Entrevistamos al escritor aragonés Chesús Yuste, autor de varios libros de novela negra, como “Asesinato en el Congreso” y del libro de relatos “Regreso a Innisfree y otros relatos irlandeses”. Fue fundador y secretario general de la Chunta Aragonesista, y diputado en las Cortes de Aragón y en el Parlamento Español. Ahora presenta su último libro, “Jaque al Reino”.
Por Angelo Nero
“Jaque al Reino” es una novela histórica, situada en el Aragón del siglo XI, pero también es una novela de intriga, en la que un detective de la época, un monje, tiene que investigar un complot para asesinar a la hermana del rey. ¿Cómo surgió esta fusión de géneros? ¿Encontraste la inspiración en otros autores que mezclan historia e intriga?
Cuando un escritor encuentra una historia que le atrapa, que le motiva, está obligado a escribirla. Y da igual de qué genero se trate. Eso me ocurrió a mí cuando descubrí un personaje fascinante como la condesa doña Sancha, que no solo es la hermana del rey Sancho Ramírez, sino que es su más estrecha y fiel colaboradora, hasta el punto de que comparten el gobierno del reino en medio de una época trascendental. Estaba obligado a contar aquella historia. Y evidentemente se trataba de una novela histórica. Después de tres novelas policíacas y un libro de relatos, iba a escribir mi primera novela histórica. En mi caso fue natural que me decantara por ese subgénero llamado thriller medieval, a caballo entre la literatura histórica y el género negro. Esta narrativa híbrida me permite divulgar acontecimientos históricos muy interesantes de una forma amena, entretenida e incluso divertida. Al menos, a mí me ha funcionado. Haber escogido como narrador en primera persona a un monje erudito y sagaz, como fray Bernat de Artieda, y centrar la trama en un misterio entre los muros del monasterio de San Juan de la Peña puede recordar a otras novelas con monjes detectives, como por supuesto a El nombre de la rosa, de Umberto Eco, y esos comentarios me halagan. Pero antes de esa obra maestra de Eco ya había libros con un monje detective como fray Cadfael, de Ellis Peters. En todo caso, no puedo olvidar tampoco a Sor Fidelma, de Peter Tremayne, una monja irlandesa del siglo VII que es jurista de los tribunales celtas y que resuelve misterios mientras nos muestra cómo era la sociedad de entonces.
En una novela histórica como esta supongo que detrás hay un proceso de investigación importante, aunque al remontarse al siglo XI no sea tan fácil bucear en las fuentes cómo si se tratara de una historia ambientada, por ejemplo, en la guerra civil. ¿Cómo fue ese proceso de documentación y con que dificultades te encontraste para desarrollar tu novela?
En realidad ha habido y hay muy buenos historiadores que en los últimos cincuenta años han investigado las fuentes originales que se conservan y han publicado numerosas monografías sobre esta época. Es cierto que, cuanto más retrocedamos en el tiempo, menos fuentes existen, y que hay muchas cosas que aún se desconocen de los principales protagonistas de esta etapa, pero creo que resultan suficientes para contar la historia de Jaque al reino. Descubrí a doña Sancha por casualidad, para escribir otra cosa, un librito divulgativo sobre monasterios del Altoaragón, y resultó tan atractiva que empecé a buscar más información sobre ella. Repasé las monografías sobre los primeros reyes de Aragón que tenía por casa (ediciones de los ’70, que abundaron durante el arranque del proceso autonómico) y seguí las pistas que aparecieron, a veces en una nota al pie, con una referencia que luego pude encontrar en Internet, en monografías en PDF. Destaco esto porque la fase final de la documentación y la primera redacción del libro la hice durante el confinamiento de la primavera de 2020. Supongo que doña Sancha y fray Bernat me ayudaron a sobrevivir a aquella locura. Cuanto más leía, más hechos absolutamente novelables encontraba, que me permitieron estructurar con cierta rapidez la trama de la novela.
La época histórica escogida para situar tu libro nos lleva al reinado de Sancho Ramírez en Aragón, una etapa en la que se consolida el reino pese a estar rodeado de enemigos poderosos, como el reino de Castilla, los condados de Urgel y Barcelona, y la taifa de Zaragoza. ¿Que caracterizó a este periodo histórico y, realmente, este fue una de las épocas de mayor esplendor del reino aragonés?
Yo no diría esplendor. Aragón era un pequeño reino de montañeses, que solo ocupaba el Pirineo central, y el éxito de Sancho Ramírez fue que salvaguardó su independencia y logró reforzarse lo suficiente como para poder extender su dominio hacia el sur, hasta el valle de Ebro, a costa de la taifa musulmana de Zaragoza. Si digo que esta época es trascendental, me refiero a que se consolidó el reino de Aragón como potencia independiente y que se forjó la conciencia colectiva de los aragoneses, la conciencia de reino; de país, diríamos ahora. Hay que tener en cuenta que en cuarenta años Aragón pasó de ser un condado dependiente del reino de Pamplona a ser un reino independiente del que va a depender el propio reino de Pamplona. En el último tercio del siglo XI, Aragón se convierte en el primer territorio de la península ibérica donde se implantan las grandes reformas eclesiásticas y donde llegan las ideas más avanzadas que circulan por Europa. Sancho Ramírez aprovechó muy bien su alianza estratégica con el Papado y el paso del Camino de Santiago para abanderar la modernidad y convertir el Pirineo en un puente a Europa y no en una muralla infranqueable. Ahí estaría la clave de su reinado.
Recientemente, en otra novela histórica, “Comuneros”, de Domingo Alfonso, he encontrado muchas referencias al ajedrez, como las que hay en las páginas de “Jaque al Reino”. ¿La estrategia de ajedrez, tal como muestra la protagonista de tu novela, doña Sancha, sirve como reflexión sobre los juegos de poder, sin importar en que época?
El ajedrez es un juego milenario que creo que representa de una forma excepcional los estamentos de la sociedad medieval y los fundamentos del juego del poder. Por eso, elegí un tablero para que la condesa doña Sancha hiciera una reflexión sobre el poder, que nos permite acercarnos al conflicto que sacudió a la nobleza y al clero de Aragón hace mil años, pero que probablemente también nos ayude a entender realidades más cercanas. Las imágenes que se inspiran en las piezas y en los movimientos del ajedrez resultan tan esclarecedoras y tan sugerentes que no me pude resistir a colocar ese tablero en los aposentos de doña Sancha. En su caso, el propio tablero de ajedrez en el que doña Sancha se inspira para adoptar decisiones políticas viene a ser un símbolo más del poder que ostenta.
Es realmente sorprendente que, en aquel momento, en plena Edad Media, una mujer como doña Sancha acumulara tanto poder y que, de alguna manera, llegase a reinar con su hermano. ¿Cómo era esta mujer excepcional, en cuyas manos estuvo, en buena parte, el destino del reino de Aragón?
No dudo de que la Edad Media es una etapa muy masculina, pero sin duda hubo mujeres importantes, que desarrollaron papeles muy relevantes, aunque fueran ocultadas por siglos de historiografía hegemónicamente masculina. Doña Sancha cuenta con la máxima confianza del rey, que delega en ella cada vez mayores responsabilidades: administra importantes recursos como los monasterios de Santa Cruz de la Serós o San Pedro de Siresa (este último masculino, lo que también puede sorprender), desde donde aporta pingües beneficios para financiar las campañas militares de su hermano. Pero sin duda el nombramiento más inesperado es el de administradora del obispado de Pamplona en 1082. ¡Una mujer al frente de un obispado! Eso resulta increíble, contradictorio con todo el derecho canónico, pero ocurrió. Ese nombramiento convierte a doña Sancha en un personaje histórico excepcional y nos obliga a colocar el foco sobre su propia historia. Creo que es una mujer fuerte, consciente de las exigencias que conlleva pertenecer a la familia real, que asume su vocación política, dispuesta siempre a asumir responsabilidades y riesgos, y que de alguna manera comparte el poder con su hermano el rey.
Otra mujer fascinante de la época fue la reina Urraca, cuyos dominios se extendían desde Galicia hasta Aragón, que contrajo segundas nupcias, precisamente, con el hijo del rey Sancho Ramírez, Alfonso I. En la historia parece que están silenciadas las mujeres que, como Sancha y Urraca, tuvieron un papel protagonista, y dirigieron los destinos de los pueblos que gobernaron. ¿No va siendo hora de sacar sus nombres a la luz, y ponerlos en el lugar de importancia que merecen?
En los últimos años muchas historiadoras y también muchos historiadores están trabajando precisamente en esa dirección, rescatando del olvido a muchas mujeres que desempeñaron papeles relevantes durante la Edad Media, pero que fueron sepultadas por una visión machista de la Historia que despreciaba a la mitad de la Humanidad. Ya va siendo hora de que se haga justicia con las protagonistas de nuestra propia Historia. Por mi parte, modestamente, he intentado en Jaque al reino rescatar la figura de doña Sancha para que las nuevas generaciones conozcan un poco mejor el pasado sobre el que se ha cimentado este presente que vivimos.
Aragón, como puerta de entrada a Europa, por los Pirineos, estuvo inmersa en profundos cambios sociales y también políticos durante el reinado de Sancho Ramírez. ¿Cuáles fueron estos cambios y que proyección tuvieron en los territorios con los que hacía frontera?
En efecto, la alianza con el Papa situó a Aragón en la vanguardia de las reformas en la península ibérica. Me refiero a reformas eclesiásticas como la introducción del rito litúrgico romano que va a uniformizar toda la Cristiandad o la reforma cluniacense que va a modernizar los monasterios. En 1071 el monasterio de San Juan de la Peña, el más importante de Aragón, un lugar absolutamente emblemático horadado en la inmensa peña del Monte Pano, cerca de Jaca, va a albergar la primera comunidad cluniacense y la primera misa con el rito romano en la península. Jaca será nombrada capital del reino y gozará de un fuero propio que le permitirá acoger comerciantes y artesanos de más allá del Pirineo, que buscarán la libertad de una ciudad libre de servidumbres señoriales o eclesiásticas. Además, la ruta tolosana del Camino de Santiago por el Somport convierte a Jaca en paso obligado para los peregrinos de toda Europa. Todo cambio motiva reacciones en contra. Aquí, por supuesto, también hubo resistencias a los cambios que promovía Sancho Ramírez. De hecho, las reformas eclesiásticas provocarán un conflicto entre el rey y los sectores más conservadores que es precisamente la trama central por la que discurre Jaque al reino.
También son curiosas las guerras y alianzas entre reinos cristianos y musulmanes, los enfrentamientos entre órdenes religiosas, las disputas entre familias nobles y entre reyes, todas las luchas por el poder posibles. ¿Era un mundo este que no tenía mucho que envidiar al que pensaron los guionistas de Juego de Tronos?
Sin duda los guionistas de Juego de tronos se han inspirado en la Historia medieval europea. La inestabilidad en los reinos por la falta de descendencia, los conflictos derivados por la preeminencia del varón en la línea sucesoria, el recurso a la fuerza para dirimir toda disputa… todo eso está en nuestra propia Historia. Solo faltan los dragones. O no, porque los dragones formaban parte del imaginario colectivo de la época: el propio rey Pedro IV de Aragón, el Ceremonioso, en el siglo XIV lucía una cabeza alada de dragón sobre el yelmo para parecer más alto. Suelo decir que ojalá la pasión que se ha desatado en las nuevas generaciones por el mundo de Juego de tronos despierte su curiosidad por nuestra propia Historia.
A pesar de que sea una novela coral, el personaje principal es el monje Bernat, una suerte de detective medieval que investiga la conspiración en torno a doña Sancha. ¿Cómo surgió la idea de poner a un monje al frente de la trama?
Fray Bernat de Artieda es el narrador en primera persona y ya en la primera página se encuentra inmerso accidentalmente en una conjura para asesinar a la condesa doña Sancha y derribar al rey. Él es el hilo conductor que me permite relacionarme con los personajes, con el rey y su hermana, con los monjes de San Juan de la Peña, con los conspiradores… Viniendo de escribir novelas policíacas, me parecía la forma más cómoda de estrenarme en el campo de la novela histórica. Se trata de un monje erudito e inteligente, acostumbrado a abordar misterios y que, según la propia doña Sancha, puede moverse por el tablero de ajedrez como un caballo saltando entre las líneas enemigas. Eso va a ser muy útil, sobre todo en un momento de conspiración y confusión en el que se desconoce quién es leal a quién.
“Un pueblo que olvida su Historia, desaparece”, has afirmado en alguna ocasión. ¿Está Aragón haciendo todos los esfuerzos posibles por el mantenimiento de su historia, y por lo tanto de sus tradiciones y su patrimonio cultural, para no desaparecer como pueblo?
Ojalá. Durante la Transición hubo un cierto renacimiento de la cultura aragonesa, de la divulgación histórica, de la conciencia aragonesista… Ahora una nueva generación asoma y parece más ajena a todo eso. Las reglas del juego han cambiado en todos los sentidos y no puede confiarse la pervivencia de nuestra cultura y nuestra identidad a métodos y convicciones de hace cincuenta años. Ojalá el boom de la novela histórica que estamos viviendo en Aragón contribuya a acercar nuestra Historia y nuestra identidad a una juventud nacida en una sociedad globalizada, mestiza y nativa digital. Pero habrá que trabajar desde todos los ámbitos para que Aragón pueda resistir frente a la uniformidad de este mundo globalizado y pueda sobrevivir como pueblo con conciencia de sí mismo.
Participaste en la fundación de la Chunta Aragonesista en 1986, ocupando distintas responsabilidades, incluso la secretaría general, y has sido diputado en las Cortes aragonesas (1995-2011) y españolas (2011-2014), siendo uno de los lideres más representativos del aragonesismo junto a José Antonio Labordeta. ¿Qué balance haces de tu trayectoria política en la defensa de Aragón, y qué objetivos ha cumplido el aragonesismo en estos años?
El aragonesismo político progresista que CHA representa ha contribuido sin duda a que Aragón mantuviera un perfil propio durante estas últimas décadas. Nuestra participación ha sido fundamental para abrir ciertos debates que ahora parecen asumidos: la España vaciada, la vertebración territorial como tarea imprescindible para hacer país, la deuda territorial de una política hidrológica insostenible y obsoleta, la defensa de la participación ciudadana como la forma más democrática de hacer política, el reconocimiento y respeto de las lenguas minoritarias, la lucha contra la utilización falaz de la manipulación histórica para apuntalar nacionalismos excluyentes… CHA lleva más de treinta años impulsando esta agenda política y algo habremos contribuido para que ahora sean materias de examen para todas las fuerzas políticas.
El problema territorial sigue sin encontrar una solución en el estado español, y durante décadas ha sido contestado desde Euskal Herria, Cataluña y, en menor medida, por Galicia, pero también por otros pueblos que no se encuentran cómodos en el actual sistema autonómico. Desde Aragón, ¿qué demandas se presentan y qué soluciones ofrece a este problema territorial?
En Aragón siempre ha calado muy bien el discurso federalista. Recuerdo que un líder político de la izquierda española me decía que no había federalistas en Castilla-La Mancha. Pues en Aragón sí, y en Catalunya, el País Valencià y Baleares también. Los países de la antigua Corona de Aragón siempre han tenido una importante corriente de pensamiento federalista. Supongo que por el peso de la causa austracista, que respetaba las instituciones propias de cada territorio frente al centralismo borbónico, o por el desarrollo del republicanismo federal en el XIX. Por eso, mientras en otras naciones del Estado se ha desarrollado un nacionalismo orientado hacia la independencia, en Aragón el nacionalismo ha presentado una clara opción hacia el pacto federal. Ciertamente ambas corrientes coinciden en la defensa de la soberanía de la propia nación para decidir su futuro. Ahora, tras cuarenta años de proceso autonómico y tras el fracaso del procès, parece que nos encontramos en un callejón sin salida. Siempre he creído que una salida federal (eso que se ha llamado «federalismo plurinacional», con ciertos mecanismos confederales incluso) podría favorecer el encaje de nuestras naciones en un Estado complejo como el español. Y que la apuesta por medios pacíficos y democráticos y el desarrollo desde las instituciones de autogobierno de políticas en beneficio de la ciudadanía pueden ser fundamentales para construir una nueva mayoría social abierta a cambiar el status quo.
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