«¿Que le digo a Franco? –preguntó Millán Astray- y Perico Escobal respondió: -«Me cago en Franco y en usted».
Por María Torres
Patricio Pedro Escobal López (Perico) pudo haber llevado una cómoda vida como ingeniero, pudo haber disfrutado de la fama por su capitanía en el Real Madrid y su paso por la selección Española de futbol, pero eligió el compromiso de su ideal republicano aunque ello le condenara a su posible muerte. Cuatro veces escuchó el reclamo del paredón de fusilamiento.
Nació en Logroño el 24 de agosto de 1903 de padre vizcaíno y madre riojana. Huérfano de padre a los cuatro años, estudió el bachillerato en Madrid en el colegio jesuita de Chamartín de la Rosa y en el colegio de El Pilar, cantera de jugadores del Real Madrid en aquel tiempo, destacando por sus grandes dotes como deportista. A los 18 años comenzó a jugar en el Real Madrid como defensa y llegó a ser su capitán, permaneciendo en el equipo desde 1921 hasta 1928. En 1924 fue seleccionado para los Juegos Olímpicos de París, aunque no llegó a jugar el único partido de la selección española contra Italia. Su carrera deportivo finalizó en el Club Deportivo Logroño.
Entonces ya una persona implicada con los ideales de izquierda. Luchó para conseguir un sueldo digno para los jugadores e intentó crear un sindicato de futbolistas en la Casa del Pueblo de Madrid, sin éxito. También era un joven atractivo, culto y elegante en el terreno de juego y fuera de él al que apodaron “el Fakir”.
Mientras le daba al balón estudiaba ingeniería, finalizando sus estudios en 1929. Se afilió a Izquierda Republicana por influencia del director del Banco Español de Crédito, Carlos Montilla y de Santiago Bernabéu, con el que le unía una gran amistad. En 1933 regresó a Logroño. Contratado por el Ayuntamiento como ingeniero interino, obtuvo un año después la titularidad de la plaza por oposición. A los 4 meses, cuando la derecha nombrada por el Gobernador Civil (CEDA, Acción Riojana) se hicieron cargo del Ayuntamiento, le echaron por su militancia en Izquierda Republicana. Este hecho no solo lo situó en el paro, además pasó cerca de un año encarcelado por su enfrentamiento con miembros de Acción Riojana-CEDA y el partido Radical, cuando solo trataba de defender su puesto de trabajo.
En 1935 se casó con María Teresa Castroviejo, hermana de un famoso oftalmólogo logroñés. Ambos desconocían que en poco tiempo su vida transcurriría en el exilio.
Con el triunfo del Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero de 1936, es readmitido en su puesto de Ingeniero e indemnizado por despido improcedente. Pero de nuevo, los sucesos históricos se encargaron de que se quedara sin desempeñar su cometido laboral.
En la Rioja no hubo frente, y el 21 de julio de 1936 toda la provincia estaba en manos de los militares rebeldes. Logroño su sumó dos días antes a la sublevación contra la República encabeza por Sanjurjo, Mola y Franco. El 19 de julio, cuando las tropas golpistas tomaron el Ayuntamiento de Logroño, Perico Escobal fue expulsado y detenido inmediatamente por su militancia en Izquierda Republicana, acusado de pertenecer a la logia masónica Triangulo Zurbano y de haber participado en la quema de iglesias, aunque había ayudado a unas monjas a huir de la quema de iglesias en Madrid. Ingresó en la cárcel improvisada que los franquistas habilitaron en los locales del frontón de cesta punta Beti-Jai. Qué ironía que este nombre signifique «fiesta alegre» cuando se trataba de un lugar infecto lleno de piojos donde «no nos daban de beber más que agua sucia». Patricio lo llamó el bote y allí junto con 900 presos más, vivió con el miedo constante de que apareciera a cualquier hora del día o de la noche «el veintiocho» como era denominado el camión de las sacas. “A partir de aquel día las noches fueron todas de saca con una media de diez a doce víctimas, excepto los domingos que por ser día sagrado de una cruzada santa, dábase cumplimiento al quinto mandamiento de la ley de Dios”
Por su afiliación política, no tardaron en asignarle el delito de auxilio a la rebelión y fue condenado a una pena de 30 años de cárcel. En cuatro ocasiones se salvó de morir fusilado gracias a la presión ejercida por la familia de su mujer. Dos veces lo bajaron del camión cuando ya estaba en marcha hacia el paredón. En su libro Las sacas relata otra ocasión en la que «uno de los guardias me empujó con violencia hacia atrás, diciendo entre las risas de sus compañeros: Esta noche no».
Su periplo carcelario comenzó en Logroño, en Beti-Jai. Después fue trasladado a La Industrial, una centenaria escuela de artes y oficios convertida en prisión, que llegó a albergar cerca de mil doscientos presos “centenares de inquilinos encarcelados, primero y asesinados, después”. Allí solo se podían usar las duchas con permiso facultativo. Más tarde sería encerrado en la Prisión Provincial de Logroño, donde según palabras del propio Escobal las sacas eran más espaciadas y menores pero “los ruidos referentes al camión de la muerte, cerrojos abriéndose en el rastrillo y pasos acercándose a las celdas, eran más agudos por las condiciones de resonancia en un silencio casi absoluto”.
Como consecuencia de su mal estado de salud por una afección tuberculosa en la columna vertebral (mal de Pott) fue ingresado en 1937 el Hospital Provincial de Logroño y después confinado en Sukarrieta (Pedernales) en Vizcaya, donde permaneció tres años, la mitad de este tiempo inmovilizado en un camastro. Su lamentable estado físico no mermaron su valor, demostrándolo durante una inspección realizada por Millán Astray a las instalaciones. Perico reunió las pocas fuerzas que le quedaban para, sin que le temblara la voz, «cagarse en Franco».
En marzo de 1940 consiguió ser liberado gracias a la intervención de los unos tíos de Teresa Castroviejo residentes en Buenos Aires, que eran propietarios de una casa en Logroño donde se alojaba el general Gámbara, alto mando italiano, y con quien les unía una fuerte amistad. Por mediación de éste se consiguió el sobreseimiento de la causa de Perico.
Una vez en libertad, enfermo, rodeado de un corsé de celuloide, y ante la imposibilidad de rehacer su vida en España por sus antecedentes como “rojo peligroso”, consiguió un visado y junto a su mujer y su único hijo, el 15 de junio de 1940 a bordo del Magallanes, cruzó el puente de Portugalete camino del exilio a Cuba y posteriormente a Estados Unidos, donde su cuñado Ramón le ayudó a establecerse inicialmente en Cleveland, Ohio, más tarde en Nueva York. Allí tuvo que comenzar una nueva vida al frente de un establecimiento de electrodomésticos y después llegó a ser Ingeniero Jefe de los Servicios Eléctricos de la ciudad de los rascacielos, siendo el responsable de planificar el alumbrado del barrio neoyorkino de Queens. No regresó a España hasta 1958 para visitar a su madre. Repitió viaje en 1968 para acudir al funeral de la misma, pero sabía que jamás podría vivir en su país de origen: «La decencia había desaparecido en España».
Su paso por las cárceles franquistas quedó reflejada en el libro Las sacas publicado en inglés en 1968 con el título Death Row (el corredor de la muerte). Un impresionante relato de los hombres y mujeres que pasaron por las cárceles franquistas y esperaban cada día con el corazón encogido que en cualquier momento su nombre fuera pronunciado, ya que eso significada que serían conducidos al paredón de fusilamiento. El libro no se editó en España hasta 1981, por temor a posibles represalias sobre su familia, aunque en el país ya era conocido pues cientos de ejemplares llegaron escondidos en las bodegas los barcos que cruzaban el Atlántico. Cuentan que Picasso se ofreció a hacer unos dibujos para la primera edición que fue prologada por Ramón J. Sender con el artículo «El atleta superviviente»: «He aquí, pues, que un atleta olímpico se acaba de bautizar como escritor, y lo ha hecho con fortuna, limitándose a narrar sus experiencias personales durante la guerra civil española. El testimonio es de una violenta elocuencia contra los nacionales que lo arrestaron y tuvieron en sus cárceles de La Rioja y en el País Vasco bajo amenaza de ejecución durante largos meses hasta que al final de la guerra y gracias a providenciales influencias pudo salir con su familia y más tarde llegar a Nueva York, donde reside».
Perico Escobal falleció el 25 de noviembre de 2002 en la isla de Manhattan en soledad y en el más absoluto anonimato. Tenía 99 años. Su cuerpo permaneció alojado en la morgue durante meses antes de que alguien reclamase su cadáver. Todos se habían olvidado del capitán republicano.
Artículo publicado en NR el 15/02/2022.
Se el primero en comentar