Antonio Macías volvió al establecimiento en un taxi. Tras apearse del vehículo, y penetrar de nuevo en el bar, efectuó dos disparos, sin mediar palabra alguna, contra el propietario del establecimiento, que se encontraba detrás del mostrador, hiriéndole en el pecho, y otro contra uno de los clientes.
Por Angelo Nero
El diario madrileño ABC, en su edición del domingo, 26 de agosto de 1979, en su página 31, daba cuenta de varios sucesos: “Labrador coruñes muerto por su convecino”, “Burgos: policía muerto por un disparo en su cama”, una página de sucesos que incluye también una nota de internacional: “Se empeña en morir en la cámara de gas”. Era esa crónica negra que poblaba los periódicos de la España franquista, y que continuó durante la transición, y que tuvo, entre 1952 y 1997, a su máximo exponente en el periódico El Caso. En esa misma página del ABC, destacaba otra noticia: “Dos hombres muertos a tiros por un policía en un bar de Vitoria”, decía el titular, “El agresor, que ha sido detenido, sostuvo discusiones con varios clientes y empleados, por lo que fue expulsado del local”, podemos leer más abajo. “Antonio Matías Benítez, miembro de la policía nacional destinado en Vitoria, se confesó esta tarde autor de los disparos que, unas horas antes, habían causado la muerte de Justo López de Zubiria, y Félix Minguela Sanz, propietario y cliente, respectivamente, del restaurante Las Vegas, en la calle de Portal de Villareal.”
37 años tardaron en ser reconocidas como víctimas de la violencia policial, cómo denunció José Manuel López de Zubiria, hijo de propietario del bar asesinado, cuando fue recibido en el ayuntamiento de Gasteiz, denunciando que las instituciones “tuvieron la oportunidad de hacerlo, y nunca lo hicieron. Por no pertenecer a ningún partido ni a ninguna asociación ni tener detrás quien nos apoye, hemos vivido muchos años en total incomprensión y soledad por no ser nada más que ciudadanos castigados por un enfrentamiento.”
Siguiendo el relato del ABC, firmado por el periodista José Hernández: “Al parecer, el autor de los disparos había llegado al mencionado establecimiento, que permanece abierto casi todo el día, hacia las seis y media de la mañana, y con síntomas de inestabilidad nerviosa, según ha informado la policía, sentándose con un grupo de personas con las que sostuvo numerosas discusiones.
En un momento determinado, pidió un güisqui al propietario del bar, bebida que no le fue servida debido a su estado, pero si un refresco. Instantes después, y tras mantener una discusión con algunos clientes, que le arrojaron al suelo, fue expulsado del local por su propietario, al que amenazó, diciéndole que “dentro de una hora, aquí va a pasar algo muy gordo”.
En efecto, una hora después, Antonio Macías volvió al establecimiento en un taxi. Tras apearse del vehículo, y penetrar de nuevo en el bar, efectuó dos disparos, sin mediar palabra alguna, contra el propietario del establecimiento, que se encontraba detrás del mostrador, hiriéndole en el pecho, y otro contra uno de los clientes que quiso interceder. Ambas personas resultaron muertas prácticamente en el acto.” Según recogió el diario ABC, el autor del doble crimen, salió del bar Las Vegas y volvió a subir al taxi, que le estaba esperando. Justo López de Zubiría dejaba dos huérfanos. Félix Minguela Sanz, que también estaba casado y contaba 39 años de edad, tenía tres hijos.
La violencia policial se cebaría con la familia del propietario del bar Las Vegas, cómo recordaba su hijo José Manuel, en 2016, cuando fue homenajeado por el consistorio vitoriano, con el alcalde Gorka Urtaran, del PNV, a la cabeza: “Nosotros pagamos un alto precio. Por mala suerte, fatalidad o destino, mi padre fue asesinado a manos de un policía. Posteriormente, mi hermano sufrió el fatal golpe de una pelota de goma en la cabeza, lo que le rompió todo el cráneo y provocó que perdiese un ojo. Esta fatalidad y la falta de mi padre hicieron que su vida terminase demasiado pronto como consecuencia de tanto sin sentido.”
Andoni Txasko y Lander García, en una columna del diario Gara, titulada “Las venas abiertas de Zaramaga” también recordaban a Justo López de Zubiría y a su familia: “Los años 80 trajeron más dolor al barrio y la injusticia se volvió a cebar con la misma familia. En 1986, siete años después de que su padre muriera tiroteado en el bar Las Vegas, Gaizka perdió un ojo por un pelotazo de goma disparado por otro policía. Era en el transcurso de una carga para disolver una manifestación, una escena habitual de una época convulsa marcada por la guerra sucia, la represión, múltiples atentados…”
A pesar de que el autor de la masacre del bar Las Vegas fue identificado por varios testigos y no tardó en ser detenido, no hubo juicio, lo que provocó una justa indignación popular en toda la ciudad de Vitoria, que todavía no se había repuesto de otra masacre policial, a doscientos metros del lugar del asesinato de Justo López y Félix Minguela, el 3 de marzo de 1976, en la que murieron cinco personas, y 150 resultaron heridas.
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