Zirgan está vacío, solo el viento helado parece encontrar camino en los huecos que los ataques dejaron en todo el pueblo. Del 20 de noviembre al 15 de diciembre del año pasado, hubo tantos bombardeos turcos que un tercio de la población abandonó el pueblo.
Muchas personas de ascendencia kurda y seguidores de la fe aleví temen que el gobierno intente utilizar el terremoto como una oportunidad para cambiar la demografía de sus tierras ancestrales.
Desde que se produjeron los terremotos y sus réplicas mortales, crecieron las denuncias por la falta de controles del Estado turco sobre las edificaciones en una de las zonas del mundo con más actividad sísmica.
El Estado turco también está apuntando a los recursos de la región. Se han bombardeado instalaciones de servicios, centros de salud, centrales eléctricas, silos de grano, plantas de gas y zonas residenciales.
Turquía también impide la entrada de ayuda humanitaria internacional a las zonas bajo control kurdo, como Rojava. Por si fuera poco, la artillería turca ha estado bombardeando Tel Rifat contra las kurdas YPG.
El campesino kurdo Osman Şiban sufre un calvario permanente. Luego de ser lanzado de un helicóptero por soldados turcos, ahora la Justicia lo quiere condenar por pertenecer a una “organización terrorista”.
La sociedad kurda conoce demasiado bien la verdadera cara del Estado y sabe cómo ayudarse a sí misma, pero lamentablemente cae en las trampas del sistema una y otra vez.