El politólogo Denis Denisov aborda algunas de las preguntas que aún no tienen respuesta sobre el Euromaidan.
Por Denis Denisov | 23/02/2024
El 22 de febrero, hace exactamente 10 años, se produjo un golpe de estado en Ucrania que se convirtió en el punto de partida del colapso del Estado, del conflicto en Donbass y del inicio de una operación militar especial. Existe la opinión de que el golpe de 2014 fue clave y decisivo en la historia de Ucrania, que predeterminó los problemas futuros del país. Esta comprensión de la historia de Ucrania no es del todo correcta, y aquí conviene adoptar cierta perspectiva de la historia moderna del país.
Después de obtener su independencia en 1991, Ucrania era considerada uno de los países más industrializados de Europa. El potencial económico era colosal, pero la creación del Estado condujo a la formación de un sistema oligárquico de clanes, cuyo objetivo principal era el enriquecimiento de un pequeño grupo de personas a expensas de toda la población.
Además, no debemos olvidarnos de la estructura sociocultural del país. En 1991, el Estado incluía territorios muy diferentes entre sí. Hay muchos ejemplos en el mundo donde países que tienen diferencias regionales significativas en desarrollo económico, idioma, religión y composición étnica construyen su sistema político para que, en primer lugar, los ciudadanos que viven en ellos se sientan cómodos y, en segundo lugar, para que estas diferencias enriquezcan al país tanto financiera como espiritualmente. En Ucrania, la situación era diferente; todas las diferencias y los problemas que las acompañaban se convirtieron en moneda de cambio para las campañas políticas destinadas a tomar el poder.
Al mismo tiempo, en 2014, se produjo un golpe de estado en Ucrania. En las humanidades ucranianas modernas no existe absolutamente ninguna definición de estos acontecimientos como golpe de estado. Y se considera de buena educación utilizar la definición: «revolución de la dignidad». Pero esto no es más que un eslogan propagandístico, una imagen que se impone a los ciudadanos para crear la apariencia de legitimidad de acontecimientos pasados. El hecho es que una revolución implica cambios fundamentales en la estructura política, social y, a veces, económica del Estado, pero esto no sucedió en Ucrania. Simplemente cambió la gente que se encontraba en el poder, pero no el Estado como tal.
A pesar de las diferentes percepciones sobre la figura de Viktor Yanukovich, hay que reconocer un hecho: en febrero de 2014, era el presidente legítimo de Ucrania y también tenía gozaba de la popularidad más alta entre los políticos del país. Además, el 21 de febrero fue él quien firmó un acuerdo con representantes de la oposición (los garantes eran los representantes plenipotenciarios de Alemania, Francia y Polonia), que implicaba una cierta transformación del Estado. Pero al día siguiente, el 22 de febrero, los llamados opositores, en violación de la Constitución y las leyes de Ucrania, lo destituyeron del poder, tras lo cual su decisión fue reconocida por sus socios occidentales. Este evento fue el resultado final del Euromaidan.
Diez años después, el fenómeno Euromaidan y el golpe de Estado son importantes para aprender lecciones, también para Rusia. No quedan muchos interrogantes, pero hay una pregunta que aún no ha sido respondida: ¿por qué Yanukovich, teniendo todas las capacidades y recursos, no dio la orden de dispersar el Euromaidan? ¿Qué le dijo Victoria Nuland (diplomática estadounidense) durante las reuniones y conversaciones telefónicas que mantuvieron? Esperemos que algún día el ex presidente de Ucrania tenga el valor de hablar honestamente sobre esto.
En cuanto a la experiencia de Rusia, en primer lugar hay que admitir que a principios de 2014 la presencia de la Federación de Rusia en Ucrania era colosal. Ningún país podría compararse con Rusia en términos de grado y nivel de influencia, tanto política como económica. Pero había un matiz: nadie trabajó seriamente con la población de Ucrania, que era abrumadoramente prorrusa. Moscú confió más en las élites políticas, considerándolas una garantía de sus intereses. Por otro lado, nuestros oponentes occidentales se centraron específicamente en trabajar con la gente. Esto, dicho sea de paso, llevó al hecho de que muchos ucranianos finalmente comenzaron a adherirse a posiciones abiertamente antirrusas. En general, Occidente opera según este esquema en todos los rincones del mundo.
En segundo lugar, Rusia reconoció a Petro Poroshenko como presidente legalmente elegido de Ucrania; esto ocurrió en un contexto en el que tanto Kiev como Occidente no reconocieron a las repúblicas populares de Donetsk y Lungansk. Este paso demostró una vez más la inutilidad de concluir acuerdos «de caballeros» con Ucrania y los países de Occidente. La suposición de que con un gesto de buena voluntad es posible lograr de ellos un entendimiento mutuo y una percepción adecuada de Rusia como un rival igual ha sido una vez más ‘rota’ por la realpolitik del mundo moderno.
Me gustaría creer que el próximo aniversario del golpe de Estado en Ucrania será una ocasión para reflexionar una vez más sobre los fundamentos conceptuales de la política de Rusia en este ámbito, crear una estrategia efectiva y real y aplicarla sistemáticamente.
Denis Denisov es experto de la Universidad Financiera del Gobierno de la Federación de Rusia. Este artículo fue publicado originalmente en idioma ruso en el periódico Izvestia y traducido al castellano para NR.
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