos los movimientos indígenas, obreros, estudiantiles y sociales, en la defensa de las transformaciones emprendidas. Por fortuna, un año después de las jornadas aciagas del 2019, el pueblo boliviano votó otra vez de manera categórica por la dupla del MAS, Luis Arce Catacora-David Choquehuanca, en lo que representó una nueva oportunidad para encarar, con métodos renovados y creadores, los complejos desafíos que continuarán presentándose.

  • Ecuador

A partir del 15 de enero del 2007 en Ecuador comenzó lo que su presidente denominaría, válido para la región en esa etapa, un verdadero “cambio de época”. El carismático economista, con estudios en Estados Unidos y Bélgica, en la Universidad de Lovaina, y mediante la plataforma de Alianza País y el apoyo de otras organizaciones y movimientos, impulsó la denominada “revolución ciudadana”.

Los éxitos de la misma fueron innegables, más allá de la férrea oposición que encontró entre los sectores adinerados, con el aliento de Estados Unidos. En una muestra de sencillez, no vista en los predios de su país durante mucho tiempo, promovió la disminución de los salarios de los altos cargos gubernamentales. El desalojo de la base militar norteamericana en Manta, es sin dudas una de las decisiones de mayor valor simbólico que adoptó. De igual manera su reticencia a mantener relaciones con el FMI.

En el plano de la atención a los grupos más vulnerables estimuló diversas estrategias, entre ellas la entrega de subsidios, particularmente en campos destinados, por ejemplo, a la obtención de viviendas dignas. Promovió, con especial fuerza, la temática educacional intentando crear igualdad de oportunidades, en todo lo que fuera posible, en el acceso a los diferentes niveles de enseñanza.

En ese sentido tuvo gran impacto los fondos que logró adquirir, y gestionar de manera eficiente, consagrados a elevar la calidad de la educación superior y de la ciencia e innovación tecnológica. Esa política hizo que profesionales experimentados de varias latitudes, atraídos por dicho clima y salarios ventajosos, pasaran a formar parte del claustro de diversas universidades ecuatorianas.

Poniendo en práctica toda su experiencia como economista, de conjunto con otros expertos que estuvieron a su lado, Correa realizó una hábil liquidación prácticamente de la totalidad de la deuda externa. En junio del 2009, en una irrefutable demostración del respaldo a la voluntad integracionista regional, Ecuador ingresó al ALBA.

El crecimiento sostenido en materia económica, y las posturas de dignificación nacional, unida a una proyección internacional relevante, despojándose de un mero papel secundario, como fue la tónica de los gobiernos neoliberales de muchos países en la región, entre ellos Ecuador, hizo que un número extraordinario de ciudadanos de ese país, asentados durante años en ciudades y comunidades de todo el orbe, decidiera retornar a suelo ecuatoriano, en proporciones nunca antes vista, para reinsertarse, aportando, a la vida productiva y social.

Es evidente que ese accionar intensificó el despliegue de acciones subversivas de la oposición, aupada por los personeros del capital transnacional, convencidos de que no tendrían con Correa los privilegios históricos a los que estaban acostumbrados. El golpe, no se puede llamar de otra manera, el cual se ejecutó desde las estructuras policiales en septiembre del 2010 (con las imágenes del espectacular despliegue de efectivos del ejército para impedir que Correa, quien ya estaba prácticamente secuestrado, permaneciera bajo ese estatus) vino a confirmar la alerta que, un año antes, había hecho el presidente cubano Raúl Castro, a raíz de la maniobra que sacó a Manuel Zelaya del gobierno hondureño. En aquella ocasión, Raúl muy en serio, con un brazo sobre Correa, reflexionó sobre el peligro que entrañaban hechos de esa naturaleza y se preguntó cuál sería el próximo capítulo a presenciar.

Correa, hasta sus adversarios estuvieron obligados a reconocerlo, posee una carisma que le permitió comunicarse con facilidad con diversos sectores, y que ello se expresara en crédito político para su proyecto emancipatorio. Ello, además del resto de las razones apuntadas y otras muchas en las cuales no nos hemos detenido, hizo que se reeligiera, de manera aplastante, en el 2013. Dicha victoria parecía presagiar que en lo adelante, cuando no estuviera al frente del país, su movimiento político, con las figuras que se seleccionaran, estaría en condiciones de dar continuidad, y profundizar, el camino recorrido hasta entonces.

Los hechos, con suficiente elocuencia, demostraron que no fue así. Lenin Moreno, quien fungiera antes como vicepresidente de Correa, se convirtió en un caballo de Troya que minó, apropiándose del discurso izquierdista, la esencia de la Revolución Ciudadana. La traición de Moreno corroboró, en última instancia, la complejidad de los retos, no solo para Ecuador. De forma similar la endeblez de cualquier proceso, por más persuasivo y respaldado que fueran sus líderes originales, si estos no son capaces de enhebrar un sistema integral de trabajo ideológico con las masas, y las estructuras de vanguardia, que les permitan enfrentar lo mismo el envalentonamiento derechista, que las desviaciones y traiciones internas.

III. Logros y tareas pendientes. La necesidad de transitar hacia nuevos horizontes

Más allá de la amplia relación de gobiernos progresistas, que supera, como sabemos, los casos que hemos mencionado brevemente —impensable siquiera a finales de los noventa— creemos necesario realizar precisiones que eviten equívocos, y nos aparten de la esencia de un fenómeno en sí mismo complejo y diverso. En el afianzamiento de determinadas distorsiones, tanto teóricas como prácticas, y no solo en los ámbitos académicos sino también a nivel popular, contribuyó, debe reconocerse, el papel de los medios de prensa, incluso muchos de los cuales respaldaban las posturas de la izquierda.

Lo primero a desmontar es que, desde una perspectiva general, lo que se produjo en América Latina en estos años no fue la llegada al “poder”, como se repitió hasta el cansancio, de esa amplia gama de actores progresistas. Lo que ocurrió, para nada menor pero que también debió ser contextualizado, y puesto en el justo lugar de la balanza, sin sobredimensionamientos estériles que lejos de ayudar confundieran, fue el arribo al “gobierno” de una conjunto de figuras, con diversidad de formación ideológica, política y cultural, y también con una heterogeneidad de objetivos a plantearse.

El “gobierno” es apenas una dimensión del “poder”. Instalarse en las sedes presidenciales no les dio, en ningún caso, el acceso, y control real, de otros espacios de enorme significación dentro de cualquier sistema político. Dicho de otra manera: la victoria en las urnas no garantizó el control del aparato económico, militar, judicial, legislativo, cultural, por solo citar algunos de los niveles principales.

Recuerdo al propio Evo confesar públicamente como, en el caso boliviano, idea aplicable a otras de estas naciones, no se trataba, en cuanto al poder judicial, de emprender una mera transformación. Afirmaba el líder indígena, y estaba en lo cierto, que esa entidad, apegada durante décadas a posturas conservadoras y derechistas, tenía que implosionar. Ello entrañaba que debía ser dinamitada para solo entonces poder fundar, desde nuevos cimientos, un aparato judicial en consonancia con la envergadura de las transformaciones que se ejecutaban desde la Casa Grande del Pueblo. Evo, como otros dirigentes queridos por el pueblo, no logró que ello sucediera. Desafortunadamente no fue el único ámbito, ni país, donde ello aconteció.

De igual manera estos gobiernos progresistas no fueron portadores del mismo nivel de transformaciones, ni en cuanto a la envergadura de las mismas ni teniendo en cuenta la crítica al capitalismo como modo de producción responsable del atraso estructural, y social, de sus respectivas naciones. En esa misma medida las aspiraciones, y propuestas, de cada uno de ellos fue diversa, en tanto expresión de contextos domésticos diferentes. Asimismo es un error suponer que todas aspiraban a superar el capitalismo, y transitar hacia formas de producción y organización social identificadas con el socialismo.

En realidad habría sido demasiado pretensioso, e irreal, pretender que así fuera. Una cosa es la construcción de Chávez de trabajar por el “Socialismo del siglo XXI”, quien en la etapa final de su vida, y desde una cada vez más coherente raigambre leninista y gramcsiana, reiteraba a todo momento la necesidad de edificar un vigoroso poder comunal, y desterrar para siempre el entramado del estado burgués heredado, y otra la labor de los Kirchner de, en los márgenes del capitalismo, promover un sistema de justicia social y entes productivos con autenticidad nacional, no subordinados a los mecanismos leoninos internacionales.

Es precisamente desde esa heterogeneidad que no pocos expertos, para ser más precisos en los análisis, hablaron de una “ola rosada” en ese período en la región, en desmedro de la “oleada roja”, que se intentó asentar en el imaginario colectivo, como si todas pretendieran impulsar una revolución socialista.

Otra matriz que debe cuestionarse es que se pretendió afirmar que esos procesos eran imitaciones de la Revolución Cubana. En verdad, es una idea que no admite el más mínimo sustento, ante la variedad de postulados, épocas, actores, composición social y otras muchas variables. Ello no niega que los líderes de mayor radicalización ideológica, con Chávez a la vanguardia, expresaran en todo momento que si la Revolución Cubana no hubiera triunfado, y mantenido enhiesta en los años inciertos del Consenso de Washington, habría sido muy complejo, y en ocasiones imposible, que se llevaran a cabo esas alternativas transformadoras, al menos en ese momento singular de la historia latinoamericana.

Por otro lado, en múltiples ocasiones, se arremetió contra lo que no pudieron hacer esos gobiernos. Es una idea malsana, más allá del dilema sempiterno de apreciar el vaso medio lleno o vacío. El capitalismo, como sistema, no solo fue el responsable de la creación de esos flagelos, instalados en el panorama latinoamericano por más de dos siglos, sino que fue incapaz de encontrarle solución. Con un desparpajo cuando menos irresponsable se acusaba a gobiernos que encontraron una debacle de no resolver, en pocos años, el verdadero desastre creado, y multiplicado, durante centurias.

De igual manera, cuando se promovieron políticas redistributivas justas, entonces la crítica se enfiló a que no se modificó la esencia del aparato productivo. Es cierto que debió hacerse, a la larga, esto último, pues de lo contrario el impulso de equidad estaría subordinado a los vaivenes de los precios de las materias primas y los productos naturales, en el siempre veleidoso mercado. También lo es que, ante la nefasta situación que encontraron estos gobiernos, había que impactar de manera rápida, y efectiva, en todos los sectores y para ello era impostergable partir de redistribuir los bienes y recursos de los cuales fue privado, desde tiempos inmemoriales, la mayoría de la población.

En cuanto a los errores se cometieron muchos y de variada gama. Quizás el más importante, demostrando así un desconocimiento de la esencia de la lucha de clases y una ingenuidad en cuanto a la manera en que operan las fuerzas y actores políticos, fue suponer que el crecimiento económico, garantizaba per se compromiso revolucionario. Se caía así no solo en la trampa de un determinismo económico, que echaba por la borda la necesidad insustituible del trabajo persona a persona, en cuanto a la formación de una verdadera conciencia sobre la hondura del combate a emprender, sino que se ignoraba que, desde ese posicionamiento, lo que se entregaba era una masa creciente de consumidores, empeñados en formar parte de una clase media alta, amorfa en lo que respecta a una preparación política real.

¿Cómo es posible que casi 40 millones de personas fueran sacadas de la pobreza en Brasil por los gobiernos del PT y luego un espécimen como Bolsonaro ganara en las urnas? ¿De qué manera se explica que en Argentina venciera Maccri, ante los avances experimentados por el kirchnerismo, el cual logró detener la emigración en su país para robustecer las más variadas esferas de la economía? ¿Por qué, a lo largo de 13 años de un proceso de cambio, el gobierno de Evo no logró no solo no formar una oficialidad totalmente comprometida, sino que no contó con un verdadero movimiento integral en las calles que impidiera se consumar el golpe de Estado de noviembre del 2019?

Son infinitas, y dolorosas, las interrogantes que podemos hacernos en esta línea. Ellas nos llevarían, entre muchos cauces, a reflexionar sobre por qué no se prepararon cuadros comprometidos; el hecho de que no pocos de esos procesos descansaran únicamente en sus líderes fundacionales, en detrimento de una real labor de dirección colectiva; por qué se abandonó la calle como espacio de lucha; qué hizo que movimientos sociales que llegaron al gobierno, una vez instalados allí se “institucionalizaran” y dejaran de sentir exactamente como lo que eran, y que propició ganaran en las urnas; por qué se estancaron en las políticas asistencialistas sin contribuir a que los ciudadanos se sintieran protagonistas, y no receptores pasivos de esos beneficios recibidos; el abandono de un trabajo con los jóvenes, y con sectores sensibles a los cambios dentro de la clase media. Asimismo, el no diseño de un plan integral para formar un nuevo sujeto, no atado a estructuras burocráticas, que fungiera como conciencia crítica de la emancipación emprendida.

En fin, aparecerán, seguramente, más preguntas que respuestas a sabiendas que nadie tendrá una verdad única, excluyente por demás, sino que solo de la construcción colectiva que emane de los aprendizajes de la lucha, se podrán obtener respuestas, y propuestas, para superar los errores cometidos, encarar los desafíos por venir y edificar plataformas inclusivas que apuntalen, y hagan perdurable, cualquier empeño de justicia social hacia el que se transite.

Al final tiene que aparecer en el horizonte, como estandarte que compulse a no cejar, y corrija cualquier desviación que surja de las “sillas” que en el camino “nos inviten” a sentarnos, la alerta raigal de José Carlos Mariátegui, de que “el socialismo en América no puede ser copia y calco, tiene que ser creación heroica”.

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