La tímida apertura de Lachín -asociada siempre a la de Aghdam- era parte de un nuevo intento del régimen de Bakú de negar cualquier solución política al conflicto, y reducirlo a un problema humanitario.
Por Angelo Nero
“La guerra ha comenzado de nuevo, los disparos ya son ensordecedores”, así respondía nuestra amiga Nelly desde el Stepanakert sitiado, cuando le preguntamos sobre las noticias sobre un nuevo ataque del ejército de Azerbaiyán a la República de Artsakh, habitada por 120.000 armenios que, junto a su cultura, lengua y patrimonio, desean borrar del mapa. “De nada sirve quedarnos aquí, nos están llevando paso a paso a la integración, después de tanta humillación e indignidad, después de habernos mantenido hambrientos como a un animal, y lo más doloroso, después de tantos muertos… Ahora, el único objetivo es sacar a la gente de aquí de forma segura, sabiendo muy bien que no podrán volver. ¿Cómo se puede aceptar tanto a la vez?”, nos decía Nelly solo dos días antes.
Esta misma mañana del martes, 19 de septiembre de 2023, intentaba interpretar el último comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores de Azerbaiyán: “Exigimos que Armenia deje de desarrollar su potencial militar, se abstenga de planes revanchistas, no viole ni cuestione la integridad territorial y la soberanía de Azerbaiyán y deje de patrocinar el separatismo y el terrorismo en la región de Karabaj de Azerbaiyán. También exigimos la retirada inmediata de las fuerzas armadas armenias, la disolución de las estructuras militares y de las llamadas estructuras gubernamentales del régimen títere subordinado a Armenia, y el desarme de todas las fuerzas armadas armenias estacionadas ilegalmente en el territorio de Azerbaiyán.” Esto era una subida alarmante en el grado de amenazas que el régimen del dictador İlham Aliyev y, en la práctica, un ultimátum para que Ereván corte sus vínculos con Stepanakert, y se desentienda de esos 120.000 armenios que habitan las tierras de Nagorno Karabakh, y que desde hace nueve meses han estado sometidos a un asedio medieval, con cortes continuados de gas y electricidad, y un bloqueo de mercancías y combustible, que incluye incluso la ayuda humanitaria.
Esas 120.000 almas han sido rehenes del régimen de Bakú, que no ha ocultado sus planes de hacer efectiva una limpieza étnica en Artsakh, someter a su población a través de la hambruna, expulsarlos a la fuerza de su tierra o, en último caso, exterminarlos, y reeditar, en pequeña escala, el genocidio del pueblo armenio a manos de los turcos en 1915, ante la inanición de las fuerzas de paz rusas, garantes tras el acuerdo que puso fin a la guerra en 2020, y de la comunidad internacional.
Mientras señalaban sus objetivos militares sobre el mapa de la República de Artsakh, creada a principios de los años noventa tras un referéndum en el que por abrumadora mayoría sus habitantes se independizaron de la RSS de Azerbaiyán, e intentando contrarrestar la tibia respuesta de Occidente, que tiene sus propios intereses económicos, especialmente en materia energética, el Ministerio de Exteriores azerí, en una reunión con el cuerpo diplomático extranjero en Bakú, señaló que Artsakh tiene “más de 10.000 personas armadas con más de 100 tanques y vehículos blindados, más de 200 instalaciones de artillería pesada, incluidos sistemas de lanzamiento múltiple de cohetes, decenas de diferentes sistemas de guerra electrónica y más de doscientos sistemas de mortero.”
Sin duda, las cifras ofrecidas por Azerbaiyán están muy lejos de la realidad, aunque, aún siendo ciertas, poco tendría que hacer ante una invasión a gran escala, como la que se presenta ahora, del ejército azerí, uno de los más grandes de la zona, con un gasto militar anual que alcanza los 2.000 millones de dólares, y un arsenal compuesto por más de 400 carros de combate, 35 cazas y 50 helicópteros, además de una cantidad desconocida de drones y misiles balísticos de fabricación turca e israelí, además del factor humano, ya que los militares azerís suman más de 60.000.
Mientras se aleja cualquier expectativa de paz en Nagorno Karabakh, los EEUU, por medio de su secretario de estado, Antony Blinken, celebraba la entrada de ayuda humanitaria a través del corredor de Lachin y de la carretera de Aghdam, “estas entregas de suministros de necesidad crítica, constituyen un importante paso adelante, y animamos a las partes implicadas a entablar conversaciones directas y a centrarse en las formas de incrementar el flujo de suministros humanitarios a la región.” A pesar que la Cruz Roja informó este lunes que solo se han entregado 28 toneladas de ayuda a Artsakh -en realidad no entraron más que dos camiones- mientras que los más de 30 camiones con ayuda humanitaria enviada por Armenia y Francia seguían sin poder atravesar el paso de Lachin. Sin duda era otra operación propagandística del régimen de Aliyev, para distraer la atención internacional, mientras planeaba un nuevo ataque. Blinken solo puede ser dos cosas, o cómplice de Bakú, o un completo inútil para dirigir la diplomacia de un país que aspira, a seguir siendo una superpotencia, algo que también está en duda.
La tímida apertura de Lachín -asociada siempre a la de Aghdam- era parte de un nuevo intento del régimen de Bakú de negar cualquier solución política al conflicto, y reducirlo a un problema humanitario, para el que solo ofrece dos salidas, el sometimiento a la autoridad azerí, con la disolución de las instituciones de Nagorno Karabakh, y el desarme de sus fuerzas de defensa, o el abandono de la población armenia del enclave.
Este martes, el Ministerio de Defensa de Azerbaiyán, anunció el inicio de “operaciones militares antiterroristas contra Artsakh para desarmar y retirar las unidades de las fuerzas armenias de aquellos territorios, y neutralizar su infraestructura militar.” El bombardeo de Askeran y Stepanakert, con misiles y artillería, iniciado esa misma mañana, y según el mismo ministerio, cuenta con el aval de Rusia:” el mando del contingente de mantenimiento de la paz de la Federación Rusa y la dirección del Centro de Vigilancia Turco-Ruso han sido informados sobre las actividades que se están llevado a cabo.”
A pesar de que durante toda la jornada nos han llegado imágenes de edificios civiles e infraestructuras destruidas por los bombardeos azerís, desde Bakú han afirmado que “durante las actividades antiterroristas en la región de Karabakh, no son objetivo de la población civil ni las instalaciones de infraestructura civil. Sólo objetivos militares legítimos están siendo incapacitados a través del uso de armas de alta precisión.”
Por su parte, el jefe del gobierno armenio, Nikol Pashinyan, ha descartado una participación en el conflicto, “Quiero afirmar que la República de Armenia no participa en las hostilidades y subrayar una vez más que la República de Armenia no tiene ejército en Nagorno-Karabaj. También quiero llamar la atención de nuestra sociedad sobre una serie de fuerzas internas y externas que ciertamente quieren involucrar a Armenia en hostilidades a gran escala. No lo lograrán. No importa cuán difícil pueda ser, particularmente a nivel emocional, no debemos dar la oportunidad a algunas fuerzas, externas e internas, de poner en peligro la condición de Estado Armenio.” Cada vez son más los rumores sobre un posible golpe de estado que lo aleje del poder, en estos momentos vitales para la nación armenia, algo que el mismo Pashinyan ha mencionado.
Desde Rusia, el jefe del Comité de Defensa de la Duma Estatal, Kartapolov, afirmó que “mientras las propias fuerzas de paz rusas no se vean amenazadas, no tienen derecho a utilizar armas.”
Mientras que el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, declaró: «La UE condena la escalada militar en Karabaj y deplora la pérdida de vidas. Pedimos el cese inmediato de las hostilidades y que Azerbaiyán detenga las actuales actividades militares. Se requiere el compromiso de todas las partes para trabajar hacia resultados negociados». Las condenas más enérgicas vinieron de Francia, cuyo gobierno solicitó la convocatoria urgente del Consejo de Seguridad de la ONU, a la vez que pedía a Azerbaiyán que detuviera inmediatamente el ataque.
Sin dejar de bombardear Stepanakert, el gobierno azerí anunció “para garantizar la evacuación de la población, se han creado corredores humanitarios y puntos de recepción en la carretera de Lachin y en otras direcciones”, lo que señala en la dirección de que Bakú busca vaciar de población armenia a Nagorno Karabakh.
Por último, el recién elegido presidente de Artsakh, Samvel Shahramanyan, pidió el cese de los ataques y denunció también la apertura de estos corredores en estos términos: “Una vez más violando la declaración tripartita del 9 de noviembre de 2020, Azerbaiyán inició operaciones militares a gran escala contra Nagorno-Karabaj el 19 de septiembre, atacando objetivos civiles y civiles, lo que resultó en víctimas y heridos, entre ellos mujeres, niños y ancianos. Las acciones de Azerbaiyán no son más que una política de genocidio y limpieza étnica, y al llevarlas a cabo, Bakú está especulando sobre una agenda falsa, incluida la creación de un “corredor humanitario”.
La periodista Anush Ghavalyan, desde su cuenta de Twitter, informaba de las bajas armenias, «A las 22:30 horas, como resultado de la ofensiva en curso de Azerbaiyán, hay 27 víctimas, entre las cuales 2 son civiles. El número de heridos supera las 200 personas. Estas cifras no incluyen las instituciones médicas de Askeran y Martuni, debido a la falta de comunicación.»
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