Entrevistamos a Jorge Laplace, director de “23 disparos”, un excelente docu-thriller, y guionista de «30 años de oscuridad», una novela gráfica documental, obras que reparan las heridas de nuestra Memoria.
Por Angelo Nero
El 4 de diciembre de 1977, cuando el pueblo de Málaga salió a las calles, como habían hecho muchas localidades andaluzas, para reclamar un Estatuto de Autonomía, en una manifestación que fue duramente reprimida por las fuerzas del orden, por esa misma policía que había servido a Franco, y que entonces servía a Suárez, el antiguo secretario general del Movimiento Nacional, que pilotaba la Transición. Ese día fueron muchos los heridos, algunos de gravedad, y fue muerto Manuel José García Caparrós, de tan solo 19 años. Nunca se supo quien disparó el arma que mató al joven, y ese crimen sin resolver fue objeto de varios libros, como los que escribió la secretaria judicial Rosa Burgos. En 2017 también el caso despertó el interés del director y guionista Jorge Laplace, que rescató la historia 40 años después y compuso un excelente thriller documental, al que tituló “23 disparos”. Hablamos con este realizador jerezano de su trabajo sobre la muerte de García Caparrós.
¿Cómo llega hasta a ti la historia de Caparrós, y por que decides convertirla en un documental que es, a la vez, un trabajo de investigación, donde una especie de detective de la memoria vuelve a destapar un caso que ya estaba cerrado?
La historia de “23 disparos” empieza como un encargo de Canal Sur, que quería conmemorar el 40 aniversario de la muerte de Caparrós, que es un poco el Puig Antich andaluz, y querían hacer una película que conmemorara esos 40 años. El enfoque que se le había dado hasta entonces era el mártir de la autonomía andaluza, con una visión más política ¿Qué pasó? Que en cuanto empecé a documentarme sobre la historia, y sobretodo después de conocer a las hermanas García Caparrós y sentir el dolor por el que seguían pasando, para mi lo más importante fue intentar darles un relato que les ofreciera una cierta reparación, contarles qué pasó de verdad ese día y nos propusimos dar con la persona que mató a García Caparrós.
Su familia, como la de tantas víctimas de la transición sangrienta, no ha dejado de pedir justicia. Los padres de García Caparrós se murieron sin conseguirla, pero sus hermanas todavía luchan por que se conozca la verdad. ¿Qué ha supuesto para ellas un trabajo que volvió a poner sobre la mesa el crimen de su hermano?
Yo creo que, sobretodo, ellas tenían un relato que les habían construido sobre el caso de su hermano, en ese relato el autor del disparo fue un policía malvado que había actuado por premeditación contra Manuel José. Y no fue así. El autor de la muerte de Caparrós fue un policía de los llamados “grises”, una persona sin ningún tipo de formación en disolver manifestaciones que ese día cometió un tremendo error. Caparrós estuvo en el sitio equivocado en el momento equivocado y eso es terrible. Pero menos terrible que el relato previo que les habían construido basado en un policía maligno y asesino. Lo que sí reivindicamos fue la reparación institucional. La necesidad que tenían de que 40 años después les dieran los papeles de la comisión que investigó qué pasó aquel día.
La secretaria judicial Rosa Burgos, que tuvo acceso al sumario del caso Caparrós, hizo un exhaustivo trabajo de investigación que plasmó en dos libros. ¿Qué aportó “23 disparos” al trabajo que ya realizara Rosa Burgos? ¿Tuviste también acceso al sumario para documentarte para la película?
Si. Tuvimos acceso al sumario, en la propia película aparecen fragmentos de ese sumario con nombres tachados que era lo que reclamaban las hermanas. Rosa Burgos si tuvo acceso al documento completo, cuando gobernaba el PSOE, para poder leer el sumario completo, y así hizo su libro. Pero al entrar el Partido Popular esa posibilidad de lectura completa se cerró. Pero también es importante subrayar que en ese documento de seiscientos y cuarenta y siete folios, se centra más en quienes fueron los responsables políticos que en quien fue el autor material del disparo. Lo que también es cierto es que leyendo ese sumario, y atando cabos podías seguir una investigación, que es lo que hicimos.
La pieza clave en el documental, es Juan Antonio O’Donnell, el policía jubilado que se empeña en desenterrar el caso, y que le aporta al film una trama que parece sacada del género negro. ¿Cómo entró en tu proyecto de contar el caso Caparrós? ¿Fue reticente a compartir la información que ya tenía o, por el contrario, la película fue un aliciente para completar su investigación?
Juan Antonio estaba deseando sacar a la luz todo lo que sabía sobre Caparrós, de hecho él tenía un proyecto real de escribir un libro sobre el tema, porque pensaba que lo de Rosa Burgos estaba muy bien, pero aún quedaban cosas por decir. Él es un policía con vocación de reparación, para el era muy importante, porque lo vivió muy de cerca como se señala en el documental, ayudar a hacerles justicia a las hermanas Caparrós. Sin él jamás hubiéramos conseguidos dar con los policías armadas, y que hablaran con nosotros con la verdad que lo hicieron, esa honestidad creo que es uno de los aspectos más destacables de la película.
La parte más delicada de “23 disparos” me imagino que fue la de filmar a los policías que estaban de servicio aquel 4 de diciembre, habían pasado muchos años y alguno tampoco quería recordar aquel suceso. ¿Fue muy difícil vencer sus reticencias y conseguir sus testimonios?
Teníamos tanto miedo de no poder conseguir a un segundo policía que al primero lo estuvimos grabando prácticamente un día entero, creo que fueron siete horas. Lo hicimos con cámaras súper lejanas, con teleobjetivo, para que la persona se olvidara de que estaba siendo grabada, y así poder conseguir ciertos testimonios que jamás podrías conseguir en una entrevista convencional. Después ya apareció un segundo, y finalmente un policía que había usado su arma y que nos hizo llegar hasta M.P.
La verdad es que es un proyecto que hicimos con un presupuesto bajísimo, y ahora, que estoy haciendo documentales para plataformas, con presupuestos mucho más altos, pienso que ese proceso de investigación fue muy bonito. Fue orgánico, porque no partías de un guión cerrado, sino que fue algo vivo. Surgían cosas nuevas que cambiaban el guión cada semana, y, de hecho, hasta una semana antes, no cerramos el montaje de la película, porque días antes fue cuando el gobierno declinó la petición de las hermanas de recibir los papeles de la comisión de investigación sin los nombres tachados. Fue muy duro y estresante trabajar con esa plasticidad pero creo que el resultado mereció la pena.
Después de 40 años, las hermanas de García Caparrós, siguen afirmando “Hay quien reconoce otras víctimas, pero las nuestras no las reconoce nadie, somos víctimas de segunda”. ¿Espera que, con la nueva Ley de Memoria Democrática, las víctimas de la Transición, tengan el reconocimiento debido?
Espero que si. La memoria histórica, que tanto prestigio tiene en países como Alemania, ha sido la gran asignatura pendiente en este país. Si mi abuelo hubiera sido una de esas personas que están en una cuneta, a mi me gustaría saber donde está, que le pasó, porque como dice una de las hermanas Caparrós, sin reparación no puede cicatrizar ninguna herida.
Cómo mucha gente interesada en el tema, he podido ver “23 disparos” a través de una plataforma digital, así como “30 años de oscuridad” ¿Ha supuesto la aparición de este tipo de plataformas una salida para el cine documental, que hasta ahora no tenía el espacio que se merecía en las televisiones públicas y privadas?
Absolutamente. Yo antes podía hacer un documental cada dos, tres años, y en este año y medio he hecho cuatro, y me han propuesto como 30. El documental ha empezado a pensar en el público y al final eso termina creando un mayor interés. Hemos pasado de la voz en off, más de reportajes, a unas dinámicas narrativas más cercanas a la ficción. Mi última producción ha sido “Locomía”, para Movistar +, y ha sido el contenido de no ficción más visto de la plataforma en solo tres semanas. Pero hay muchos más ejemplos: “Last dance” o “Tiger King” fueron unas de las producciones más vistas en Netflix, y es que el documental no se ve como algo sesudo, aburrido, y cultureta, si no como una buena historia que está basada en la realidad. Y la realidad, si está bien contada, puedo resultar incluso más interesante que la ficción.
Háblanos ahora de esa otra película relacionada con nuestra Memoria, “30 años de oscuridad”, que dirigió Manuel H. Martín, sobre un guión tuyo. ¿Cómo os embarcáis en el proyecto de recuperar la historia del alcalde de Mijas, Manuel Cortés, que permaneció tres décadas escondido en su casa, por temor a la represión franquista?
Todo nació con Juanma Espinosa, uno de los dibujantes de la película, que había visto un reportaje sobre los topos de la posguerra, y de pronto llegó a la productora, a La Claqueta, y dijo: he visto esta historia y es muy interesante. Cuando la conocimos un poco más pensamos que podría haber un documental, y Manuel H. Martín y Olmo Figueredo, el productor de la cinta, se hicieron con el libro de Ronald Fraser y después el de Manu Leguineche y Jesus Torbado y vieron que las historias eran absolutamente fascinantes. Tanto que yo a nivel guión tenía tanto material que lo difícil era qué dejar fuera. Aunque también es cierto que me supuso un gran reto porque al fin y al cabo era crear una historia que enganchara a través de las vivencias de una persona que está encerrada. Y esto para la literatura es maravilloso, pero para el cine, que se basa en acciones era un gran desafío.
En los últimos años hemos visto cómo se reinventaba la forma de contar nuestra historia más reciente, a través de novelas gráficas como “Los surcos del azar”, de Paco Roca, o “El arte de volar”, de Antonio Altarribia, y también en forma de películas de animación como “Josep”, o novelas gráficas documentales como “30 años de oscuridad”. ¿Nace quizás estas nuevas narrativas de la necesidad de utilizar otro lenguaje para contar a las nuevas generaciones los dramas que se vivieron en la guerra y en la dictadura?
Si, claro, al final “La Iliada” o “La Odisea”, están muy bien y perduran porque siguen hablándonos de temas atemporales y universales, pero están escritas para los lectores de la época y cuesta seguir su narrativa. Las historia hay que adecuarlas a los tiempos, que es básicamente adecuarlas a quienes las escuchan. En ese sentido quisimos darle una vuelta al documental tradicional y hacer algo que ya habíamos visto en “Vals por Bashir”, un documental de animación. Un recurso que por lado nos daba la posibilidad de suplir la falta de archivo y por otro de hacerlo mucho más atractivo.
Cuando vi la película no pude dejar de recordar el libro de “Los topos” de Manu Leguineche, ¿formó parte este libro del proceso de documentación? ¿Qué otras fuentes utilizaste para escribir el guión?
En principio utilizamos dos libros, el de Ronald Fraser, especialmente este como fuente biográfica, “Escondido: el calvario de Manuel Cortés”, que el pobre murió pocos meses después de que le hiciéramos la entrevista, y después el de Jesus Torbado y Manu Leguineche. El de Fraser fue la base, porque tiene una historia completa de Manuel Cortés. Cuando estamos explorando la posibilidad del relato, con el libro de Torbado y Leguineche, una de las opciones que teníamos era la de Saturnino de Lucas, que era una de las historias con más alucinantes, que aparece en una de las anécdotas de otros topos, porque el tipo no había salido en 34 años de nueve metros cuadrados, y como su propio rostro y sus sentidos como que se deformaron, y era capaz es escuchar a una distancia increíble, los ojos se le habían puesto con unas ojeras enormes, era un personaje increíble, pero era mucho más literario que cinematográfico. Entonces, la historia de Manuel Cortés la elegí, básicamente, porque era la que tenía más desarrollo.
Además de las excelentes partes animadas, en el film aparecen numerosos testimonios como el de Jesús Torbado y del hispanista Ronald Fraser, pero también de varios militantes memorialistas. ¿Cómo fueron surgiendo esas entrevistas en torno a la historia de Manuel Cortés, y cual fue la manera de encajarlas en el guión?
Bueno, todos tenían algo que contar y algo que sumar a la historia. Lo importante es que se viera que no nos estábamos inventando nada, que muchas voces y muchos testimonios coincidían en la increíble historia de Manuel. Cada uno de esos testimonios fue encontrando su sitio en el relato.
Un papel fundamental en la historia de Manuel Cortés es el de su mujer, Juliana, como la de tantas que sufrieron la represión del régimen de Franco, por ser mujeres o madres de militantes republicanos. Realmente “30 años de oscuridad” parece visto desde los ojos de la mujer, que era su única conexión con el mundo. ¿Todavía queda mucho que contar sobre esa represión silenciosa, que se cebó de manera cruel con las mujeres?
Si, de hecho a día de hoy hubiera optado por que Juliana fuera la protagonista porque su historia es igual o más interesante que la de Manuel. En términos dramáticos, de hecho me gustó mucho cómo lo hicieron en “La trinchera infinita” el desarrollo que se le da al personaje de Belén Cuesta me pareció muy acertado. Porque es cierto que Manuel lo pasó fatal, fue una experiencia terrible para el, pero no fue menos terrible para Juliana. El tener esa doble vida, el tener que vivir con el miedo a que descubran a su marido, la mujer trabajadora y luchadora que fue… eso no lo contamos en el documental, pero es que ella pasó de vender huevos en las casas a tener una empresa de taxis. Empezó en la absoluta miseria y fue una mujer muy próspera. En la “Trinchera infinita” el desarrollo que le da Belén es excelente y creo que le hace justicia a todas esas mujeres de topos que sin duda también fueron protagonistas.
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