Muerto el perro, erradiquemos la rabia

Por Daniel Seixo

«Recitadme un horizonte sin cerradura

y sin llave como la choza de un pobre

Marcos Ana

Derrota tras derrota, hasta la victoria final. No parecía algo descabellado, ni tan siquiera una propuesta radical, ni tampoco una locura. Simplemente se trataba un acto de mera supervivencia, para una izquierda que en el estado español había tenido que contemplar como su propio proyecto transformador se derruía ante sus ojos con la sangre de Badajoz, las bombas de Guernica o la inmensa cobardía de aquellos cuyo proyecto político para España se cimentó únicamente en la crueldad, la barbarie y la venganza prolongada en el tiempo con suma paciencia y sadismo. Todavía hoy el estado español se erige sobre las vidas y las lecciones que la carretera Málaga-Almería arrojaron a nuestra historia y a nuestras vidas.

Dos transiciones son ya las que este pueblo ha dejado pasar por delante de su ventana, observando temeroso, con la mirada fija en el armario por si tuviese que ocultarse o huir

Muerto el perro, enterrado el dictador, el miedo, las fosas esparcidas como calculada advertencia por el territorio y la legalidad fascista lograron agazapar a una izquierda que entre ruidos de sables y desfiles de chaquetas democráticas, destinadas sin apenas excepción a tapar vergüenzas tiránicas, no logró reaccionar para abrir la vía a un cambio real, el camino a todo aquello que en 1936 nos habían robado. Supongo que resulta sencillo exigir responsabilidades, resulta sencillo hacerlo ahora, pasado el tiempo, alejados de aquellos años en los que personas como Protasio Montalvo, alcalde socialista de Cercedilla, permanecían ocultos por temor a sus verdugos. Sombras de la derrota, sombras de uno de los proyectos políticos más hermosos que la racionalidad ha arrojado sobre la faz la tierra, pero que todavía en 1977 debían permanecer ocultos ante aquellos cuyo único proyecto para nuestra sociedad se centraba en erradicar la inteligencia, en celebrar la muerte, en lograr que un albañil y sindicalista permaneciese agazapado durante 38 años consciente de que su militancia política le podía costar la vida. Esa es la herencia del franquismo, la que muchos aprovecharon y en cierta medida todavía aprovechan a día de hoy, para comenzar a hacer resonar los sables cuando suenan tambores de cambio real en el horizonte.

La Matanza de Atocha, la imposición de un usurpador en la Jefatura del estado directamente designado y señalado por el propio dictador, Suresnes, la rojigualda, Felipe, la OTAN, Berlín… Han sido muchas las derrotas que hemos sufrido y seguimos sufriendo con cautela y silencio cómplice, contemplando con pasividad pasmosa como los hijos y los nietos de los victimarios vuelven al parlamento para humillar y vilipendiar la memoria de los nuestros, los únicos demócratas que ha conocido el estado español, aquellos que dieron sus vidas por un proyecto que creyeron y asumieron como propio, haciendo realidad cada misión educativa, cada logro cultural, cada jornada en las fábricas, cada debate parlamentario, cada trinchera, cada palmo de terreno. Se cometieron errores, sin duda, pero al menos fueron capaces de afrontarlos sin ocultarse tras el posibilismo y las siempre insuficientes fuerzas parlamentarias que nunca permiten llamar en profundidad al cambio material, el único cambio real. Dos transiciones son ya las que este pueblo ha dejado pasar por delante de su ventana, observando temeroso, con la mirada fija en el armario por si tuviese que ocultarse o huir, porque ese ha sido siempre nuestro carácter desde aquella derrota gravada a fuego, la de en última instancia emigrar antes que pedir o exigir en las calles.

Todavía hoy el estado español se erige sobre las vidas y las lecciones que la carretera Málaga-Almería arrojaron a nuestra historia y a nuestras vidas

El franquismo que sobrevivió aquel 20 de noviembre de 1975 no fue el franquismo de mano alzada e ideología cara al sol, no fueron sus símbolos o su exaltación, aunque queden grandes remanentes zombificados en el tiempo, el régimen franquista que todavía pervive en nuestros días, lo hace en la mano sobre la biblia que jura solemnemente proteger lo que a continuación se saquea, en las togas de la sentencia de La Manada, en el parque urbanístico del estado o en el desparpajo de una presentadora de informativos que presenta como modélica emprendedora a la nietisima de Antonio Vallejo-Nájera, conocido como ‘El Mengele español. Y es que ese es el franquismo que pervive, el del miedo a la política, el no te metas en esas cosas que solo traen problemas, el del artista o el periodista progre con claras reminiscencias franquistas en su ADN y sus actitudes cuando le tocan lo que es de comer, el empresario rentista, las nietisimas, los reyes, los oportunistas y el miedo permanente a arriesgarlo todo para cambiar lo que tienen que ser cambiado. Por eso hoy, yo les llamo a perder el miedo a la racionalidad, a la transformación social, a la política, solo así podremos dejar de recordar con un ligero escalofrío año tras año el 20 de noviembre. Solo así podrán cambiar las cosas para construir de nuevo nuestro propio proyecto social. Los riegos son todavía hoy enormes, sin duda, pero otros antes han tenido que arriesgar mucho más.

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