Agua para todos

Se estima que el mercado mundial del agua alcanza un volumen anual de 1,1 billones de dólares.

Por Kike Parra

El agua en su definición clásica es esa sustancia líquida sin olor, color ni sabor que se encuentra en la naturaleza en estado más o menos puro formando ríos, lagos y mares.

A pesar de ello, en los últimos años, el líquido elemento tiene cada vez más color. El color de lo político. En él se reflejan los distintos intereses económicos y por tanto de clase. Por eso, gradualmente, el agua como recurso, va adquiriendo, al igual que la canción, sabor a derrota y a miel, dejando un hedor a corrupción, podredumbre o lodo que emborrona la neutralidad que su definición pretende plasmar.

El agua, conforme avanza la amenaza de un futuro cercano de escasez, va perdiendo peso como recurso natural, apartando la cuestión de la usabilidad a un segundo plano y revalorizando su esencia mercantil de materia prima fundamental para el mantenimiento del sistema económico.

En este sentido, en un mundo ultra-mercantilizado, no extraña que comenzará a cotizar en el mercado de futuros de materias primas. A partir de ahora, su precio fluctuará como lo hacen el petróleo, el oro o el trigo. En diciembre de 2020, se lanzó el primer contrato de futuros de agua en el mercado de futuros de Chicago (CME), en base al índice Nasday Veles California Water (NQH2O), dejando un camino expedito a la manipulación/especulación a que son sometidos futuros y otros derivados financieros.

Se estima que el mercado mundial del agua alcanza un volumen anual de 1,1 billones de dólares (en cómputo europeo, no americano), es decir, un peso económico similar al de toda la industria farmacéutica. Y esto no hará más que aumentar con el paso de los años, debido al cambio climático.

En España, últimamente, vuelven a aflorar los enfrentamientos por la obtención de privilegios de uso que los distintos sectores económicos se disputan para asegurar su viabilidad futura. La industria agrícola, el turismo, la construcción, pugnan por obtener “bonos preferenciales” y así se refleja políticamente entre los grupos que dan voz a los diversos intereses. Pero, el interés de clase de las capas populares, no se pone de manifiesto por ninguno de los partidos políticos que hoy en día ostentan representación en las instituciones, y se empeñan en que la clase obrera se alinee con los sectores que mejor representen los intereses del “bien general”, la “prosperidad de España” y el “empleo y el progreso.”, llegando, la cuestión del agua, a formar parte de las batallas electorales.

Bajo la premisa autoconvincente de que aunque el recurso sea escaso, pase lo que pase, el suministro a los “hogares” está garantizado, el papel de la “ciudadanía” en esta pugna de intereses se circunscribe a su rol de “usuario/a” de la mercancía y su actuación por tanto, bajo el paraguas del “consumo”.

Esta batalla no es nueva. Surge cada poco. Ahora la traemos a colación a raíz de las últimas embestidas políticas ligadas al deterioro de Doñana, la guerra de la fresa, etc. Es un debate recurrente que se da siempre que no resulta aquello de :

San Isidro Labrador y Padre celestial, 

sólo Tú eres bueno y sólo Tú provees

rica todas las necesidades de la vida,

a ti te rogamos santo de la lluvia.

Un ejemplo clásico del uso interesado del agua fue el trasvase Tajo-Segura, cuya explotación comenzó en 1979 y cuyos costes de construcción aún se siguen amortizando (hasta 2030) y del que solo se ha recuperado el 60%.

En 1978, cuando finalizaron las obras, el Acueducto Tajo-Segura alcanzó un coste de 17.071 millones de pesetas y el postrasvase, finalizado en 1985, 13.805 millones. El valor del trasvase Tajo-Segura en 2008 se estableció en 1.555 millones de euros. Un reciente informe de Price Waterhouse Coopers (PwC) resalta que la actividad ligada al Trasvase Tajo-Segura supera los 3.000 millones de euros de aportación al PIB. Gasto público e ingreso privado forman una dicotomía cada vez más inseparable, algo que naturalizamos progresivamente con menor esfuerzo.

La necesidad de aumentar la productividad del sector agroalimentario, de atraer más y más turismo, de seguir con el crecimiento especulativo de la construcción en las ciudades, incrementan la presión a las administraciones por parte de las distintas facciones de interés, exigiendo más infraestructuras que permitan mayor explotación de los recursos hídricos como trasvases, desaladoras, acuíferos, reutilización de aguas residuales…  ¿Ante el “Agua para todos” quien puede negarse?

A pesar de las sucesivas sequías acaecidas en nuestro país durante los últimos años, así como la escasez estructural de recursos motivada por el crecimiento de otras demandas, la superficie de los cultivos en secano, todavía mayoritaria, ha descendido en los últimos 10 años y no da muestras de un cambio, sino todo lo contrario. Por otra parte, la superficie regada española muestra una tendencia al alza, en continuo crecimiento. Un ejemplo de la barbaridad medioambiental es la sustitución de cultivos tradicionales que consumen poca agua por la plantación de aguacates, tan de moda y que según la Organización Mundial del Aguacate (WAO), necesitan entre los 600 o 700 litros de agua para producir un kilo.  Los árboles de aguacate  son nativos de climas subtropicales donde abundan las lluvias y aquí proliferan en zonas de Málaga, Granada, Almería o Alicante

El programa “El punto de mira”, de Cuatro TV, denunció que el cultivo del aguacate supone el 80% del gasto de agua en la comarca de Axarquía (Málaga).

Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, la superficie dedicada a este cultivo en España ha pasado de 9.100 hectáreas en 2015 a 13.500 hectáreas en 2019, lo que supone un aumento del 48% y la producción ha pasando de 61.000 toneladas a 95.000 toneladas en el mismo periodo. En el último año, solo por la venta de aguacate, la industria agrícola obtuvo  un beneficio de más de 184 millones de euros.

Hay otros muchos cultivos que comparten el desatino capitalista de primar el beneficio a cualquier otras necesidades.

Otro sector que en España disputa la preferencia en el uso del agua, y que resulta fundamental, tal y como se ha establecido la división internacional del trabajo, es el turismo. Y más aquel que llaman “de calidad”; es decir, el que gasta cuartos. Fundamental en esa estrategia de atracción, como la miel a las moscas, los campos de golf, que generan 13.000 millones de euros de beneficios anuales. Según Ecologistas en Acción desde el año 2000 se han construido en España 183 nuevos campos.

Los campos de golf de 18 hoyos pueden consumir más de 400.000 metros cúbicos anuales de agua (1m3 = 1000 litros)  en las zonas más cálidas y con menos recursos hídricos de España, donde existen 403 campos, de los cuales solo 30 son de titularidad pública.

En España se estima, según la Organización Mundial del Turismo, que mientras que un ciudadano medio consume 127 litros al día, el gasto por turista oscila entre los 450 y los 800 litros.

Otros sectores también consumen gran cantidad de agua. La construcción, la industria… Pero no abundaremos más en lo mismo.

La cuestión es que en esa crítica pública, abierta sobre el uso del agua, los debates se quedan solo en la superficie de los hechos y las consecuencias, en proclamas al aire sobre la necesidad de generar cambios y que al no llegar al capitalismo depredador como causante del problema, cualquier solución es infructuosa.  Estamos instalados en un sistema que no puede frenar su tendencia al crecimiento acelerado, a la reproducción ampliada que consume cada vez mayor cantidad de recursos. Para ello, en el capitalismo no hay obstáculos de ningún tipo, ni éticos ni medioambientales. La destrucción del entorno se convierte en un mal menor en este desarrollismo económico sin freno que lleva al colapso. Un crecimiento absurdo que no se corresponde con la satisfacción de las necesidades sociales, sino solo de la necesidad de lucro capitalista, de acumular.

Es la misma cuestión una y otra vez. Gasto público que pagamos todas y todos y que generan infraestructuras que tratan de asegurar la explotación y la apropiación de recursos naturales en manos privadas cuyo único objetivo es que la rueda continúe hasta el fin del camino. Es la lógica de la depredación, de la confiscación de lo social por unos pocos, de la desposesión de lo público…

El modelo de desarrollo social, al estar comandado por el Capital, excluye además al ser humano como parte integrante (una más) de un ecosistema complejo, que precisaría preservar su propio equilibrio interno para perpetuar las condiciones de vida de la propia especie. La lógica del Capital, pervierte, como hemos visto, todo el sistema, social y ambiental. Un enfoque desde la clase obrera, como futura clase hegemónica, significa desarrollar un modelo de desarrollo en equilibrio con los ecosistemas, con sus vocaciones naturales y con su coherencia interna para preservar las condiciones de vida en el planeta. Y el agua como parte fundamental de esos ecosistemas.

La clase obrera está interesada, de forma objetiva, en desarrollar un modelo social que considera el ecosistema (nicho ecológico) como parte imprescindible de la forma que ha de tomar la nueva sociedad.

Por ello, en las actuales circunstancias, la consigna de Agua para todos que tan buen rédito político otorgó a sus creadores, debemos expresarlo en forma de interrogarte y plantearnos: ¿Agua para todos?

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.