El Valle de Arán es el escenario principal de la novela, ya que el eje central es la Operación Reconquista de España, promovida por el PCE y la UNE que, entre el 19 y el 24 de octubre de 1944, intentaron crear una zona liberada, para provocar un levantamiento popular contra el régimen franquista.
Por Angelo Nero
Conocimos la noticia de la desaparición física de Almudena Grandes -no de su muerte, porque Almudena sigue viva en sus obras- visitando el Monasterio de Oia, que albergara uno de los más siniestros campos de concentración de Galicia durante la “longa noite de pedra”, en el marco de las III Xornadas de Memoria Histórica, organizadas por la Diputación de Pontevedra -un programa memorialista que terminó con la entrada de los bárbaros en el gobierno provincial-, y que con el lema “Na loita contra a impunidade”, había recogido durante dos días las voces, entre otras, de Xosé Álvarez Castro, Rebeca Quintáns, Carlos Babío y Paqui Maqueda. Estaba con esta última, todo un referente del movimiento memorialista andaluz, repasando nuestros lugares comunes, cuando recibimos la noticia.
El mundo era un poco más triste sin la voz de Almudena, pero no nos había dejado del todo, nos dejaba un legado literario que también era una herramienta eficaz contra el olvido. Esas navidades, apenas un mes más tarde, le regalé a mi hermana, ávida lectora, los Episodios de un Guerra Interminable, el fantástico fresco que la escritora madrileña había escrito en una serie de cinco volúmenes -el sexto, “Mariano en el Bidasoa” no pudo concluirlo-, sobre alguno de los hechos menos conocidos de nuestra historia contemporánea, como la invasión del valle de Arán, el Patronato de Redención de Penas, o la red de evasión de nazis, al finalizar la guerra en Europa.
Hace tiempo que este oficio sin beneficio, el de sacar a diario la edición de NR, me ha alejado del placer de leer por leer, sin subrayar ni tomar notas para una posible entrevista al autor, y mientras se me acumulaban ensayos sobre los más diversos temas de actualidad, no alcanzaba a pedirle a mi hermana -en realidad era un regalo para los dos- los libros de Almudena, que ella ya había devorado. Pero finalmente, abrí el primero de los volúmenes, “Inés y la alegría”, y me pregunté como había tardado tanto en disfrutar de esta maravillosa lectura.
Publicada en 2010, esta novela, más adictiva que cualquiera serie de Netflix, recorre cuarenta años de la vida de Inés, nacida en el seno de una familia burguesa, a la que la guerra la sorprende sola en Madrid, donde, renunciando a los intereses de su clase, abraza la causa de la República, y convierte el piso familiar en un centro del Socorro Rojo, bajo la influencia de su criada, Virtudes. Con la entrada de las tropas franquistas en la capital, Inés es enviada a prisión, y después, por mediación de su hermano falangista, a un convento, para después llevarla a su casa de verano en la localidad leridana de Pont de Suert, a 40 kilómetros del Valle de Arán.
Precisamente el Valle de Arán es el escenario principal de buena parte de la novela, ya que el eje central es la Operación Reconquista de España, promovida por el Partido Comunista de España y la Unión Nacional Española, que, entre el 19 y el 24 de octubre de 1944, intentaron crear una zona liberada, para provocar un levantamiento popular contra el régimen franquista.
Por “Inés y la alegría” desfilaran una pléyade de personajes, algunos ficticios y muchos reales, como Dolores Ibarruri, Secretaria General del PCE entre 1942 y 1960, y su amante Francisco Antón, preso en un campo de concentración francés, mientras ella estaba refugiada en la Unión Soviética, o como Jesús Monzón, dirigente comunista que organizó la invasión del valle de Arán, y de su compañera, Carmen de Pedro, responsable de la Delegación del Comité Central del PCE -ambos depurados por Santiago Carrillo, tras el fracaso de la Operación Reconquista-. Aunque la relación sobre la que orbita el libro es la que mantiene Inés con el Comandante Galán, un minero represaliado durante la revolución de Asturias, que después de combatir al fascismo en España y Francia, regresa como capitán de la UNE, para intentar tomar el valle de Arán, y donde los destinos de ambos se ligaran para siempre.
La novela tiene tres voces, las de Inés y Galán, en las que, como en un cuaderno de bitácora, narran las vivencias y los sentimientos que les embargan, en el intento de tomar los pueblos del Val de Arán, en el exilio francés, o en las cárceles españolas, y una tercera voz, la de Almudena, en la que nos da el contexto histórico idóneo para ilustrarnos sobre los entresijos del Partido Comunista o sobre el entorno del dictador. También tiene tres espacios temporales y geográficos diferenciados, que gravitan en torno a la citada Operación Reconquista, y que tienen sus puntos cardinales en Madrid (antes), Bossost (durante) y Toulouse (después), que dibujan una larga elipsis entre 1936 y 1977.
“Inés y la alegría” es una lectura que se disfruta y se sufre a partes iguales, por lo que fue, por lo que pudo ser, donde la memoria y la historia se encuentran y se enfrentan, con fragmentos tan brillantes como este
“La Historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con el amor de los cuerpos mortales. O quizás no, y es sólo que el amor de la carne no aflora a esa versión oficial de la historia que termina siendo la propia Historia, con una mayúscula severa, rigurosa, perfectamente equilibrada entre los ángulos rectos de todas sus esquinas, que apenas condesciende a contemplar los amores del espíritu, más elevados, sí, pero también mucho más pálidos, y por eso menos decisivos. Las barras de carmín no afloran a las páginas de los libros. Los profesores no las tienen en cuenta mientras combinan factores económicos, ideológicos, sociales, para delimitar marcos interdisciplinares y exactos, que carecen de casillas en las que clasificar un estremecimiento, una premonición, el grito silencioso de dos miradas que se cruzan, la piel erizada y la casualidad inconcebible de un encuentro que parece casual, a pesar de haber sido milimétricamente planeado en una o muchas noches en blanco. En los libros de Historia no caben unos ojos abiertos en la oscuridad, un cielo delimitado por las cuatro esquinas del techo de un dormitorio, ni el deseo cocinándose poco a poco, desbordando los márgenes de una fantasía agradable, una travesura intrascendente, una divertida inconveniencia, hasta llegar a hervir en la espesura metálica del plomo derretido, un líquido pesado que seca la boca, y arrasa la garganta, y comprime el estómago, y expande por fin las llamas de su imperio para encender una hoguera hasta en la última célula de un pobre cuerpo humano, mortal, desprevenido. Los amores del espíritu son más elevados, pero no aguantan ese tirón. Nada, nadie lo aguanta.”
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