Noratus, el bosque de piedra

Noratus (Նորատուս), localidad de siete mil almas, situada en la costa occidental del lago Seván y en la frontera con la provincia de Kotayk, con una presencia humana que se remonta a la edad de bronce, como lo atestigua un fuerte megalítico, por lo que es uno de los lugares habitados más antiguos de Armenia

Por Angelo Nero

En los treinta kilómetros que separan Martuni y Noratus, pasamos por un puñado de poblaciones ribereñas, pertenecientes a la provincia de Gegharkunik,  la primera: Nerkin Getashen (Ներքին Գետաշեն), donde habitan algo más de ocho mil almas, cuyo principal atractivo es el monasterio de Kotavank, y una antigua capilla funeraria con khachkars construidos en sus paredes. La villa está situada a lo largo de la ruta comercial de Dvin-Partav, que le convirtió en un importante núcleo en el siglo X, y también durante el medievo constituyó un caladero pesquero del Reino Bagratuni, sirviendo  capital durante el reinado del príncipe Grigor Supan cuando el lugar se llamaba Kot.

La segunda localidad, más pequeña, de menos de seis mil habitantes, es Lichk (Լիճք), donde existen restos de una ciudad medieval (Paul Village) y las ruinas  de los primeros Tsaghkavank (monasterio de flores) al lado de la basílica de S. Astvatsatsin, que domina la población desde la cima de una colina, y en torno a ella una buena muestra de khachkars y lápidas incrustadas en las paredes.

Todavía más pequeños son los núcleos rurales que encontramos después, Tsakkar (Ծակքար) y Vardadzor (Վարդաձոր), y algo mayor la última población que atravesamos antes de llegar a Noratus, Yeranos (Երանոս) una ciudad de cinco mil quinientos habitantes, donde destacan también la iglesia de S. Astvatsatsin, el santuario de Tukh Manuk y el de Santa Sofía.

Finalmente llegamos a Noratus (Նորատուս), localidad de siete mil almas, situada en la costa occidental del lago Seván y en la frontera con la provincia de Kotayk, con una presencia humana que se remonta a la edad de bronce, como lo atestigua un fuerte megalítico, por lo que es uno de los lugares habitados más antiguos de Armenia. Aunque la ciudad alberga una gran cantidad de monumentos medievales, como las ruinas de la iglesia de St. Astvacacain, situada en su epicentro y construía a finales del siglo IX durante el reinado del príncipe Gegharkunik Sahak, nosotros nos dirigimos directamente a su cementerio, uno de los atractivos turísticos más visitados de la región, y a sus puertas nos deja nuestro silencioso chófer, haciéndonos señas de que nos espera un poco más adelante, a la sombra.

Me había hechizado este cementerio a través de los artículos de Virginia Mendoza, “Lápidas que resumen vidas”, y en cuanto llegamos a las primeras tumbas no pude hacer otra cosa que buscar a la vieja Emi, guía casi oficial del lugar y vendedora de gorros de lana, a pesar de que lo hiciera más bien para huir de ella, puesto que también nos había dicho Jose, que también había imprimido sus huellas aquí, que se hacía un poco pesada, sobre todo si, como ahora, había poca gente visitando el camposanto. Casi en soledad, comenzamos a caminar por aquella enorme extensión plagada de lápidas, las primeras de poca antigüedad, donde abundaban los rostros y figuras grabadas, casi fotografías en piedra, como ya habíamos visto en el cementerio de Khor Virap o en el de Gandzasar, que parecían querer hablarnos…

A pesar de que lo que más atractivo resultaba para las visitas al cementerio de Noratus eran los jachkars, pues alberga más alta concentración de estos monumentos funerarios de toda Armenia (más de ochocientos), decidimos comenzar nuestro paseo por la parte más moderna, donde las lápidas hablaban en un lenguaje más contemporáneo, y no tardamos en descubrir las estatuas de políticos comunistas y poetas nacionalistas, soldados muertos en las guerras de independencia, muchas parejas que habían querido dormir juntos su sueño eterno, y que también tenían sobre sus tumbas modernas cruces de piedra. Bordeamos el inmenso camposanto y, poco a poco, con cierto respeto, nos fuimos adentrando en su interior, donde se encontraban las lápidas algo más antiguas, atacadas por el liquen y las malas hierbas, allí donde ya nadie iba a depositar flores, la mayor parte de la época soviética, lo que hacía comprensible que las cruces escasearan, y las lápidas fueran más sencillas, aunque no por eso menos impresionantes, puesto que tenían cierta altura, como si quisieran mantener cierta distancia con la tierra.

No tardamos en perdernos en aquel bosque de piedra, dando vueltas en torno a las lápidas de distintas etapas de la historia contemporánea, hasta que, de pronto, nos vemos rodeados por jachkars labrados en la edad media, pertenecientes a los “cementerios dinásticos”, llamados así porque un grupo destinado a una familia, como los que responden a las dinastías Ghazar o Harutens, y que comprenden también inscripciones relativas a la grandeza de aquellos clanes.

Allí divisamos a la vieja Emi, que no nos presta demasiada atención, ya que está de parloteo con un par de vecinas, que estaban pastoreando una docena de ovejas que ramoneaban en torno a las tumbas, sin importarles la historia que había en aquella tierra sagrada. También encontramos las famosas “piedras de cuna”, que se remontan a los siglos primeros de la era cristiana, donde se representan escenas de la vida de los que allí yacen, si fueron músicos con instrumentos musicales, si señores con caballos y armas de caza, si fueron granjeros con un arado de bueyes. Aunque la más curiosa es la Piedra de la boda, que narra la historia trágica de unos novios asesinados el día de su enlace, y donde no faltan detalles del convite, el cortejo e incluso del soldado mongol que entra a caballo para acabar con la vida de los recién casados.

No demoramos más de una hora en nuestra visita a Noratus, ya que no queríamos que nuestro conductor se aburriera de esperarnos y se marchara con el equipaje, y nos reunimos con él en el lugar convenido, cerca de la tienda de sourvenirs que no visitamos. Además todavía quedaba camino hasta Ereván y él tendría que regresar a Martuni, así que volvimos a la carretera que bordea el lago, con la satisfacción de haber logrado un buen reportaje fotográfico en el cementerio, aunque no tardamos en hacer otra parada, esta sugerida por nuestro taxista, al verme disparar desde el coche a un monasterio situado en las orillas del Sevan, Hayravank (Հայրավանք), donde también existe un pequeño cementerio.

 

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