Que rojo era mi valle

Por Daniel Seixo

Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.

Fidel Castro

«Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía.«

V.I.Lenin

Julio de 2012, una columna de mineros marcha en lenta y firme travesía por la capital de España. El pueblo de Madrid lleva semanas preparado para recibirlos con la solemnidad que solo un trabajador en digna lucha merece. Por eso, mientras los participantes de esta cruel y desesperada “Marcha negra” encienden las linternas de sus cascos y clavan sus botas en el suelo, para culminar con orgullo un último acto de resistencia frente a un estado que en este momento es ajeno a sus intereses como trabajadores, los aplausos, los gritos de “todo Madrid es minero” y las escenas de emoción y rabia, por lo que nadie puede obviar es una injusta e inevitable derrota, se entremezclan como ancladas en el tiempo con los primeros compases de En el pozo María Luisa, canción conocida popularmente como Santa Bárbara bendita, un himno minero que ha permanecido durante décadas en el imaginario colectivo como cántico indeleble que ha logrado preservar el eterno el sacrificio  de 17 mineros asturianos que en 1949 fallecieron en Langreo víctimas de una explosión de gas.

La retirada de las ayudas al carbón supuso una condena a muerte para los pozos, para miles de familias y para unas cuencas mineras que a esas mismas horas se enfrentan en sus propios barrios y con firme determinación a unas fuerzas antidisturbios que en Asturias funcionaban de facto, y sin apenas disimularlo, como tropas de ocupación cuya única función consistía en facilitar que al trabajador minero se le pudiese arrebatar su pan y su forma de vida. A poco que uno lograse permanecer atento, en la Marcha negra de 2012 resonaba el eco de la mina de Cortonwood, las políticas de Margaret Thatcher y la incontestable derrota final de una forma de organización obrera, que tras derrumbarse por una permanente combinación de oposición externa e interna, dio finalmente paso a la libre implementación de una agenda neoliberal ejecutada bajo la tutela de la “Dama de Hierro y reina madre de la austeridad “en firme sincronía con su homólogo al otro lado del charco, Ronald Reagan. Seguirían a esta historia nombres como François Mitterrand, Felipe González, Tony Blair, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero, Silvio Berlusconi o Emmanuel Macron, pero las recetas económicas, con ligeros cambios fruto del maquillaje electoral, sería siempre las mimas.

No somos más que otro eslabón en una eterna cadena únicamente superable mediante la lucha obrera y la construcción de un proyecto común de transformación social denominado socialismo

Comenzaban también por aquel entonces a aparecer en escena los síntomas del abrupto despertar de 1991. El abatimiento y la desesperanza del supuesto fin de la historia arrojaban a nuestra realidad toda una corriente de pensamiento basada en la ensoñación, el derrotismo y de forma muy particular en el descreimiento ante todo aquello que sonase a proyecto común de transformación social. Los efectos de esta nueva tribu urbana, con ínfulas de sesudo academicismo, se dejarían sentir con especial fuerza en nuestra realidad política con el paso de los años y la parición de nuevas formaciones políticas sin reparos a la hora de explotar electoralmente la sin razón de asumir la derrota, pero a esas alturas, en esa prolongada resaca del 15M que se entremezclaba en nuestra historia con los acordes del Santa Bárbara bendita, el culto al absurdo, a lo freak y al más extremo individualismo cainita, se dejaban únicamente entrever en nuestras redes sociales a través de diversos usuarios que se quejaban amargamente, en medio de la represión policial y económica contra los mineros, por la contaminación de los neumáticos, el egoísmo de quienes se resistían a ver morir su única fuente de ingresos o por las formas violentas de quienes respondían con artesanales bazookas a las cargas policiales.

En aquel momento en el seno de la izquierda aquello pareció el culmen del quintacolumnismo más innecesario y absurdo, pero apenas una década después descubriríamos horrorizados como de la mano de una de las estrellas pop del panfletismo nacional, la cosa podría ir mucho más allá. El marxismo ya no solo debía atender como legítimas las reivindicaciones que situasen a lo material en clara subordinación a lo estético o a lo discursivo, sino que rodeado por la política meramente electoralista y el acoso sistemático de los grandes medios de comunicación, debía mostrarse sumiso y entregar definitivamente su carga ideológica para conformarse con sobrevivir como una especie de atuendo radical, destinado a desaparecer gradualmente al tiempo que la edad y la precariedad modelasen al sujeto conforme al papel requerido por esta sociedad de consumo. El minero, el soldador, la transportista, el albañil, la carretillera, pero también el funcionario o la periodista, debían ahora situarse tras una pancarta encabezada por el nuevo sujeto político revolucionario de nuestros días, ese representado en Greta Thunberg entrelazando los brazos con una adolescente feminista y una trans de 10 años. Como comprobarán, en toda esa sentencia del nuevo sujeto político revolucionario, hay mucha diversidad y poca clase obrera.

Siento ser yo quién se lo diga, pero no son ustedes únicos, no son especiales y ni toda la ropa de marca del mundo, ni su pertenencia a tribus urbanas o su puñetero catálogo de Ikea va a lograr convertirlos en algo más elaborado que un triste espécimen de homus consumus

Existen batallas que uno debe librar aunque la derrota esté asegurada, batallas que no aportan recompensas inmediatas, ni tan siquiera grandes satisfacciones o palmaditas en la espalda más allá de las recibidas frente a los focos de una prensa, que quiera o no, siempre edulcora la realidad de las luchas obreras. Una de esas batallas fue la de la Marcha Negra, la batalla de la minería, un conflicto perdido de antemano para un estilo de vida que se moría conforme los tiempos avanzaban y que quizás tan solo requirió de la izquierda una mayor capacidad de análisis y un plan de transformación social que ya entonces se antojaba inconcebible para una opción política que tras la caída de la URSS se había acostumbrado únicamente a paliar los daños del proyecto de sociedad de un puñado de multinacionales al rededor del planeta. También en Langreo, San Martín o Mieres la sociedad evolucionaba al compás de los nuevos tiempos y al margen del aire oscuro y cargado de la mina. Las drogas, la música, las modas y la televisión ejercían su fuerte influjo social para impregnar de falsa diversidad a un pueblo que poco a poco se dividía en dos clases sociales profundamente marcadas, la de los poseedores y la de los desposeídos.

Resulta absurdo intentar analizar nuestra realidad desde un punto de vista que ignora, consciente o inconscientemente, que la polarización de las sociedades va en aumento dejando sobre el tablero social dos vectores claramente contrapuestos en permanente tensión, únicamente sostenida en el tiempo sin grandes estallidos sociales gracias al poder mediático y al papel de alienación masiva estructurado por las redes sociales y la total impregnación de la ideología neoliberal en todos los ámbitos de nuestra vida, desde el educativo al personal e íntimo. En la actualidad la mayor parte de nosotros nos hemos abandonado totalmente, o bien vivimos en permanente enfrentamiento irresoluble, con nuestro papel de consumidores despreocupados y aletargados en esta sociedad sin futuro, sin plan más allá de la mera acumulación de capital en cada vez menos manos entretenidas únicamente en su lucro personal que ya hace mucho tiempo carece de sentido. Hoy hemos desdibujado la condición de seres humanos hasta transfórmanos únicamente en simios con un amplio vestuario y una interminable lista de gadgets a nuestra disposición por ínfimas sumas de dinero cada vez más inalcanzables. Somos incapaces de soñar como especie, nos encontramos aprisionados en un continuo absurdo que no solo frena nuestra mirada al inmenso universo que nos rodea y nuestra imperiosa necesidad de reflexionar acerca de nuestro propio interior para conocer el verdadero significado de nuestra existencia, sino que además nos retrotrae a oscuros parajes teológicos en los que la sin razón y el miedo por esta continua derrota de nuestras capacidades como seres humanos nos hace buscar en el detalle y lo individual algo que nos haga únicos, necesarios e imprescindibles en un devenir sistémico que nos engulle y nos expulsa de su insaciable estómago según sus propias necesidades.

Seguirían a esta historia nombres como François Mitterrand, Felipe González, Tony Blair, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero, Silvio Berlusconi o Emmanuel Macron, pero las recetas económicas, con ligeros cambios fruto del maquillaje electoral, sería siempre las mimas

Siento ser yo quién se lo diga, pero no son ustedes únicos, no son especiales y ni toda la ropa de marca del mundo, ni su pertenencia a tribus urbanas o su puñetero catálogo de Ikea va a lograr convertirlos en algo más elaborado que un triste espécimen de homus consumus destinado a pasar al vertedero de la historia si nada cambia. Piénsenlo por un segundo, recapaciten detenidamente acerca del sentido de una sociedad que se muestra capaz de construir rascacielos o dilapidar sus recursos en coches de lujo, botellas de champagne y lujosas fiestas de la apariencia y la ostentación, mientras a su alrededor la muerte sigue presente en absurdas guerras, injustas fronteras y pequeños muros de Berlín cimentados mediante lujosos escaparates que dividen su opulencia de nuestra miseria. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, productores y consumidores, en una frase: opresores y oprimidos.

No somos más que otro eslabón en una eterna cadena únicamente superable mediante la lucha obrera y la construcción de un proyecto común de transformación social denominado socialismo. No se trata pues de renegar de nuestro contexto social, ni de cerrar los ojos a las transformaciones estructurales presentes en nuestros días, no podemos obviar los retos que la ecología, la lucha por la igualdad de derechos sociales y las nuevas tecnologías o la ciencia nos presenten de cara al futuro, ni tampoco debemos por tanto considerar que la clase obrera deba necesariamente cimentar su futuro de forma exclusiva en las tradiciones, algo que comúnmente se ha usado como cínico ariete por propios y extraños contra las posiciones materialistas, pese a que nunca nadie haya planteado cosa semejante en este continuo y absurdo debate público destinado al onanismo de la pseudointelectualidad occidental. Asumamos pues que la solución no pasa ni por un inmovilismo nostálgico como el representado por el cabeza de familia de “Los Morgan”, ni tampoco por asumir el relato impuesto por el opresor material y cultural, según el cual todo nuestro futuro pasaría por situar al frente de unas cada vez más peregrinas e inmateriales reivindicaciones a un Huw Morgan en proceso de transición y en fiel compañía con alguna otra niña comprometida mediáticamente con una causa lo suficientemente amplia y neutra como para poder ejercer el papel de falsa rebeldía controlada. Necesitamos volver a lo material, me importa poco si al frente del movimiento que lo haga posible se sitúa una mujer, un hombre, una persona negra, asiática, gallega, transexual u homosexual, simplemente pido que se identifique sin ningún género de dudas con la clase obrera, con ese colectivo que es sumamente diverso y que debe seguir defendiendo su derecho a serlo, pero que debe hacerlo comenzando por volver a confiar en un proyecto común que sirva de marco para nuestras vidas. Si no es así, el valle habrá perdido algo que nunca podrá reemplazar.

1 Comment

  1. Muy de acuerdo con la forma y el fondo, y no somos pocos los que pensamos igual desde hace un tiempo pero ¿Como cambiamos la tendencia? Tengo la sensación de que el sistema capitalista occidental se desmorona ante nuestros ojos y gran parte de la sociedad es consciente de ello, sin embargo a esas preguntas que nadie se quiere hacer parece que los únicos que responden es la ultraderecha a base de demagogia, neuromarketing político y mucho dinero redes sociales, trasladándose a la calle con una efectividad increible. Entonces ¿Cómo luchamos las personas normales contra eso, cuando el tejido asociativo es a dia de hoy, inexistente? Por muy convincente que sea, solo puedo aspirar a influir en mi círculo de contactos más cercano y a estar en movimientos donde quienes hay ya más o menos piensan igual

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