Por Àngel Llopis Manzano
Antes de empezar quisiera dar las gracias a toda aquella docencia que en estos tiempos de pandemia sigue siendo ejemplo de vocación y dedicación.
Todo, absolutamente todo lo susceptible de opinión es a su vez posible víctima de la romantización mediática y propagandística que en muchos casos se traduce en formar increíble ruido y recoger muy pocas nueces, independientemente de la validez moral y científica que acompañe el asunto. Viene siendo como una metáfora de lo que se describe en el Síndrome de Stendhal, considerando lo mediático como un arte de la venta capitalizada, de ahí que todo lo que ocurre con la fantástica realidad virtualizada y pasiva es un arma de doble filo, alejada de cualquier movimiento, pero infinitamente entretenida.
Así ocurre también con la introducción de las nuevas tecnologías en la escuela y la formación de las futuras generaciones docentes, peligrando esta vez el equilibrio entre arte y técnica didáctica, sometiendo el desarrollo de personalidades al criterio económico que dicta las competencias clave necesarias en el alumnado, en un currículum muy poco sumativo.
Con el estallido de la crisis múltiple actual, se ha subrayado la importancia del acceso a la información como derecho fundamental, y aunque cierta es la propuesta y reivindicación, probablemente se trate de otro parche temporal atractivo, otra correlación temporal complementaria y jugosa políticamente que olvida las grietas del sistema educativo occidental y califica de exitosas unas medidas superficialmente paliativas en favor de la digitalización.
Y es que, la educación ha demostrado ser en este país fruto y producto de parches ideológicos casi aislado de la profundidad social que la complementa y condiciona en las aulas. Nos debería bastar revisando el contexto y publicación de cada una de las leyes a las que hemos sobrevivido, (y las que quedan) siendo mínimamente competentes, para empezar a blasfemar y con razón.
Cualquiera que haya estado frente al televisor durante los comienzos de septiembre y allá por primavera, habrá sido espectador o espectadora de uno de los conceptos del año, y no de anteriores, fíjense qué curioso: la brecha digital. A partir de nuevas tendencias que optan e inciden en el desarrollo de entornos educativos de fácil acceso, la conectividad parece responder a cierta parte de las demandas por la inclusividad en la comunidad educativa.
Pero si analizamos a la totalidad del alumnado, seguimos en los mismos ámbitos económicos sin fijarnos en la base de la desigualdad que los crea, es decir, esto no es más que un acierto atemporal de Pavlov y su más famoso experimento, que en este caso sirve para calificar la personalidad de nuestros políticos y votantes. Se ha llegado a la conclusión estipulada que, con la informatización de la instrucción, se consiguen mejoras y un más amplio acceso. Ahora bien, incluso siendo cierto que se despierte mayor motivación, el eje solo podrá mantenerse si la metodología que acompaña el recurso es la adecuada y la formación tanto de la docencia como de las familias es suficientemente responsable y útil
Y aquí estamos, salivando cuando oímos hablar sobre la modernidad y digitalización de nuestro sistema, independientemente del resultado formativo y desarrollo personal del alumnado, que sigue siendo deficiente y sigue necesitando materiales que propulsen la tan ansiada criticidad y deliberación, y no lo cuantitativo y meritocrático. Cualquier recurso, aunque bienintencionado sea, necesita de una metodología eficiente. Dicho de otra manera, han aparecido, como esta, algunas de las bases teóricas que definen el continuo problema en el acceso a la educación y los recursos que esta utiliza, pero no responden a él, ni se suscriben a su totalidad para paliarlo.
Nos vamos acercando al centro de la cuestión. Para analizar la brecha digital, no nos podemos confundir, el eje principal es, como siempre, el nivel socioeconómico y cultural de las familias en nuestro alumnado, un factor tan tangente como decisivo en el aprendizaje. Un concepto que no debemos subestimar y al que debemos atacar si buscamos una sociedad crítica y consciente, pero sobre todo con igualdad de oportunidades. Ahí llega la romantización hasta lo obsceno, la burocratización académica, que, en este caso, provoca entender, a medias, la educación como resultado de la evolución social sin que se entienda el contexto; somos números en una lotería de presupuestos irracionales que aplauden a un sintecho estudiando en las calles, pero no entienden el derecho a vivienda digna.
La brecha digital es un comienzo de otro final, es calentar la sartén a fuego lento sin tener muy claro qué se va a cocinar ni para cuántos comensales, habiendo invitado a toda una generación de estudiantes. Pasa lo mismo con la salud, nos hemos basado en un sistema asistencialista que se corroe ante la avalancha por estar desprovisto, y sin haber sido previsores le exigimos resultados inmediatos. Incluso a algunos se les ocurre atacar a la diversidad en favor de lo fascista y proteccionista, pero esto es otro tema.
Lo mismo pasa con la educación, hemos creado un sistema educativo que dice ser inclusivo, y lo es, comparado con la educación segregada, católica y aristócrata del siglo pasado. ¿Quién no habrá escuchado comparaciones entre el éxito académico y las clases sociales? No, no es que haya una predisposición genética, ni son circunstancias del azar. El desequilibrado poder de adquisición y repartimiento de la riqueza, y las políticas que se aplican en su continuidad, son los causantes de que esa brecha digital sea, entre pinzas, sólo uno de los ladrillos de una fachada que todos sabemos a qué lado puede caer.
El concepto de brecha digital es como las campañas de recogida de alimentos y ropa por Navidad. Atenderlo es un muy bonito gesto, pero puntual y con el que se aparenta ser solidario. El resto del año infinidad de familias necesitan acceder a una vivienda digna, un trabajo no precario o a una conciliación inexistente. Hablamos suponiendo que son núcleos sentimentalmente estructurados, sin rasgos de violencia ni desolación. Porque, entenderán ustedes que, ofrecer un ordenador a una familia desestructurada por el maltrato, podrá ser un gesto bonito, pero para nada suficiente como inclusión.
¿Dónde está el eje de la cuestión entonces? El eje de la cuestión radica en las generaciones que actualmente deciden el trato que están teniendo y tendrán las venideras. Es decir, la verdadera acción inclusiva es aquella que trabaja primero por conseguir una adecuada repartición de la riqueza y las posibilidades, es aquella sociedad que lucha contra el machismo o el racismo y en favor a la memoria histórica, porque de nada sirve sustentar una familia con tecnología si no se les va a contratar por su procedencia o porque sus estudios han sido los básicos por preferir trabajar y comer, o porque simplemente se sigue evaluando la acumulación concreta de conocimientos y no la capacidad crítica ni el valor cultural y social
¿Entienden? El problema va mucho más allá de un simple y grato ordenador que ilumina el habitáculo de la juventud. De nada sirve el concepto si la sociedad no acompaña la idea del respeto y la humanidad, y no de la tolerancia. Porque no se engañen, tolera quien se encuentra en situación de privilegio. Se necesitan investigaciones que luchen por la clase trabajadora, que no sigan pasando por alto el clasismo y los barrancos del neoliberalismo. Que la educación sea pública y de calidad, no es sólo un lema, sino una verdadera necesidad, y más en tiempos de pandemi
A pesar de tantas buenistas y seudorevolucionarias retóricas de unos y de otros: TODOS MERECEN LO QUE CREAN, todos merecen las injusticias o la mierda que les caen en la caras según lo que valoran o desalmadamente desprotegen, sí, y también según sus likes, sus seguimientos, sus fríos silenciamientos al que demuestra a razón la verdad, y también merecen lo que merecen según sus podridas caras sucias y duras por defender-seguir A LO MISMO,
¡a lo mismo! (a lo pillo solo que no aporta nada de explicación racional o ética).
¡Todos se merecen de inmediato la mierda neta que ellos y VOSOTROS mismos van creando!