Erdogan es claramente consciente de la historia; después del devastador terremoto de 1999, la lenta respuesta del gobierno condenó al entonces primer ministro turco, Bulent Ecevit, allanando el camino para el ascenso de Erdogan.
Por Santiago Montag / La Izquierda Diario
El sismo que sacudió el norte de Siria y sur de Turquía ha dejado, hasta el momento, más de 12.000 muertos, una cifra que aumenta a cada minuto, y alrededor de 20 millones de personas fueron afectadas, según indica la OMS (Organización Mundial de la Salud). Este resultado no debemos explicarlo solo en las condiciones geológicas de la placa de Anatolia, sino en las fallas geopolíticas y sociales de la región. O sea, el impacto de estas catástrofes están atravesadas por los conflictos sociopolíticos y las normas del mercado. En este artículo haremos foco sobre esta problemática.
Aunque es sabido que las ciudades están sobre una zona sísmica, anticipadamente los edificios deberían estar construidos para resistir los movimientos de placas tectónicas, evitando los impactantes derrumbes que vimos en videos llegados por redes sociales. El antecedente del terremoto de 1999, que dejó 17,000 muertos y miles de heridos, explica por qué los edificios cayeron como una torre de naipes. Desde entonces, a pesar de las leyes que imponen las construcciones especiales para el caso, hay denuncias de que el gobierno hace la vista gorda sobre el uso de materiales baratos en las obras civiles. En consecuencia, las clases populares son las primeras en sufrir una catástrofe de esta magnitud.
Si bien el sur de Turquía ha revelado un fuerte crecimiento de la construcción en los últimos años bajo el mandato del presidente turco Erdogan, la mayoría de las constructoras están vinculadas a personajes de su gobierno, como revela Politico. La situación podría llevar a una posible crisis política al Partido Justicia y Desarrollo (AKP) por no hacer cumplir normas de construcción antisísmicas. Todo esto en un momento de campaña electoral.
Por eso, lo vemos a Erdogan en primera línea para “salvar” la situación. Este miércoles anunció el estado de emergencia que duraría tres meses. Según él, es para que el trabajo de rescate se “realice rápidamente”, pero sin entrar en detalles. Como plantea Foreign Policy, “Erdogan es claramente consciente de la historia; después del devastador terremoto de 1999, la lenta respuesta del gobierno condenó al entonces primer ministro turco, Bulent Ecevit, allanando el camino para el ascenso de Erdogan. En un esfuerzo por evitar ese destino, el presidente ha tratado de aparecer al frente de los esfuerzos de socorro”.
Sin embargo, la realidad de la región donde ocurrió el terremoto es sumamente compleja. El sur de Turquía y el norte de Siria son mayoritariamente kurda, un pueblo que reclama su autodeterminación y cuya población está separada entre Turquía, Siria, Irak, Irán, y en menor medida Armenia. Este reclamo histórico los ha llevado a ser foco de ataques militares intensos para reprimir sus aspiraciones territoriales.
En Turquía, la segregación de la gran minoría kurda está expresada en términos territoriales y políticos, con persecución a los partidos parlamentarios como el HDP (Partido de los Pueblos del Kurdistán) o ataques militares a las zonas controladas por el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), una marginación territorial que desangró económicamente a este pueblo durante años. Esto, a lo largo del tiempo, socavó las capacidades de resiliencia de la región para resistir una catástrofe como el terremoto de este año. Desde el inicio de la guerra civil en Siria, y la guerra contra el Estado Islámico (con el ingreso de actores internacionales), tanto Erdogan y el presidente sirio, Bashar al-Assad, han atacado por separado a los kurdos y sus zonas que habían logrado altos grados de autonomía.
Desde que Donald Trump y Estados Unidos dejaran de darles cobertura aérea y retirara sus bases militares en 2019 (aun quedan alrededor de 600 efectivos estadounidenses en la región), las ciudades del norte de Siria sufrieron una avanzada mortal de los estados sirio y turco. Hoy, toda la zona, que ya se encontraba devastada por la guerra, recibió un nuevo golpe dejando a millones sin hogar, con temperaturas cercanas a cero. Como zonas del noroeste de Siria está controlado por la oposición denominada “rebelde” (muchos de los cuales son financiados por Turquía o directamente están vinculados a grupos como Al Qaeda), la única ayuda humanitaria son los “Cascos Blancos” (White Helmets) que operan en el terreno de manera autónoma. María Constanza Costa, politóloga, docente de la UBA y analista internacional experta en Medio Oriente, explica que “las zonas de Iblid y Alepo son el último bastión de la oposición en Siria. Las denuncias sobre la falta de infraestructura sanitaria para poder hacer frente a la catástrofe y el pedido de ayuda internacional crece a cada hora, pero aún la comunidad internacional no da una respuesta contundente. El gobierno sirio, por su parte, no va a enviar ayuda a las regiones que no controla”. Y agregó que “el impacto y la magnitud de la catástrofe tienen que ver con los años de abandono y aislamiento del norte de Siria, una región controlada por los combatientes que se oponen a Al Assad”.
Mientras que Turquía también impide la entrada de ayuda humanitaria internacional a las zonas bajo control kurdo, como Rojava (famosa por la resistencia de los destacamentos de mujeres). Por si fuera poco, la artillería turca ha estado bombardeando Tel Rifat contra las kurdas YPG (Unidades de Protección del Pueblo), quienes controlan la región autónoma del norte de Siria, golpeada por el terremoto en un acto criminal en medio del desastre.
Los líderes kurdos están denunciando que la gran mayoría de las ciudades kurdas no reciben ayuda. Si bien muchos de los rescates se están llevando a cabo por la autoorganización de la población, el estado de emergencia dictado por Erdogan genera que las actividades de rescate, socorro y control de la información de las cifras de muertos y heridos y la situación de daños en la infraestructura, sean centralizadas por el Estado para evitar cualquier voz crítica en medio del año electoral, sobre todo las kurdas.
Leandro Albani, periodista especializado en Medio Oriente, dice: “Es necesario recordar que el anterior estado de emergencia que dictó Erdogan fue luego del intento de golpe de Estado en 2016. Esa medida se extendió en el tiempo y la utilizó para encarcelar a miles de opositores, ya sean kurdos, turcos, periodistas, etc. Al HDP lo descabezó de dirigentes, encarcelando a cientos de sus militantes y diputados. No sería raro que ahora haga lo mismo, teniendo en cuenta las elecciones en mayo”.
Este escenario muestra que los muertos, los heridos y el sufrimiento de millones que se quedaron sin hogar por el terremoto, es una catástrofe vinculada directamente a la desidia empresarial y a intereses nacionalistas que las clases populares pagan con sus vidas.
Se el primero en comentar