Gonzalo Pequeño Moyano, otro daño colateral de la transición

Fueron estas muertes, y muchas como ellas, daños colaterales de una transición, que no tenía ningún interés en depurar o democratizar a las fuerzas de orden público heredadas de la dictadura, como tampoco se depuró a los jueces, ni a ninguna autoridad nombrada en el franquismo.

Por Angelo Nero

En la edición del diario madrileño El País, del día 15 de octubre de 1977, hace ahora 46 años, el periodista hondarribitarra Jesús Cebeiro, firmaba una columna titulada “Vizcaya: un muerto y dos heridos al saltarse dos controles de la Guardia Civil”, en la que daba cuenta de un suceso que, por desgracia, se convirtió en habitual durante la transición, ya que fue un largo goteo de muertes y heridos el arrojado por el gatillo fácil de muchos agentes, que no habían pasado ni el primer examen de democracia.

La nota periodística decía lo siguiente: “Una persona resultó muerta en la madrugada de ayer y otras dos heridas, una de ellas de gravedad, al no haberse detenido dos vehículos en sendos controles de carretera establecidos por la Guardia Civil en las poblaciones vizcaínas de Baracaldo y Galdácano.

Gonzalo Pequeño Moyano, de veintiún años, residente en Sestao, fallecía hacia la una y media de la madrugada en el barrio baracaldés de Luchana, al estrellarse contra una farola, después de que hubiera saltado con un coche robado el control existente en el kilómetro 5,9 de la carretera Bilbao-Santurce. Según la versión oficial, el fallecido conducía en compañía de su hermano menor, Luis Javier, un Seat 124, matrícula BI- 126.998, que esa misma noche había sido robado en un aparcamiento subterráneo de Baracaldo, según denuncia presentada por su propietario, Juan Antonio García.

La Guardia Civil informó de que los ocupantes del turismo se agacharon al acercarse al control, arremetiendo contra la fuerza pública, que abrió fuego. El vehículo terminó empotrándose en una farola, a consecuencia de lo cual resultaban muerto el conductor por fractura de vértebras cervicales, según se hizo constar en el parte médico facilitado en la residencia sanitaria de Cruces.

Su hermano, de dieciséis años, fue atendido de contusiones múltiples que no revisten gravedad. Durante la mañana de ayer declaró que no habían visto el control, y que ésa había sido la razón de que no se detuvieran.

El parte médico del fallecido no ha determinado si presentaba algún impacto de bala, extremo éste que era afirmado por algunos testigos presenciales. La Guardia Civil ha señalado, sin embargo, que el vehículo presentaba tan sólo un impacto en la parte inferior de la puerta del conductor. La autopsia confirmaría posteriormente que la muerte de Gonzalo Pequeño es debida tan sólo a las graves lesiones que se produjo al chocar contra la farola.”

Unas horas antes un comando de ETA había cometido un atentado en Villabona y otro en Marquina, donde habían destruido una fábrica de armas y de material antidisturbios, y las fuerzas de seguridad del estado, guardia civil y policía armada, estaba en estado de alerta, posiblemente, con lo que cualquier coche que circulara a esa hora, la una de la madrugada, por una carretera como la de Bilbao-Santander -el suceso se produjo a la altura de Zorroza- tenía todos los boletos para ser considerado sospechoso. También era habitual que se identificara a las víctimas, descartada su pertenencia a la organización armada vasca, como delincuentes, con antecedentes o sin ellos, para justificar la actuación de los agentes del orden, “se vieron obligados a abrir fuego”, aunque no hubiese ningún riesgo para sus vidas. Primero disparaban y después preguntaban, para fabricar ellos mismos las respuestas. Gonzalo tenía 21 años, y su hermano Luis Javier, tan solo 16.

El artículo de Jesús Cebeiro daba cuenta de otro suceso similar: “El segundo incidente tenía lugar apenas un cuarto de hora más tarde en la carretera general Bilbao-San Sebastián, a la altura del cuartel de la Guardia Civil de Galdácano, donde se le dio el alto al turismo VI-22.299, que, al parecer, circulaba en zig-zag. Al no detenerse se dio aviso a la pareja de tráfico, que efectuó cuatro disparos. Una de las balas alcanzó, al parecer de rebote, al conductor en la región occipital. Juan Antonio Igarza Azcárate, de treinta años, vecino de la localidad guipuzcoana de Vergara fue ingresado en el el hospital de Bilbao, donde su estado fue calificado de grave.”

La versión policial fue, en este caso, todavía más rocambolesca, ya según recogen otros medios “un guardia civil dispara una bala, que al rebotar en el asfalto, alcanza la cabeza de Igarza Azcárate, hiriéndole en la cabeza.” El desdichado conductor del Seat 600 al que disparó la guardia civil aquella madrugada del 15 de octubre de 1977, ni tan siquiera se le pudo señalar como delincuente, simplemente había bebido más de la cuenta, motivo por el que circulaba en zig zag.

Fueron estas muertes, y muchas como ellas, daños colaterales de una transición, que no tenía ningún interés en depurar o democratizar a las fuerzas de orden público heredadas de la dictadura, como tampoco se depuró a los jueces, ni a ninguna autoridad nombrada en el franquismo. Policías, jueces, funcionarios, que fueron los pilares necesarios para sustentar el aparato de la dictadura, para ellos si que hubo una auténtica amnistía, pero una amnistía falsa, ya que sus crímenes nunca fueron juzgados.

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