Loreto Urraca: “Para los descendientes de victimarios es primordial sentirnos aceptados por sus víctimas y sus descendientes”

Entrevistamos a Loreto Urraca, escritora de «Entre hienas», y protagonista del documental «Urraca, cazador de rojos», obras en las que bucea en su propia memoria familiar, tras descubrirse como nieta de un destacado policía franquista, que persiguió al exilio republicano en Francia y en Bélgica.

Por Angelo Nero

Loreto Urraca descubrió ya de adulta la oscura biografía de su abuelo, Pedro Urraca Rendueles, un funcionario de la policía franquista, que fue destinado a Francia, con el objeto de descubrir y capturar a los republicanos destacados, que habían buscado refugio en el país vecino, tras haber perdido la guerra. Con tal diligencia desempeñó su misión, en la persecución de los principales dirigentes de la malograda República Española, que mereció el apodo de “el cazador de rojos”.

Para comenzar nuestra conversación con Loreto, es obligado preguntarle por ese momento en el que, un poco por azar, se le desvela la historia de Pedro Urraca. Cuéntanos, ¿Cómo llegas a conocer ese pasado de tu abuelo, y que sabías hasta entonces de él, que relación habíais mantenido?

Conocí a Pedro Urraca en sus últimos años de vida, en 1982, cuando yo acababa de cumplir 18 y él había regresado a España, ya jubilado tras haber trabajado durante muchos años en la embajada española en Bélgica. Ese mismo día también conocí a mi abuela y a mi padre. Había aceptado la propuesta del encuentro un poco por curiosidad, ya que me había criado sin saber prácticamente nada de mi familia paterna, porque mi padre, hijo único de Pedro Urraca y de una francesa, nos había abandonado cuando yo era muy pequeña.

Aquel primer encuentro no fue nada agradable, ni los siguientes, porque no se mostraban cariñosos o afectivos, todo lo contrario, eran fríos y distantes. Por lo que contaban, deduje que había sido un funcionario del régimen franquista, pero exactamente sus competencias no las explicó nunca. Sus conversaciones eran banales: frivolidades de su vida mundana en Bruselas, cotilleos de la gente importante con la que se codeaban en fastuosas fiestas y viajes… Yo tenía la impresión de que lo que buscaban era epatarme y engatusarme con sus promesas de regalos y beneficios, con la intención de embaucarme, para que yo les atendiera en sus necesidades seniles.

Con el espíritu rebelde de mi juventud y en el Madrid radiante de la Movida y del final de la Transición, para mí representaban un pasado oscuro y obsoleto, un pasado franquista, contrario a mis propias convicciones, del que no quería saber nada. Me propuso dictarme sus memorias, pero rechacé y opté por demostrarles mi desprecio, precisamente no mostrando el mínimo interés en sus vidas.

Cada vez fui espaciando más las visitas, hasta que, gracias a encontrar trabajo fuera de España, pude cortar la relación. Pedro Urraca murió en 1989 y me olvidé de esa etapa en la que les traté muy superficialmente.

Hasta septiembre de 2008. Yo ya había regresado a España y un día ví en El País un artículo en el que aparecía una foto de mi abuelo. El titular era demoledor: Pedro Urraca, el cazador de rojos. Me llevé una gran sorpresa y me puse a leer con avidez. El artículo reseñaba una tesis doctoral sobre la persecución franquista en Francia, del historiador Jordi Guixé, de las Universidades de Barcelona y la Sorbona en París.

Así fue cómo me enteré de que Pedro Urraca había sido un policía destinado a la embajada de España en Francia en 1939, con el cometido de localizar, vigilar, perseguir y capturar a los exiliados españoles. Además, se le acusaba de haberse enriquecido extorsionando a judíos que huían a España de la persecución nazi. También me enteré de que al final de la segunda guerra mundial, un tribunal francés le había condenado a muerte por colaboración con el enemigo, pero él ya había abandonado Francia.

Mucha gente, al descubrir ese pasado familiar, no continuaría indagando, sin embargo tú quisiste saber más y te convertiste en una “detective de la memoria”, comenzando a seguir el rastro de tu abuelo en los archivos. ¿Cómo fue ese proceso de documentación, y que pensabas hacer con todo ese material que estabas recopilando? ¿Estaba germinando en tu cabeza darle forma a toda esa información en un libro?

Cuando terminé la lectura del artículo me quedé estupefacta, no me lo podía creer, porque en los años que le conocí, en ningún momento había hecho referencia a haber vivido en Francia antes que en Bélgica. Pero si aquella información salía de una tesis doctoral, tenía que ser verdad. Me embargó un tremendo sentimiento de vergüenza por ser la nieta de un fanático que había contribuido a que fueran ejecutadas personas por tener ideas políticas diferentes, la nieta de alguien capaz de aprovecharse de la debilidad de otras personas para su propio beneficio. Además, me entró rabia, porque lo único que comparto con este abuelo es el apellido, un apellido feo, sonoro y fácil de recordar. Sentía que era un apellido impregnado de vileza y que yo cargaba con él.

Sin embargo, no reaccioné, no supe qué hacer y opté por no hacer nada. No quise saber más y preferí dejarlo pasar, permanecer en la ignorancia, tratar de seguir olvidando y desentenderme. Pero me quedé con la sospecha de que alguien, alguna vez, podría establecer un vínculo gracias al apellido y vendría a pedirme cuentas.

Y es lo que ocurrió dos años después, cuando recibí una llamada a mi puesto de trabajo y directamente me preguntaron si era la nieta de Pedro Urraca. Era una periodista que me había encontrado por internet. Estaba preparando un reportaje sobre Lluís Companys y quería que le contara mis recuerdos de infancia con mi abuelo, unos recuerdos que no existían. Su solicitud me provocó una imperiosa necesidad de desafiliarme, de públicamente exponer mi repudio de ese abuelo victimario y mi repulsa del franquismo. Era consciente de que con mi contribución al reportaje provocaría que otras personas, con toda legitimidad, quisieran saber qué había pasado con sus familiares exiliados y yo me sentía responsable de atender a sus posibles solicitudes de información, ya que era la única representante de esa línea familiar en España. Y, sin embargo, yo no sabía nada sobre Pedro Urraca. Necesitaba saber más, conocerle en profundidad.

Aquella necesidad de desafiliarme y de saber más fue lo que me impulsó a ir a Barcelona a leer la tesis en la biblioteca de la universidad. Leyendo la tesis, percibí la magnitud de la represión franquista al exilio republicano, la crueldad empleada y la total impunidad con la que fueron entregados al régimen de Franco los responsables políticos. Cuando terminé sentí aún más vergüenza y rabia al constatar que Pedro Urraca había tenido un papel preponderante y quise comprobar todas las acusaciones que había leído con los mismos documentos que el historiador había consultado. De la tesis extraje una lista con los expedientes de archivo que más se relacionaban con Pedro Urraca y poco a poco, fui consultando las fuentes del historiador e incluso otros archivos inexplorados.

Los primeros documentos que consulté fueron los informes policiales que Pedro Urraca enviaba regularmente a Madrid, en los que detallaba sus avances en la investigación sobre los perseguidos. Junto a los informes se conservan algunas cartas de acompañamiento a su corresponsal, que es un amigo, y en ellas encontré el auténtico retrato de Pedro Urraca. Cuando en España estaban padeciendo la escasez de la posguerra y en París, él mismo dice que la gente muere de hambre y frío, él vive holgadamente y no muestra la más mínima compasión por quienes padecen penalidades para sobrevivir. Me pareció una actitud indecente de un ser abyecto.

Mi primera idea fue publicar los informes tal como los encontré, pero son arduos de leer y la serie está incompleta, porque apenas abarca dos años. Hubieran necesitado un contexto, por lo que enseguida descarté la idea. Sin embargo, estaba descubriendo una etapa de la historia de España que había sido relegada al olvido gracias al silencio impuesto por el Estado. Se nos había ocultado con la voluntad de erradicar de la memoria colectiva a los perdedores y pensé que novelar la etapa de Urraca en Francia, me permitía hablar del exilio en general y denunciar su persecución. Era una forma de rescatar del olvido a sus víctimas y rendirles homenaje.

En 2018, finalmente sale tu libro “Entre hienas” a la luz, donde pones sobre el papel el fruto de años de investigación sobre la vida de tu abuelo, pero donde también salen otros interesantes personajes como Jean Moulin o Antoinette Sachs, ¿Además de contar la historia de tu abuelo, intentaste hacer un retrato de ese momento histórico, en el que Europa vivía tiempos convulsos?

Eran tiempos muy convulsos y la biografía de quienes padecen una guerra es en sí interesante de leer. Profundizando en la investigación descubrí que la persona que denunció a la familia Urraca era Antoinette Sachs, una mujer muy moderna para la época, rompedora, independiente, artista, bien relacionada en los ambientes político y cultural. Era la inquilina de un apartamento de la suegra de Urraca y la amante de Jean Moulin en 1936, cuando éste era el jefe de gabinete del Ministerio del aire.

La ayuda en armamento que llegó a la República, la canalizó Jean Moulin, tanto de forma oficial antes de que se firmara el Acuerdo de no intervención, como después, de forma clandestina. Está demostrado que los golpistas le conocían bien. Cuando Francia es ocupada por los nazis, Antoinette Sachs tiene que huir de París porque es judía y Juan Moulin se convierte en el líder de la Resistencia.

A partir de 1942, Antoinette es perseguida y está convencida de que los Urraca la han denunciado a la Gestapo, pero, sobre todo, tiene la sospecha de que, por perseguirla a ella, los nazis capturan a Jean Moulin.

Aunque no se pudo probar en el juicio por el que se condena a muerte a Pedro Urraca, las sospechas de Antoinette Sachs tienen fundamento, porque el mismo agregado militar que traicionó a la República en julio de 1936, regresa a París con la embajada franquista y trabajaba codo con codo con Pedro Urraca. Puede perfectamente ser que Urraca persiguiera a la inquilina judía, con la excusa de que quería recuperar el apartamento, pero que realmente su intención fuera localizar a Jean Moulin. Así saldaba la deuda que tenía con la Gestapo por todas las capturas de dirigentes republicanos que le habían facilitado.

Pedro Urraca no solo fue un policía franquista, que persiguió con ahínco a los republicanos que se habían refugiado en Francia, sino que también colaboró con los nazis, y más tarde, incluso la CIA llegó a requerir sus servicios. ¿Dirías que era un hombre al que le guiaba el desempeño de su deber, o la ideología fascista, o más bien que su trabajo era un medio para mantener su nivel de vida?

Leyendo sus diarios desde 1926, su correspondencia y sus informes policiales, se desprende que es una persona fría, calculadora y sin escrúpulos. Hace su trabajo sin plantearse cuestiones éticas, pero tampoco es un entusiasta. Lo único que realmente le interesaba era comer bien y dormir caliente. Vivir muy bien en plena posguerra española y durante la ocupación alemana en Francia.

Tras la liberación de París, es destinado a la embajada española de Bélgica, desde donde sigue vigilando a los republicanos exiliados, aunque tiene que vivir con otra identidad, ¿era diferente el trabajo que hizo en Bélgica, al que hiciera antes en Francia, dado que el mundo, tras la Segunda Guerra Mundial, había cambiado y el mismo estaba en busca y captura por haber colaborado con los nazis?

Como estaba condenado a muerte en Francia, había una orden de busca y captura para todas las policías aliadas, incluida la belga. Le destinaron a la oficina de prensa de la embajada española bajo el nombre de Pedro Rendueles, su segundo apellido, y tenía inmunidad gracias al pasaporte diplomático. Su trabajo era el mismo: vigilar a los disidentes al régimen, que en ese momento eran los comunistas. Lo que había cambiado era el contexto. En plena guerra fría, su trabajo es apreciado, no solo por los franquistas, sino también por los norteamericanos, a quienes les vende sus informes, aunque no fueran muy fiables, según la CIA.

Entre los que fueron objeto de esa “caza de rojos” que protagonizó tu abuelo, hay un buen puñado de dirigentes republicanos, como Azaña o Companys, aunque corrieron una suerte desigual. ¿Qué personalidades estuvieron en el punto de mira de Pedro Urraca, a cuales marcó un fatídico destino y cuales pudieron escapar de esta caza?

La lista de personalidades políticas perseguidas por Pedro Urraca es larga. Abarca a todos los que habían tenido algún cargo político durante la República, desde sindicalistas hasta el mismo jefe del Estado. Antes de la ocupación de Francia, muchos de los perseguidos ya estaban localizados y los franquistas aprovecharon la rendición de Francia para activar el acuerdo que, desde julio de 1938, habían firmado la Dirección general de Seguridad y los servicios de policía alemanes. Según ese tratado los dos países se comprometían a capturar a sus enemigos, en cualquier país, y a entregarlos de forma directa e inmediata.

En la zona ocupada por los nazis, en los primeros meses, varios dirigentes fueron capturados por la policía alemana y directamente conducidos a España. Es el caso de Julián Zugazagoitia, ministro y periodista, de Juan Cruz Salido, periodista o de Lluís Companys, presidente de la Generalitat. Fueron condenados a muerte y ejecutados. A Joan Peyró, ministro, le ocurrió lo mismo dos años después. También fueron a por Manuel Azaña, el presidente de la República, pero había huido a la zona no ocupada dos días antes. Su cuñado, Cipriano Rivas Cheriff, escritor y diplomático, sí fue capturado en el domicilio de Azaña. También fue condenado a muerte, aunque le conmutaron la pena.

Manuel Azaña murió encerrado en la habitación de un hotel en Montauban, convertido en legación diplomática mexicana para protegerle, porque Urraca y sus secuaces estaban en el hall del hotel esperando una mejoría para poder capturarle.

Entre los que consiguieron escapar de la zona ocupada se encuentran Juan Negrín, presidente del gobierno o José de Aguirre, lehendakari. Victoria Kent, diputada y directora general de prisiones, estuvo escondida los cuatro años de la ocupación de París en un apartamento, pero logró no ser descubierta.

En la zona no ocupada, Francia tenía un gobierno títere filo nazi y los arrestos los hacía la policía francesa. Las entregas a España se hacían por extradición, como fue el caso de Manuel Muñoz, diputado, o a los alemanes, que los encerraban en los campos de concentración, como a Francisco Largo Caballero, ministro y presidente del PSOE. Federica Montseny, ministra, y Manuel Portela Valladares, diputado, no fueron extraditados, pero estuvieron encarcelados en prisiones francesas.

En un momento dado una argentina, hija de un militar condenado por crímenes de lesa humanidad, se pone en contacto contigo y por medio de ella conoces al colectivo Historias Desobedientes. ¿Qué supuso ese encuentro para ti, y que nos puedes contar de ese colectivo memorialista?

El colectivo Historias Desobedientes, familiares de genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia surgió en Argentina en 2017, cuando un pequeño núcleo de hija/os de militares cumpliendo condenas a perpetuidad por crímenes de lesa humanidad se agruparon para protestar por las rebajas de penas y salidas transitorias de sus padres. El movimiento se extendió a Chile, Paraguay, Uruguay, El Salvador y Brasil.

Hace unos años, me escribió Analía Kalinec, que acababa de publicar su libro testimonial “Llevaré su nombre” y me propuso integrarme al colectivo. Hasta ese momento yo estaba sola, porque no conocía a nadie que hubiera emprendido un ejercicio de desafiliación, y fue como encontrar a mi familia, porque ellos atraviesan traumas identitarios y de filiación mucho más intensos que los que yo haya podido padecer, porque han tenido que romper vínculos afectivos muy fuertes y rehacerse como personas.

Para los descendientes de victimarios es primordial sentirnos aceptados por sus víctimas y sus descendientes, porque queremos denunciar junto a ellos la injusticia de las dictaduras y reclamar, al menos, un reconocimiento del daño padecido. Por eso, es muy reparador cuando nos abrazamos con algún descendiente de víctima, como en mi caso con Mariona Companys, sobrina nieta de Lluís Companys y con Ricardo Cayuela, su bisnieto, o con Carmen Negrín, nieta de Juan Negrín, porque es la prueba de que el enfrentamiento de nuestros familiares no nos tiene que impedir construir juntos nuestro futuro. Escuchar de sus bocas frases como “no debemos arrastrar la culpa que no tenemos” es muy reconfortante.

Formar parte de un grupo nos reafirma en nuestra postura contra la imposición de los totalitarismos y nos estimula para, mediante nuestros testimonios de vergüenza y rabia, transformar la herencia negativa en un mensaje de alerta, para que nuestras tristes historias no se vuelvan a repetir.

En 2022, Pedro De Echave y Felip Solé, dirigen el documental “Urraca, cazador de rojos”, en el que colaboras. ¿Cómo surgió la idea de esta película, y cómo decides unirte al proyecto?

Un día vi en la agenda de la universidad el anuncio de la proyección de un documental titulado “Otto Skorzeny, el hombre más peligroso de Europa”. Skorzeny era un nazi que acabó refugiado en España y yo sabía que Urraca le había conocido. El día de la proyección estaban presentes el productor y el director y al final me acerqué a uno de ellos, me presenté, le conté someramente quién era mi abuelo, le hablé de mi trabajo, y le di mi tarjeta. Para mi gran sorpresa, unas semanas después me llamó Pedro de Echave interesado en saber más sobre el tema. Así fue cómo surgió el documental.

Recién aprobada la Ley de Memoria Democrática, aún con muchas reservas por parte del movimiento memorialista, y el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, ya ha anunciado que derogarla será lo primero si es elegido presidente en las próximas elecciones. ¿Sigue siendo el tema de la Memoria, después de cuarenta años de la muerte del dictador, una asignatura pendiente en la sociedad española?

Seguirá siendo una asignatura pendiente mientras haya muertos en las cunetas, descendientes a quienes no se les reconozca su condición de víctimas y su derecho a cerrar el luto, y mientras no se derogue la Ley de amnistía que protege la impunidad de los franquistas victimarios.

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