Por Iria Bouzas
Hay personas que mientras caminan o se mueven para hacer sus tareas diarias emiten un sonido parecido al que producirían un montón de fragmentos de cristal juntos que estuviesen chocando entre sí.
Eso les ocurre de forma totalmente involuntaria a las personas que están vivas pero que están rotas por dentro. La piel y los huesos mantienen la apariencia de normalidad, pero el soniquete incesante que hacen a cada movimiento les delata.
La vida, o al menos la organización de la vida tal y como la conocemos, no permite demasiadas improvisaciones. Según crecemos nos damos cuenta de que todo el mundo a nuestro alrededor vive en una permanente carrera que va hacia ninguna parte y a los individuos solo nos quedan dos opciones posibles: o ponernos a correr o hacernos a un lado.
Las cunetas de la sociedad no son en absoluto un lugar nada confortable. Hace frío, pasas hambre y lo que es peor, es el lugar en el que escupen y hacen sus necesidades los demás seres humanos cuando pasan a la carrera por tu lado sin mirarte ni pararse y dedicar dos segundos para preguntarte si necesitas algo.
Así que aquellos que están un poco rotos, pero siguen teniendo un cuerpo aparentemente normal se dedican a correr como pueden camuflados entre la multitud.
Pero la física es la que es y no podemos evitar que las partes que están sueltas se vayan chocando mientras los cuerpos avanzan y esos choques, lógicamente provocan que se generen ruidos.
Hace tiempo le decía a alguien que se podían escuchar sus gritos silenciosos a kilómetros. Me retumbaban en los oídos y me asombraba pensar que no todo el mundo fuese capaz de escucharlos con la misma nitidez que yo lo hacía.
Las personas que están rotas a veces gritan porque las partes sueltas de sí mismos se les clavan por dentro de la carne mientras dan una zancada tras otra para seguir siendo parte de la carrera general.
Pienso mucho acerca de la cantidad de ruidos que nos rodean. El tintineo de las partes rotas de muchas personas que corren a nuestro lado. Los gritos de aquellos a los que las piezas más afiladas de esos fragmentos les desgarran las entrañas unidos a los lamentos y las peticiones de ayuda de los que se quedaron en un lateral de la carretera por la que los demás vamos corriendo.
Demasiado ruido.
No tengo ni idea de cuál puede ser la correlación que exista entre el running y los tímpanos, pero igual es porque faltan otorrinolaringólogos en el mundo para explicar como hay tantas personas que a base de correr y correr sin descanso se han vuelto total o parcialmente sordas.
Personalmente, pese a mis reiterados problemas con mi oído derecho, más que un otorrino yo ahora mismo necesitaría un psiquiatra o un psicólogo, y si me apuran, los necesito con una cierta urgencia.
Desde que fui capaz de escuchar por primera vez el sonido ese que hacen al moverse las personas que están rotas por dentro, no dejo de oírlo allá donde voy y eso me está generando ya unos niveles intolerables de ansiedad.
Es cierto que la frecuencia del sonido es diferente en cada persona rota que me encuentro, unos emiten un repiqueteo constante y nervioso y otros, en cambio, me recuerdan al tañido de las campanas de la iglesia de mi pueblo.
Pero todos suenan y resuenan de alguna manera.
Como soy una persona discreta nunca pregunto ni comento acerca de sus ruidos a las personas que están rotas. De hecho, creo que la mayoría ni siquiera son conscientes de que van por ahí moviéndose por el mundo mientras hay partes dentro de su piel que están hechas cachitos. Supongo que la necesidad de seguir corriendo te impide pararte a mirarte las vísceras de vez en cuando para comprobar que todo está correctamente dentro de ti.
Por mi parte, sé que cuando camino también emito algunos ruidos muy sospechosos, pero como estoy muy ocupada intentando escribir la “Guía definitiva para entender el universo”, me he convencido a mí misma de que lo que escucho es la banda sonora de mi vida que está sonando y simplemente me dedico a bailar al son de su melodía.
Se el primero en comentar