Por Iria Bouzas
Rendirse no es una opción.
O, ¿Sí lo es?
Rendirse significa dejar de luchar y de oponer resistencia, algo que habitualmente tiene connotaciones negativas. Pero también tiene otro significado, el de llegar a fatigarse tanto que te quedes sin fuerzas.
Entonces, ¿cabe preguntarse si es una opción la de quedarse sin fuerzas?
Yo creo que el hecho de querer y necesitar parar, cuando llegas al punto de sentir que no puedes más, es algo consustancial a la propia esencia del ser humano.
Los masones hablan de Dios como el Gran Arquitecto del Universo. Yo, en este desarrollo filosófico, enajenado y medio hippy que estoy llevando a cabo con el fin de escribir el manual definitivo de uso para la vida, he llegado a la conclusión de que, si existe un Dios, este es sin duda un panadero.
Dios es un panadero, el mundo es una empanada que se está cocinando y nosotros, los seres humanos, los ingredientes que están desperdigados por la masa intentando entender cuál puede ser la importancia de un insignificante trozo de cebolla o de un gramo de atún, en todo este follón al que llamamos vida.
Así que, el Panadero del Universo, en su infinita sabiduría sobre masas y levaduras, se dedica a pasarnos por encima un robusto rodillo gigante de madera maciza, que rodando hacia adelante y hacía atrás, nos aplasta y nos da vueltas y más vueltas, una y otra vez.
El dolor y la pena nos dejan marcas y cicatrices que solo podemos aspirar a disimular pero que nunca desaparecen del todo.
La vida en forma de rodillo, nos deja lastimados y cansados y mientras, nosotros intentamos volver a ponernos en píe, o al menos colocarnos en una posición que nos permita mantener nuestra dignidad, después de cada pasada.
Creo firmemente que rendirse sí que es una opción básicamente porque, lo aceptemos o no, al final en algún momento no nos queda más remedio que parar y buscar tiempo para lamernos las heridas.
El sufrimiento y el cansancio, son acumulativos. El dolor y la pena nos dejan marcas y cicatrices que solo podemos aspirar a disimular pero que nunca desaparecen del todo.
En estos tiempos de un modernismo neoliberal que atufa, está de moda condenar por impura, cualquier actitud o necesidad que esté derivada de nuestra propia humanidad.
Vivimos en un mundo al que no le gusta todo aquello que nos aleje del ideal de convertirnos en robots de producción y consumo, así que, en medio de este paradigma, la rendición tampoco está bien considerada. Y esto es lógico si tenemos en cuenta que las máquinas, salvo cuando se rompen y se arreglan o se sustituyen por otras, no se cansan nunca y no dejan de trabajar.
Asumir la rendición implica aceptar la necesidad de descanso. Dejar de luchar es, en muchas ocasiones, la única forma de encontrar tiempo para cuidar de nosotros mismos. Hasta los mayores guerreros de la Historia han necesitado tirar la espada al suelo en algunas ocasiones.
Reivindico la rendición como un espacio de protección para el luchador caído que necesita un espacio seguro en el que encontrar protección.
Reivindico la rendición como la llegada a una madurez que nos permite saber en qué batallas debemos dejarnos el alma y la piel, y cuales no son rentables de ser luchadas.
Reivindico la rendición exactamente igual que lo hago con cada necesidad humana, sin ponerle connotaciones y sin cargarlas con el peso de la culpa por alejarnos con ellas de lo que algunos ideólogos sin corazón dicen que deberíamos ser.
Vivimos en un mundo al que no le gusta todo aquello que nos aleje del ideal de convertirnos en robots de producción y consumo, así que la rendición tampoco está bien considerada.
Si asociamos la rendición a la derrota humillante, seguiremos asumiendo un peso innecesario cuando tengamos que rendirnos. Mientras estamos vivos, no podemos dejar de luchar. Pero en ocasiones es imprescindible asumir la derrota en una batalla para permitirnos descansar o para darnos el espacio que necesitamos para emprender una diferente.
Quizás, cuando alguien de nuestro entorno se rinda, en lugar de animarle a seguir peleando ciegamente, deberíamos preguntarle cuál es el motivo y en qué otro combate piensa tomar parte en adelante. Y solo cuando esa persona haya decidido rendirse del todo, entonces, deberemos recoger nosotros la espada que ha dejado tirada en el suelo y luchar temporalmente sus batallas hasta que se encuentre en condiciones de segur por sí mismo.
Yo nunca he enarbolado la bandera blanca sin que, con el paso del tiempo, no me haya encontrado otra vez inmersa de lleno en alguna otra pelea.
La carga y la culpa de no ser perfecta se la dejo para que hagan lo que quieran con ella los neoliberales rancios de las autoayudas.
Por mi parte, ni hoy ni nunca, pienso llegar a sentirme mal por refugiarme en la rendición que me permita seguir adelante.
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