En esta novela aspiro a ser leal con sus protagonistas: una hija que no puede contar apenas nada de su madre a la que separaron de su vida por un presunto asesinato; y de una madre que padece Alzheimer y que tampoco puede recordar lo vivido.
Por Angelo Nero | 18/12/2024
Cuando leí la pequeña sinopsis del último libro de Antonio Manuel, “Tu nombre mío”, enseguida pensé que, a pesar de su levedad, cien páginas justas, esta novela no iba a ser de digestión fácil -como lo fue “La luz que fuimos”, que devoré con el paladar dulce-, y que era mejor leerla a sorbitos, para no quemarse la lengua con una historia tremendamente dura que, sin embargo, también te deja un eco de ternura en el corazón.
Es esta una novela tejida con muchos más silencios que palabras, los silencios que habita el olvido, pero también en los que anida el rencor y la culpa, que Antonio Manuel llena, con esa voz poética que le caracteriza, de perdón, de reencuentro y, sobre todo, de Amor, así con mayúsculas, de un Amor que se trabaja como el que trabaja la tierra, con cariño, con sudor y con paciencia.
Después de transportarnos al territorio mítico de Al-Andalús, de cuyo legado es un firme defensor, el escritor cordobés nos lleva al Tetuán de la época del Protectorado, y a la Andalucía actual, para ponernos en la piel de una mujer que se tiene que hacer cargo de su madre con Alzehimer, una madre que dicen que quiso matarla cuando era niña, y a la que recoge a las puertas de un centro psiquiátrico.
Tú siempre has estado vinculado a la memoria, a esa memoria tan necesaria para construir nuestro presente, ¿cómo surgió la idea de crear esta historia, que parte justo del lado contrario, desde el olvido, desde alguien a la que una terrible enfermedad le ha robado los recuerdos?
Los seres humanos estamos diseñados para mirar hacia delante, para caminar hacia delante, para tomar con las manos lo que tengamos delante… Ni siquiera podemos mirarnos a nosotros mismos. Para conocer nuestros rasgos, esos que nos diferencian de todos los demás, necesitamos un espejo en el que vernos y es entonces cuando, además, descubrimos lo que tenemos detrás. Sólo así, mirándonos frente a un espejo limpio, completo y no deformado, podremos saber quiénes somos y de dónde venimos.
Los poderosos se han preocupado de ensuciar ese espejo de la historia, de romperlo, de hacerlo añicos, para contemplarnos deformes, diminutos, serviles. Gracias a la memoria de nuestros antepasados supimos que no era cierta esa imagen desfigurada. Eran ellas y ellos, nuestros abuelos y abuelas, los verdaderos espejos donde mirarnos. Pero demasiadas veces, sus memorias se deshabitaban y quedaban huecas como un pozo seco. Somos hijos y nietos de sus silencios. No sólo producto del olvido. También fueron sus silencios la mejor manera de protegernos ocultando lo mucho que habían sufrido.
En esta novela aspiro a ser leal con sus protagonistas: una hija que no puede contar apenas nada de su madre a la que separaron de su vida por un presunto asesinato; y de una madre que padece Alzheimer y que tampoco puede recordar lo vivido. Me ha costado escribir con silencios. Sin embargo, creo que ha sido la manera más hermosa de ser fiel con esa memoria en la que mirarme.

La protagonista está habitada por una memoria que duele, pero también hace un inventario de todas las sensaciones y sentimientos que le invaden, de las voces de su padre y de su abuela, de su difícil relación con su madre y de la irrupción de ese viento fresco que trae el pastor, ¿te tuviste que meter en la piel de esa mujer para poder reflejar con tanta sensibilidad todo lo que le sucede?
No entiendo la literatura sin somatizar en mi propia carne lo que sienten mis personajes. De todos ellos. Del más vil al más tierno. En el fondo, creo que todos tenemos un poco de cada uno en las venas. En esta novela, sus protagonistas se parecen a las abuelas, madres e hijas de mi pueblo. Las mismas que veía levantarse antes que sus maridos, de madrugada, para comprar el pan, hacer la esportilla, anudarse el pañuelo a la cabeza y tomar camino de los surcos para doblar la espalda de sol a sol, regresar a la casa y tener que preparar otra vez la comida, lavar los trapos, sin el más mínimo reconocimiento. Este silencio sí que es espeso e injusto. De niño se me untaba en los ojos y todavía no se me ha quitado la pringue. Las protagonistas de “Tu nombre mío” son esas mujeres de las que no conoces el nombre porque podrían ser cualquiera de las que sufrieron y siguen sufriendo estas represiones.
“La memoria de una casa es como la cola de un cometa que desparrama su polvo luminoso por todas partes, dentro y fuera, esperando sin prisa nuestro regreso para mancharnos los dedos de recuerdos al pasar las manos por encima”, escribes en uno de los más bellos fragmentos del libro. ¿Es la casa, más que un escenario de tu novela, un protagonista que tiene su propia voz, su propia memoria?
Sin duda. La casa es donde he colocado la aguja del compás para que todo gire en torno a ella. Porque conoce toda la verdad. De hecho, es la única que conoce lo que vivieron la abuela, la madre y la hija. La que más sabe y la que más calla. La que custodia sus secretos vestidos de silencio.
El pastor es un elemento que alivia la tensión entre la hija y su madre, el peso de los cuidados, y que incluso añade un toque poético, “cada flor, cada árbol, cada pájaro, cada insecto, es un verso”, dice. A pesar de las diferencias en cuanto al origen, creo que el pastor tiene mucho de Antonio Manuel…
El pastor destroza los prejuicios de cualquiera que se acerque a la novela. Es un personaje crucial, el enganche entre los recuerdos de la hija y los olvidos de la madre, la memoria de ambas hecha carne. Pero es él, además, quien permite con sus cuidados que la protagonista se termine amando a sí misma, reconciliarse con la vida para lentamente reconciliarse con su madre. Y todo ello, en medio de este clima de xenofobia irrespirable que tanto daño hace a la humanidad y a la memoria de quienes también fuimos perseguidos por pobres, no por distintos.
Este joven marroquí es el más culto por humanista de toda novela. No sólo porque sepa hablar las lenguas que nosotros ignoramos, o porque aprendiera a leer a Cernuda con los libros que nosotros tiramos a la basura, sino porque sabe leer la tierra, el cielo, el agua, la naturaleza de la que nosotros somos cada vez más analfabetos.
También aflora en la novela el odio al distinto, aunque ese distinto conozca nuestra cultura mejor que nosotros mismos, y aprendiera a leer con García Lorca y Miguel Hernández, y del que la protagonista diga “tan analfabeta me sentía a su lado le pedí que me enseñara a leer su tierra”. ¿Debemos escuchar al distinto para entender que, al final, no somos tan diferentes?
Debemos luchar con todas nuestras pacíficas armas contra el concepto del distinto, del otro. Porque todos somos otros, porque todos somos distintos, porque nuestra identidad es paradójicamente la que no nos hace idénticos a nadie. Y si todos somos diferentes entre sí y a la vez ramas del mismo árbol que se llama humanidad, una de nuestras luchas debe ser la de aspirar a la igualdad de derechos desde el legítimo respeto a la diferencia.
En mi novela, esta reivindicación está latente como el espejo del que hablamos al principio. Al ver cómo se comporta este pastor, como cuida su rebaño, a su perro, a la madre, a la protagonista, al campo, nos hace ver cómo no lo hacemos nosotros.
“El agua estancada cría verdina en las paredes de la alberca. Esta sequía, odio en las paredes del corazón.” Podemos leer en tu novela. ¿Esa sequía también es una metáfora de cómo se encuentra la protagonista, o querías introducir este elemento para hablar de otra cosa?
El contexto de sequía abraza por igual a la carne y a la tierra. Tan crucial es la lucha por salvar la piel como el alma del planeta. Tan crucial es la lucha por salvar una especie que una lengua en extinción. Ambas reivindicaciones atraviesan los personajes y los escenarios de esta novela como esa inmensa metáfora de la que me hablabas. No sólo para radiografiar la desgana por vivir de la hija que se ha secado por dentro, sino también para señalar a quienes sólo se quieren a sí mismos y serían capaces de cualquier cosa para colmar su egoísmo. Entre ambos polos, se sitúan los personajes de esta novela que salvan esta sequía emocional y ambiental con abrazos, con cuidados, con humanidad, al fin y al cabo.
La novela tiene un ritmo trepidante, sin embargo, la lectura se ralentiza al llegar al campo, a esas bellísimas descripciones de la naturaleza, “me tapó los oídos durante unos segundos con la intención de descontaminarme de ese ruido blanco que nos impide atender a la música de la naturaleza”. ¿Es una invitación a que hagamos lo mismo, a descontaminarnos para, a través de tus páginas, escuchemos también esa música?
No sabes cuánto agradezco esta pregunta y que te hayas percatado de ello. Así es. Quiero que la pausa, esa soberana sensación de quien lee, se dedique a lo que no solemos mirar, escuchar, tocar, sentir. Paseamos por los senderos sin conocer el nombre de los árboles que nos dan cobijo, incapaces de percibir los aromas de los arbustos, de distinguir el canto de los pájaros. No conozco una traición más inhumana que la cometemos a diario con la naturaleza, con los pueblos que nos dan la comida que comemos, el agua que bebemos, el aire que respiramos. Sí, rotundamente, es una novela rural escrita para quienes le damos la espalda al campo que nos cuida.
La memoria de la protagonista transita entre las dos orillas, entre Sevilla y Tetuán, burlándose de las fronteras, ¿crees que debemos, de alguna manera, recuperar también esa memoria de nuestro pasado colonial en África?
La colonialidad es infame por definición. Y no por ello debemos desconocerla sino justo lo contrario. La memoria compartida a un lado y otro de las calles de agua, la mediterránea y la atlántica, vuelve a ser el mejor espejo para mirarnos y descubrir nuestras miserias. Pero también, las memorias compartidas nos ayudan a entendernos mejor, a sanar las heridas, a abrazarnos. En el cielo no hay concertinas y los pájaros surcan estos mares para recordárnoslo. En esta novela, sus personajes son cigüeñas humanas que hacen lo mismo para recomponer el espejo roto de la historia y poder mirarnos en paz.
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