Glen Hansard, esa voluntad salvaje de emocionarnos (II)

Glen Hansard quiso dibujarnos toda su geografía emocional, pasando de puntillas por las fronteras, y también por toda su discografía.

Por Angelo Nero | 4/12/2023

Después de arrasarnos con la tormenta sonora y emotiva de “The Swell Season”, en uno de los momentos más eufóricos del concierto, Glen Hansard volvió a la intimidad, y se sentó al piano para dedicarle “Bird of Sorrow” a su madre, otro tema de su debut en solitario, “Rhythm and Repose”. Una de esas odas a la melancolía que se te pegan a la piel como cicatrices, una melodía perfecta, que parece llevarte a cerrar los ojos, como en un crepúsculo de emociones, hasta que, de pronto, desde un océano de susurros el songwriter irlandés arroja al cielo un grito… “A good heart will find you again / A good heart will find you, just be ready then / Tethered to a bird of sorrow / A voice that’s buried in the hollow”. Llevábamos solo seis temas y ya teníamos callos en las manos de tanto aplaudir, pero sabíamos que todavía nos quedaba mucho concierto por delante y que aquello no tenía visos de ir a menos.

Glen quiso dibujarnos toda su geografía emocional, pasando de puntillas por las fronteras, y también por toda su discografía, así también nos trajo otra joya de su segundo trabajo en solitario, “Dindn’t he Ramble”, que sirvió entonces como single de presentación: “Winning Streak”, otro canto a la amistad y llena de buenos deseos… “Through summers long and winters cold, / may you always have someone good to hold. / May good fortune weigh on you very day, / and may your winning streak never end. / Roll the dice, boy ‘cause my money is on you”. Es inevitable no encontrar ecos de Bruce Springsteen, o incluso de su admirado Bob Dylan, en esta carta escrita a un amigo para infundirle coraje contra la adversidad cotidiana, subrayando el respeto por sus decisiones.

Precisamente fue el último concierto en el que vio a Bob Dylan el que inspiró su siguiente tema “The Closing Door”, del álbum “This Wild Willing” que quiso dedicar a la joven activista sueca Greta Thunberg. En la canción, además del susurro de luciérnaga de su voz, hay un ritmo muy marcado, apoyado sobre los teclados de Romy, que dominan la pieza y le dan un halo introspectivo y misterioso, donde también destacan las cuerdas de Javier Mas y la flauta de Michael Buckley, dibujando arabescos sobre un Hansard que canta hacia adentro. Una experimentación sonora que rompe los marcos del folk y lo colocan a la sombra del Tom Waits de los ochenta, creando una atmósfera particular.

Continuó dibujando los aires orientales de su último trabajo, con “Race to the Bottom” (del que grabó un delicioso vídeo en el Latin Quarter de París y en el centro cultural irlandés de esa ciudad), especialmente a través del laúd de Javier Mas, pero también de los vientos de Michael Buckley, dibujando curiosos fraseos en el transcurso de ese paseo por el Sena, del que nos habla la canción: “Sliding along by the Seine / it’s May Day / This song’s in my head once again / It’s a long way down to the bottom we’ve racing / Coughing my lungs up on Rue des Irlandais / Becoming a risk to myself”… la voz de Hansard volvía a ser un susurro, suspendido a veces las líneas del violín de Coline Rigot, otro de los instrumentos que brillaron con luz propia en el concierto.

Volvió a aquel tiempo de dudas, en busca de su propio universo musical en solitario, que fue su segundo trabajo “Dindn’t he Ramble”, con el tema que dio el título al álbum con el que intentaba cerrar heridas, despojarse de tristezas y sacar musculo con su habilidad para crear canciones que contagian optimismo. Una melodía en la que Glen se quedó solo en el escenario, con su guitarra –o más bien, con una de ellas, pues perdimos la cuenta de cuantas utilizó en el recital-, aunque en la parte final del tema fue ayudado en los coros por Romy, Joseph y Rob. Solamente con la garganta de Glen bastaba para inflamar el Pazo da Cultura de Pontevedra, pero con las cuatro el incendio era de proporciones inabarcables.

Fue después de ese tema cuando Hansard se refirió a la aventura del “Naomh Gobnait”, cuyo casco había acariciado la tarde anterior en el Museo do Mar: “Han hecho un trabajo increíble de restauración, pensé que iba a estar triste al verlo, pero estoy muy contento”, comentará ante los miembros de Buxa, la Asociación Galega do Patrimonio Industrial, decisiva en la recuperación de esta embarcación tradicional irlandesa, en la que había navegado desde Irlanda hasta Galicia, y en cuyo naufragio había perdido la vida su capitán, el poeta Danny Sheehy, “lo extraño y levanto una copa por él, el viaje fue muy agradable y a veces muy difícil, pero mañana volvería a hacerlo.” En cierto modo, dos años después de su última visita a Galicia, el cantante cerraba un círculo y ponía fin al duelo, en un relato de vida y muerte que sirvió de inspiración para su siguiente tema “Leave a Light”, de inconfundible ambientación celta. Una canción melancólica, crepuscular, que cierra su último disco, que consiguió estremecernos un poco más, imaginándonos que estábamos escuchándola en aquel pub de Kinvara donde se reunían los parroquianos una vez por semana para cantar a capella, como el mismo Glen, que no necesitó más que el soporte de su voz para homenajear al compañero fallecido. “And leave a light on in your lonely window / And the heartfelt welcome in your eye / From far away on the deep black ocean / You’re the one i’ll come back to find / So say goodbye to the long cold Winter / And farewell to all we’ve left behind”… realmente una de esas letras que se te graban a fuego en el corazón.

Continuó la presentación de su nuevo disco con “Brother’s Keeper”, una preciosa balada que funciona precisamente por su austeridad, en la línea de tradición irlandesa de la onda folk que nos descubrío Hansard en “Once”, recuperando su tono vocal habitual, que no llega a estallar y se queda en una línea suave de guitarra, violín y percusión. Una canción con marcados tintes otoñales: “First of october / the summe’s over / the leaves are falling / All around my door”… una suerte de tregua en el camino musical –y emocional- que estabamos recorriendo en esta noche mágica a orillas del Lérez.

Nos cogió enternecidos cuando volvió a golpearnos el pecho con fuerza en la presentación de otro clásico, el blues “Way Back in the Way Back When”, de su anterior álbum “A season on the line”, cuando quiso rendirle un emocionante homenaje a los 39 emigrantes encontrados muertos dentro de un contenedor frigorífico, en un polígono industrial de Essex, apenas unos días atrás, para recordarnos el drama de los refugiados, de los que huyen de las guerras, del hambre o de los estragos del cambio climático. La letra de la canción parecía escrita para ellos “Set our sight on some distand land / way back in the way back when, packed our troubles in an old pack tent… “ y el púbico coreando “way back in the way black when”, por todos aquellos que ya no tienen ni el camino de regreso.

Glen volvió a quedar solo en el escenario, dejó el micro y nos regaló a continuación “Grace Beneath the Pines”, (canción que abre su disco “Dindn’t he Ramble”) dedicado a Federico García Lorca, una de sus mayores influencias poéticas, y a las víctimas del franquismo, cantándolo a capella, como ya hiciera con este tema en Madrid, cuando teloneara a Eddie Vedder, líder de Pearl Jam, en su debut como solista. Sin necesidad de más artificios, mostrando su arte en estado puro, que emana de las heridas del camino y logra cicatrizar las nuestras con cada acorde, con cada nota, con cada palabra:”There’ll be no more running round for me / No more backing down, you’ll see / whatever lies in store for me / I’ll get through it / There’ll be no more going half the way / You’d better listen to these things I say / whatever ties they bound to me / ill cut through them”.

La montaña rusa de emociones en la que el cantante irlandés nos había montado, llegó a su punto álgido –o a uno de ellos- con la oscarizada canción de la banda sonora de “Once”, la preciosísima “Falling Slowly”, uno de esos temas que, cuando te atrapan, se te anclan para siempre en el corazón. No estaba Marketa para darle el contrapunto a Glen, pero Romy O’Mahony, tanto a la voz como a los teclados, nos hizo volver a aquella tienda de música de Dublín, donde era inevitable enamorarse como la primera vez… “I don’t know you / but I want you / all the more for that / words fall through me / and always fool me / and I can’t react/…

Entramos en la recta final del concierto con “Lowly Deserter“, el quinto que nos ofreció de su disco “Dindn’t he Ramble”, uno de los temas más distintivos de este trabajo, con una gran combinación de vientos y cuerdas, con una mandolina en las manos del cantante irlandés, sobre la que surge como un trueno el grito de desesperación de Glen: “Lowly deserter, sing that old song / And sing a new one for the men / Still in battle, far from heaven / Raise your voice up and sing to them”… El Pazo da Cultura se transformó otra vez en un pub de cualquier rincón de Irlanda, en aquellas noches en las que un viejo irlandés le recomendó “Hay que saber beber, Glen, la segunda siempre hay que tomársela slowly, slowly”. .

Para que no sucumbiésemos ante una epidemia masiva de melancolía, Glen quiso ofrecernos un guiño al Samaín, que se había celebrado en la víspera, en uno de los momentos más divertidos de la noche, ofreciéndonos en estrena el tema del guitarrita Rob Bochnik, “Zombies in the Basement”, ofreciendo el protagonismo a otro miembro de su banda, como lo hiciera antes con el zaragozano Javier Mas, al que cedió su Fender Jaguar para que nos ofreciera una buena descarga eléctrica, para demostrarnos que el rock no entiende de edades.

Para la despedida, sonaron algunos compases de “McCormack’s Wall”, animando a que los pies se nos movieran al ritmo del violín de Coline Rigot y del saxo de Michael Buckley, y fue el mismo Hansard el que se desató a bailar en el escenario, como bajo los efectos de un buen uisce beata y un par de pintas de Guinness, y enseguida emprendió la recta final con “Her Mercy”, también de su segundo álbum, y aunque no había mejor manera de dar agradecer al público la encontró, con un sencillo “Graciñas”.

Llevábamos más de dos horas de concierto, pero el Pazo da Cultura se hubiera venido abajo si el irlandés no saliera a ofrecernos un bis, así que salió otra vez desnudo, con su guitarra, para ofrecernos “Song of good hope”, mientras, en la penumbra, se iba sumando la banda. Este temazo lento y desgarrador, de su primer trabajo en solitario, “Rhythm and Repose”, cargado de buenos deseos, pero también de angustia, consiguió enmudecer a los que, solo hacía unos momentos, habían atronado el auditorio, exigiendo el regreso del cantante: “If we’re gonna make it / Cross this river alive / We need to think like a boat / And go with the tide / And I know where you’ve been / It’s really left you in doubt / Of ever finding a harbour / Of figuring this out”.

Como sorpresa final, Glen nos regaló con un guiño hacia la música galega, con la invitación a que ocupara el escenario a Xabier Díaz, cantante de Berrogüetto y Adufeiras de Salitre, que nos deleitó con un par de temas de su repertorio, acompañado, de forma magistral con su pandereta, interpretando la jota “Delira”: “Alí vai a que canta / reghalando ca súa gharghanta / bota flores bota flores / todos queren ser os seus amores”. En la presentación, Xabier nos contó que su pareja le había telefoneado el día anterior con un escueto: “Sal do buraco, que imos cenar con Glen Hansard”, a quien definió como “una persona extremadamente normal”. Y también nos regaló con “Amor con amor se paga”, de su último trabajo “Noró” (2018), que hizo enloquecer a un público ya estaba al borde a lo largo de toda la noche.

Glen y Xabier se fundieron en un abrazo, las dos fisterras celtas, Irlanda y Galiza, tendiendo puentes a través de la música, despidió al músico de A Coruña, y volvió la banda para tocar la penúltima de la noche, dónde hubo un cambio en el setlist previsto, y en vez de “Good Life of Song”, una de las piezas más delicadas de su último disco, decidieron tocar “Gold”, de su proyecto con Markéta Irglová “The Swell Season”, para lo que volvió a pedir a Xabier Díaz que volviera al escenario. Con una atmósfera inequívocamente folk, dónde el arco de Coline Rigot parecía rasgarnos todavía más el corazón, y la percusión mágica de Díaz, arropados por una banda realmente en estado de gracia, que parecían estar en una particular jam session, nos llevaron al éxtasis, cuando ya pasaban las dos horas y media de concierto. Yo recordé que al día siguiente tocaba madrugar, con suerte dormiría seis horas, pero quien quería dormir, cuando se estaba viviendo un sueño…

Para acabar aquella maravillosa fiesta Glen nos regaló un cover de Bruce Springsteen, otra de sus influencias reconocidas, “Dream Baby Dream”, que hizo que el público aplaudiera a rabiar durante todo el tema, se levantase de sus butacas e incluso se animara a bailar, para celebrar esa voluntad salvaje de emocionarnos que solo unos pocos músicos, como el irlandés, son capaces de conseguir, y que nos persiguió durante los días que siguieron al concierto, en los que escribimos esta delirante crónica, para que no se nos olvide nunca.

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