El verdadero epicentro del terremoto emocional que vive Alexandra, es tener que elegir entre la mayor oportunidad de su vida profesional -una oportunidad que, además, puede cambiar la historia de la humanidad, nada menos- y despedirse de su padre, su principal apoyo en su precaria existencia afectiva.
Por Angelo Nero
Andrea Trepat da vida a Álex, una joven científica que pasa las horas en un pequeño observatorio astronómico, buscando señales de vida inteligente en la inmensidad del universo, un programa al que ha dedicado su vida, con la esperanza de que de algún lejano lugar llegue la confirmación de que no estamos solos, aunque, lo paradójico del tema es que Álex está muy sola, ha sacrificado la vida de pareja, los momentos más señalados de su familia, todo por ese anhelo de encontrar en ese infinito mundo de planetas, estrellas y cometas, algo que le dé sentido a su vida. En una noche de una fuerte tormenta, mientras se encuentra sola en su observatorio, más sola aún si cabe pues su compañero le acaba de decir que abandona el trabajo, de que se están quedando sin presupuesto y es probable que clausuren el programa, capta una probable señal extraterrestre, proveniente del sistema estelar Antares, por lo que inicia un complicado protocolo de verificación contra reloj, antes de que se pierda la señal, tal vez para siempre…
A la carencia de medios técnicos, por los recortes de presupuesto en el programa, y porque, realmente, no son muchos los colegas que crean en él y le puedan ayudar en su tarea, se le suma las dificultades añadidas de la fuerte tormenta, que le obligarían a anclar la antena y, con ello, a perder la señal, ante lo que tendrá que tomar arriesgadas decisiones que podrían comprometer su futuro profesional. Pero esto no es todo, la tensión se incrementa cuando recibe la llamada de su hermana, para decirle que su padre, internado en un hospital, está a punto de morir, y que si quiere despedirse de él tiene que dejar su trabajo. Este es el verdadero epicentro del terremoto emocional que vive Alexandra, al tener que elegir entre la mayor oportunidad de su vida profesional -una oportunidad que, además, puede cambiar la historia de la humanidad, nada menos- y despedirse de su padre, su principal apoyo en su precaria existencia afectiva.
Toda la acción de este angustioso film transcurre en el interior del pequeño observatorio astronómico, además de las conexiones telefónicas con su hermana y los vídeos que le envía de su padre, pero el ritmo frenético que el director Luis Tinoco le imprime a “La paradoja de Antares” hace que los 87 minutos de metraje se nos hagan cortos, mientras nos metemos en la piel de la solvente Andrea Trepat, con la que sufrimos y acompañamos en decisiones tan vitales como la de priorizar la vida familiar o la vida profesional, hasta que, como ella, también nos damos cuenta que vida, solo hay una.
A pesar de la sucesión de datos científicos que, ciertos o no, son poco asimilables para los profanos, y de que la primera parte de la película te transmite el tedio de las largas jornadas de vigilancia de un espacio exterior que se obstina en permanecer mudo, en cuanto se activan las señales comprendemos que lo importante es completar el proceso de verificación, para registrar la señal antes de que se pierda, una carrera contra el tiempo, contra los elementos y donde no dejan de llegar las interferencias personales, que hacen dudar de que Álex pueda completar su misión.
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