Los bautismos y las celebraciones colectivas de matrimonios y primeras comuniones se llevaban a cabo cada vez que las tropas “liberaban” una ciudad «roja».
Por Lucio Martínez Pereda | 2/10/2024
Durante la Guerra Civil española 4 sacramentos fueron puestos por la iglesia católica española al servicio de la propaganda realizada por los alzados en armas contra la II República. Las sacramentaciones colectivas de bautismos, comuniones, matrimonios y las extrema unciones impuestas a los condenados a pena de muerte antes de su ejecución, fueron cuidadosamente preparados para transformarse en actos de gran relevancia social. Estos actos de Recristianización estuvieron coordinados con los servicios propagandísticos franquistas.
Con ellos se hacían grandes reportajes en la prensa. Los periódicos controlados en el territorio franquista previamente recibían un consignario e indicaciones sobre como deberían ser relatadas en la prensa. La Iglesia se prestó para que la celebración de estas sacramentaciones colectivas se hiciese coincidiendo con las celebraciones conmemorativas de la fundación de las instituciones fascistas y a través su entramado de asociaciones seglares civiles -Asociaciones de Padres de Familia y Acción Católica, preferentemente- cooperó en su puesta en práctica. Comprobaremos -tras analizar los mensajes propagandísticos explicando a la población su sentido político-propagandístico- que estos ritos son instrumentos cuya aplicación se ajusta a las definiciones de los regímenes fascistas propuestas por Paxton y Griffin. El segundo define al fascismo como: «forma palingenésica de ultranacionalismo populista», el primero como: «conducta política caracterizada por una preocupación por la decadencia de la comunidad, su humillación o victimización y por cultos compensatorios de unidad, energía y pureza».
Los bautismos y las celebraciones colectivas de matrimonios y primeras comuniones se llevaban a cabo cada vez que las tropas “liberaban” una ciudad «roja». La ciudad conquistada era recristianizada públicamente y los ritos sacramentales funcionaron como un aparador en el que exhibir públicamente los valores de la España de Cristo sobre la Anti España del Anticristo y el triunfo sobre el ateísmo y la apostasía. En Madrid y Barcelona, centenares de niños «inocentes» fueron sometidos a estos rituales. El obispo de Oviedo presumía de haber cristianizado tras la conquista de la ciudad mil matrimonios y «bautizado en racimo» a varios miles de niños. Grandes reportajes de prensa y constantes locuciones en radio se encargaron de darle publicidad a las ceremonias. La Iglesia en estos ritos de conjunción entre victoria bélica y reconstrucción de conciencia nacional mandaba una imagen de victoria simbólica a la población. Las ciudades elegidas para hacer los rituales bautismales; Alicante, Lleida, Barcelona, Madrid y Valencia, tenían algo en común; todas habian estado sometidas a la “tiranía roja”. Se reconquistaba para la Fe el territorio donde se había producido el despojo de los genuinos valores católicos y se compensaba la decadencia de la comunidad con un culto de unidad y pureza que conectaba la nación con un pasado mitificado. De esa pureza habría de resultar una comunidad renacida- según se decía en los textos propagandísticos- que volvería a las glorias de su pasado.
Aun no se disponen de datos totales para dimensionar el alcance numérico de estas sacramentaciones, tan solo los de algunas localidades, que sumados nos hablan de al menos 40.000 niños que pasaron por este tipo de prácticas. Veamos los datos disponibles: en Alicante fueron bautizados 7.051 niños; en Barcelona, 8.702; en Madrid, 6.642; en Valencia, 4.215; en Jerez de la Frontera, 2.708, en Lleida 552. Los ritos de sacramentación debían producir el máximo efecto mediático. A tal fin se dictaron órdenes a las delegaciones provinciales de la organización falangista Auxilio Social responsables de su organización. El reportaje del bautizo colectivo de niños en Vallecas en agosto de 1939 fue enviado por la jefatura propagandística de Auxilio para ser publicado en «Informaciones», «Madrid», «El Alcázar» y «Arriba», con el significativo título de «Más niños para Dios y España.» La administración de sacramentos impuesta a los hijos de padres que pertenecían a colectivos sociales o laborales connotados como revolucionarios se significó con un énfasis especial, así sucedió con el bautizo de 50 hijos de mineros en la localidad de Mazarrón, reseñado en el diario Arriba del 24 de agosto de 1939 en los siguientes términos: «todos ellos hijos de mineros nacidos durante el dominio rojo.»
Los bautismos en grupo tenían algo de acontecimiento fundacional de un Nuevo Estado, de reintegración de la nación a sus fundamentos cristianos: formaban parte del discurso político para reconstruir la clave identitaria de la nueva comunidad nacional. Los niños sacramentados fueron usados por la propaganda como un símbolo de la renovación religiosa, como emblema de esa «Nueva España» y representación del nacimiento de un estado libre de las taras de la modernidad laicista; un estado que ponía fin- como frecuentemente se repetía en todo tipo de textos propagandísticos del momento- a la apostasía de la republica de los «sin Dios.» Un mensaje que recordaba a la tradición de depuración y limpieza de sangre en busca del obsesivo mito de la unidad religiosa, tan arraigado en la historia de la iglesia española. El periódico falangista Arriba lo explicaba así: «Estamos en la gran infancia dichosa, victoriosa, de un Estado nuevo, de una Patria resucitada, de una historia rejuvenecida.»
La puesta en escena de la niñez recatolizada representaba la ruptura con el pasado inmediato y el nacimiento genuino de un nuevo estado, libre para retornar a las grandezas del pasado. Las sacramentaciones públicas demostraban la creación de una comunidad nacional que recuperaba la compenetración entre lo religioso y lo político y los principios de una fe tradicional. El bautismo se constituyó en símbolo del final de proceso de degradación histórica culminada en la II República, en rito palingenésico de redención y regeneración, en ceremonia de una comunidad orgánica «nacida» de la guerra que separara el «nosotros» de la Nueva España, del «ellos» extraño a ella. España; según se repetía en los textos de la época; tras la guerra «resurgía de sus cenizas»
Cuando nos alejamos de la dramaturgia de los actos litúrgicos públicos y nos adentramos en el ámbito de los espacios carcelarios, nos encontramos con otra realidad, también propagandística, estrechamente relacionada con el hambre y las costumbres religiosas manejadas como herramientas para doblegar voluntades. La reducción a un estado de dependencia es una práctica más del disciplinamiento impuesto en el universo carcelario de las mujeres, al igual que la negación de la higiene personal y la imposición de una uniformidad del vestir con prohibición de adornos personalizados. La negación de la personalidad buscaba la desposesión moral del individuo. El aumento de la mortalidad por hambre, maltrato y enfermedades se enseñoreo durante los primeros años de la década en las cárceles franquistas. Se cebó especialmente en los niños que convivían con sus madres en las prisiones femeninas. El ofrecimiento de alimentos fue un elemento de coacción usado con las madres republicanas para forzar la administración de sacramentos. Las madres recibían más comida para los hijos recién nacidos en prisión si accedían a su bautismo. La celebración del rito se hacía pública en la prensa, si se trataba de progenitores de cierta significación izquierdista. Enriqueta Iglesias Meana, compañera del destacado líder comunista ourensano Benigno Álvarez, ingresó en la prisión de Verín embarazada. Al poco de dar a luz es presionada por el director de la cárcel para que accediese a bautizar a su hija. Todo parece indicar que las presiones iniciales se complementaron exitosamente con la acción de las mujeres de Acción Católica:
“El culto jefe del establecimiento penitenciario, don Alfredo Vila Barros, en unión de la directiva de la Juventud Católica femenina de esta localidad, dirigió sus esfuerzos por la senda de la caridad, al objeto de conseguir que una niña, nacida de la extraviada mujer, en una celda carcelaria y esta fuesen auxiliadas debidamente. Y el pueblo altruista y siempre humanitario respondió con largueza a tal llamamiento. Extendiese la acción de tan benemérito funcionario y distin guidas señoritas a una labor de persuasión, argumentada sólida y cristianamente, encaminada a lograr que la neófita recibiese las aguas bautismales.”
El mensaje estaba claro; aun cuando no se explicitara directamente: ¡que poco tardan los «rojos» en renunciar a sus principios¡. Este suceso nos ayuda a comprender la dimensión propagandística de estos ritos bautismales: cobrarse la pieza «difícil» de una madre republicana renunciando a las señas de identidad de la izquierda laicista. Con estas noticias se hacía público el abandono de los atributos éticos de la militancia de izquierda: la voluntad de resistencia y la cohesión ideológica entre ideas y conductas.
El bautismo -como acabamos de ver- cumplió una función propagandística, pero no fue el único sacramento que la iglesia española del momento puso al servicios de los intereses políticos de los rebeldes franquistas, otro sacramento estrechamente relacionado con la niñez desempeñó la misma función: la comunión. Especial cobertura grafica recibió la primera comunión de 1.500 niños en la catedral basílica de Barcelona. El rito sacramental de las comuniones colectivas en ocasiones se hacía coincidir con la celebración o conmemoración de la puesta en funcionamiento de algunas instituciones fascistas. Con motivo de la II conmemoración de la fundación de Auxilio Social se celebró una misa de comunión general en la Colegiata de Santa María de Vigo. Todos los niños que asistan a los comedores de Auxilio fueron obligados a comulgar y en las calles más céntricas y concurridas de la ciudad se colocaron grandes carteles con los logros de la organización. Se oficiaron comuniones generales en las 4 provincias gallegas. En Ourense fueron congregados más de 600 niños. Según palabras del Asesor Provincial en Cuestiones Religiosas de la organización falangista Auxilio Fernando Quiroga Palacios: «subrayaba el éxito de una misión que tenía como su más excelso objetivo predicar con el pan en una mano y los Santos Evangelios en la otra». La revista ourensana Arco se hacía eco en octubre de 1939 del afán de recristianización de Auxilio. Según la publicación falangista, la organización buscaba:» casar amancebados y bautizar criaturas nacidas al borde de la Ley» y todo ello para «cumplir el punto 25 del ideario de FET que aspira a incorporar al Movimiento el sentido católico de la vida.»
No solamente los niños “inocentes”, sino también los republicanos «culpables» tenían a su disposición la posibilidad de alcanzar la redención por la vía sacramental. La cristianización de estos últimos antes de la ejecución de la pena de muerte fue metódicamente sometida a publicitación propagandística: se trataba de exhibir el ejemplo de personas «renacidas» a la Fe y a la auténtica Nación. La figura del republicano que antes de morir reconoce su culpa y reclama los «auxilios espirituales» ocupó durante el verano de 1936 un lugar primordial en la construcción del relato recristianizador. Así sucedió con Ricardo Acosta Pan, ultimo gobernador civil republicano de Pontevedra. Una hora antes de ser fusilado la madrugada del 11 al 12 de septiembre de 1936 por el piquete de carabineros:
“Se le ofrecieron los auxilios espirituales de unos religiosos y los aceptó. El señor Acosta, que estaba distanciado de las prácticas de la Religión Católica, fue asistido por el cura párroco de Lérez, señor del Río, y un Padre franciscano. El señor Acosta confesó y comulgó con gran fervor. Luego expresó su deseo de escribir una cuartilla para su publicación. Es la siguiente: «Muero como un caballero cristiano. A todos pido perdón y a todos perdono para que Dios me perdone”.
La pena de muerte se muestra en este tipo de propaganda como una forma de redención, una vía de purificación para expiar los crímenes cometidos contra la patria. Los que habian hecho todo lo posible para construir un «Estado sin Dios» reconocían al final de sus vidas su error. Su muerte era un debelador necesario de la Verdad. No podía existir una manifestación más sincera sobre la equivocación cometida por una Republica empeñada en desarraigar las tradicionales raíces religiosas de la patria, que la expresada por sus gobernantes cuando les llega instante de morir. La noticia del ajusticiamiento del Gobernador Civil de A Coruña, Pérez Carballo —al igual que la relativa al gobernador pontevedrés— se daba en varios diarios de Galicia:
“El confesor ofreció a los tres reos sus servicios. Los dos oficiales se negaron. El ex gobernador lo aceptó, casi desde el primer momento. Confesó con gran fervor y agradeció tanto al confesor ese ofrecimiento que después de confesarse le abrazó y besó repetidamente. No solo eso. Le pidió dos o tres veces que volviese a rogar a los de asalto que se confesasen”.
El empeño por recristianizar la muerte de los republicanos se extendió a todos los ámbitos represivos, hasta tal extremo que la iglesia tenía abierta contabilidad sobre la eficacia sacramentadora de los religiosos destinados en las prisiones. Los sacerdotes encargados de proporcionar los últimos auxilios a los ajusticiados llevaban registro numérico de los reos que los demandaban. El chantaje sentimental fue un recurso empleado con bastante frecuencia: Muchos condenados se confesaban a cambio de obtener una última entrevista con sus mujeres e hijos.
El jesuita Nieto, de triste recuerdo para muchos presos republicanos vigueses, asistía litúrgicamente a los condenados. Varios testimonios se refieren al sacerdote portando un cuaderno en el que iba tomando cuidadosa nota de los ejecutados por él confesados. Uno de esos testimonios, relata la irritación del sacerdote cuando algún reo se negaba a morir cristianamente. Otros testimonios describen la brutalidad de sus maneras evangelizadoras que se repitieron en otros espacios de reclusión gallegos. Un recluso de la prisión ourensana de Celanova refirió las palizas que sufrió por parte de los carceleros tras haber obstruido al cura cuando este intentaba confesar a su compañero condenado a muerte. La práctica está constada en otros territorios Gumersindo de Estella cuenta, en sus memorias, el empeño puesto por los capellanes de la cárcel zaragozana de Torrero a la hora de conseguir que los condenados se arrepintieran de sus pecados, antes de ser fusilados. El sacerdote de la localidad cacereña de Llerena, molesto por la negativa de una mujer a dejarse confesar, la golpeó brutalmente con el crucifijo en el rostro antes de su ejecución. Como excepción, es justo recordar que algunas órdenes religiosas en Andalucía rechazaron colectivamente esta práctica argumentando que les constaba la injusticia de las ejecuciones.
El reconocimiento de la culpa pasada se convirtió en un recurso frecuentemente empleado en la prensa. La figura del republicano que antes de morir reconoce sus errores y reclama ”los auxilios espirituales” para fallecer cristianamente, ocupó un lugar fundamental en la apologética de la Guerra Santa. Del valor propagandístico que se pretendía dar a esta práctica, nos da cuenta el texto de la Carta Colectiva del Episcopado Español. El Cardenal Gomá, cuando se refiere a los ajusticiamientos, que por supuesto justifica, y proporciona con orgullo una cifra sobre los republicanos ejecutados que morían impenitentes: “ En Mallorca han muerto impenitentes solo un dos por ciento, en las regiones del sur no más de un veinte por ciento, y en las del norte no llegan tal vez al diez por ciento. Es una prueba del engaño de que ha sido víctima nuestro pueblo.”
Se creó un marco de competencia por presentar los mejores méritos poniendo este sacramento al servicio de los rebeldes y entre los prelados católicos surgió una competencia estadística por poner en valor sus respectivas capacidades sacramentadoras. EL capellán de la Modelo de Barcelona presumía públicamente de haber “recristianizado al 5 por ciento de los condenados a muerte. El obispo Miralles de Mallorca se mostraba orgulloso de sus atroces estadísticas: “solamente el 10%(…) han rehusado los santos sacramentos antes de ser fusilados por nuestros buenos oficiales”(nótese el revelador uso del término “nuestros”). El asunto llego incluso a producir un debate técnico sobre cual habría de ser el momento ritual exacto en su administración. Entre los curas dedicados a “reconciliar” a los ajusticiados con la religión católica cundió la preocupación por determinar el momento en el que debía ser administrada la extrema unción. Para que esta tuviese más éxito lo mejor era proponerla en el momento de máximo pavor: el jesuita Eduardo Fernández Regatillo aconsejaba que la impartición del sacramento debía administrarse después de la primera descarga, antes del tiro de gracia.
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