Parecía que estábamos más altos que las nubes, ya que sobre ellas se dibujaba la silueta de las montañas, y entre ellas y el cielo se alzaba aquel monasterio que, para el que tuviera interés en leer en sus piedras, nos hablaba de las historias de resistencia de este pueblo.
Por Angelo Nero
La niebla volvió a impedirnos apreciar una panorámica de la ciudad de Goris, y nos fue persiguiendo a lo largo de la estrecha carretera que nos llevó a Halidzor (Հալիձոր), pequeña población que vivió una de las gestas épicas de la historia del pueblo armenio, puesto que en su fortaleza, en el siglo XVIII, uno de los comandantes más destacados en su lucha de liberación, David Bek (Դավիթ Բեկ), con solo 300 soldados, consiguió repeler la invasión otomana, con una fuerza muy superior, estimada en 70.000 efectivos. Aunque, en realidad, lo que nos había llevado hasta allí no era la historia, sino la arquitectura, puesto que Halidzor es la base de donde parte el Wings of Tatev, el teleférico que cubre casi seis kilómetros de longitud, por lo tanto el tranvía aéreo reversible más largo construido en una sola sección, salvando la garganta de Vorotan, cuya construcción se terminó en 2010. Tatev Gateway tiene también la singularidad de que es un proyecto no comercial, ya que la totalidad del beneficio del proyecto se invierte en la restauración del Monasterio Tatev y el desarrollo de la comunidad local.
Nos despedimos de nuestro hosco chófer, algo inquietos por si nos había entendido bien, y nos dirigimos a la oficina donde expedían los billetes del teleférico, y nos hicimos con nuestro pasaje al cielo (10.000 ֏ = 18,5 €) que se empeñaba en cubrirse con una capa de nubes que no nos permitían ver las montañas que intuíamos frente a nosotros. Una azafata, con un uniforme heredado de los tiempos de la CCCP, nos sonrió mientras le mostrábamos nuestro billete, y nos abrió las puertas de aquel moderno vagón.
En la cabina apenas había media docena de personas, a pesar de tener capacidad para el doble, y pudimos disfrutar de las insuperables vistas que se abrían bajo nuestros pies, trescientos metros más abajo, mientras nos deslizábamos por aquel cable de fabricación suiza. Una zigzagueante carretera se abría paso por el valle del Vorova, buscando el mismo destino que nosotros, el monasterio de Tatev, uno de los más espectaculares del país, construido en un nido de águilas, a borde de un enorme precipicio, hacia donde nos dirigíamos sumando sonrisas de emoción contenida. Apenas doce minutos después estábamos desembarcando en la estación superior, desde donde ya se podían ver las torres del monasterio de Tatev, construido en el siglo IX como sede del obispado de Syunik, y que se convertiría en un importante centro espiritual, cultural y lingüístico, ya que albergaba una de las bibliotecas más importantes del país.
Parecía que estábamos más altos que las nubes, ya que sobre ellas se dibujaba la silueta de las montañas, y entre ellas y el cielo se alzaba aquel monasterio que, para el que tuviera interés en leer en sus piedras, nos hablaba de las historias de resistencia de este pueblo. En realidad son tres las iglesias que se encuentran en el monasterio: la de los Santos Pablo y Pedro con su cúpula y campanario, la iglesia de San Gregorio el Iluminador, la más pequeña, y la de Santa María, con sus dos torres defensivas adosadas, además de un refectorio, el mausoleo del filósofo Grigor Tatevasi y el edificio que alberga la biblioteca.
En los alrededores del monasterio también había un cartel en el que glosaba la figura de Garegin Nzhdeh (Գարեգին Նժդեհ), al que también recordaban en Ereván, uno de los líderes político-militares claves de la Primera República de Armenia (1918-1919) y de la República de Armenia montañosa – Lernahaystani Hanrapetutyun- (1921), lo que le valió el reconocimiento como héroe nacional, a pesar de su controvertido anti-bolchevismo, y su asistencia a la Legión Armenia de la Wehrmacht nazi, por lo que fue encarcelado al finalizar la segunda guerra mundial.
Varias cosas más llamaron nuestra atención en Tatev, una de ellas fue la gran afluencia de turistas iranís, muy superior a la presencia rusa, quizás por la proximidad a la frontera persa, que parecían muy interesados en el arte religioso armenio. Otra la actividad frenética de los monjes, algunos muy jóvenes, preocupados de que no se infringiera ningún precepto moral, como la señora que estaba empeñada en entrar en uno de los templos con su caniche. La profusión de jachkars y de inscripciones en las paredes exteriores del monasterio, los pasadizos entre las distintas dependencias, la ausencia de imaginería, las campanas descansando en el suelo, las puertas talladas con increíbles filigranas geométricas… y sobretodo el emplazamiento de aquel conjunto arquitectónico, rodeado de montañas, tan cerca del cielo que parecía –si tuviésemos oído para ello- que se podía escuchar a Dios. Hasta un ateo confeso como yo no podía dejar de sentir un cierto respeto por aquel lugar, donde los armenios se habían empeñado en mantener su fe durante siglos.
En nuestros recorridos por los recovecos y estancias de Tatev cada uno dibujó su propio mapa, y acabamos por reunirnos delante del Gavazan Siun, una columna de ocho metros, dedicada a la Santísima Trinidad y coronada por un jachkar, que actúa de péndulo, construida en el siglo X y que ha resistido en pie a numerosas invasiones y terremotos. Precisamente se cree que su propósito es el de alertar del menor temblor de tierra, siendo construida de tal modo que vuelve a la posición vertical después de haberse movido.
Solo nos restó tomar algo de distancia con el monasterio, para tomar una postal clásica del nido de águilas en el que se encontraba, pero todavía teníamos que cruzar la frontera y llegar a Stepanakert, por lo que nos encaminamos a la estación del Wings of Tatev, para coger el primer teleférico que saliera. Este no tardó en llegar, y antes de que nos diese tiempo a pensarlo ya le estábamos dando la espalda al acantilado sobre el que se alzaba el templo, sorteando la garganta del Vorotan, con su serpenteante carretera, donde distinguimos las ruinas de otra edificación religiosa.
Se trataba de Tatevi Mets Anapat (Տաթևի Մեծ Անապատ), la Gran Ermita de Tatev, un antiguo monasterio del siglo XVII, abandonado en 1658, después de sufrir un seísmo que afectó gravemente a su estructura. Próxima al cruce de caminos del río Vorotan, era refugio de los ermitaños de Kharant y todavía puede visitarse si uno se aventura a descender a pie desde Tatev. Nosotros disfrutamos de los doce minutos de cielo, atravesando aquellos seis kilómetros de montañas, fantaseando con la idea de que, tal vez algún día, regresaríamos para recorrerlas caminando, como peregrinos que buscan al dios que cada uno llevamos dentro, sin necesidad de ninguna religión que imponga otro.
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