Cine | La la land y el fantasma de lo posible

Por Puertos

Después de tanto tiempo oyendo a hablar de La la land me he visto en la obligación de verla. Aun sabiendo de su temática —cosa que a priori me obliga a que la viese con más detalle— no me había atrevido a acercarme a ella. Lo cierto es que al director ya le conocía de su anterior película Whiplash, con todo ello solo era cuestión de tiempo que me acercase a su último musical.

Con un principio lento, aburrido, y tras haber tenido la posibilidad de encontrarme con Sing Street recientemente, no le auguraba un buen futuro a mi acercamiento. Las críticas al actor por su complejo de replicante tampoco ayudaban de ningún modo. He de reconocer que durante los primeros veinte minutos no pude dejar de pensar en la tarde que estaba pendiente, misma historia de siempre… —todo por culpa de las expectativas—. Pero según avanzaba la película, me iba enganchando.

La noche del sábado —día que la vi— acabe con un amigo charlando sobre ella. Como en —La la land— la clave de todo está en una realidad que no ha sido —me pongo especial con el verbo—. Una realidad que, sin ser tangible, ha acompañado a los protagonistas durante todo el largometraje. El significado de la música, de ese “algo” que existe, pero no es, está en los diez minutos finales.

Antes de seguir hablando de la sombra que se mueve y nos empuja a pesar de nuestra consciencia, quería hablar de una escena donde discuten los protagonistas sobre la mesa —He de decir que las críticas que había oído no estaban, ni de lejos, acercándose a lo que vi—. Los resúmenes de la película que me habían llegado y que había leído, apuntaban a que seguían la lógica de la anterior película del director —un éxito individual, frente a la relación—. En esa conversación, los “yos” han cambiado de cuerpo, se han ido al otro. Es decir, lo que parecen reproches, son encuentros consigo mismos. Ya sabíamos —o deberíamos— que en las relaciones quien habla con nosotros es parte nuestra de antemano, pues aquí podemos verlo a las mil maravillas.

Emma Stone había dejado su esencia por un extraño virus de la rendición, de la “realidad”. Una esencia que la había definido hasta el momento clave y que sin Ryan Gosling no hubiera recuperado —al menos en esa historia—. Quiero decir, aunque abogemos por el cambio, la pareja en ese momento ha sido quien ha mantenido la esencia de cada uno. Ocurre lo mismo cuando Sebastián (Ryan) alcanza la fama con su grupo y se olvida de él. Ella quien le encauza en un “yo” desubicado.

La mutación en una película donde las partes lentas son las musicales, es inevitable. Me explico, asumiendo que la realidad —la nuestra incluida— no puede frenar, ellos suponen para su interlocutor, esa ancla que te da perspectiva. Sólo podían reconducirse si frenaban, si dejaban de correr. Quien diga que es una pelea del éxito y del amor, no ha visto La la land. Es un amor que permite el éxito, un amor que supera todo. Antes he dejado marcado existir y ser como verbos para tener en cuenta. Ahora, voy a explicar el motivo por el cual lo he hecho.

Es una película donde la canción final sobre el escenario, cuando solo canta él, es otra película. Una historia dentro de otra, pero no opuestas. Esa doble posibilidad de todo, esa vertiente nunca cerrada, siempre sangrante, es el motor de ambas vidas. A él, le lleva a poner el nombre que Mia (Emma) elige al bar. A ella, le lleva al éxito familiar y laboral. Y, sin embargo, aún se sonríen pese a su distancia. Porque nunca se han separado —lo malo de leer un libro, que te acuerdas de citas de el mismo constamente— Pessoa habla de un amor que, si fuera carnal, sería un insulto.

En la segunda película vemos como todo ha salido bien, como siguen juntos y han brillado en sus respectivos lugares. Pero esa segunda película solo es perfecta, porque no es. La perfección, su conseguir necesario, es el motor de ambos durante todo el film, pero cuando ven que no es posible tienen que alejarse para poder tenerlo. Existe en tanto ha influido, en tanto ha estado. Una perfección que no puede morir, porque solo ha es posible. La posibilidad como confrontación necesaria entre los dos mundos —externo e interno— y la cual nos atrapa. No se puede hablar de una película triste, ni egoísta, en tanto gracias a esa posibilidad los dos han conseguido ser ellos. Un “yo” que en Mia está más cerca de ser real gracias a Sebastián que a la familia que ya conseguido —incluso que ha Emma—. Lo mismo ocurre en él, el bar y su música solo son reales por Mia, no por Ryan. 

Nota a mi mismo:  En aquella discusión, Ryan hacía de Mia y Emma de Sebastián. La música no estaba mal, pero lo importante es la película escondida. Tengo que dejar de ver musicales.

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