Orgullo del cante jondo

Por Daniel Seixo

Lo que duele no es ser homosexual, sino que lo echen en cara como si fuera una peste.

Chavela Vargas 
"Si una bala entra en mi cerebro, esto puede romper las puertas de la represión tras la cual se esconden los homosexuales en el país"

Harvey Bernard Milk

Gay, Lesbiana, Socio, Lesbianas, Bisexual, Ternura

No es casualidad que la frase que antecede a este artículo sea la del político estadounidense Harvey Bernard Milk. No os preocupéis, no vengo a amargarle la fiesta a nadie, no pienso ponerme demasiado melodramático recordando todos aquellos que dieron –y por desgracia en muchos países todavía dan– la vida por el simple hecho de amar o vivir su sexualidad de forma diferente a la establecida por alguna estúpida tradición, algún dios curiosamente siempre masculino o simplemente por el exceso de testosterona del régimen político de turno. Pero sí quiero hablaros de ese otro orgullo, el que se sentía representado con tipos como Harvey Milk o se identificaba en actos como el de la LGSM y su lucha codo a codo con los mineros británicos. Un orgullo constructivo, cultural, incluso lúdico, pero siempre, sin excepción, combativo. Un acto en que los participantes eran plenamente conscientes de que cada uno de ellos, cada compañero y compañera, se jugaban el pelo por situarse en primera línea, por todavía visibilizarse en  un mundo que no los acogía.

No hace tanto tiempo de eso, no hace tanto tiempo que Lorca y tantos otros fueron asesinados por maricones, ni hace demasiado tiempo tampoco de la época en la que esa misma institución eclesiástica que ahora apenas los soporta, los asesinaba en la hoguera por considerarlos poco menos que una aberración demoníaca.  No hace demasiado tiempo de las listas de homosexuales del franquismo, la represión, la tortura o la humillación, pero menos tiempo nos separa de la homosexualidad recluida en la farándula, las terapias de reconversión aceptadas como posible evidencia científica, las palizas a maricones por «hinchadas de fútbol radicales«, la inexistencia de homosexuales en los estadios –dentro y fuera del césped-, en los parlamentos, las universidades, las empresas… Las humillaciones en los institutos, la negación, los armarios…. La exclusión a la hora de formar una familia… No ha pasado demasiado tiempo desde que todo esto que llamamos sociedad comenzó a ser soportable para muchos, no ha pasado apenas tiempo desde que el mundo se ha comenzado a plantear que perseguir a cualquiera por su forma de amar es demencial, no ha pasado demasiado tiempo desde que nosotros lo hemos hecho. No lo ha hecho y debemos ser consciente de la importancia de defender los derechos ahora conquistados.

No se fíen de aquellas formaciones que les dicen como tienen que amar o que pacten con aquellas que lo hacen, no se atrevan a confiar su voto a aquellos que son capaces de mercadear con algo tan serio como es la capacidad de amar en total libertad

Todxs sabemos lo que sucedió el 28 de junio de 1969, nadie aquí ha olvidado que aquel día la rabia y la impotencia contra las continuas redadas que en Nueva York se producían contra bares como el Stonewall, provocó que el incipiente colectivo LGTB decidiese salir a la calle para visibilizarse, para hacerle comprender de una vez por todas al conjunto de la sociedad, pero especialmente a las instituciones, que la persecución a la que se veían sometidos carecía de cualquier fundamentación lógica, no existía algo así como una razón fundamental o una excusa divina para continuar con aquella locura sin al menos asumir la barbarie de la misma.

Razones divinas o razones fundamentales que durante el franquismo también se buscaron en el estado español y a las que quizás muchos nunca llegaron a renunciar. Sodomitas para la iglesia y en el mejor de los caos vagos, maleantes o perturbados para el estado, la homosexualidad en el estado español también se ha cobrado su sangre, sus lamentos, sus lloros, sus silencios…

No deberíamos olvidar las declaraciones asegurando que las leyes LGTBI «conculcan derechos fundamentales de la persona«, las multitudinarias manifestaciones comandadas por Obispos y altos cargos del PP contra «las bodas gays«, los intentos por deshomosexualizar a muchos pobres pecadores con ridículas pero aterradoras terapias o el abrazo desenfadado con el fascismo, para todavía hoy continuar justificando de alguna forma que todos somos iguales, pero no del todo… Tampoco tensemos demasiado esa cuerda en 2019.

Mientras la derechita y la derechona –junta o como actualmente por separado– intentaba sofocar sus propios traumas con su sexualidad y la de los demás, en el estado español se producían numerosos ataques homófobos. Las cifras de 88 muertos desde 1990 y 4000 agresiones al año nos sitúan muy lejos de países como Namibia, la India, Angola, Arabia Saudí, Marruecos, Camerún, Mauritania, Sudán del Norte, Afganistán o Irán. Nos sitúan muy lejos de todos esos países, pero nos sitúan igualmente lejos de un país plenamente democrático, un país en el que algo tan simple como es amar en libertad sea posible para todos sus habitantes.

Tengamos también presente que esta es una de esas batallas que todavía no se han terminado de ganar, un movimiento que no debe perder sus connotaciones combativas, su capacidad de progreso social, su rebeldía

No se fíen de aquellas formaciones que les dicen como tienen que amar o que pacten con aquellas que lo hacen, no se atrevan a confiar su voto a aquellos que son capaces de mercadear con algo tan serio como es la capacidad de amar en total libertad.  En un momento en el que los muros sociales que nos sujetaban parecen resquebrajarse y la identidad colectiva y los valores democráticos parecen desvencijarse casi al unísono, tengan ustedes el buen criterio queridos lectores de no dejarse engatusar nunca por aquellos que valiéndose del odio y la confrontación buscan en ustedes un acuerdo en el que tengan que renunciar aunque sea por un mísero momento a la capacidad de amar y respetar a quienes logran amar y ser amados. No lo hagan por muy suculentas o ventajosas que parezcan sus promesas, quienes en esos pactos del odio se ven envueltos, no pueden sino hacerlo ocultándose en palabras vacías.

¿Acaso confiarían ustedes en un ser desalmado?, ¿acaso depositarían su futuro en manos de un individuo que cuestionase su forma de amar?, ¿lo harían ustedes?.

Yo no lo creo, por eso no puedo creer ni respetar un orgullo que ensalza y glorifica un capitalismo rosa, un orgullo que pretende olvidar todos los siglos de lucha y sacrificio, todas las asesinadas, el dolor, el silencio… Un orgullo que se resume en días de fiesta, en inofensivas performance, carrozas capitaneadas por personajes más o menos significativos para el movimiento y millones de euros depositados en los diferentes negocios de la ciudad, con indiferencia de su identidad o su relación con la lucha LGTB y social en general. Yo no respeto ese orgullo, pero no lo hago porque respeto profundamente el orgullo que a día de hoy todavía resiste y representa las celebraciones en el estado español. El orgullo capitaneado por los que resistieron al franquismo y rompieron los primeros silencios, por las viejas glorias del colectivo, pero también por los que nunca han utilizado el armario con otro cometido que no fuese el de guardar algún libro de referencia, los condones, la guitarra o cualquier otra mierda de las que todos metemos en los armarios, con independencia de nuestra manera de amar o ser.

Por todo esto yo no estoy, ni podré estar nunca, con los que se ponen de parte de Vox y sus ataques al colectivo LGTB, no estoy con su desprecio, con su odio, con su amenaza… No estoy con todo esto, ni tampoco con los Rivera o Casado, con aquellos que no tienen el valor suficiente para decirnos que no todxs somos iguales, pero que no dudarían ni un instante en ceder nuestros derechos a quienes atacan a diversas minorías con ese preciso argumento. Frente a quienes son capaces de soltar perlas del tipo: «El matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer«, «Si mi hijo dijera que es gay trataría de ayudarle«, «¿Por qué los gays celebran San Valentín si lo suyo es vicio» o «Las lesbianas son lesbianas porque desprecian al hombre«, la única respuesta ética y democrática es la repulsa y la condena, pero lo que nunca resulta admisible es la complicidad o directamente la asunción de sus postulados con el pacto político.

No es casualidad que la frase que antecede a este artículo sea la del político estadounidense Harvey Bernard Milk

El orgullo es un acto festivo, sin duda, tras tantas lágrimas derramadas y tantos silencios forzados, todxs y especialmente el colectivo LGTB, nos hemos ganado la posibilidad de celebrar el orgullo como mejor se puede hacer, con amor a la vida, a nuestra vida, tal y como la hayamos decidido vivir con independencia de todo aquello que vaya más allá al respeto por unx mismx y por sus compañerxs de viaje. Pero tengamos también presente que esta es una de esas batallas que todavía no se han terminado de ganar, un movimiento que no debe perder sus connotaciones combativas, su capacidad de progreso social, su rebeldía. Dicho todo esto que uno quería compartir con ustedes queridxs lectorxs, tan solo me queda desearles un feliz y combativo orgullo. Sepan ustedes quienes son y defiéndanlo y disfrútenlo por encima de todo.

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