El “Antifascismo militante” estaba dispuesto a dar un paso más para enfrentar al régimen, pero el aparato represor del estado franquista no estaba dispuesto a ceder.
Por Angelo Nero
El primero de mayo de 1975, el último año de la larga dictadura del general Franco, todavía con el eco de las grandes movilizaciones obreras que tres años antes habían desafiado al régimen y habían logrado paralizar la ciudad, se convoca una manifestación bajo el lema “Abajo la dictadura asesina y libertad para los presos políticos. La convocatoria estaba respaldada por la troskista Liga Comunista Revolucionaria (LCR), surgida en 1971 y que entonces se denominaba LCR-ETA (VI), tras su fusión con la escisión de la VI Asamblea de ETA, y por el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), creado en 1973, con la confluencia de varias organizaciones, la más importante el el Partido Comunista de España marxista-leninista (PCE m-l), y cuyo presidente era un Julio Álvarez del Vayo, ministro del PSOE durante la Segunda República.
Aunque el FRAP entonces ya había formado los Grupos de Autodefensa y Combate, con la intención de construir una respuesta armada a la dictadura, en la convocatoria de Vigo la consigna fue clara y se prohibió a sus militantes ir amados, autorizando solo “métodos de autodefensa para crear una cortina de fuego por si llegaba la policía”. El “Antifascismo militante” estaba dispuesto a dar un paso más para enfrentar al régimen, pero el aparato represor del estado franquista no estaba dispuesto a ceder, como demostró ese mismo año, en septiembre, cuando ejecutó a tres militantes del FRAP y a dos de ETA.
Ese mismo día, según un informe de la Brigada Político Social hubo en el estado: “4 atentados contra las Fuerzas de Orden Público, 17 banderas y pancartas colocadas en edificios públicos, 10 comandos violentos, 4 explosiones de artefactos, 16 manifestaciones consumadas, 4 conatos de manifestación, 6 manifestaciones relámpago, 7 reclusiones y perturbaciones de orden público.” Y el resultado de las intervenciones policiales en las diversas manifestaciones en Málaga, Barcelona, Zaragoza, Granada o Vigo fue de “337 personas arrestadas, 16 por “propaganda ilegal”, 117 por participar en concentraciones, 8 por agresiones a las fuerzas de orden público, 20 por “agitación laboral”, 11 por “comandos”, 114 por manifestaciones y 54 por “actividades subversivas diversas”.
Volviendo a la convocatoria de Vigo, dos eran las acciones previstas por los organizadores, la principal un “salto” general en un lugar determinado, que podría ser As Travesas o en O Calvario, y sumado a esto una serie de acciones destinadas a distraer la atención de los cuerpos represivos, que ya estaban prevenidos y habían desplazado a una compañía de la Reserva General de la policía armada, con sede en Valladolid y a otra unidad llegada desde A Coruña.
El periodista Fernando Ramos recordaba así como seguían esas movilizaciones: “Los periodistas que cubríamos estos eventos nos repartíamos las zonas y luego intercambiábamos la información. El movimiento obrero vigués se echaba a la calle, donde lo esperaban las unidades antidisturbios. Los trabajadores se manifestaban a pecho descubierto, pero con calculada eficacia en la plaza de España, la Doblada, la Gran Vía, la Iglesia de los Picos, el cruce de Colón con Policarpo Sanz, o donde más evidente se hiciera su presencia. Lo más arriesgado eran las fotos. Otra alternativa era hacer una concentración en A Madroa, donde para disimular se jugaba un partido, interrumpido siempre por la Guardia Civil, realmente curioso, de cien contra cien, todos en el campo, y en medio, se leían los manifiestos. Era un día emocionante, donde se nos subía la adrenalina a todos. Bibiano Morón, cantante y obrero de sector naval, guardaba en mi despacho una especie de zapatillas especialmente que se calzaba para correr más, cosa que él recuerda.”
Uno de los “saltos” del primero de mayo, que mantuvieron en jaque a las fuerzas represivas en toda la ciudad, se desarrolló en la confluencia de la calle Aragón y la Travesía de Vigo, en el Troncal, cerca de la subestación de Unión Fenosa, donde, en ese momento, se encontraba de servicio Manuel Montenegro Simón, de 42 años, que se asomó a la verja de cierre para ver lo que estaba pasando en la calle. También salió de su domicilio el guardia civil Justo Arias Sanfiz, para encontrarse con un nutrido grupo de jóvenes, algunos de los cuales ponían carteles y hacían pintadas en la pared de la subestación, por lo que no dudo, pese a que no estaba de servicio ni vestía reglamentariamente, de echar mano de su arma reglamentaria, con el fin de disolver la manifestación, y efectuar dos disparos.
Su objetivo, según algunas crónicas, cómo la de Fernando Ramos, era Eduardo Pahino Torres, militante de la LCR y uno de los organizadores del “salto”, que trabajaría en Ascón y Álvarez, recordaba así sus primeros años de militancia, “a los 17 años no tienes miedo, pero fue una época oscura, siniestra, no nos conocíamos entre nosotros para evitar riesgos. Tomábamos muchas precauciones.” Ese primero de mayo estuvo a punto de ser alcanzado por las balas del guardia civil Justo Arias, cuando tenía apenas 18 años, pero fue Manuel Montenegro quien resultó alcanzado por los disparos, resultando muerto.
La represión desatada ese día se extendió por todo el estado, y en Galicia fue especialmente virulenta, deteniendo a diez personas en Ferrol, donde también se habían producido conatos de manifestación y “saltos”, protagonizados por la UPG y el PCE, catorce detenidos más en Compostela por reparto de propaganda, en su mayoría también de la UPG. En Vigo hubo numerosas detenciones, entre ellas la de Eduardo Pahino, y se desmanteló, prácticamente, la estructura que mantenía el FRAP en la ciudad.
Los militantes del FRAP, los vigueses José Luis Sánchez-Bravo y Humberto Baena, junto con otros compañeros recaudaron dinero para poner una esquela en homenaje a Manuel Montenegro en el Faro de Vigo, y al día siguiente de la publicación la policía comenzó a detener a los que participan en la colecta, por lo que ambos huyen a Madrid. Ellos serían las últimas víctimas del franquismo, que los asesinó el 27 de septiembre de ese mismo año, solo dos meses antes de la muerte del dictador.
Un año después, un tribunal de justicia militar absolvió al guardia civil Justo Arias, que había causado la muerte del trabajador de Fenosa, ya que, según consta en la sentencia, argumentaron que había actuado en “cumplimiento de su deber.” El deber, entonces, era reprimir las manifestaciones obreras, como bien habían demostrado en el 72, y el nuestro, casi cincuenta años después, es seguir recordando a las víctimas y a los verdugos que, con la llegada de la Transición, quedaron ocultos bajo un manto de silencio.
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