Por Angelo Nero
Bashur, el sur del Kurdistán, está otra vez en guerra. Desde hace un mes, y tal como se venía anunciando, las tropas de Erdogan y las milicias islamistas aliadas con Turquía están atacando las regiones de Zap, Metina y Avashin, donde se encuentran campamentos del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) desde hace tiempo, traspasando la línea de la frontera turco-iraquí, continuando con su guerra de ocupación, que ya llevó a cabo en Afrin, Gire Spî y Serêkaniyê. En esta nueva ofensiva participan aviones, helicópteros y drones de combate y vigilancia, unidades de artillería y comandos terrestres.
El objetivo confesado por el régimen turco es el de crear una zona de ocupación de cuarenta kilómetros de profundidad, desde Afrin, en el noroeste de Siria, hasta Xakurke, en el noreste de Irak, aunque nada indica que se detengan aquí, puesto que ya tienen su mirada puesta en las regiones de Kandil y Senghal. Hay quien señala que su apetito colonizador amenaza con extenderse hasta las zonas petrolíferas de Siria e Irak, extendiéndose a Mosul y Kirkuk, para adueñarse de las zonas más ricas en petróleo.
Ante la inactividad de las fuerzas peshmerga kurdas y los guardias de frontera iraquíes, han sido los combatientes de las Fuerzas de Defensa Popular o HPG, asociadas al PKK, y las Unidades de Protección Popular (YPG) las que les han plantado cara, una vez más, al invasor turco, causando numerables bajas a un enemigo con una potencia de fuego muy superior, utilizando tácticas de sabotaje y contraataques guerrilleros en un terreno que conocen bien, lo que no les ha evitado la caída de muchos combatientes.
El gobierno turco, una vez más, utiliza la guerra como cortina de humo para esconder sus propios problemas internos, con un fuerte aumento de los contagios por el coronavirus, y una fuerte crisis económica derivada de la paralización del sector turístico, a lo que hay que añadir el agotamiento de las reservas de divisas de su bando central, y el varapalo diplomático que le ha propiciado el reconocimiento del genocidio armenio, por parte del nuevo presidente de EEUU, Joe Biden. También esta nueva ofensiva sobre los kurdos pretende despertar en los sectores más conservadores de Turquía la adhesión a la campaña contra el Partido Democrático de los Pueblos (HDP), la tercera fuerza política del país, en la campaña de crimilización del movimiento kurdo, que ha llevado a miles de sus militantes a la cárcel, así como a la detención de muchos parlamentarios, alcaldes y responsables políticos, y a un proceso judicial que busca la ilegalización del HDP
Rojava, el occidente kurdo, también ve amenazada su autonomía, y su administración (AANES) está en una situación precaria tanto por el ataque turco, como por el resurgimiento del Estado Islámico, que está lejos de ser derrotado, y las amenazas del gobierno sirio para que entreguen el poder a las tropas de Bagdad, aunque, hasta ahora, las YPJ, integradas en las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), se resisten a entregar las armas, pese a la presión de las tropas sirias y rusas, que tienen ya bases sobre Rojava, intentando ocupar el espacio que ocupaban las tropas americanas. Ni EEUU ni Rusia son garantía contra el avance turco, como bien demostraron, especialmente estos últimos, en Artsakh, y solo responden a sus propios intereses estratégicos, por lo que la Administración Autónoma del Norte de Siria debe contar, únicamente, con sus propias fuerzas.
Rusia no oculta su interés por la desaparición de la AANES, y de la integración de las SDF en el ejército sirio, y solo esperan a un nuevo repliegue norteamericano para forzar la disolución de la Autonomía kurda, a la vez que negocian con Turquía para entregarles una buena porción de Rojava, a cambió de que Erdogan se mantenga al margen mientras Assad y sus fuerzas aliadas terminan con las milicias islamistas que todavía desafían al gobierno sirio, puesto que, con el avance de sus tropas sobre Idlib, no parece que la resistencia pueda continuar mucho tiempo más, si no es gracias al apoyo extranjero. Otra vez los kurdos son moneda de cambio, y deben mirar de reojo a sus enemigos, pero, sobre todo, a los que, hasta ahora, han querido mostrarse como sus aliados.
La principal vía de comunicación que conecta Kobane con Qamishlo, la autopista M4, ya no puede ser utilizada libremente por las SDF y los civiles kurdos, entre Til Tamer y Ain Issa, obligándoles a tomar una ruta alternativa, muchos más larga y peligrosa, que es objetivo de continuados ataques por parte del Estado Islámico y el ejército turco. Mientras que el importante cruce entre la M4 y la carretera Amude-Hasake está custodiada por las tropas norteamericanas, que permanecen también en los estratégicos campos petrolíferos al sureste de Deir al-Zor, impidiendo el paso a las tropas rusas hacia sus bases de Qamishlo y Amude. También es de importancia vital el cruce de Peshkhabur con Irak, controlado por EEUU, la única brecha en el cerco que han construido alrededor de la AANES turcos, rusos, sirios e iranís.
El interés de tantas potencias regionales en esta zona es debido, principalmente, a la importancia de sus materias primas, especialmente los hidrocarburos, pero no solo, que necesitaban ser procesados en Siria. Aunque también hay otro valioso elemento que codician estas fuerza hostiles a la Autonomía de Rojava: el agua. Tanto el Estado Islámico como el ejército turco han utilizado el agua como un arma de guerra, destruyendo las importantes infraestructuras de riego del río Firat, o reduciendo su caudal y explotando las aguas subterráneas entorno a la frontera turca, obligando a muchos campesinos kurdos a dejar sus tierras. Tras la captura de Serekaniye por las tropas de Erdogan, estas controlan la principal fuente de agua potable de la provincia de Hasake, y la estación de bombeo de Aluk, que envía el suministro a la capital de la provincia, donde habitan casi medio millón de personas, muchas de ellas refugiados de Tel Abyad, Til Tamer y Serkaniye. Preocupante es también el bloqueo, por parte de Moscú y de Ankara, de la ayuda humanitaria de la que son dependientes, especialmente, estos desplazados internos, expulsados en las ofensivas turcas de 2018 y 2019, y que tienen pocas garantías para regresar a sus hogares, en el caso de que todavía estuvieran en pie.
Por último, es preocupante el repunte de la pandemia en el noroeste de Siria, en medio de una grave escasez de suministros médicos, que incluso podrían llevar al cierre del único laboratorio de análisis del Covid-19, en el enclave contralado por los kurdos, donde se ha llegado a que casi el cincuenta por ciento de las pruebas hayan dado positivo. «Esto tendría un impacto devastador en la capacidad de análisis, ya que los profesionales de la salud no podrían identificar nuevos casos, seguir las tendencias o comprender la verdadera propagación de la enfermedad, justo cuando los casos están aumentando», aseguran desde el International Rescue Committee.
La ofensiva turca ha debilitado la ya precaria infraestructura sanitaria, agotada por años de conflicto, y que ahora se ha visto gravemente comprometida por el cierre del paso de Al Yarubiya, en la frontera iraquí, ruta estrategia para el suministro médico a Rojava. Hay hospitales que han tenido que echar el cierre por falta de medicamentos, como recientemente ha pasado en Deir-ez-Zor, una situación que ya es dramática en los campos de refugiados.
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